domingo, 20 de mayo de 2018

MAYO DEL 68: SUS DOS CARAS



                       
Javier Ruiz Portella
El Manifiesto, 16 de mayo de 2018        

No sólo se decretó “el estado de felicidad permanente” —ese horror aún no del todo realizado (salvo en Un mundo feliz, la novela de Huxley). También se “prohibió prohibir”, también se promulgó que “lo sagrado es el enemigo”… al tiempo que se endiosaba al individuo que se toma por el centro del mundo: ese fatuo personaje que ni entonces ni hoy se ha enterado de que el centro no es él, de que el centro es el Mercado y el Capital.

Peor: al creer que ocupa el pilar central del mundo, al aniquilar toda instancia externa o sagrada (tradición, historia, comunidad…), ese individuo no hace, el pobre, sino someterse a la más subyugadora de todas las instancias: el Dinero, la Mercancía… Estas mismas mercancías contra cuyo Orden, sin embargo, arremetían ardorosamente aquellos rebeldes de las calles de París: “Consumid más, viviréis menos”, “La mercancía es el opio del pueblo”, “Acabaréis todos reventando de comodidad. Estáis tan vacíos”, clamaban, al tiempo que, por primera vez en la historia, se introducían en el ámbito público enormes dosis de humor y mordacidad.


¿En qué quedamos, pues?

Quedamos en que pasó lo de siempre. Pasó lo que tantas veces ha pasado a lo largo de este siglo de pesadilla y de esperanzas… tronchadas de raíz por la estupidez, el engreimiento…, la maldad también de los hombres. Pasó que se desencadenó todo un vendaval de convulsas esperanzas ante el eventual derrumbe de un orden que sí —¡no lo dudéis!—, merecía (y merece) ser derrumbado. Pero pasó también que, por los presupuestos mismos que sostenían tales esperanzas, por toda la carroña con que andaban revueltas, cabía temer el más pavoroso de los resultados en caso de que llegara a triunfar todo aquel mejunje en el que legítimas esperanzas se veían envueltas, aplastadas, por los más ilegítimos de los anhelos.

Triunfó el mejunje, vaya si triunfó. Los díscolos estudiantes, es cierto, fueron derrotados, pero el espíritu de Mayo del 68 es lo que ha acabado imponiéndose por doquier: pregúntenselo, si no, a todos los pijos progres (acrónimo: pijopres) que, ya de derechas o de izquierdas, ya “liberales” o “sociatas”, ostentan hoy el poder (cultural, político, económico, mediático…). Lo que quedó derrotado fueron las esperanzas: aquel espíritu indómito, aventurero, de quienes querían “explorar sistemáticamente el azar” o “llevar la imaginación al poder”; aquel desparpajo iconoclasta de quienes denunciaban que “las elecciones son una trampa para bobos”, al tiempo que se alzaban contra “un mundo en el que la certeza de no morirse de hambre se cambia por el riesgo de morirse de aburrimiento”.

Lo que ha triunfado es todo lo demás: los presupuestos nihilistas y egoístas (“¡Viva lo efímero”, “Ni amo ni Dios. Dios soy yo”); todo aquel hedonismo barato (“Gozad aquí y ahora”, “Mis deseos son la realidad”) que junto con el igualitarismo antijerárquico (“Exámenes = servidumbre, promoción social, sociedad jerarquizada”) se plasma en la mitad aproximadamente de las pintadas que cubrieron los muros de París.

Sí, aquellos rebeldes… domesticados por el resentimiento igualitario y el individualismo egoísta han llegado hoy al poder. Quien lo ocupa no es, desde luego, la imaginación que pretendían que lo alcanzara. Quien okupa el poder (como dirían, años después, sus émulos españoles), quien domina la sociedad es el más mortal de los aburrimientos: el tedio gris que exhalan unos principios “liberal–libertarios” que, como señala Rodrigo Agulló, uno de los colaboradores de El Manifiesto, no han hecho sino facilitar el triunfo del “capitalismo absoluto”, ese régimen que “sólo puede erigirse sobre un proceso de des–simbolizacióntotal de la sociedad”: la desimbolización, la destrucción de valores que impone el pensamiento liberal–libertario “al desacreditar todo aquello que, por derivar de una dimensión trascendente —valores morales, culturales, religiosos— no tiene una conversión directa en forma de mercancías o servicios”.[1]

¿Por qué, como casi siempre en la historia, al menos en la de estos dos últimos siglos, han perdido una vez más los buenos y ganado los malos (los buenos y malos principios, quiero decir)? Sin duda porque es mucha la fuerza que se requiere para arremeter contra el mundo dominado por el Dinero, la Mercancía y el Nihilismo, sin aferrarse al mismo tiempo a ningún ídolo: ni a los de ayer ni a los de hoy; ni a los ídolos de los que se querían liberar —y hacían bien— las muchachas y muchachos del 68, ni a los demás fetiches: aquellos a los que ya se sometían entonces y que han acabado esclavizándolos del todo. (Un ejemplo entre mil: la libertad sexual recién conquistada —“Amaos los unos sobre los otros”, clamaban los muros de París— queda degradada, desfigurada de entrada, por todo lo que implica, por ejemplo, una memez como la lucha “contra la fijación afectiva que paraliza nuestras potencialidades”, decía un “Comité de mujeres en vías de liberación” [sic].)

Hay dos “Mayos del 68” —tres, en realidad, como luego veremos. Acabamos de examinar los dos primeros. Basta recorrer sus lemas y consignas, basta dar la palabra a los muros, para constatarlo con toda claridad —como podrán constatarlo nuestros lectores con sólo leer las dos columnas en las que ofrecemos, enfrentadas, las dos caras de lo que aquellos días se jugaba. Y en medio, por así decirlo, rechazando categóricamente una de las dos caras y suscribiendo el espíritu rompedor de la otra, ¿cómo no situar este otro espíritu: el del periódico que ahora mismo está usted leyendo?; ese periódico que, inspirado en el Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra, se alza también contra el orden materialista que, hace ahora cuarenta años, se combatía (pero desde premisas radicalmente distintas y desde motivaciones y objetivos totalmente opuestos) en las calles de París.

No somos los únicos en hacerlo así. Hace también cuarenta años se producía en el mismo París un acontecimiento —“el tercer Mayo del 68”, decía— del que pocos tienen noticia, pero que se impone saludar como un hito de capital importancia. Otros jóvenes franceses celebraban en aquel histórico mes el acto fundacional de lo que acabaría siendo una corriente de pensamiento que, impugnando el orden dominante del mundo, no caería sin embargo en la adoración de ninguno de los fetiches que subyugaron a quienes se manifestaban aquellos mismos días por calles y universidades. El 4 y 5 de mayo de 1968 un grupo de jóvenes intelectuales, entre los que destacaban Alain de Benoist y Dominique Venner, celebraban en París la primera reunión del GRECE (Grupo de investigación y estudios para la civilización europea). De ella saldría toda la corriente de pensamiento que recibiría la no por infausta menos arraigada denominación de “Nueva Derecha”. Desde aquí lo recordamos y saludamos con emoción.


[1] Rodrigo Agulló, "El progresismo, enfermedad terminal del izquierdismo", El Manifiesto, n.º 10.