por Eduardo García
Gaspar.
Es un efecto de la
democracia. Una consecuencia indeseable. Un cambio en la mentalidad de las
personas. Todo comienza en las elecciones a puestos públicos. La fiera
competencia convierte a las campañas en la oferta de remedios a los problemas
personales.
Eso transforma a los
gobiernos en agencias de soluciones a las dificultades de la vida de los
ciudadanos. Y esta vida personal, es redefinida por la persona.
Veamos esto más de
cerca, en algo que creo que bien merece una segunda opinión.
Comencemos con las
campañas electorales, que se han convertido en ofertas de soluciones a
situaciones personales y familiares. Hablo de ofertas de pensión, seguro de
desempleo, educación, servicios médicos y lo que se le ocurra a usted.
Los gobiernos se
ofrecen como proveedores de soluciones generales de casi cualquier problema.
Es el gobierno que ha
sufrido una mutación significativa a un proveedor de vidas placenteras y
cómodas. Kenneth Minogue (1930-2013) lo ha expresado muy bien:
“… proveer una
experiencia de vida libre de dolor, donde el dolor se encuentra en cosas como
reprobar un examen, ser despedido por incompetente, ser juzgado y encontrado
deficiente, e incluso, en algunos casos, tener la expectativa de deber
trabajar”.
En un esquema normal
se esperaría que la gente misma se hiciera cargo de la solución de sus propios
problemas, sea el despido del trabajo o el pago de colegiaturas. Cada persona
es considerada como capaz de hacerlo, seguramente con ayuda de otros, pero
jamás trasladando su responsabilidad a otros.
En el esquema normal,
los problemas personales son incentivos que mueven a la persona a valerse por
sí misma, a aceptar las consecuencias de sus acciones, las buenas y las malas.
Pero el esquema
normal ha sido girado 180 grados sobre su eje. De la responsabilidad personal
se ha pasado a la responsabilidad gubernamental. Es ahora el gobierno el que
debe proveer esa existencia libre de preocupaciones a sus gobernados.
La mutación
gubernamental es detonada por el ansia de permanecer en el poder, el primer
objetivo de todo político, el que suele ponerse en la situación de proveedor de
felicidad social. Determina problemas a los que convierte en objetivo
gubernamental y vende soluciones en las elecciones.
“Si votas por mí,
decretaré seguro de desempleo, ayudas a madres solteras, oferta de condones,
admisión sin exámenes…”
La oferta de
felicidad social lograda por acciones de gobierno se convierte en la medición
de buen gobierno. Y buen gobierno ya no es el que bien gobierna, sino el que
más responsabilidades quita a los ciudadanos.
El cambio es
sustancial y necesita de dosis masivas de recursos inyectadas a actos no
productivos en lo general, lo que vuelve al sistema inestable y propenso a
crisis de finanzas públicas. No me adentro en esta parte, pero sí en otra que
suele ser descuidada.
Me refiero a la
transformación significativa de la mentalidad del ciudadano: el ablandamiento
de su carácter, el debilitamiento de su potencial.
El traslado de
responsabilidades al gobierno lo vuelve endeble y lánguido. Incluso, delicado
de tal manera que llega a pensar que si el gobierno no le da más, eso viola sus
derechos.
Otra vez cito a K.
Minogue:
“ … el advenimiento
del estado de bienestar ha erosionado la centralidad no solo de los deseos
sexuales, sino también de la prudencia y la temperancia. El estado ha tomado
para sí muchas de las funciones de la vida familiar, de las sociedades de
amigos y uniones, y de las de caridad, y en todos los casos el proceso ha
separado al individuo de las instituciones”.
Este es un efecto
pocas veces notado de manera explícita.
La fuerza activa de
cada una de las personas se ha anulado y si acaso es usada, ella se dedica a
marchas de protesta que exigen una lista creciente de derechos a la felicidad
que el estado debe dar y que están avalados por no sé qué organismo internacional.
La sociedad entera
pierde las contribuciones potenciales del ciudadano que acepta sus
responsabilidades, una fuente diversificada de prosperidad.
En su lugar, todos
comienzan a depender de una manera u otra de acciones gubernamentales como el
gasto público creciente, la reducción de tasas de interés, la ampliación de
servicios sociales, las ayudas a los segmentos débiles.
Todo comenzó con la
distorsión de las campañas electorales convertidas en ofertas crecientes de
renuncia a la responsabilidad personal, disfrazadas como derechos sociales que
solo el gobierno puede satisfacer.
Puesto de manera
políticamente incorrecta, el estado de bienestar tiene un efecto indeseable en
el carácter de la persona, volverla frágil, impotente y débil. Una sociedad
formada por personas así es la más fácil presa del totalitarismo.
O como expresa un
amigo, “el estado de bienestar crea una generación de niños mimados que sólo
pueden dejar de reclamar con la pérdida de su libertad”.
Post Scriptum
Quizá deba agregar
que el estado de bienestar es económicamente insostenible: reclama el uso de
más y más recursos producidos por un grupo cada vez más pequeño de personas que
no viven del gobierno.
Fuente: A Decir
Verdad, 24-9-14