martes, 9 de septiembre de 2014

EL KIRCHNERISMO Y SU PEOR ENEMIGO





 Nicolás Márquez

InformadorPúblico, septiembre 9, 2014



Si algo le faltaba a la descomposición que padece el relato de nuestro progresismo vernáculo, es justamente su bien ganada fama cleptocrática, la cual ya ha alcanzó trascendencia mundial. En efecto, en el reporte del Foro Económico Mundial (en el que destacan el favoritismo en las decisiones del Gobierno, la ineficiencia del Estado y el despilfarro de los fondos públicos), sobre 144 naciones estudiadas la Argentina kirchnerista fue ubicada en el puesto 139, es decir que tras la “década ganada”, la realidad nos demuestra no sólo que somos unos de los países más corruptos del mundo, sino que confirma algo que desde hace diez años muy pocos venimos vociferando en el desierto: estamos siendo gobernados por una despreciable banda de ladrones.

El progresismo es una ideología económicamente estatista y culturalmente disolvente (influida por la deletérea intelectualidad de la Escuela de Frankfurt) y en el plano político se haya representada principalmente por el kirchnerismo, al cual se lo puede refutar con un sinfín de argumentos filosóficos, ideológicos y económicos. Sin embargo, lo que más desnuda o desacredita a sus cultores y representantes no es tanto la réplica académica que pueda hacérsele, sino su evidente carácter hipócrita, puesto que el progresismo se ufana de su pretendido signo “solidario”, “humanista”, “anti-consumista” y “compasivo”. Pero cuando detrás de estas máscaras sensibleras se advierte luego que sus referentes son una gavilla de magnates que nadan en una desaforada abundancia ilegalmente concebida a expensas de los menesterosos periféricos que pululan mendicantemente en el Gran Buenos Aires y en el resto de las empobrecidas Provincias (que no gozan de luz ni agua potable), los argumentos ideológicos que desde nuestras trincheras podamos esgrimir (por poderosos que estos sean) se tornan redundantes frente el gran impacto psico-afectivo que el hombre sencillo padece al sentirse burlado y estafado por quienes le mintieron traficando con su miseria y encima le arrancaron sus votos a cambio de oportunas bolsas de comida o subsidios de supervivencia.

Desafortunadamente, las masas no disciernen en función de argumentaciones racionales sino emocionales, por eso, con lo peor que podría enfrentarse hoy el kirchnerismo en la última etapa de su miserable historia política, no es tanto contra los argumentos de quienes somos sus intransigentes detractores sino con el conocimiento masivo y generalizado de su naturaleza corrupta y corruptora, la cual antes era apenas conocida o denunciada por un grupo modesto de observadores, y ahora, sus más bajos instintos se conocen sobradamente tanto sea por el público nacional como internacional.

Dice un aforismo antiguo que una imagen vale más que mil palabras. El reciente ránking publicado (junto con un sinfín de publicitados escándalos que salpican a toda la runfla oficialista) termina por darle a la camarilla gobernante el descrédito más absoluto, lo cual es políticamente una trompada mucho más poderosa que cualquiera de los mejores argumentos intelectuales a los que pretendamos abrevar con el fin de menoscabarlos.

En efecto, toda forma de izquierdismo es una corriente de ideas débiles y emociones fuertes, y contra lo peor que podrían encontrarse sus personeros es contra una realidad que los desnude y despierte precisamente en las mismísimas masas de las cuales sus representantes siempre se han servido intensas emociones hostiles.

Se toparon contra su peor enemigo en el peor momento de su ciclo, lo cual apura el merecido desenlace que desde hace años vienen anhelando los hombres de bien que aún resisten en la desdichada República Argentina, o lo que queda de ella.

Nicolas Marquez


La Prensa Popular