"¿Hay moros
en la costa?", decimos todavía hoy para significar la presencia de alguien
no particularmente grato. ¿Saben por qué? Agárrense bien, lean este artículo y
lo sabrán.
elmanifiesto.com, 23
de septiembre de 2014
¡Quién lo había de
decir! La trata de esclavos, esa infamia que, según musulmanes, africanos y
europeos etnomasoquistas, constituye la mayor lacra de Europa, ahora resulta
que fue ampliamente superada, al menos en los siglos XVI y XVII, por la
cometida contra los nuestros por parte del islam. Es cierto, es cierto: el “tú
más” no justifica nada. La trata de esclavos negros fue una indignidad tan
aborrecible como injustificable. Pero hay una pequeña diferencia: nosotros la
reconocemos y deploramos (hoy en día hasta exagerando los zurriagazos). Ellos,
en cambio —el mundo musulmán—, no reconoce ni deplora nada. Hay otra diferencia
además: cuando nos querían arrebatar a los nuestros, los europeos combatimos
todo lo que pudimos al enemigo (y así se produjo la victoria de Lepanto, y así
tuvo lugar la expulsión de los moriscos, que colaboraban en las razias). Y
cuando capturaban a los blancos, los padres terciarios y mercedarios intentaban
rescatarlos. Nada de todo ello existió nunca en África.
Pero pasemos a ver lo
que nos cuenta el profesor norteamericano Robert C. Davis.
Los historiadores
estadounidenses han estudiado todos los aspectos de la esclavización de los
africanos por parte de los blancos, pero han ignorado en gran medida la
esclavitud de los blancos por parte de los africanos del Norte. Christian
Slaves, Muslim Masters [Esclavos cristianos, amos musulmanes][1] es un libro
cuidadosamente documentado y escrito con claridad sobre lo que el profesor
Davis denomina "la otra esclavitud", que floreció durante
aproximadamente la misma época que el tráfico transatlántico de esclavos y que
devastó a cientos de comunidades costeras europeas.
En la mente de los blancos
de hoy, la esclavitud no juega en absoluto el papel central que tiene entre los
negros. Y, sin embargo, no se trató ni de un problema de corta duración ni de
algo carente de importancia. La historia de la esclavitud en el Mediterráneo
es, de hecho, tan siniestra como las descripciones más tendenciosas de la
esclavitud americana.
Un comercio al por
mayor
La costa de Berbería,
que se extiende desde Marruecos hasta la actual Libia, fue el hogar de una
próspera industria del secuestro de seres humanos desde 1500 hasta
aproximadamente 1800. Las principales capitales esclavistas eran Salé (en
Marruecos), Túnez, Argel y Trípoli, habiendo sido las armadas europeas
demasiado débiles durante la mayor parte de este período para efectuar algo más
que una resistencia meramente simbólica.
El tráfico
trasatlántico de negros era estrictamente comercial, pero para los árabes los
recuerdos de las Cruzadas y la rabia por haber sido expulsados de España en
1492 parecen haber motivado una campaña de secuestro de cristianos que casi
parecía una yihad.
"Fue quizás este
aguijón de la venganza, frente a los amables regateos en la plaza del mercado,
lo que hizo que los traficantes islámicos de esclavos fueran mucho más
agresivos y en un principio mucho más
prósperos (por así decirlo) que sus homólogos cristianos", escribe el
profesor Davis.
Durante los siglos
XVI y XVII fueron más numerosos los esclavos conducidos al sur a través del
Mediterráneo que al oeste a través del Atlántico. Algunos fueron devueltos a
sus familias contra pago de un rescate, otros fueron utilizados para realizar
trabajos forzados en África del Norte, y los menos afortunados murieron
trabajando como esclavos en las galeras.
Lo que más llama la
atención de las razias esclavistas contra las poblaciones europeas es su escala
y alcance. Los piratas secuestraron a la mayoría de sus esclavos interceptando
barcos, pero también organizaron grandes asaltos anfibios que prácticamente
dejaron despobladas partes enteras de la costa italiana. Italia fue el país que
más sufrió, en parte debido a que Sicilia está a sólo 200 km de Túnez, pero
también porque no tenía un gobierno central fuerte que pudiese resistir a la
invasión.
Las grandes razias a
menudo no encontraron resistencia
Cuando los piratas
saquearon, por ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554, se hicieron con el
alucinante número de 6.000 presos. Los argelinos secuestraron 7.000 esclavos en
la bahía de Nápoles en 1544, una incursión que hizo caer tanto el precio de los
esclavos que se decía poder "intercambiar a un cristiano por una cebolla".
España también sufrió
ataques a gran escala. Después de una razia en Granada en 1556 que se llevó a
4.000 hombres, mujeres y niños, se decía que "llovían cristianos en
Argel". Y por cada gran razia de este tipo, había docenas más pequeñas.
La aparición de una
gran flota podía hacer huir a toda la población al interior, vaciando las zonas
costeras.
En 1566, un grupo de
6.000 turcos y corsarios cruzó el Adriático para desembarcar en Francavilla al
Mare. Las autoridades no podían hacer nada, y recomendaron la evacuación
completa, dejando a los turcos el control de más de 1.300 kilómetros cuadrados
de pueblos abandonados hasta Serracapriola.
Cuando aparecían los
piratas, la gente a menudo huía de la costa hacia la ciudad más cercana, pero
el profesor Davis explica que hacer tal cosa no siempre fue una buena
estrategia: "Más de una ciudad de tamaño medio, llena de refugiados, fue
incapaz de resistir un ataque frontal de cientos de asaltantes. El capitán de
los piratas, que de lo contrario tendría que buscar unas pocas docenas de
esclavos a lo largo de las playas y en las colinas, ahora podía encontrar mil o
más cautivos convenientemente reunidos en un mismo lugar a los que tomar."
Los piratas volvían
una y otra vez para saquear el mismo territorio. Además de un número mucho
mayor de pequeñas incursiones, la costa de Calabria sufrió las siguientes
depredaciones graves en menos de diez años: 700 personas capturadas en una sola
razia en 1636, 1.000 en 1639 y 4.000 en 1644.
Durante los siglos
XVI y XVII, los piratas establecieron bases semipermanentes en las islas de
Isquia y Procida, cerca de la desembocadura de la Bahía de Nápoles, elegida
por su tráfico comercial.
Al desembarcar, los
piratas musulmanes no dejaban de profanar las iglesias. A menudo robaban las
campanas, no sólo porque el metal fuese valioso, sino también para silenciar la
voz distintiva del cristianismo.
En las pequeñas y más
frecuentes incursiones, un pequeño número de barcos operaba furtivamente y se
dejaba caer con sigilo sobre los asentamientos costeros en mitad de la noche,
con el fin de atrapar a las gentes "mansas y todavía desnudas en la
cama". Esta práctica dio origen al dicho siciliano "pigliato dai
turchi" ("tomado por los turcos"), y se emplea cuando se coge a
alguien por sorpresa o por estar dormido o distraído.
Las mujeres eran más
fáciles de atrapar que los hombres, y las zonas costeras podían perder
rápidamente todas las mujeres en edad de tener hijos. Los pescadores tenían
miedo de salir, y no se hacían a la mar más que en convoyes. Finalmente, los
italianos abandonaron gran parte de sus costas. Como explica el profesor Davis,
a finales del siglo XVII, "la península italiana fue saqueada por
corsarios berberiscos durante dos siglos o más, y las poblaciones costeras se
retiraron en gran medida a pueblos fortificados en las colinas, o a ciudades
más grandes como Rimini, abandonando kilómetros de costa, ahora pobladas de
vagabundos y filibusteros".
No fue hasta
alrededor de 1700 cuando los italianos estuvieron en condiciones de prevenir
las razias, aunque la piratería en los mares pudo continuar sin obstáculos.
La piratería llevó a
España y sobre todo a Italia a alejarse del mar y a perder con efectos
devastadores sus tradiciones de comercio y navegación: "Por lo menos para
España e Italia, el siglo XVII representó un período oscuro en el que las
sociedades española e italiana fueron meras sombras de lo que habían sido
durante las anteriores épocas doradas".
Algunos piratas
árabes eran avezados navegantes de alta mar, y aterrorizaban a los cristianos
hasta una distancia de 1.600 kilometros. Una espectacular razia en Islandia en
1627 dejó cerca de 400 prisioneros.
Existe la creencia de
que Inglaterra era una potencia naval formidable desde la época de Francis
Drake, pero a lo largo del siglo XVII los piratas árabes operaron libremente en
aguas británicas, penetrando incluso en el estuario del Támesis para capturar y
asolar las ciudades costeras. En sólo tres años, desde 1606 hasta 1609, la
armada británica reconoció haber perdido, por culpa de los corsarios argelinos,
no menos de 466 buques mercantes británicos y escoceses. A mediados de la
década de 1600, los británicos se dedicaron a un activo tráfico de negros entre
ambos lados del Atlántico, pero muchas de las tripulaciones británicas pasaron
a ser propiedad de los piratas árabes.
La vida bajo el
látigo
Los ataques
terrestres podían ser muy exitosos, pero eran más arriesgados que los
marítimos. Los navíos eran por lo tanto la principal fuente de esclavos
blancos. A diferencia de sus víctimas, los buques piratas tenían dos modos de
propulsión: además de las velas, los galeotes. Llevaban muchas banderas
diferentes, por lo que cuando navegaban podían enarbolar el pabellón que
tuviera más posibilidades de engañar a sus presas.
Un buen barco
mercante de gran tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen estado de salud,
preparados para durar algunos años en galeras. Los de pasajeros en cambio servían para obtener un rescate. Los nobles y ricos comerciantes se convirtieron en
piezas atractivas, así como los judios, que a menudo podían significar un
suculento rescate pagado por sus correligionarios. Los dignatarios del clero
también eran valiosos porque el Vaticano solía pagar cualquier precio para
arrancarlos de las manos de los infieles.
Cuando llegaban los piratas,
a menudo los pasajeros se quitaban sus buenos ropajes y trataban de vestirse
tan mal como fuese posible, con la esperanza de que sus captores les
restituyeran a sus familias a cambio de un modesto rescate. Este esfuerzo
resultaba inútil si los piratas torturaban al capitán para sonsacarle
información sobre los pasajeros. También era común hacer que los hombres se
desnudaran, para buscar objetos de valor cosidos en la ropa, y ver si los
circuncidados judíos no estaban disfrazados de cristianos.
Si los piratas iban
cortos de esclavos en galeras, podían poner algunos de sus cautivos a trabajar
de inmediato, pero a los presos los colocaban generalmente en la bodega para el
viaje de regreso. Iban apiñados, apenas podían
moverse entre la suciedad, el mal olor y los parásitos, y muchos morían antes
de llegar a puerto.
A su llegada al norte
de África, era tradición que los cristianos recientemente capturados desfilaran
por las calles para que la gente pudiera hacer burla de ellos y los niños
cubrirlos de basura.
En el mercado de
esclavos, los hombres estaban obligados a brincar para demostrar que no eran
cojos, y los compradores a menudo querían desnudarlos para ver si estaban
sanos, lo cual también permitía evaluar el valor sexual de hombres y mujeres;
las concubinas blancas tenían un gran valor, y todas las capitales esclavistas
poseían una floreciente red homosexual. Los compradores que esperaban hacer
dinero rápido con un gran rescate examinaban los lóbulos de las orejas para
encontrar marcas de perforación, lo cual era indicio de riqueza. También era
habitual examinar los dientes de un cautivo para ver si podía sobrevivir a un
régimen esclavista duro.
El pachá o soberano
de la región recibía un cierto porcentaje de los esclavos como forma de
impuesto sobre la renta. Estos eran casi siempre hombres, y se convertían en
propiedad del gobierno en lugar de ser propiedad privada. A diferencia de los
esclavos privados, que por lo general embarcaban con sus amos, aquéllos vivían
en bagnos, que es como se llamaba a los almacenes de esclavos del pachá. Era
común afeitar la cabeza y la barba de los esclavos públicos como humillación
adicional, en un momento en que la cabeza y el vello facial eran una parte
importante de la identidad masculina.
La mayoría de estos
esclavos públicos pasaban el resto de sus vidas como esclavos en galeras.
Resulta difícil imaginar una existencia más miserable. Los hombres eran
encadenados tres, cuatro o cinco a cada remo, y sus tobillos quedaban
encadenados también juntos. Los remeros nunca dejaban su bancada, y cuando se
les permitía dormir, lo hacían en ella. Los esclavos podían empujarse para
llegar a hacer sus necesidades en un agujero en el casco, pero a menudo estaban
demasiado cansados o desanimados para moverse y descargaban ahí donde estaban sentados. No
tenían ninguna protección contra el ardiente sol mediterráneo, y sus amos les
despellejaban las espaldas con el instrumento favorito del negrero: el látigo.
No había casi ninguna posibilidad de escape o rescate, el trabajo de un galeote
era el de matarse a trabajar —sobre todo en las razias para capturar más
miserables como él—, siendo arrojados por la borda a la primera señal de
enfermedad grave.
Cuando la flota
pirata estaba en puerto, los galeotes vivían en el bagno y hacían todo el
trabajo sucio, peligroso o agotador que el Pachá les ordenara hacer. Solían
cortar y arrastrar piedras, dragar el puerto o encargarse de las labores más
penosas. Los esclavos que se encontraban en la flota del sultán ruco ni
siquiera tenían esa opción. A menudo estaban en el mar durante meses seguidos y
permanecían encadenados a los remos incluso en el puerto. Sus barcos eran
prisiones de por vida.
Otros esclavos en la
costa bereber tenían un trabajo más variado. A menudo hacían el trabajo
agrícola que asociamos a la esclavitud en Estados Unidos, pero los que tenían
habilidades eran alquilados por sus dueños. Algunos de éstos simplemente
aflojaban a sus esclavos durante la jornada con orden de regresar con una
cierta cantidad de dinero por la noche, bajo la amenaza de ser golpeados
brutalmente en caso de no hacerlo. Los dueños esperaban normalmente una
ganancia de un 20% sobre el precio de compra. Hicieran lo que hiciesen, en
Túnez y Trípoli los esclavos llevaban un anillo de hierro alrededor de un tobillo
y arrastraban una pesada cadena de entre 11 y 14 kg.
Algunos dueños ponían
a sus esclavos blancos a trabajar las tierras muy lejos, donde todavía se
enfrentan a otra amenaza: una nueva captura y una nueva esclavitud más en el
interior. Estos desgraciados probablemente no verían ya más a otro europeo en
el resto de su corta vida.
El profesor Davis
señala que no existía ningún obstáculo a la crueldad: "No había fuerza que
pudiese proteger al esclavo de la violencia de su amo, no existían leyes
locales en contra de la crueldad, ni una opinión pública benevolente, y
raramente existía una presión efectiva por parte de los Estados
extranjeros".
Los esclavos blancos
no sólo eran mercancías, sino también infieles, y merecían todo el sufrimiento
infligido por sus dueños.
El profesor Davis
señala que "todos los esclavos que, habiendo vivido en bagnos,
sobrevivieron para contar sus experiencias destacaban la crueldad y la
violencia endémica ahí practicada". El castigo favorito era el
azotamiento. Un esclavo podía recibir hasta 150 o 200 golpes, lo cual podía
dejarlo lisiado. La violencia sistemática convirtió a muchos hombres en
autómatas.
Los esclavos
cristianos eran a menudo tan abundantes y tan baratos que no había ningún
incentivo para cuidarlos. Muchos dueños les hacían trabajar hasta morir y
compraban otros para remplazarlos.
Los esclavos públicos
también contribuían a un fondo para
mantener a los sacerdotes en el bagno. Era una época muy religiosa, e incluso
en las condiciones más terribles los hombres querían tener la oportunidad de
confesarse, y, lo más importante, de recibir la extremaunción. Había casi
siempre un sacerdote cautivo o dos en los bagnos, pero para estar disponible
para sus deberes religiosos, otros esclavos debían contribuir y comprarle su tiempo
al Pachá, por lo que a algunos esclavos en las galeras no les quedaba nada para
comprar comida o ropa. Sin embargo, durante ciertos períodos, los europeos que
vivían libres en las ciudades bereberes contribuían a los gastos de
mantenimiento de los sacerdotes de los bagnos.
Para algunos, la
esclavitud se convirtió en algo más que soportable. Ciertos oficios, en
particular, el de constructor naval, eran tan codiciados que el dueño de un
esclavo podía recompensarlo con una villa privada y amantes. Incluso algunos
residentes del bagno lograron sacar partido de la hipocresía de la sociedad
islámica y mejorar de tal modo su condición. La ley prohibía estrictamente a
los musulmanes el comercio de alcohol, pero era más indulgente con los
musulmanes que sólo lo consumían. Los esclavos emprendedores establecieron
tabernas en los bagnos, y algunos llegaban a tener una buena vida al servicio
de los musulmanes bebedores.
Una forma de aligerar
la carga de la esclavitud era "tomar el turbante" y convertirse al
islam. Esto eximia del servicio en galeras, de los trabajos más penosos y de
alguna que otra faena impropia de un hijo del profeta, pero no de ser esclavo.
Uno de los trabajos de los sacerdotes de los bagnos era evitar que los hombres
desesperados se convirtieran, pero la mayoría de esclavos no parecían necesitar
el tal consejo. Los cristianos creían que la conversión podría poner en peligro
sus almas, además de requerirse también el desagradable ritual de la
circuncisión de los adultos. Muchos esclavos parecían sufrir los horrores de la
esclavitud tratándolos como un castigo por sus pecados y como una prueba a su
fe. Los dueños les disuadían de la conversión, ya que éstas limitaban el uso de
los malos tratos y bajaban el valor de reventa de un esclavo.
Para los esclavos,
resultaba imposible escapar. Estaban muy lejos de casa, a menudo eran
encadenados, y podían ser identificados de inmediato por sus rasgos europeos.
La única esperanza era el rescate. A veces la suerte no tardaba en llegar. Si
un grupo de piratas había capturado tantos hombres como para no tener ya
espacio bajo el puente, podía hacer una incursión en una ciudad y luego
regresar a los pocos días para vender los cautivos a sus familias. Por lo
general, ello se hacía a un precio mucho menor que el de alguien que se
rescataba desde África del Norte, pero con todo era mucho más de lo que los
agricultores se podían permitir. Los agricultores generalmente no tenían
liquidez, ni bienes al margen de la casa y la tierra. Un comerciante estaba por
lo general preparado para comprarlos a un precio bajo, pero significaba que el
cautivo regresaba a una familia completamente arruinada.
La mayoría de los
esclavos dependían de La labor caritativa de los trinitarios (orden fundada en
Italia en 1193) y de los mercedarios (fundada en España en 1203). Estas órdenes
religiosas se establecieron para liberar a los cruzados en poder de los
musulmanes, pero pronto cambiaron su trabajo por el de la liberación de los
esclavos en poder de los piratas berberiscos, recaudando dinero específicamente
para esta labor. A menudo ponían cajas de seguridad fuera de las iglesias con
la inscripción "por la recuperación de los pobres esclavos", y el
clero llamaba a los cristianos ricos a dejar dinero. Las dos órdenes se convirtieron
en hábiles negociadoras, y por lo general lograron comprar esclavos a mejores
precios que los obtenidos por libertadores sin experiencia. Sin embargo, nunca
hubo suficiente dinero para liberar a muchos cautivos, y el profesor Davis
estima que no más de un 3 o un 4% de los esclavos fueron rescatados en un solo
año. Esto significa que la mayoría dejaron sus huesos en las tumbas anónimas de
cristianos, fuera de las murallas de la ciudad.
Las órdenes
religiosas llevaban cuentas exactas de los resultados obtenidos. En el siglo
XVII, los trinitarios españoles, por ejemplo, llevaron a cabo 72 expediciones
para el rescate de esclavos, con una media de 220 liberaciones por cada
una de dichas expediciones. Era costumbre llevarse con ellos los esclavos
liberados y hacerlos caminar por las calles de la ciudad en las grandes
celebraciones. Estas procesiones, que tenían una profunda connotación
religiosa, se convirtieron en uno de los espectáculos urbanos más
característicos de la época. A veces los esclavos marchaban en sus antiguos
hábitos de esclavos para enfatizar los tormentos que sufrieron; otras veces
llevaban trajes blancos especiales para simbolizar su renacimiento. Según los
registros de la época, muchos esclavos liberados no se reinsertaron por
completo después de sus vivencias, especialmente si habían pasado muchos años
en cautiverio.
¿Cuántos esclavos?
El profesor Davis
señala que las numerosas investigaciones efectuadas han logrado que se
determine con la mayor precisión posible el número de negros traídos a través
del Atlántico, pero no existe ningún esfuerzo similar para determinar la
extensión de la esclavitud en el Mediterráneo. No es fácil conseguir cifras
fiables. Los árabes no suelen conservar los archivos. Pero a lo largo de sus
diez años de investigación, el profesor Davis ha logrado desarrollar un método
de estimación.
Por ejemplo, el
registro indica que desde 1580 hasta 1680 hubo un promedio de unos 35.000
esclavos en países berberiscos. Contando con la pérdida constante a través de
la muerte y del rescate, si la población se mantuvo constante, entonces la tasa
de captura de nuevos esclavos por los piratas era igual a la tasa de desgaste.
Hay una buena base para la estimación de las tasas de mortalidad. Por ejemplo,
sabemos que de los cerca de 400 islandeses capturados en 1627, sólo hubo 70
supervivientes ocho años después. Además de la desnutrición, el hacinamiento,
el exceso de trabajo, y los castigos brutales, los esclavos sufrieron epidemias
de peste, que por lo general eliminaban entre el 20 y el 30% de los esclavos
blancos.
A través de diversas
fuentes, el profesor Davis estima que la tasa de mortalidad fue de
aproximadamente un 20% al año. Los esclavos no tenían acceso a las mujeres, por
lo que la sustitución se realizaba exclusivamente a través de las capturas.
Su conclusión: entre
1530 y 1780 hubo, con casi total seguridad, un millón y tal vez hasta millón y
cuarto de cristianos blancos europeos esclavizados por los musulmanes de la
costa bereber. Esto supera con creces la cifra generalmente aceptada de 800.000
africanos transportados a las colonias de América del Norte y más tarde a los
Estados Unidos.
El profesor Davis
explica que, a finales de 1700, se controló mejor este comercio, pero hubo un
renacimiento de la trata de esclavos blancos durante el caos de las guerras
napoleónicas.
La flota
norteamericana no quedó libre de la depredación. Fue sólo en 1815, después de
dos guerras contra ellos, que los marinos estadounidenses se libraron de los
piratas berberiscos. Estas guerras fueron importantes operaciones para la joven
república; una campaña que se recuerda en las estrofas de "a las orillas
de Trípoli", en el himno de la marina. Cuando los franceses tomaron Argel
en 1830, todavía había 120 esclavos blancos en el bagno.
¿Por qué hay tan poco
interés por la esclavitud del Mediterráneo, mientras que la erudición y la
reflexión sobre la esclavitud negra nunca termina? Como explica el profesor
Davis, los esclavos blancos con dueños no blancos simplemente no encajan en
"la narrativa maestra del imperialismo europeo." Los patrones de
victimización tan queridos por los intelectuales requieren de la maldad del
blanco, no del sufrimiento del blanco.
El profesor Davis
también señala que la experiencia europea de la esclavitud a gran escala
muestra el engaño en que consiste otro tema favorito de la izquierda: que la
esclavitud negra fue un paso crucial en la creación de los conceptos europeos
de raza y jerarquía racial.
No es así. Desde hace
siglos, los propios europeos han vivido con en el miedo del látigo, y un gran
número asistieron a procesiones celebradas por el rescate de los esclavos
liberados, todos los cuales eran blancos. La esclavitud era un destino más
fácilmente imaginable para ellos mismos que para los lejanos africanos.
© Le blog de
Marysieńka
[1] Robert C. Davis, Christian Slaves, Muslim Masters: White Slavery in
the Mediterranean, the Barbary Coast, and Italy, 1500-1800, Palgrave Macmillan,
2003, 246 pp., 35 US$.