el revisionismo se abre paso con preguntas
incómodas
Por Agustín De
Beitia
La Prensa,
27.10.2024
Una grotesca
sobreactuación puso de cabeza al mundo entero bajo el paraguas de “la ciencia”
.
A casi cinco años
de la aparición de los primeros casos de neumonía en China, que luego se llamó
covid y más tarde se declaró “pandemia”, la ocasión se presta para revisar
aquella grotesca sobreactuación que puso de cabeza al mundo bajo el paraguas de
“la ciencia”.
El tiempo
transcurrido desde fines de 2019 invita a analizar cómo una enfermedad que
muchos ni siquiera se hubiesen enterado de que tenían, o que nunca tuvieron,
llevó a confinar a la humanidad toda en sus hogares, con toques de queda y
vigilancia personalizada.
Volver la vista
atrás tiene, entonces, sentido para indagar hasta qué punto se están
reconsiderando las alevosas medidas adoptadas en aquel momento. ¿Hay tal cosa
como un revisionismo?
El interés por
reexaminar lo sucedido, en efecto, parece estar abriéndose paso a pesar de la
censura. Es posible incluso que la corriente revisionista sea más amplia de lo
que al sistema le gustaría admitir, aunque menos profunda de lo que debería ser
a esta altura.
¿Por qué más
amplia de lo que parece? Porque una rápida indagación sobre el tema confirma
que los grandes medios están reaccionando con preocupación al ver acumularse
los estudios críticos.
Lucas Engelmann y
Dora Vargha, que se interesaron sobre este asunto, son de aquellos que tienden
a ver un reflujo en las investigaciones sobre el tema. Así lo reflejaron en una
nota publicada en la agencia Associated Press en febrero de este año: “Covid:
hay una fuerte corriente de revisionismo pandémico en los grandes medios de
comunicación y es peligrosa”.
Engelmann es
profesor asociado de Sociología e Historia de la Biomedicina en la Universidad
de Edimburgo, mientras que Vargha es profesora de Historia y Humanidades
Médicas en la Universidad Humboldt de Berlín.
En esa nota, ambos
profesores observan ahora una “fuerte corriente de miradas críticas”, surgida a
partir de “una proliferación de investigaciones públicas, informes sobre
lecciones aprendidas y análisis a posteriori”.
A juicio de los
autores, el efecto de todo esto es que se va abriendo paso a las opiniones
antes marginales hacia la corriente principal.
Como ejemplo de
esa revisión dicen, por ejemplo, que “reevaluar cuán razonable fue el
confinamiento es ahora una constante en los medios, particularmente en el Reino
Unido”. Pero no son sólo los encierros porque también mencionan los pedidos de
investigación sobre las muertes atribuibles a las “vacunas” del covid.
Engelmann y Vargha
reclaman ser más comprensivos con lo compleja que fue la gestión de aquella
crisis. Y la extraña tesis que plantean es que las revisiones de las crisis
sanitarias suelen prestarse a un uso político.
Como quiera que
sea, la alarma que muestran estos dos académicos está lejos de ser un caso
aislado. Similares intentos por clausurar el debate académico se pueden
encontrar también en notas publicadas por la agencia AFP, el New York Times
(“It’s Time to Talk About ‘Pandemic Revisionism’”), o L’Express, por citar solo
unos pocos casos.
Sin embargo eso no
logra sofocar el debate, que emerge igual en la comunidad médica. No se trata ya
sólo de la “Investigación covid-19 del Reino Unido”, esa revisión pública en
curso que tanto alarmó a Engelmann y Vargha y que para otros especialistas, en
cambio, resulta todavía muy limitada. Ahora es también la Universidad de
Stanford, en Estados Unidos, la que auspició hace pocos días un congreso médico
donde diferentes puntos de vista sobre la gestión de la crisis sanitaria fueron
aireados y debatidos.
EVALUAR EL PASADO
Se tituló
“Política pandémica: planificar el futuro, evaluar el pasado”. Y entre otros
expositores contó con la presencia del profesor indoamericano de medicina Jay
Bhattacharya; de la epidemióloga Sunetra Gupta de Oxford -ambos firmantes de la
Declaración de Great Barrington, un manifiesto a favor de la inmunidad
colectiva-; del arquitecto de la política pandémica de Suecia Anders Tegnell, y
también de Scott Atlas, ex profesor de la facultad de Medicina de Stanford que
fue reclutado por Trump como asesor de covid en 2020 hasta que fue desplazado
por presiones.
En su disertación,
Bhattacharya refirió que “los grupos de expertos trataron cuestiones como la
evidencia en que se basaron los encierros, la gestión de la información y la
censura, el impacto de los confinamientos entre los pobres, y la cuestión
disputada sobre el origen del virus, si fue natural o de laboratorio”,
resaltando que en todas esas áreas el debate fue siempre civilizado.
En un panel
titulado “La desinformación, la censura y la libertad académica”, el doctor
Atlas lamentó que la censura de aquel momento, y la que aún rige hoy, no solo
se traduce en una persecución personal sino que impide a otros escuchar voces
diferentes, creando la sensación de que existe un “consenso”. Atlas citó
abundantes estudios críticos, pero los medios masivos no vieron nada más
provechoso que salir a desprestigiar el simposio, como hizo Michael Hiltzik en
Los Angeles Times.
LIBROS
Sea cual fuere el
alcance de este revisionismo, lo cierto es que también se derrama por el mundo
editorial, aunque el resultado sea siempre el mismo: el ya desfachatado
silencio periodístico o la descarada desacreditación “in limine”.
En Francia, por
ejemplo, se abrió paso a principios del año pasado el libro Covid-19. Lo que
revelan las cifras oficiales: mortalidad, test, vacunas, hospitales, la verdad
emerge (L’Artiller, 2023), que está escrito por el estadístico francés Pierre
Chaillot.
El libro se
presenta como una investigación meticulosa sobre la información oficial en
Francia, en la que -al parecer- el autor constata anomalías “gigantescas” entre
lo que decía la prensa y la realidad.
Una de esas
revelaciones es que la mortalidad del año 2020 estandarizada (estudiada por
rango de edad), está lejos de haberse disparado y en cambio estuvo al mismo
nivel que en 2015, que fue el séptimo año menos mortal de toda la historia.
Pues bien, bastó
que tan desafiante perspectiva invitara a alguien a hacerse preguntas para que
el libro fuera tratado en un artículo de la periodista Stephanie Benz, de
L’Express, como otra muestra más de “desinformación” y una puesta al día de la
“teoría de la conspiración”.
Lo mismo sucedió
en abril de este año con una recopilación de ensayos del epidemiólogo maltés
Sandro Galea, decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de
Boston.
En su libro,
Within Reason: A Liberal Public Health for an Illiberal Time, Galea critica -al
parecer- a sus pares de una manera audaz, y sugiere que la salud pública
durante la pandemia “se volvió política”, es decir, fue una reacción exagerada
a “una derecha empoderada”. Al menos así lo expresa en una reseña del libro el
biólogo Gregg Gonsalves, en The Nation, donde se dedica a criticar, no la
gestión de la pandemia, sino al autor del libro. El título de la reseña lo dice
todo: Los revisionistas del covid nos ponen a todos en peligro.
Los títulos
revisionistas abundan. Pero la prensa mundial, siempre sesgada, está más
interesada, por ejemplo, en tratar con simpatía las recientes memorias de
Anthony Fauci (De guardia: el viaje de un doctor en el servicio público), quien
fue nada menos que la cara visible de las medidas que pusieron de cabeza al
mundo, y en ocultar reseñas negativas como la de Bhattacharya.
Por todo esto no
puede extrañar que un valioso libro aparecido en nuestro país a fines del año
pasado, que propone una mirada honesta sobre el tema, no haya merecido la
debida atención.
Se trata de La
tiranía del bien común. Pandemia, relato y otras amenazas (Dunken, 2023), de
Melina Bronfman et al.
Tal vez sea este
un libro único en su tipo dentro de esta corriente germinal de revisionismo. Y
esto por la ambición del análisis, por lo incisivo de sus observaciones y por
la cantidad de autores que intervienen desde los ámbitos más diversos: de la
medicina a la psicología, de la ingeniería a la lingüística, de la docencia y
la filosofía a la virología. Es, por lejos, el más ambicioso de los aquí
mencionados.
PERIODO SINIESTRO
No dudan los
autores, por ejemplo, en tratar a aquella época como un periodo siniestro y
alienante, y a la pandemia como un experimento atroz, instrumentado a escala
mundial.
Pero, ¿por qué un
experimento? ¿Experimento de quién? ¿Cómo se logró instalar? ¿Con qué fin?
Estas son algunas de las cuestiones centrales que responden en una veintena de
artículos agrupados en seis capítulos, en los cuales dejan al descubierto una
tras otra las inconsistencias de un relato pandémico que se va deshaciendo con
el paso de las páginas.
Como señalan en la
introducción Ana María Gómez y Mariana Morales, uno de los rasgos más salientes
de toda aquella experiencia vivida fue el hecho de que “el planeta en su
conjunto estuvo bajo un comando único, por encima de las autoridades
nacionales”, y que esto fue hecho bajo el pretexto del bien común.
Haber reconocido
este mecanismo es un acierto. Porque el bien común es algo indiscutible, y por
lo tanto “indiscutibles” pasarían a ser también las disposiciones adoptadas.
Sobre la pandemia
como un ensayo para avanzar hacia la gobernanza mundial, precisamente, trata en
ese libro el abogado Nicolás Martínez Lage.
En su artículo,
Martínez Lage pone lo sucedido en la perspectiva correcta de una brutal
transferencia de soberanía que hay en marcha desde hace años desde los Estados
hacia organismos supranacionales, como la OMS, la ONU, la Unesco y otros, todos
ellos controlados por una élite mundial capaz de influir en la vida de millones
de personas. Una élite plutocrática, que no fue elegida, no tiene
responsabilidades y sin embargo hace que sus “recomendaciones” sean convertidas
en legislación por una dirigencia política sumisa.
Su tesis es que la
pandemia sirvió a esa élite para dar un paso más hacia la tecnocracia, el
gobierno a través de la ciencia, que sería un grado superior de intervención.
Esa tecnocracia,
explica Martínez Lage, tiene como ambición última planificar y determinar
cuántos bienes y servicios se van a producir y luego a distribuir a la
humanidad, después de vigilar a cada individuo, registrar su perfil y todos sus
consumos, para controlarlo y gestionarlo.
La pandemia habría
sido, según esta certera interpretación, “una forma de testear el grado de
consentimiento” que prestarían las personas a la pérdida de libertades y
derechos. Es por eso que lo llama el “mayor experimento social de la historia”.
Otros que se
abocan a desvelar este hilo que conduce de la pandemia al Nuevo Orden Mundial
son el doctor e ingeniero industrial Alfonso Longo, con su artículo “Un mundo
de dueños”, y el periodista Nicolás Morás con “Agenda 2030: el control
definitivo”.
EL GUION
Ambos apuntan a lo
que tuvo de guionado este experimento y recuerdan el llamado “Evento 201”, que
tuvo lugar apenas cuarenta días antes de que estallara el covid y que consistió
en un simulacro de pandemia organizado por el Foro Económico Mundial, la
fundación Bill y Melinda Gates y la Universidad Johns Hopkins, aquella que,
como se recordará, después se dedicaría a crear pánico mediante el insólito
“conteo” en tiempo real de contagiados de gripe en todo el mundo. En ese
simulacro “predijeron” lo que iba a ocurrir.
Morás, en
particular, pone el dedo en la llaga al exponer cómo fue creada en aquella
época una crisis de hambre mundial, mientras los tecnócratas del Foro de Davos,
con Gates a la cabeza, y otros millonarios del ámbito de la tecnología -desde
Mark Zuckerberg (Facebook) hasta Jeff Bezos (Amazon)- multiplicaban por dos su
patrimonio en un mundo que había sido “virtualizado”. Y menciona de paso que
ninguno de estos magnates -o “filantropófagos”, como alguien los definió-,
oculta sus intenciones de reducir la población del planeta, la propiedad
privada y el empleo. El famoso “No tendrás privacidad, no poseerás nada y será
feliz”, que denunció la política danesa Ida Auken.
Longo, por su
parte, abunda en detalles sobre cómo fue planificado, cómo se usó la psicología
conductual, en base al miedo, la presión social y la natural tendencia gregaria
del hombre, que lo lleva a no desentonar de lo que dice su grupo de referencia,
todo lo cual permitió poner en marcha la ingeniería social en pos de ese nuevo
sistema de economía planificada. El Gran Reinicio tan mentado.
Si ese es el
experimento, si ese es el contexto y el horizonte de este primer ensayo que fue
el covid, y si esos son los responsables, otros autores de este libro que
venimos comentando arrojan luz sobre por qué se debe considerar que hubo, en el
mejor de los casos, una sobreactuación con el virus, o más bien un engaño o un
acto de ilusionismo.
ILUSIONISMO
El virólogo
argentino Pablo Goldschmidt, quien tuvo el mérito de alertar tempranamente
sobre lo desproporcionado del pánico y de los confinamientos, habla de un
“malentendido”.
Ese
“malentendido”, según su interpretación, habría partido de cálculos teóricos y
modelos estadísticos erróneos (“el Imperial College London predecía 200
millones de muertos”) que generaron un pánico infundado, seguido de un eclipse
masivo de las facultades críticas, médicos incluidos.
Goldschimdt no se
queda allí. Califica de “dudosas” también las cifras de muertos (¿“por” covid o
“con” covid’?), y de contagiados (explica que el PCR a más de 32 ciclos tiende
a dar positivo). Y recuerda que -aun así- la cantidad de muertos por covid en
todo el mundo estuvo alineada con la cifra que es habitual esperar para las
dolencias respiratorias. ¿Entonces? Goldschmidt no da el siguiente paso, que
sería admitir que hubo una malignidad orquestada. Ahora, si uno se pregunta
junto a él, ¿cómo es posible que con solo 6.500 personas fallecidas en el mundo
se confinara a la humanidad toda?, la respuesta parece estar menos en un error
de cálculo que en un cálculo muy bien planificado.
ESTAFA
Quien sí habla de
una “estafa lisa y llana”, de una “alucinación” y de un “montaje mediático”, es
el médico de familia español Enric Costa Vercher, quien dirige la atención
hacia los intereses económicos de la “medicina moderna”, a la que trata de
“medicina comercial”, sometida -según dice- a las multinacionales
farmacéuticas.
Costa Vercher es
otro que desmiente el exceso de mortalidad por covid, una inconsistencia que
-dice- fue silenciada “con descaro” por la prensa.
Con una lógica
aplastante, a la que vale la pena asomarse, el médico español explica por qué
todo fue una “ficción”. Una ficción acompañada de un “paquete de abusos y
violaciones” para “obligarnos a vacunarnos” -como no permitir a los díscolos
viajar, entrar en bancos, comercios, restaurantes, eventos culturales o
deportivos-, seguida de un ocultamiento sobre los efectos secundarios de esas
inoculaciones, entre los cuales menciona coágulos, trombosis, ictus o
miocarditis inflamatorias, a las que llama “epidemia de repentinitis”.
Igual que con
estos dos médicos, merece la pena hacer una excursión por los artículos de Ana
María Gómez o de la psicóloga Lourdes Relloso para ver “cómo se construyó la
psicosis colectiva” a partir del aislamiento y el acceso a una única fuente de
información. Como también resultan valiosos los aportes de Jordi Pigem, Carmen
Jiménez Huertas o Aldo Mazzucchelli sobre “el poder del discurso”.
Gómez, doctora en
Letras, reflexiona sobre la apropiación discursiva del “bien común”, los abusos
de la “biopolítica” y otras cuestiones, como la desopilante cadena de excusas
que se dieron para ocultar la ineficacia de las “mal llamadas vacunas” (que
primero evitaban el contagio, luego no lo evitaban pero sí impedían contraer la
enfermedad, luego tampoco eso pero sí evitaban los cuadros graves, para
terminar maquillando los mortales “efectos secundarios”).
En su reflexión
sobre las claves de la pandemia, la doctora alude entre otras cosas a los
famosos “protocolos” médicos indicados por la OMS que resultaron ser mortales.
No dice, sin embargo, lo que parece obvio: que también allí el terreno había
sido abonado previamente por la industria del juicio. De seguro que el miedo a
los juicios por mala praxis predispuso a los médicos a atenerse a lo que indicaran
las autoridades internacionales, tal y como señala Goldschmidt que sucedió con
los gobiernos de todo el mundo: en este último caso, el de los gobiernos,
seguir los dictados de la OMS también los eximía de responsabilidad penal, y en
cambio adoptar un criterio propio los exponía a un juicio.
Siendo esto así:
¿qué se espera que ocurra en la próxima crisis sanitaria?
No menos elocuente
es el acertado enlace que propone Gómez entre los ensayos para desterrar el
dinero en papel, o para digitalizar la identidad de las personas o imponer un
carnet sanitario, y los proyectos de microchip implantable que contendrán la
identidad digital de las personas. Un plan del que se viene hablando ya y que
sería un requisito para acceder a la educación, la salud, los beneficios
sociales, los derechos políticos y las transacciones comerciales en un futuro
no tan lejano que luce cada vez más tenebroso.
PROTOCOLOS
Pero, de atenerse
a lo que explica la médica Matelda Lisdero, tampoco la sujeción a los
protocolos fue algo nuevo. Según ella, esa práctica se deriva de la forma de
ejercer la profesión que plantea la medicina moderna, donde el médico no tiene
tiempo para cuestionar ni para repensar las cosas. La de Lisdero es una crítica
profunda sobre un paradigma de medicina que, a todas luces, fue parte del
problema y que tiende a transformar a los médicos en meros administradores de
fármacos.
A ese influjo que
tienen los laboratorios sobre los médicos, sobre la forma de ejercer la
profesión y sobre la literatura científica, vuelve el doctor en Filosofía
español Jordi Pigem, quien coincide en que el escenario estaba planteado desde
hace años y que la ciencia ha dado un giro hacia la oscuridad. Para él, la
consigna "Follow the science" (sigan a la ciencia), que pretendía
hacernos observar medidas contra la buena ciencia y contra el sentido común, se
trataba más bien de "Follow the propaganda" o "Follow the
darkness" (sigan a la oscuridad).
El filósofo
sostiene que lo ocurrido con la pandemia fue un ataque a nuestra salud física y
mental, una demolición de nuestro sentido de la realidad y una robotización de
las personas.
SIGNO OMINOSO
Está claro que, en
nombre del presunto “bien común”, muchos aceptaron las imposiciones de la OMS.
Incluso no fueron pocos los católicos que pensaron en esos términos, pasando
por alto que, en el camino, el viejo proyecto de una única autoridad mundial se
reforzaba, un signo que debería haber sido claro y ominoso para todo creyente.
Juan Manuel de
Prada fue uno de los pocos que advirtió tempranamente la inspiración demoníaca
de cuanto estaba sucediendo y lo dejó plasmado en una serie de artículos
satíricos, recogidos luego en un volumen titulado Cartas del sobrino a su
diablo (HomoLegens, 2020).
La pandemia, según
De Prada, vino a demostrar que estábamos preparados para el reino de la
mentira. Fue una ocasión ideal para el intento demoníaco de presentar el mal de
un modo rampante y desinhibido, porque la población ya ha asimilado hace tiempo
el mal como bien.
Apenas por debajo
de estas alturas sobrenaturales se alza este meritorio volumen colectivo
titulado La tiranía del bien común. Un libro indispensable, que servirá para
reflexionar, abrir los ojos y estar preparados para lo que -de seguro- vendrá.