Cristian Mira
La Nación, 21 de julio de 2018
Diez años después del fin del conflicto por la
resolución 125, la discusión pública vuelve a centrarse sobre las retenciones
al campo. Es como si no se hubiera aprendido nada de aquellas extenuantes
jornadas.
La pelea contra la 125 fue la cara más visible de las
oportunidades que perdió la Argentina durante el kirchnerismo. El intento por
imponer retenciones móviles, que incluían una fórmula de cálculo por la cual el
Estado capturaba la mayor parte de los ingresos de la producción, estuvo
precedido por restricciones y prohibiciones a las exportaciones de carne,
lácteos, granos y productos de las economías regionales.
Cuando los precios
internacionales de las commodities y los alimentos estaban en niveles récord el
gobierno anterior impuso restricciones en forma de cupos, precios máximos y
derechos de exportación. Tres años antes de la 125, en 2005, las exportaciones
de carne habían llegado al 25% de la producción y el país ocupó el tercer lugar
entre los principales jugadores del comercio internacional de la carne vacuna.
La respuesta del entonces gobierno de Néstor Kirchner fue aumentar las
retenciones y prohibir que se exportaran ciertos cortes.
En aquella época, el precio internacional de la leche
en polvo había superado los 5000 dólares la tonelada. ¿Respuesta argentina?
Poner un precio tope para las exportaciones. También antes de la 125, se
intervino extraoficialmente el mercado de trigo con un precio máximo que los
exportadores y molineros no podían superar por orden del entonces secretario de
Comercio, Guillermo Moreno. Todas esas medidas provocaron un desincentivo a la
inversión y, en consecuencia, a la producción. Sin restricciones se pudieron
haber creado empresas agroindustriales con trabajo local y marca argentina. Con
todas las críticas que pudieran hacerse al gobierno de Lula, en aquellos años
Brasil no le puso un freno a su producción y las empresas brasileñas se
lanzaron a conquistar al mundo. Y con una escala menor, Uruguay y Paraguay
conquistaron los mercados de la carne que tradicionalmente eran de la
Argentina.
Aun después de la 125 se mantuvieron las restricciones
y se detuvo el crecimiento natural que hubieran tenido, por ejemplo, los
grandes grupos de siembra argentinos. El paso siguiente al de alquilar tierras
debía ser el de proveedores de servicios, originadores de mercadería o
elaboradores de alimentos. Se pudieron haber creado traders argentinas. Sin
embargo, debieron retroceder y achicarse. También se pudieron haber florecido
cooperativas de pequeños productores. Nada de eso ocurrió.
El aspecto de las oportunidades perdidas es uno de los
tantos que no tienen en cuenta quienes promueven el freno al campo. Tomó forma
en estas semanas con la propuesta de suspender el cronograma de baja de
derechos de exportación a la soja. Esta historia se sabe cómo termina. Se
empieza por la soja y se sigue por el maíz, el trigo y el girasol.
En momentos en que Estados Unidos empezó una guerra
comercial con China y otros países, que puede modificar sustancialmente la
configuración del mapa mundial de la producción de alimentos, el debate
argentino debería centrarse en cómo prepararse para ese escenario. Cómo
venderle más soja, carne vacuna, porcina o lácteos a China. Qué productos
podrían colocarse en México o Canadá, con los que EE.UU. está rediscutiendo el
Nafta, qué puede pasar en Europa con el Brexit o qué visión tienen los países
del mundo árabe como importadores netos de alimentos. Ninguno de esos temas que
podrían ser cruciales para que la Argentina se convierta en "supermercado
del mundo" -o al menos que aparezca en las góndolas de adelante- son los
que dominan la discusión de la dirigencia política y económica argentina.
Aquí, ante el primer viento en contra, como la crisis
cambiaria que pone en jaque la estabilidad macroeconómica, se vuelve a pensar
en el campo como la caja que siempre estará disponible para solucionar los
desajustes fiscales. En vez de que el lugar de donde se generan dólares
genuinos por exportación de bienes sea cada vez más grande, con más empresas y
más gente, se proyecta achicarlo. Hay quienes tienen pasión por inventar
oportunidades perdidas.