ETERNA CON LOS MILITARES
Pablo Sirvén
La Nación, 29 de julio de 2018
Alemania, Italia y España pudieron exorcizar sus
horripilantes fantasmas militares del pasado, inigualablemente mortíferos, sin
que sus actuales Fuerzas Armadas tengan que cargar esos pavorosos crímenes en
sus espaldas para siempre.
Pero en la Argentina eso es del todo imposible: los
fantasmas que derivan de la última dictadura militar tienen mayor entidad que
los del nazismo, el fascismo y el franquismo. Los crímenes cometidos, para
colmo, en nombre del Estado, entre 1976 y 1983, no llegaron, ni de lejos, a las
dimensiones colosales de aquellos, pero es aquí, y no en Europa, donde nos
quedamos empantanados con ese trauma. Es obvio que víctimas y deudos de ellas
lo sufrirán de por vida. En esos casos, solo cabe la solidaridad, la
comprensión y el reclamo legítimo de que la Justicia actúe hasta las últimas
consecuencias.
Pero el resto de la sociedad debe hacerse cargo de resolver
el tema y dar vuelta la página, lo que no quiere decir olvidar ni justificar
ese capítulo negro de nuestra historia contemporánea. Por las declaraciones
impetuosas y el acto de los últimos días frente al Ministerio de Defensa, eso
parece estar muy lejos de suceder porque persiste una perversa "zona de
confort" política que consiste en revolver continuamente esa herida
antigua para impedir su cierre definitivo.
No bastó con que los máximos responsables de la
represión estén presos o hayan muerto en cautiverio; no bastó con que se
mantenga en un inaudito limbo eterno de prisiones preventivas que duran décadas
a muchos otros militares "por si acaso"; no bastó con que se haya
reducido a las Fuerzas Armadas a una mínima y casi humillante expresión y se
las tenga arrumbadas en un rincón para nada. Y no son pocos 70.000 efectivos,
que el actual gobierno pretende reducir a 50.000, al tiempo de llevar adelante
un cambio profundo de paradigma, en una tarea que por lo menos demandará tres
años, para volverlos eficaces frente a los nuevos peligros foráneos
(ciberterrorismo, narcotráfico, terrorismo islámico, pesca pirata, etc.), que
ya no pasan por guerras convencionales con países vecinos, al menos en nuestra
región.
Mauricio Macri apeló a un decreto para reponer el
espíritu de la ley original de Defensa, de 1988. Es que en 2006 el que se
atrevió con un decreto a toquetear y empeorar a ese verdadero monumento al
consenso democrático votado por todas las fuerzas políticas fue Néstor
Kirchner, con el auxilio de Nilda Garré. Eliminarlo con el mismo procedimiento
puede que no sea lo ideal y hasta se entrevé cierta cuota de malicia
(¿involuntaria?) por parte del Presidente.
Cristina Kirchner directamente le pasó por encima a
ese texto alumbrado en la primavera alfonsinista cuando nombró a César Milani
al frente del Ejército, hoy preso por violación de los derechos humanos, y al
que intentó encaramar al frente del espionaje interno.
Fue más que interesante la visita del exministro de
Defensa de Alfonsín, Horacio Jaunarena, el jueves último al programa Terapia de
noticias, que emite LN+. Allí explicó muy bien la diferencia sustancial de
labores entre cuerpos de seguridad (policías, Gendarmería, Prefectura) y
Fuerzas Armadas. El objetivo de las primeras, recordó, es disuadir; la meta de
los militares, en cambio, es destruir al agresor externo. De allí, la tragedia
desatada cuando apuntaron sus armas hacia adentro y es lo que se debe evitar a
toda costa que vuelva a suceder. Pero eso no ocurre, por lo menos, desde hace 35
años. La última asonada carapintada, en diciembre de 1990, cuando ya gobernaba
Carlos Menem, fue aplastada por los militares leales que defendieron la
democracia.
También debe evitarse que se vuelva a constituir el
"partido militar", que allanó el camino al poder de fuerzas
conservadoras en distintas etapas y que en 1945, en un giro copernicano, parió
al peronismo.
Pero, asimismo, es menester dar vuelta la página -que
tampoco significa liberar a nadie que deba purgar su pena- para que la causa de
los derechos humanos no sea objeto de constante manipulación política y pueda
ampliar su campo de acción hacia otros aspectos sobre los que no presta
atención.
El periodista Martín Granovsky, que en Página 12 apeló
a un título desafortunado por lo tremendista -"Macri nos lleva a la
muerte, 30 años después"-, pareció recuperar cierta cordura en una parte
de su artículo, lo que debe haber fastidiado a buena parte de su feligresía, al
apuntar que "un general de 55 años tenía 13 años, en 1976".
Aquí también la grieta se expresa en toda su
dimensión: según una encuesta reciente de D'Alessio IROL/Berensztein, ocho de
cada diez votantes de Cambiemos creen que la reconversión de las FF.AA. será
útil, pero solo dos de cada diez seguidores de Cristina Kirchner piensan lo
mismo.
Hoy, los kirchneristas, que callaron ante Milani y el
Escudo Norte (certezas), son los que se rasgan las vestiduras por lo que Macri
pudiera llegar a hacer con los militares (suposiciones). Necesitan soñar
despiertos pesadillas a medida (los militares reprimiendo conflictos sociales)
para confirmar así sus peores presunciones sobre el Gobierno. Es un deseo
paradójico y vehemente en el que se potencian con la izquierda, siempre
dispuesta a ser funcional para contribuir a los malestares reales o imaginarios.
Resulta absurdo que fuerzas políticas más serias se
pongan de acuerdo para derogar en el Congreso un decreto que pretende anular
otro para volver al texto original firmado por el padre de la democracia.