domingo, 12 de abril de 2020

ENTRE LA POBREZA Y LA ENFERMEDAD




Por Julio Bárbaro
Infobae, 12-4-20


Los grandes cambios fueron lentos, como si nos hubieran dado tiempo a digerirlos. Haber nacido con un cinco por ciento de pobres y habitar con un cuarenta es un retroceso que, para los memoriosos, es difícil convertir en costumbre. Y después de la pandemia se me ocurre que quedaremos divididos en dos mitades, no por la grieta de los fanatismos y la pobreza de ideas, sino por la imposición de una lógica de acumulación improductiva que nos convierte en tristes desarrolladores del atraso. 

No hubo un pacto de la Moncloa capaz de gestar un proyecto común; hubo, en cambio, pactos oscuros que consolidaron complicidades. Siento que no hay grieta entre los partidos triunfadores, solo dos maneras de explicar cómo arribar a la fortuna y cómo ejercer el poder que ella hace posible. La política en nuestra sociedad hace tiempo ha dejado de existir. Ha sido sustituida por los poderes económicos de turno y sus voceros. Periodistas, economistas, analistas, todos, sostienen de alguna manera los logros de la corrupción, que son en nuestra triste realidad una parte importante de los que generan riqueza y prestigio. Si los gobiernos tienen planes o carecen de ellos- discusión bizantina- la pobreza crece más rápido o más lento según estos planes y el gobierno que los conduzca. Ricos que discuten sobre liberalismo y estatismo, todos llegaron a ricos por diferentes escaleras de ascenso, pero llegaron y no por generar riqueza, sino por saber cómo apropiarse de ella.

Hace tiempo que el liberalismo y el estatismo han dejado de ser ejes ideológicos, para convertirse en instrumentos de desarrollo. La iniciativa privada, cuando produce riqueza, suele edificar sociedades. Hasta hace unas décadas se imponía la convicción de que solo la democracia permitía el desarrollo capitalista, pero China nos mostró otra vía y demolió los mitos. Nosotros tuvimos generación de riqueza en el agro y luego con la industria, hasta que decidieron demoler el Estado e importar más barato lo que éramos capaces de producir. Fue el triunfo del importador sobe el productor, virus que nos degradó más de una vez en nuestra historia. Fue entonces cuando privatizaron lo que era de todos y regalaron las empresas bajo el absurdo disfraz de modernidad. Nos fueron quitando capacidad productiva, espacio laboral, derecho a sobrevivir. En rigor, imaginaron una sociedad donde sobra la mitad de los habitantes, y hace tiempo vemos con dolor las calles ocupadas por los caídos, esos que no habíamos conocido porque no existían tan solo cinco décadas atrás.

La política no alberga hoy ni proyectos ni debates, son simplemente dos sectores que se turnan en el poder sin abstenerse ninguno de ellos de actuar como clase social, expresión de los poderes económicos con la excusa de la lealtad a los votantes. La dirigencia política confronta en lo electoral mientras siempre acuerda en los intereses. Podríamos decidir no nombrar nunca más a un empleado público, sería el fin del acomodo de amigos y parientes que en la mayoría de los casos ocupa el lugar que ayer ocupaban los idóneos. Ni el prestigio ni las ideas, ni el proyecto ni la voluntad de trascender, nada de eso existe hoy en nuestra decadente dirigencia. Como si no asumieran que refugiarse en un núcleo de fanáticos cegados por la necesidad de creer en alguien no es ni parecido a una convicción política o a la voluntad de ocupar un lugar en la historia.

No hay partidos políticos, solo representantes de intereses. No hay políticos pobres, y por contagio se generan estructuras de corrupción en todos los espacios del poder. En rigor, en nuestra sociedad, hoy son muy pocas las posibilidades de enriquecerse, y sin duda, la política es la más segura de todas.


En aquel “Felices Pascuas” un presidente honorable iniciaba la destrucción del poder militar. Fue un paso importante; luego, la debilidad de la política, de los partidos y las ideas, la falta de un proyecto común y ni siquiera la presencia de un proyecto alternativo, todo eso nos dejó en manos de una burocracia que se fue enriqueciendo a la par que la sociedad se empobrecía. La política corre el riesgo de terminar siendo un parásito de la sociedad. La dimensión del Estado, después de haberle quitado todas sus estructuras productivas, termina como la triste imagen de la injusta distribución de la riqueza. El Estado cobija con seguridades que la actividad privada no está en condiciones de dar. Y esto no es ni peronismo, ni radicalismo ni liberalismo, esto es tan solo la degradación de una clase dirigente que termina cuidando exclusivamente sus propios intereses.

Hoy nadie nos puede convocar, desde el poder, a un ”Felices Pascuas”, simplemente porque estamos entre la pobreza y la enfermedad, y ambas están hasta ahora lejos de ofrecer certezas de mejoría.