entre fascismo y nacionalismo
Por Carlos Daniel
Lasa *
La Prensa,
22.10.2024
El destacado
filósofo italiano Giovanni Gentile fue asesinado por partisanos, manteniendo
hasta su último aliento su inquebrantable condición de fascista.
Al respecto,
numerosos autores han relacionado al fascismo con el nacionalismo. Sin ir más
lejos, entre nosotros, Carlos S. Fayt, en su obra ‘La naturaleza del
peronismo’, vincula al movimiento argentino con el fascismo, y al propio
fascismo con diversas formas de nacionalismo. Pero, ¿cuál era la perspectiva de
Gentile sobre la relación entre fascismo y nacionalismo?
NACIONALISMO Y
FASCISMO
Para responder a
esta cuestión nada mejor que recurrir a su escrito Origini e dottrina del
fascismo. En este trabajo, Gentile menciona que el nacionalismo tiene su origen
en la cultura francesa. Concretamente, se está refiriendo al nacionalismo de
Charles Maurras. Asimismo, les otorga un especial reconocimiento a los
nacionalistas italianos en estos términos: “las batallas antimasónicas se
cuentan entre los mayores títulos de honor de los nacionalistas italianos”.
Pero,
concretamente, para Benito Mussolini, político y líder del Partido Nacional
Fascista en Italia, reconocido por ser el fundador del fascismo, Italia debía
vencer, de modo definitivo, a aquella “otra Italia” representada por Giovanni
Giolitti, el controvertido político italiano liberal.
¿Cómo veía
Mussolini a esa “otra Italia”? En la figura de Giolitti veía a esa Italia
“materialista” (sobre todo la que va desde 1861 a 1876) que solo es capaz de
exaltar al individuo al margen de la vida del Estado. Por esta razón, la
cultura italiana de la época era patrimonio exclusivo del positivismo.
Al respecto, las
siguientes palabras de Gentile pueden ilustrar esta visión de Mussolini: “El
liberalismo al igual que el socialismo son igualmente individualistas al negar
una realidad superior a la de la vida material que tiene su medida en el mero
individuo. El materialista es siempre individualista”.
Gentile advierte
claramente que tanto el liberalismo como el socialismo optan, respecto de la
relación dialéctica individuo-Estado, por el primero. Por esta razón, aboga por
el nacionalismo que, a su juicio, privilegia al Estado. Sin embargo, ni el
liberalismo/socialismo ni el nacionalismo alcanzan aquello que el fascismo se
propone: la férrea unidad Estado-individuo.
Ciertamente el
nacionalismo acentúa la noción de Patria y Nación, al tiempo que la idea del
Estado como el fundamento de todo valor y derecho de los individuos que forman
parte del mismo. En este punto hay perfecta convergencia con la posición
fascista.
Sin embargo,
Gentile destaca dos diferencias que cree sustantivas. En el nacionalismo, a
diferencia del fascismo, el individuo llega a convertirse en un resultado del Estado.
El Estado precede al individuo, limitándolo y determinándolo, supliendo su
libertad y confinándolo a un ámbito en el que nace, vive y muere.
Sin embargo, hay
otra diferencia: el nacionalismo basa la creación del Estado en el concepto de
Nación. Esta última trasciende la voluntad y personalidad del individuo. Y esto
es así porque para el nacionalismo, la Nación es una realidad objetivamente
existente, configuradora, que se desenvuelve independientemente de la vida de
los individuos.
Para el nacionalismo,
la Nación (contrariamente al fascismo para el cual la nación existe merced al
espíritu) existe por naturaleza. Y esto atañe tanto a los elementos que la
hacen ser (territorio, estirpe) como a los objetos que son producidos por el
hombre (lengua, religión, historia).
Interpretar una
realidad, como lo hace el nacionalismo, en términos de “naturaleza” representa
un grave error según la filosofía del devenir de Gentile. Lo auténticamente
real, para el filósofo italiano, siempre se está haciendo. Este naturalismo
observado y objetado por Gentile, “… es un defecto de la concepción
tendencialmente espiritualista del nacionalismo…”, que lo convierte en un
enfoque conservador, no liberal y reaccionario.
¿Qué noción de
Estado defiende, precisamente, el nacionalismo? Para el nacionalismo, el Estado
ya existente debe ser conocido por una clase dirigente, de carácter
eminentemente intelectual, con el fin de exaltarlo, promoverlo y defenderlo de
aquellas posiciones que buscan corromperlo.
Es decir, el
Estado, en este contexto, es un presupuesto que no se fundamenta en el pueblo,
sino que se establece en función de él. Consecuentemente, es un Estado
aristocrático, contrariamente al Estado popular propio del fascismo.
ESTADO E INDIVIDUO
EN EL FASCISMO
Como se puede
observar, el fascismo no entiende la relación entre el Estado y el individuo
como una dicotomía aut-aut, sino más bien et-et.
El Estado, para el
fascismo, no está fuera del hombre sino “in interiore homine”. Y está en el
interior del hombre en tanto reside en su voluntad, en su pensamiento, en su
pasión.
Esto ocurre cuando
cada individuo renuncia a su propósito personal y adopta como propio el fin del
Estado, representado en el Duce. Para ello es menester formar a la masa para
que pase de una situación egoísta a una posición eminentemente ética.
Expresa Gentile:
“De allí la necesidad del Partido y de todas las instituciones de propaganda y
de educación según los ideales políticos y morales del Fascismo, que el
Fascismo pone en obra para obtener que el pensamiento y la voluntad de uno que
es Duce se conviertan en el pensamiento y en la voluntad de la masa”.
El Estado fascista
ha surgido como una antítesis del Estado liberal y socialista; de ahí la
necesidad de pensar al Estado como un Estado ético, con una personalidad
autónoma, que posee valor y fines propios.
En este sentido,
el Estado fascista “… subordina a sí mismo toda existencia e interés
individual, no suprimiéndolos, sino reconociéndolos como realización de la
misma personalidad del Estado, como conciencia y como voluntad”.
Consecuentemente,
el individuo realiza su libertad plena en el Estado. Intentar concebir una
libertad fuera del Estado equivale a reconocer la existencia de una libertad
abstracta, es decir, una no libertad. La libertad solo puede actuarse mediante
la existencia del Estado. Por esta razón, afirma Gentile, el Estado fascista es
más liberal que el Estado que se autoproclama liberal.
¿Qué significa
esto? Que la idea de que la libertad del individuo se realiza plenamente en el
marco de un Estado que lo regula y lo protege.
En efecto, Gentile
argumenta que el Estado fascista, al imponer un orden y una cohesión social,
permite una libertad más efectiva que la de un Estado que se dice liberal pero
que puede ser más permisivo y desestructurado. Esto sugiere una visión de la
libertad en la que la disciplina y la autoridad estatal son vistas como
condiciones necesarias para el desarrollo individual.
FASCISMO Y
NACIONALISMO CATÓLICO
Finalmente, me
permito agregar, a las diferencias señaladas por Gentile entre el nacionalismo
in genere y el fascismo, una más. Me refiero a la distinción entre un tipo de
nacionalismo (el denominado ʽcatólicoʼ) y el fascismo. A este punto me referí
en mi libro titulado ¿Qué es el peronismo? Una lectura transpolítica.
Allí señalé (y en
esto coincido con Gentile) que, para el nacionalismo católico, la Nación y los
derechos de la persona humana preceden a la formación del Estado.
En este sentido,
Emilio Juan Samyn Duco, en su escrito acerca del nacionalismo, afirma que, para
este, la “nación pertenece al orden natural. Es naturaleza. Su origen está en
la familia misma, que trasciende, inicialmente, al clan y a la tribu, por una acción
cuantitativa, hasta devenir completamente en ‘nación’”. Además, Samyn Duco
aclara que por natural debe entenderse aquello que ha sido dado al hombre y
que, en consecuencia, no es un producto de su decisión.
Uno de los
destacados exponentes del nacionalismo argentino, Julio Meinvielle, sostenía
que la fundamentación de la política no podía encontrarse ni en el fisicismo
maurrasiano, el cual es amoral, ni en la estatolatría del fascismo, el cual es
inmoral, ni en la voluntad general del liberalismo que disuelve el orden y
conduce a la anarquía o al despotismo, sino en la naturaleza social del
hombre. De allí que la realidad política pertenezca al orden moral por cuanto
se encuentra fundada en un “movimiento intrínsecamente moral y moralmente
obligatorio” ordenado al bien común.
La política,
afirma Meinvielle, es un capítulo de la moral y responde a los postulados de
la ley natural. La sociedad política, para él, reconoce en la familia y en
las asociaciones naturales su causa material, y en el bien común, su causa
final. De allí el rechazo tanto del liberalismo como de todo estatismo que
subsuman al hombre en el Todo.
Para Meinvielle,
el hombre es, en su esencia, un todo autónomo que, en razón de su destino, se
ordena a Dios. Y el Estado, por su parte, se deriva del hombre mismo y se
ordena a su perfección. En contraste, para el fascismo, no hay ninguna
realidad que anteceda a la voluntad única expresada en el Estado ético. Este
último, de hecho, es la causa eficiente que da forma a la Nación.
Por esta razón,
para Mussolini, el Estado precede a la Nación; de ahí su rechazo a la
existencia de derechos humanos previos al Estado, lo que también fundamenta su
vocación totalitaria. El nacionalismo, que sostiene derechos anteriores a la constitución
del Estado, era visto por Mussolini y Gentile como contrarrevolucionario y
conservador.
Mussolini, fiel a
la concepción actualista, daba prioridad absoluta a la acción, en contraste con
el pensamiento nacionalista que consideraba el aspecto teórico no solo
anterior, sino también como expresión de la dimensión ontológica de lo real.
A MODO DE
CONCLUSIÓN
En relación a esta
diferencia que estamos marcando entre el fascismo y el nacionalismo, Augusto
Del Noce observa que este último se presenta como un tradicionalismo que se
esfuerza por asegurar una herencia ligada a valores trascendentes. Por el
contrario, el fascismo concibe a la Nación como una herencia de valores, pero
aplicada a una voluntad de poder. En consecuencia, la historia no será entendida
en términos de fidelidad al pasado común, sino como una creación continua
que debe quitar del medio todo aquello que se le oponga.
Y Del Noce señala
(extrayendo todas las implicaciones) en otro texto: “Exclusión, ante todo, del
individualismo, fundado sobre el presupuesto de una realidad natural de los
individuos, a los cuales corresponderían derechos naturales que el Estado
debería tutelar y que podrían ser reivindicados frente al Estado; también de
la concepción para la cual el individuo es un prius respecto de la formación
secundaria del Estado. De esto se sigue, el rechazo del iusnaturalismo de
cualquier forma que el mismo se haga presente... del contractualismo en cuanto
concepción condicionada también ella por la afirmación de la precedencia de
los individuos respecto del Estado... rechazo también de la idea de una
eticidad del Estado concebida como respeto de un orden ético objetivo”.
Como podemos
observar, no todas las vacas son de color pardo como sucede en una noche
oscura. Las generalizaciones (como la de Fayt que mencioné al comienzo) pueden
ser engañosas. Es necesario distinguir el nacionalismo del fascismo y del
peronismo. Así, evitaremos la simplificación de sus concepciones
filosófico-políticas y podremos comprender acabadamente sus distintas
implicaciones en la historia.
La luz,
afortunadamente, permite ver las diferencias. Porque en la realidad, no todo es
igual… Por ejemplo, “golpeá que te van a abrir” no es lo mismo que “abrí que te
van a golpear”.
* Doctor en Filosofía
de la Universidad Católica de Córdoba.
.......
**Discrepamos con este párrafo.
Meinvielle, por
ejemplo aclara:
"el estatismo
o totalitarismo proviene de hacer del Estado el supremo Todo, del cual se
derivan los derechos de los individuos y de las familias como si el
hombre-individuo no tuviese otra ordenación y otro destino que ser una parte
más o menos conspicua de este Todo; en la sana doctrina, el hombre es un todo,
completo, autónomo, que en razón de su destino no se ordena sino a Dios, y de
Él deriva el Estado, como una sociedad que ha de perfeccionarle. De lo dicho se
desprende que la órbita de actividad de un hombre, por indefenso que se le
suponga, no puede ser comprendida totalmente por la sociedad política ni por
ninguna otra sociedad, inclusive la Iglesia".
(Concepción
católica de la política; p. 49.)