al borde del mismo ataque de nervios por el
homenaje a Isabel Perón
Claudia Peiró
Infobae, 27 Oct,
2024
La decisión de la
vicepresidente Victoria Villarruel de colocar un busto de Isabel Perón en el
Senado -donación póstuma de Ricardo Iorio- desató una avalancha de críticas y
reflotó acusaciones contra la mandataria depuesta por el golpe de Estado del 24
de marzo del 76.
Por mucho que se
hable de Memoria, con mayúscula, el paso del tiempo, ha traído, al amparo de la
conveniencia política, un olvido selectivo y una tremenda simplificación de los
hechos que rodearon el gobierno de Isabel Perón y su derrocamiento; una
simplificación que nubla la verdad.
Año a año, los
mismos sectores que contribuyeron a la caída del gobierno constitucional se
reúnen para condenar el golpe, sin mencionar a la presidente derrocada lo que
es signo de que, en 1976, todos ellos aprobaban su destitución. Hoy
republicanos, democráticos y derechohumanistas, en el pasado fueron tan
golpistas como los que derrocaron al gobierno constitucional. Mientras que para
éstos era la ocasión para imponer -a sangre y fuego- el orden en lo interno y
la entrega económica en lo externo, para la izquierda armada era algo funcional
a su estrategia de que “cuanto peor, mejor”. La presencia de un gobierno
constitucional “confundía” a las masas y frenaba su necesaria radicalización.
Finalmente, los políticos, de casi todo el arco, pensaban que los militares
tomarían el poder para entregárselos a ellos, y se des-solidarizaron de la
suerte de la gestión.
El abogado e
historiador Adolfo Saldías, autor de la “Historia de la Confederación
Argentina”, nació en el seno de una familia antirrosista y se crió en un
ambiente de odio y denostación constante hacia el Restaurador de las Leyes.
Pero cuando decidió emprender la tarea de historiar ese período, en la tarea
primó su honestidad intelectual.
En el comienzo del
primer tomo de su obra, escribió: “La generación argentina que pugna por
autorizar con el prestigio del tiempo sus viejos y estériles rencores, cede
naturalmente al sentimiento egoísta de toda sociedad que graves culpas tiene
ante el porvenir y ante la historia: se escuda tras el culpable que presenta a
la execración del presente”. Unas líneas más adelante, Saldías cita al filólogo
e historiador Gaston Boissier: “Una sociedad, dice un eminente escritor
francés, necesita arrojar siempre sobre alguno la responsabilidad de sus
faltas. Cuanto mayor es el remordimiento que experimente, mejor dispuesta se
encuentra a buscar el culpable que por ella haga penitencia; y cuando le ha
castigado bastante, se acuerda el perdón a sí misma y se congratula de su
inocencia”.
Ahora, cuando el
gesto de Victoria Vilarruel, que también visitó a Isabel Perón en su casa en
Madrid, pone en entredicho la posibilidad de la clase política de acordarse el
perdón a si misma y congratularse de su inocencia, salieron en tropel a
formular una larga lista de cargos contra la ex presidente. Porque,
parafraseando a Saldías, son graves las culpas que tienen “ante el porvenir y
ante la historia”.
Los argumentos
contra Isabel se repitieron en espejo de izquierda a derecha. Con la misma
desmesura.
“Plantó el
terrorismo de Estado en la Argentina”; “es responsable del baño de sangre que
vivió el país en los años 70″; “no estaba capacitada para gobernar”; “su
gobierno fue caótico”; “la economía se descontroló”; etcétera, etcétera.
Tampoco se le
reconoció ningún mérito. “Apenas estuvo presa cinco años”; llamar a eso
persecución, les pareció un exceso. Si se calla, debe ser para proteger a
alguien.
Hubo quien criticó
que el Congreso, en 1984, en tiempos de Alfonsín, haya sancionado una ley que
declaró inválidos los juicios que sufrió durante el Proceso. Es llamativo que,
para criticar a Isabel, le dan la derecha a la dictadura.
Para esta maniobra
colectiva de congratulación de inocencia es que se busca asimilar a Isabel
Perón con la represión ilegal y con un gobierno de facto que la mantuvo presa
durante cinco años. Secuestrada en la madrugada del golpe, la viuda de Perón
fue la primera víctima de la dictadura.
Y justamente los
seguidores de Raúl Alfonsín deberían recordar que “el padre de la democracia”,
como gustan llamarlo, así lo reconoció cuando promovió la Ley 23062 de
“reparación histórica” que quitó “validez jurídica” al “juzgamiento o la
imposición de sanciones a los integrantes de los poderes constitucionales” por
parte del gobierno de facto.
Los “demócratas”
de hoy, en cambio, avalan el juicio de la dictadura sobre Isabel y su gobierno.
De paso, vale
señalar que, con todo el poder de que disponían, y aunque la juzgaron dos veces
por la misma causa, los militares del Proceso no pudieron fundamentar las
acusaciones de corrupción que le formularon.
En 2007, llevando
al paroxismo esta maniobra de escudarse tras un culpable, el kirchnerismo
habilitó una nueva persecución contra la viuda de Perón, pidiendo a España su
extradición, por solicitud de dos jueces argentinos, uno de los cuales era
Norberto Oyarbide, ni más ni menos. “En aquel momento, el propio fiscal
Julio Strassera calificó de mamarracho jurídico a las causas contra Isabel
promovidas por los jueces Oyarbide y Raúl Acosta por su supuesta
responsabilidad en delitos de lesa humanidad”, decía Diego Mazzieri, biógrafo
de Isabel Perón, en una entrevista con Infobae.
En el pelotón de
críticos, no faltaron algunos supérstites montoneros que también culpan de todo
a la presidente bajo cuyo gobierno pasaron a la clandestinidad -en septiembre
de 1974- para declararle la guerra y contribuir así al golpe de Estado, lo que
no les impide hoy sentirse libres de tirar piedras.
Isabel es la
Triple A, dicen, olvidando al propio Rodolfo Walsh que tanto ensalzan: “Las 3 A
son las 3 armas”.
El argumento de
quienes en el pasado fueron voceros o justificadores de los golpistas fue que
el gobierno de Isabel trajo la violencia política y el caos social y económico,
e instauró como respuesta una represión ilegal que los militares no hicieron
sino continuar.
La pregunta que
cabría hacerles es: si Isabel fue la precuela de la represión ilegal, si ella
instauró el terrorismo de Estado, ¿para qué derrocarla? ¿Por qué mantenerla
presa luego durante cinco años, el mayor período de encarcelamiento de un
presidente en toda la historia. El gobierno de Isabel fue un desastre y no
tenía apoyo popular, afirman. Pero la realidad es que los militares dieron el
golpe porque sabían que el peronismo ganaría las elecciones cuya fecha había
sido adelantada por Isabel para septiembre de ese año.
En el libro
Disposición Final, Ceferino Reato transcribe la explicación que le dio Jorge
Rafael Videla sobre el motivo del calvario de Isabel: “La Señora llevaba el
apellido de Perón y estando libre podía movilizar voluntades políticas y
gremiales contra el gobierno militar. Por eso permaneció presa e incomunicada
durante seis años”.
Es francamente
desalentador ver que tantos testigos de aquellos tiempos se hagan los
distraídos respecto de la época en la que le tocó gobernar a Isabel Perón.
Cuando con soberbia injustificada afirman que ella no estaba capacitada para
gobernar, olvidan ese contexto y, sobre todo, olvidan la defección de muchos de
sus colaboradores y la traición de otros tantos. El golpe de Estado se empezó a
gestar prácticamente el mismo día que Isabel asumió. Las fuerzas armadas de entonces
eran un poder en sí mismas, además de actuar en un contexto geopolítico que
legitimaba el recurso al golpe y a los gobiernos de facto. Un poder reforzado
por el reconocimiento de tantos políticos que buscaban un palenque uniformado
en el cual rascarse.
Una señora que fue
ministra de Salud sin ser sanitarista criticó a Isabel por la jubilación que
cobra -una sola, la que le corresponde, no cobra doble-, olvidando que la viuda
de Perón debió desprenderse de casi todas sus propiedades para pagar el juicio
sucesorio que hizo sin ningún derecho la familia de Eva Duarte; sin derecho
alguno porque Evita había legado todo a Perón y a la Fundación, pero la
justicia argentina nunca cesó de fallar en contra de la ex presidente.
Hasta lo hizo con
las demandas de la falsa hija de Perón, habilitando una nueva profanación de
los restos del tres veces presidente de la Nación.
“La Triple A
funcionó desde los servicios de las Fuerzas Armadas y fue una cosa ajena a las
estructuras partidarias oficiales del gobierno”, afirmó en su momento Antonio
Cafiero.
Isabel Perón ha
optado por no defenderse. Muchos pretenden desconocer que callar suele exigir
más templanza que replicar. Más aun considerando que ni siquiera los dirigentes
de su mismo movimiento la defienden.
A lo largo de
estos años hubo una convergencia de los ataques contra Isabel Perón por todos
los sectores que quieren descargarse de sus responsabilidades en lo ocurrido en
aquellos años; no es casual que Mario Eduardo Firmenich -cuya organización
combatió al gobierno constitucional de Isabel con las armas- se haya prestado
luego a testificar contra la viuda de Perón en el año 2004, también ante un
tribunal español.
“Las Fuerzas
Armadas eran los autores de la llamada Triple A”, afirma Mazzieri que cita en apoyo
al ex montonero Gonzalo Chávez: “José López Rega nunca fue el máximo jefe de la
Triple A”; para él, esa organización “siempre estuvo bajo el control
operacional de los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas”.
Otro hecho no
menor que se suele omitir malintencionadamente es que, a la muerte de Juan
Domingo Perón, el 1° de julio de 1974, María Estela Martínez presentó la
renuncia con la idea de ceder a otra persona la responsabilidad del gobierno.
Se la rechazaron los miembros del gabinete, las Fuerzas Armadas y los
principales referentes de la oposición con el radical Ricardo Balbín a la
cabeza.
Pero apenas juró
como primera mandataria, desde todos los sectores se lanzaron al asalto de su
gobierno. Hoy esos mismos sostienen que ella no estaba preparada para gobernar.
¿Quién lo hubiera estado, además, con atentados a diario, con la defección de
muchos colaboradores y un ataque en regla desde el interior mismo del
movimiento: los Montoneros, el llamado Grupo de Trabajo, los empresarios y
algunos sindicatos cuya consigna era “romper el Pacto Social”.
Del mismo modo que
convergen hoy en cuestionar el homenaje a Isabel, coincidían entonces
ultraderecha y ultraizquierda en sabotear al gobierno constitucional. Se puede
conceder que no imaginaban en aquel tiempo la dimensión que tomaría la
represión, pero lo que es inadmisible es que persisten hoy en ese relato.
En “El mito del
eterno fracaso” (1985) José Pablo Feinmann, filósofo de culto del kirchnerismo,
escribió: “El gobierno no fue feliz. Hubo desaciertos (…). No obstante,
estorbaba. Era la Presidente Constitucional de los argentinos. Durante sus dos
últimos meses de gobierno casi no cometió errores. Por eso la echaron. Acababa
de convocar a elecciones. Le cedía espacio a los partidos opositores. Dialogaba
con ellos. Comenzaba lentamente a ser Isabel Martínez de Perón. No le dieron
tiempo. La voltearon –y la ultraizquierda ayudó mucho en la tarea- (...) Se la
llevaron en un helicóptero. La sometieron a largos años de cárcel que
sobrellevó con dignidad. Una vez libre, se llevó del cautiverio el silencio y
lo transformó en su herramienta política”.
A modo de
explicación de su gesto hacia Isabel Perón, Victoria Villarruel habló de “un
acto de reparación histórica”. Y sintetizó: “Unidad nacional”.
“No se sirve a la
libertad manteniendo los odios del pasado”, sentenciaba también Saldías en el
libro citado.