viernes, 13 de agosto de 2021

A MODO DE HOMENAJE A SAN MARTÍN

 En vísperas de un nuevo aniversario del fallecimiento del Padre de la Patria, reproducimos el siguiente artículo, que analiza un aspecto poco conocido de San Martín.


LA SALUD DE SAN MARTÍN Y EL PROBLEMA DEL OPIO

 

I. Introducción

En la vida del General San Martín, se advierte una extraña paradoja: condiciones intelectuales superlativas para la conducción militar, acompañadas por un físico delicado, recurrentemente enfermo. Advierte el Dr. Oriol I Anguera una contradicción entre la estructura somática del General y su reacción funcional, lo que conduce a un “conflicto entre sus querencias y sus dolencias.” [2]; las querencias corresponden a un hombre de acción, y las dolencias lo obligaban a veces a la inacción.

Me ha parecido conveniente, entonces, analizar el tema de esta exposición, con vistas a desentrañar una leyenda negra sobre la terapéutica que adoptó nuestro héroe. Mitre comenta que abusaba del opio; Vicuña Mackenna afirma que el Dr. Zapata lo envenenaba casi cotidianamente con opio, en lo que coincide con Guido, que manifiesta que dicho médico lo inducía a un uso desmedido del opio. Últimamente se ha difundido esta cuestión, de un modo que hace sospechar la mala fe; baste citar dos ejemplos:

a) En un sitio peruano en Internet, dedicado a la educación, en un trabajo sobre la Independencia del Perú, se afirma: “...los errores tácticos de San Martín y su adicción al opio producto de enfermedades, quebraron las posibilidades de consolidar la independencia en el Perú” [3].

b) En un reportaje al Dr. Ignacio García Hamilton, publicado por Página12, la periodista pregunta: “¿San Martín consumía opio por prescripción médica o era adicto?”. El escritor responde: “Las dos cosas. A él se lo recomendó un médico por sus dolores de estómago, causados probablemente por una úlcera. Pero después padeció una adicción. (...) Creo que las enfermedades que padeció son pruebas de que no estamos hablando de un hombre que estuviera satisfecho con su vida” [4].

Fundamentado en la bibliografía consultada, procuraré pasar revista, en forma sucesiva a: las afecciones del General, la repercusión de las mismas sobre su comportamiento, las características del dolor físico, la utilización del opio, y una hipótesis sobre la manera en que pudo sobrellevar sus padecimientos.

II. Las dolencias físicas

1. Explica el Dr. Guerrino que San Martín, en el plano orgánico, “era proclive a la reactividad del tejido mesenquimático y pronto acusó una acentuada diátesis neuro-artrítica, típica de los abiotróficos de Gowers, es decir, de individuos que se desgastan precozmente” [5]. De manera semejante a su padre, antes de los cincuenta años padecía los achaques propios de un hombre mayor, aunque en su aspecto exterior no lo aparentaba.

2. Los médicos tienen en cuenta, para diagnosticar a un paciente, los antecedentes familiares del mismo, así como el tipo de actividad que desarrolla y lugares en que ha vivido. San Martín, residió y participó en acciones militares en Europa, África y América, sufriendo climas y alimentos, que desgastaron su organismo, e influyeron en su salud futura. No hay registros, por el contrario, de enfermedades en su infancia. Sabemos que ingresó como cadete del Regimiento de Murcia, a los 11 años, siendo de suponer que la admisión implica que el aspirante goza de buena salud.

3. Podemos abrir su historia clínica en 1801, cuando tenía 23 años: en cumplimiento de una misión del ejército español, transportaba caudales entre Valladolid y Salamanca, siendo víctima de un asalto, y sufriendo heridas en el pecho y en la mano; desde entonces tuvo molestias en el tórax. A partir de Baylén y Tudela, tuvo regularmente vómitos de sangre y dificultades respiratorias.

4. Durante la batalla de Albuera, en 1811, fue herido en el brazo izquierdo de un sablazo. Y en el combate de San Lorenzo, recibió una herida en el rostro, quedándole una cicatriz; además sufrió el aplastamiento de una pierna y tuvo una luxación de hombro al caer del caballo. Se supone que fue el hombro izquierdo, pues pudo redactar el parte del combate.

5. Con referencia a la tuberculósis que algunos le adjudicaron, ese diagnóstico merece dudas, teniendo en cuenta la sintomatología de dicha enfermedad (tos, hipertemia, adelgazamiento), que no se dió en San Martín. El Dr. Galatoire afirma que el general fue afectado por el bacilo de Koch, y que fue esa, también, la causa de la muerte. El diagnóstico parece deducible de la lucidez mental que mantuvo hasta el final de su vida, así como de sus variantes anímicas y un perfil psíquico sui generis. Sin embargo, se ha cuestionado esa conclusión, pues en una época en la que se carecía de antibióticos y de quimioterápicos efectivos, un hombre con esa afección no hubiera podido cruzar los Andes y luego, además, llegar a una edad avanzada para el siglo XIX. Para una mayor precisión, habría que conocer de qué tipo fueron los vómitos sanguíneos de San Martín: hemoptisis o hematemesis. Las hemoptisis proceden del pulmón, las hematemesis del tracto disgestivo; además, las hemoptisis también pueden ser provocadas por bronquiectasias y hematomas, que no tienen relación con la tisis. Recordemos que San Martín, al ser atacado en 1801, sufrió heridas y contusiones en el tórax, que le podrían haber generado un hematoma o lesiones cicatriciales del parénquima pulmonar (Guerrino: 55-57).

 

6. De manera que puede sostenerse que las crisis disneicas que afectaban a San Martín eran de origen asmático. El general aludió a menudo a su tremenda enfermedad del pecho, sin otra aclaración. El Dr. Sacón, descarta la tuberculósis considerando que la estructura física de San Martín no era la más compatible con dicha enfermedad; por su parte, el Dr. Aníbal Ruiz Moreno agrega que no existen constancias de que haya tenido fiebre, tos o expectoración. Profesionales del Instituto de Historia de la Medicina, de la Facultad de Buenos Aires, investigaron esta cuestión, llegando a la conclusión de que San Martín “sufría de un asma aguda, mal del que ya había sentido síntomas en España” [6]. El tipo de asma sería la exoalergénica, pues comenzó a los 30 años, y es sabido que el asma intrínseca -al igual que la tuberculósis- se agrava con la proximidad del mar, cosa que no le ocurrió al general.

7. Las hematemesis, en cambio, se producen habitualmente por úlceras gastroduodenales, citándose como causas de éstas: la ansiedad, fatigas prolongadas, actividad intelectual intensa y estímulos psíquicos frecuentes. Las situaciones de stress pueden generar reacciones fisiológicas, afectando la mucosa del tracto digestivo, originando dispepsias, álgias y hemorragias. No caben dudas de que San Martín padecía de úlceras; queda esto en evidencia por sus gastralgias y vómitos, con lapsos de calma. Asimismo, comía mucha carne, fumaba cigarros negros y tomaba café; esa bebida la ingería a menudo, en forma de mate, y es la más perjudicial para los ulcerosos, pues provoca irritación de la mucosa gástrica.

8. Desde los treinta y nueve años, San Martín sufrió dolores ósteo-musculares, que lo mortificaban, pero sin dejar huellas. Se ha creído que se trataba de reumatismo, pero el Dr. Ruiz Moreno afirma que San Martín fue afectado crónicamente por la gota. Llega a esa conclusión considerando la edad en que comenzó ese problema, que los ataques tenían una duración variable, y que nunca tuvo trastornos cardiovasculares, secuela habitual del reuma. Recordemos que Guido dejó escrito que su amigo padecía a veces ataques agudos de gota, que le entorpecían la articulación de la muñeca derecha, impidiéndole escribir. Por otra parte, esta enfermedad puede originarse en preocupaciones y tensiones nerviosas, por lo que no resulta extraño que afectara a nuestro héroe. Por la descripción de Mitre podemos deducir que tuvo un ataque gotoso el día de la batalla de Chacabuco, en que apenas pudo montar su caballo; el dolor que provoca la gota es muy intenso, y en esas condiciones libró la batalla.

9. Estando en Lima el Ejército Libertador, se desató la fiebre amarilla, en marzo de 1821, diezmando la tropa. San Martín estuvo muy grave durante siete días, pero se supone que no lo afectó dicha peste, sino una violenta hematemesis.

 

10. Al dejar el Perú, y volver a Chile, en 1822, contrajo el chavalongo, nombre con el que se designaba a los trastornos tifoídicos. Aparentemente, San Martín fue afectado por el tifus exantemático, transmitido por la rata a través de pulgas. Al año siguiente, ya en Mendoza, sufrió una recidiva del asma bronquial, que le provocaba fatiga y lo debilitaba, a lo que se agregó la infausta noticia del fallecimiento de su esposa.

11. Los padecimientos articulares de San Martín aumentaron en Europa; el clima de Bélgica, frío y lluvioso lo perjudicó. Pero también se accidentó estando de viaje, en 1826, dislocándose el brazo derecho, y produciéndole una erisipela molesta.Tres años después, sufrió otro accidente, en viaje a Londres, cuando un vidrio lo hirió en la zona axilar izquierda. A esto se sumó el sarampión que contrajo Merceditas, y que, como le cuenta el general a Miller la puso al borde del sepulcro.

12. En 1832, tanto San Martín como su hija contrajeron cólera, cuando se encontraban en Montmorency, cerca de París; el general se contagió mientras se reponía de una recidiva de su malestar gástrico. Tengamos en cuenta que esa enfermedad, con ribetes de pandemia produjo en Europa un millón de muertos, entre 1831 y 1837; sólo en París, fallecieron cien mil personas.

13. Diez años más tarde, comienza a ser afectada la visión, sufriendo una iritis, que lo mantuvo un mes sin poder ver la luz; dicha afección fue el inicio de la ceguera provocada por cataratas, que lo privó de uno de sus mayores placeres que era la lectura. En carta a Rosas, a fines de 1848, le manifiesta que esa sería la última misiva escrita por su mano.

14. Otro problema que le provocaba crisis convulsivas, llevó a algunos que lo trataron en esa época, a sostener que el general sufría de ataques epilépticos, diagnóstico que no se puede confirmar ante la falta de datos verificables. En todo caso, habría sido una forma tardía, que aparece pasados los cuarenta años, y corresponde a varias causas, una de ellas la arterioesclerosis; tal vez a esta dolencia se refiriera San Martín cuando aludía a los cólicos nerviosos que padecía.

III. Médicos que lo atendieron

15. Entre los médicos que lo atendieron en América, puede citarse al norteamericano Guillermo Colisbery, a quien San Martín propuso para inspector del Hospital Militar de Mendoza, y al inglés Diego Paroissien, que dirigió la fábrica de pólvora de Córdoba, y luego designado Cirujano Mayor del Ejército de los Andes. Pero quien estuvo muy próximo al general, llegando a ganar su amistad, fue Juan Isidro Zapata, de quien se discute si era chileno o peruano; no era profesional sino médico empírico, con conocimientos logrados a través de la experiencia práctica. En Francia, San Martín fue atendido por Soligny, un médico militar, y en la última etapa de su vida, estuvo a su lado un doctor Jardon o Jordan, quien lo asistió en el momento de la muerte.

IV. Terapéutica

16. San Martín, recurrió a las sanguijuelas y a los baños termales; aparentemente, no utilizó purgantes ni sangrías. Se puede deducir de los registros de los médicos militares, que los medicamentos más usados en el ejército eran el tártaro emético, la raíz de escila y el opio. Colisberry y Zapata, para aliviar los dolores del general, le preparaban una poción, que el identificaba como su pomito, a base de láudano de Syndenham y yerbas medicinales.

V. La muerte

17. Sobre las causas de la muerte, se han sostenido varias hipótesis: ruptura de un aneurisma, infarto de miocardio, insuficiencia cardíaca derivada de una tuberculósis fibrosa y complicaciones de la úlcera.

-El aneurisma lo menciona Mitre, pero la rotura conforma un síndrome perforativo produciendo un dolor intenso, equivalente a una puñalada, que en este caso no existió.

-El Dr. Ramón Brandán considera que San Martín sufrió un infarto de miocardio, debido al episodio del 6 de agosto, frente al canal de la Mancha, cuando se llevó la mano al pecho. Lo que pudo haber sufrido es un angor o bien disnea, pero ese malestar fue transitorio, ya que no consta otro en los días siguientes.

-El Dr. Galatoire sostiene que tuvo una insuficiencia cardíaca, consecutiva a la tuberculósis, basándose en relatos de Gérard, vecino y amigo del general, pero San Martín no tuvo tuberculósis ni fibrosis.

-Verdú, por su parte, sostuvo que San Martín padeció la enfermedad de Ayersa, que produce el escleroenfisema pulmonar y escleroextasia bronquial, manifestándose en la coloración oscura del tegumento. Se descarta esta posibilidad, dado que la melanodermia de Ayerza es tardía en la edad adulta, siendo que el general siempre tuvo el mismo color de piel; en España se lo conocía, desde niño, como el indiano.

-El Dr. Dreyer concluye que la causa de la muerte fue una hemorragia cataclísmica, común en la patología ulcerosa. El frío glacial que experimentó, según los testigos, se debe a hipotensión por hipovolemia, manteniendo la plena conciencia de la situación, hasta que la pérdida de sangre fue muy crítica, produciéndole pérdida del conocimiento y convulsión, producidas por anemia y anoxia cerebral.

 

VI. Acerca del dolor

18. Las afecciones de San Martín le producían periódicos dolores, de los que se queja en muchas ocasiones, y por eso conviene detenerse y analizar este tema. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), define así este fenómeno: “El dolor es una experiencia sensorial y emocional no placentera relacionada con daño potencial o real del tejido, o descripta en términos de tal daño. El dolor siempre es subjetivo”  [7].

Que el dolor sea siempre subjetivo significa que es una experiencia somatopsíquica, concepto que ya destacaba Aristóteles al decir que es una pasión del alma. Existen una variedad de factores diversos que pueden causar o agravar el dolor, los que deben considerarse en la evaluación y tratamiento. Es conocido, por ejemplo, el caso del dolor del miembro fantasma -que ha sido amputado- que produce dolor muy intenso en el paciente.

19. El dolor es causado por la estimulación de las terminaciones nerviosas libres (nociceptores) y estos estímulos pasan a lo largo del nervio periférico hacia el asta dorsal de la médula espinal, desde donde llega al tálamo. Los impulsos del dolor transmitidos al tálamo son enviados a diferentes áreas de la corteza cerebral: a) en el lóbulo parietal, permiten la localización e interpretación del dolor; b) el sistema límbico está involucrado en las respuestas afectiva y autónoma al dolor; c) el lóbulo temporal en la memoria del dolor; y d) el lóbulo frontal evalúa la importancia del dolor y la respuesta emocional al mismo.

20. El dolor crónico es consecuencia de un proceso patológico crónico; los pacientes que sufren dolor crónico manifiestan cambios de personalidad, debido a las alteraciones progresivas en el estilo de vida y en su capacidad funcional. Sobre esto, sostiene Mitre que San Martín en Chacabuco ya no era el sableador de Arjonilla o Baylen y San Lorenzo; ganaba las batallas en su almohada, fijando el día y el sitio preciso. Por su parte, Ludwig, biógrafo de Bolivar considera que los padecimientos físicos de San Martín lo llevaron a preferir la táctica al combate, adaptando su carácter a los inconvenientes de una salud precaria.

VII. Influencia de las dolencias en su conducta

21. Es necesario detenerse en este punto dada la influencia que ejerce la salud de quienes conducen, en la sociedad de su época; se ha dicho, incluso, que “las enfermedades de los que están en el poder las padecemos todos”[8]. Los relatos de contemporáneos y la documentación histórica, demuestran que San Martín actuó siempre con mesura y que su conducta no fue afectada por impulsos de euforia o de depresión. Se mostró siempre parco, sereno y equilibrado, advirtiéndose las características del tipo atlético, que tienden a un raciocinio reflexivo. Destacó nuestro héroe como modelo de orden y disciplina, dando el ejemplo con un modo de trabajo perseverante.

22. No cabe duda, sin embargo, que su salud lo mortificaba, y en sus cartas manifiesta ese tema como una amarga letanía. Además, no se trataba de molestias leves o pasajeras, sino graves y recurrentes. El 7-7-1817, desde Chile, envió su renuncia, alegando que su estado de salud lo tenía expuesto a una próxima muerte, y en carta a Godoy Cruz, reflexiona de que no hay filosofía para verse caminar al sepulcro y con el desconsuelo de conocerlo y no poder remediarlo. Un año después, Zapata le advierte a Guido que corre peligro la vida de San Martín si no se le distrae de su trabajo. Explica que su cerebro, afectado por las constantes preocupaciones, irrita al pulmón, el estómago y la tecla vertebral, provocando los vómitos de sangre, derivados de su sistema nervioso. En 1819, marcado por los conflictos políticos, fue Colisberry quien estimó que su existencia no se prolongaría más de seis meses. Cualquier médico hubiera coincidido en el diagnóstico al evaluar la salud de San Martín, que, no obstante, superó el trance. Aunque, en 1822, el agente norteamericano, con sede en Santiago, informa al Secretario de Estado de su país, que en cuanto llegó de Perú sufrió una recaída y estuvo a las puertas de la muerte.

23. Ya en Europa, en 1836, cuenta en una carta que había mandado llamar a su hija, pues no creía sobrevivir, pero como sólo Dios es el que dispone de las cosas de la vida, él me ha permitido que lejos de sucumbir, la haya recuperado en términos que hace muchos años que no me encuentro tan completamente bueno. Actitud ante los contratiempos que se reitera en carta a Guido, a quien le dice que es preciso conformarse y hacerse cargo que casa vieja debe tener goteras.

24. Pese a la cronicidad de sus dolencias, las mismas no lo transformaron en un hombre amargado; cuando fallece, Gerard, su vecino de Boulogne, escribió para un diario sosteniendo que era un lindo anciano de elevada estatura, que ni la edad ni la fatiga, ni los dolores físicos había podido doblegar. También Balcarce relató que su padre político conservó hasta el final gran lucidez y energía, lo cual provocaba admiración entre quienes frecuentaban su trato. San Martín se adaptó a sus sufrimentos, superando sus achaques físicos con una voluntad excepcional, que le permitió el dominio de su persona, pese a todos los contratiempos, y aún alcanzar la longevidad, duplicando el promedio de vida de su época.

Mitre dejó escrito que: “Los héroes necesitan tener salud robusta, para sobrellevar las fatigas y dar a sus soldados el ejemplo de la fortaleza en medio del peligro; pero hay héroes que con cuatro miembros menos, sujetos a enfermedades contínuas, o con un físico endeble, se han sobrepuesto a sus miserias por la energía de su espíritu. A esa raza de los inválidos heróicos pertenecía San Martín” [9].

VIII. Opio

25. Para tratar de precisar lo referido al consumo de opio, por parte de San Martín, es necesario analizar los detalles sobre esta droga (Inaba-Cohen, 1992). De la diferenciación entre las drogas, que hacen los consumidores, surgió una clasificación práctica de las mismas, por los efectos que producen. El opio pertenece a la clase de los depresores, llamados así pues deprimen el sistema nervioso. Aún en pequeñas dosis, hacen más lento el ritmo cardíaco y la respiración, disminuyendo la coordinación muscular y la energía, y embotando los sentidos.

Con respecto a sus efectos en la mente, en un principio, las dosis pequeñas pueden actuar como estimulantes pues reducen las inhibiciones, pero en la medida en que aumente el consumo, se hacen sentir los efectos depresores, embotando la mente y entorpeciendo los movimientos corporales.

26. Ya hace 5.000 años, los sumerios describieron los efectos del opio, al llamarla la planta de la alegría. A su vez, los egipcios fueron los primeros en comprobar la naturaleza dual del opio; sus textos médicos la consideraban como remedio para toda enfermedad, y como veneno. La amapola de opio (papaver somniferum), tomó ese nombre por el dios romano del sueño -Somnis. Los griegos y romanos la llamaban destructor de la aflicción.

27. Para comprender su uso vinculado al dolor, es preciso saber que el dolor es una señal de alarma del organismo humano. El mensaje del dolor es transmitido por un neurotransmisor, llamado sustancia P. Si el dolor es demasiado intenso, el cuerpo busca protegerse atenuando las señales dolorosas; lo consigue inundando el cerebro y la médula espinal con neurotransmisores especiales, llamados endorfinas. Las endorfinas se unen a la membrana de la célula nerviosa emisora, ordenándole que no envíe sustancia P, pero algunas señales logran, sin embargo, emitirse. Si el opio y sus derivados son eficaces, es porque actúan como endorfinas; no sólo impiden que se libere demasiada sustancia P, sino que también bloquean lo poco que se filtra hasta la neurona receptora. Los médicos pueden recetar opiáceos y opioides para anular el dolor, detener la tos y controlar la diarrea.

28. Algunas personas consumen estas drogas, sin intervención médica, para procurar euforia, anular su dolor emocional o intentar sentirse mejor. Pues otro efecto de los opiáceos y los opioides se relaciona con el placer. Así como el dolor es una señal de advertencia para alertar sobre un daño, el placer es una señal para alentarnos a hacer algo que es bueno para el cuerpo y la mente. Así como las endorfinas se liberan naturalmente, para bloquear el dolor en una zona del cerebro -corpus striatum-, también se liberan para activar el centro del placer/recompensa del sistema límbico: el centro emocional del cerebro. Cuando no es activado el centro de placer/recompensa, o si no hay suficientes endorfinas en el sistema, no nos sentimos bien y no experimentamos placer. Algunas personas, que buscan euforizarse o aliviarse, utiliza los opiáceos u opioides pues estas drogas, pueden activar artificialmente, de manera directa, el citado centro de recompensa, alojándose en los receptores de las neuronas adonde van las endorfinas, enviando falsas señales de placer.

29. De todos modos, estas drogas no bloquean el dolor ni inducen el placer, exactamente igual que las propias sustancias bioquímicas naturales del cuerpo humano. La diferencia con las endorfinas propias del organismo, consiste en que el opio afecta otros órganos y tejidos, además de los centros de placer y de dolor. Afectan el corazón, la respiración, el sistema reproductivo, la digestión, la excreción, los ojos, las cuerdas vocales, los músculos, los centros de la tos y la náusea, el sistema inmunológico, así como el pensamiento. La droga, hace que se relajen los músculos y que se caigan los párpados, la cabeza se incline, el habla se vuelva pastosa y lenta, y se haga más dificultosa la marcha.En cualquier forma en que ingrese al cuerpo, la droga siempre termina en el torrente sanguíneo, donde se traslada dentro de las células de la sangre o en el plasma exterior a ellas, o acoplándose a las moléculas proteínicas.

30. A los 10 o 15 segundos de ingresar al torrente sanguíneo, la droga llega a las inmediaciones del sistema nervioso central, la barrera hemato-encefálica. La sangre que contiene la droga, fluye a través de las arterias carótidas internas hacia el sistema nervioso central (SNC) -cerebro y médula espinal. La estructura de los vasos sanguíneos que rodean a las células nerviosas que constituyen el SNC, es de tal tipo que sólo ciertas sustancias pueden penetrar y afectar el funcionamiento del sistema nervioso. Las drogas psicoactivas -entre ellas el opio- pueden atravesar esta barrera hemato-encefálica. Como el cerebro es el órgano más protegido del cuerpo, las drogas que pueden atravesar su barrera protectora, de hecho pueden penetrar y afectar todos los demás órganos del cuerpo. El sistema nervioso central actúa como una computadora y un tablero de comando, recibiendo mensajes del sistema nervioso periférico y el autónomo; también nos permite razonar y formular juicios. Una droga psicoactiva, siendo una sustancia extraña, altera la información enviada a nuestro cerebro, y perturba los mensajes que se envían a las diversas partes del cuerpo; afectando nuestra capacidad de pensar y razonar. No sólo afecta el sitema nervioso, sino que la droga psicoactiva afecta a los otros ocho sistemas del cuerpo igualmente; en forma directa, al pasar a través del tejido, o indirectamente al manipular los nervios del sistema nervioso central.

31. El opio proviene de la disecación del látex de la cápsula de la amapola; la planta tiene una cápsula o fruto que al hacerle una incisión segrega un líquido lechoso, que en contacto con el aire se oscurece y diseca, y al que luego se lo pulveriza para elaborar el opio. La palabra deriva del griego opion que significa jugo, en referencia al látex que exuda la amapola al cortarla; contiene el opio varios alcaloides, siendo los más importantes la papaverina, la morfina y la codeína. Esta droga es una de las más adictivas; recordemos que los ingleses la introdujeron en China desde la India, provocando que en 1839 ya existiera una epidemia de adictos. El emperador le encargó a un mandarín, Lin Tse- hsu, comisionado de Cantón, que frenara el tráfico del opio. Éste apresó un navío que transportaba 20.000 cajas de opio, lo que condujo a las llamadas guerras del opio, que perdió China. El Tratado de Nanquín, de 1842, le dió a la Corona inglesa el gobierno del puerto de Hong Kong, y el emperador se vió forzado a aceptar la libre disponibilidad de la droga, la que llegó a afectar a 28 millones de personas. Por eso, cuando China comunista recuperó Hong Kong se erigió una estatua de Lin, considerado héroe nacional. 32. Thomas Syndenham, uno de los padres de la medicina inglesa, recomendaba el opio para el tratamiento del dolor y para ayudar a los pacientes a descansar y a dormir. Esta droga fue para la inglaterra del siglo dieciocho la que al Valium para el siglo veinte, a tal punto que Syndenham llegó a decir que si el opio no existiera él no sería médico. Es claro que no se conocían entonces sus efectos negativos.

En realidad, el opio no cura de por sí ninguna enfermedad, pero alivia el dolor y hace desaparecer los síntomas molestos o peligrosos (tos, disnea, diarrea). En el aparato disgestivo, la anulación de los espasmos de la musculatura lisa aporta beneficios, pues el dolor intenso que los acompaña (cólicos), se alivia rápidamente al relajarse la musculatura y ceder el espasmo. Ahora bien, los especialistas en toxicomanía sostienen que el empleo contínuo de narcóticos lleva a la intoxicación, y ésta conduce a un deterioro generalizado del organismo [10]. La causa de la adicción al opio se explica por los fenómenos de la tolerancia, dependencia y síndrome de abstinencia.

33. La tolerancia metabólica consiste en una transformación en el hígado, lugar donde se metabolizan las drogas. Si la ingesta del tóxico es contínua, los efectos del mismo son menos duraderos al haberse acelerado su eliminación. El tipo de tolerancia más destacado es la celular, de forma tal que quienes la poseen apenas sienten el efecto de la sustancia, a pesar de tenerla en cantidad en el organismo. Esas mismas concentraciones en la sangre de un sujeto no adicto, resultaría fatal. Tras el efecto de la tolerancia, sucede la dependencia física cuyos efectos son: epidermis enrojecida, pupilas contraídas, decaimiento de la función respiratoria, pérdida de reflejos, hipotensión, desacerelación cardíaca, convulsiones, y riesgo de muerte por colapso cardiorespiratorio, complicaciones pulmonares o muerte cerebral. La dependencia psíquica se manifiesta en que, en cuanto decae la acción de la droga, aparece la angustia, la depresión y la desazón. Finalmente, deviene el síndrome de abstinencia o búsqueda compulsiva de la droga; en el adicto sobrevienen cambios fisiológicos que ponen en perpetua dependencia al consumidor de opio, en forma similar al diabético que precisa insulina para sobrevivir. El plazo en que se adquiere la dependencia es breve, y la adicción puede contraerse aunque su uso haya sido prescripto por razones terapéuticas.

34. Entonces, si como afirman sus biógrafos, San Martín consumió opio desde los 34 años hasta su muerte, es necesario indagar por qué no se convirtió en adicto y pudo conservar la vida hasta los 72 años. No podemos compartir la convicción del Dr. Galatoire de que: “una vez más la férrea voluntad del General se sobrepuso y cumplió la promesa hecha a Pueyrredón...de que sólo tomaría el opio durante los accesos de fatiga” [11]. Tengamos en cuenta que la palabra adicto, proviene de esclavo; toda persona dominada por la droga está enajenada y no es capaz de actuar libremente [12].

IX. Homeopatía

35. Si bien es posible, con un tratamiento adecuado, y mucho esfuerzo del propio paciente, que un adicto se libre de la drogadependencia, es imposible evitar las consecuencias ya detalladas del consumo de la droga, y no llegar nunca a la etapa de dependencia, sin dejar de consumirla. Si, como vimos, el opio no cura ninguna enfermedad, y sólo evita el dolor, es necesario preguntarse: ¿cómo pudo un hombre con salud tan precaria, con tantos vómitos de sangre y con dificultad respiratoria, ser capaz de hazañas semejantes, sin eludir nunca una obligación del servicio, ni postergar una acción bélica?

36. Participar en las batallas, obnubilado por el opio, hubiera incidido inevitablemente en el resultado, dándole gran ventaja al jefe enemigo. Y, si en esas ocasiones, prescindía de tomar calmantes, no puede creerse que en Maipú y en Chacabuco, por ejemplo, haya dirigido a sus soldados en medio de un ataque de asma, o que su proctopatía no le afectaba cuando montaba a caballo. Tampoco es admisible que nunca le molestaran en medio de la batalla, los efectos de la úlcera o de la gota.

37. El Dr. Mario Dreyer afirma que el prócer era escéptico con la medicina de su época, la cual sólo le ofrecía opio para el asma, opio para la gota, opio para la úlcera. Y ocurre que en los tres casos, el opio está contraindicado. El mismo autor destaca que, en una época, la mayoría de los fallecimientos derivados del asma, fueron provocados por el opio. A su vez, el opio es el peor remedio para la úlcera, porque aunque calme el dolor, provoca un espasmo a nivel del píloro que agrava la enfermedad (Bonomi, 1984).

38. San Martín no era una especie única de ser humano, a la que el opio le resultara un bálsamo suavizante de sus mucosas y sus bronquios. La lógica nos lleva a pensar que, si bien usó el opio, no era el único ni principal remedio que utilizaba, sino que empleaba otra terapéutica que le permitía resistir sus dolencias, y evitar la dependencia de esa droga. Pues, en realidad, el panorama queda despejado teniendo en cuenta una evidencia tangible: en el Museo Gral. San Martín, de Mendoza, se conserva un botiquín homeopático que perteneció al Libertador, y que había recibido de su amigo Ángel Correa, quien lo había traído al país desde Europa, poco antes [13]. El donante le enseñó cómo utilizar los remedios de esta nueva especialidad médica.

Debe señalarse que dicha terapéutica fue practicada por Mitre, quien tuvo un botiquín homeopático durante la guerra del Paraguay, que se conserva en el Museo Mitre de ésta ciudad de Buenos Aires; Sarmiento y Alsina, también usaron la homeopatía [14]. Se puede deducir, entonces, que fue con la ayuda de esta terapéutica que San Martín pudo cruzar siete veces los Andes, vencer a los realistas en Chacabuco y Maipú, recuperarse de la derrota de Cancha Rayada, consolidar la independencia de Chile y el Perú, y continuar sirviendo a la causa de la independencia argentina hasta el fin de sus días.

39. Puede explicarse, asimismo, que mantuviera plenamente la lucidez, y su energía vital se mantuviera equilibrada, cosa imposible de lograr con el opio que embota. No podemos negar que haya empleado dicho narcótico, pero, si no cayó en la dependencia, es lícito deducir que habitualmente utilizaba el opio, sí, pero preparado homeopáticamente, lo que lo transforma en opium, un remedio que se puede usar permanentemente sin peligro de adicción, ni efectos secundarios, al punto de que puede ser usado incluso en niños.

Este medicamento homeopático se prepara utilizando la especie más fuerte: el opio negro o de Esmirna [15]. “La tintura madre se prepara a partir de la exudación de la cápsula o pericarpo del fruto maduro de la papaver somniferum... es un jugo lechoso que se deja secar al aire, dándole formas de panes o píldoras, y desde ese estado se hacen las subsiguientes diluciones” (De Medio, 1997). La deducción que efectuamos tiene su fundamento, en que este remedio es útil para el asma -aún en las crisis de asma nocturnas, como las que sufrió San Martín-, en la artritis, en úlceras y sus consecuencias. También está indicado para las náuseas al levantarse de noche, que aquejaban al general (Bonomi).

X. Conclusión

40. Para concluir: casi toda la sintomatología clínica que presentaba San Martín, podía ser atendida por este medicamento, opium. Debe aclararse que la medicina homeopática es una terapéutica natural, pero con fundamentos científicos, no un sistema mágico de curación; fue creada por el Dr. Samuel Hahnemann y, al igual que la medicina llamada alopática, está basada en la experimentación. La curación homeopática aplica la ley de la semejanza: similia similibus curentur (el similar se cura por similar) preconizada por Hipócrates.

Opium fue uno de los primeros medicamentos citados en la Materia Médica Homeopática, integrando el grupo de los 103 medicamentos experimentados por Hahnemann, quien, utilizando el opium obtuvo 144 síntomas, siendo de destacar que muchos de ellos provienen de la toxicología. En la Enciclopedia de Allen figuran 350 citas de intoxicados con opio que fueron rescatados por la homeopatía (De Medio). Cabe agregar que los remedios homeopáticos se seleccionan no sólo por la enfermedad que afecta al paciente, sino por la personalidad del mismo, para la que existe un medicamento básico (su simillimun). Precisamente, la personalidad del general hace que el opium sea aconsejable como simillimun.

En síntesis: la prueba física del botiquín sanmartiniano, y todos los datos consignados, nos animan a sostener la hipótesis de que el opio que consumía el General San Martín no era la droga depresora -papaver somniferum-, sino el opium que carece completamente de cualquier tipo de droga. Esta interpretación permite explicar el misterio de su resistencia a las dolencias físicas, y que no haya caído en el vicio de la drogadicción como sostienen sus detractores.

 

Mario Meneghini [1]

 

 [1] Conferencia pronunciada en la Academia Sanmartiniana, al incorporarse el autor como Miembro Correspondiente.

[2] Oriol I Anguera: págs. 73 y 76.

[3] www.educared.edu.pe/estudiantes/historia5/independencia.htm-11k

[4] www.pagina12.com.ar/2000-08-02/pag03.htm-25k

[5] Guerrino: 29.

[6] Bischoff: 31.

[7] www.bioetica.org/bioetica/curso5.htm-100k

[8] Castro: 17.

[9] Cit. por Guerrino: 184.

[10] “El hábito determina una tolerancia cada vez mayor hacia el tóxico y conduce a la exageración de ciertos fenómenos que apenas se esbozan en el sujeto normal, (estado de euforia inicial) y luego estado de necesidad”; Rosello, Héctor. “Terapéutica Experimental”; cit. p.: Galatoire: 139.

[11] Galatoire: pág. 140.

[12] Kalina: págs. 100-101.

[13] Al pie de dicho botiquín figura esta leyenda: “BOTIQUÍN DE HOMEOPATÍA. -de bolsillo- que perteneció al Prócer de la Independencia Dn. Ángel Correas, y que él cediera al Gral. San Martín, para llevarlo durante el cruce de la Cordillera, cuyos medicamentos usó el Gran Capitán, y el Ejército de los Andes.

Esta reliquia fue heredada por Doña Eustaquia Correas, hija del gran amigo de nuestro Libertador, quien se lo obsequió más tarde a su sobrino Dn. Juan Burgos Correas, siendo sus últimas poseedoras las señoritas Elina y Delfina Burgos Videla, bisñetas (sic) del Sr. Correas, quienes lo donan para ser conservado en este Museo”; cit. p.: Oromí: pgs. 69/70.

[14] www.elhomeopatico.com.ar, www.amha.org.ar/historia/histenarg.htm-21k

[15] Lathoud: pág. 637.

 

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