Julio Bárbaro
Infobae, 29 Dic,
2024
José Ortega y
Gasset escribió en 1921 España invertebrada, un relato agudo de esa impotencia
de nuestra Madre patria por encontrarse, por convertir sus diferencias en
riqueza. La guerra civil - España, aparta de mí este cáliz del gran poeta
peruano César Vallejo- y la triunfante y prolongadísima dictadura de Francisco
Franco profundizaron esas antinomias hasta que, una vez muerto el dictador y
durante el gobierno de Adolfo Suárez, finalmente los pactos de la Moncloa
permitieron a los españoles iniciar un proceso de integración social y de
democracia, cuya vigencia es un hecho. Nuestra sociedad, en alguna medida,
podría asumir ese título, seríamos “La Argentina invertebrada”, un país donde
los diversos sectores sociales, políticos, económicos no han logrado un
encuentro, una síntesis y un rumbo que permitan recuperar un destino. Un
destino cifrado en la esperanza de aquellos momentos en que fue posible, en que
las condiciones para que fuéramos nación estaban dadas y había estadistas que
las sostenían y hacían proliferar. Las dictaduras derrocaron a Yrigoyen, a
Perón , a Frondizi, a Illia y a Isabel. Luego, vendrá la democracia en el 83
con Raúl Alfonsín, pero a lo largo de estos cuarenta años, los sectores se
alternaron intentando imponerse sobre el resto. Ninguna concepción, ningún
gobierno, ninguna voluntad política intentó una vertebración que nos permitiera
dejar de ser enemigos para convertirnos en meros adversarios que debaten y se
enriquecen con la argumentación y la opinión del otro, donde ninguna minoría o
mayoría momentáneas pudieran arrasar con las opiniones del resto de la sociedad
ni con sus logros y derechos adquiridos, lo cual es aún más grave.
El Santo Padre
inicia el Año del Jubileo, una etapa de pacificación que convoca en Italia a
innumerables visitantes y que, en rigor, para la Iglesia es un tiempo de
perdón. Nuestro país atraviesa un momento de honda fractura, como nunca antes
-considerando solo la segunda mitad del el Siglo XX y lo que va del actual-,
desde los enfrentamientos que desembocaron en el Golpe del 55. Estamos en un
período en el que la idea del presidente y sus colaboradores de todo tipo es
terminar definitivamente con la libre expresión. Lo incomprensible es que se lo
intente bajo un gobierno que dice hacer todo en nombre de la libertad, cuando
lo que ella implica es el respeto por el pensamiento del otro, el camino hacia
el fortalecimiento de una verdadera democracia y de los valores republicanos.
Hoy estamos parados en la idea de un gobierno que enfrenta a enemigos que deben
ser destruidos, formulación reiterada con insistencia y grotesca agresividad en
los últimos tiempos, lo cual sólo ha producido un mayor empobrecimiento de todo
orden en nuestra sociedad.
Los países que
tienen un proyecto debaten, en las elecciones, los acentos más sociales o más
capitalistas, pero no cambian el rumbo, no niegan el pasado, no intentan
inventar para descubrir algo nuevo, no destruyen lo realizado hasta el momento
si funciona bien. Es tan insensato como perjudicial despreciar la riqueza de
nuestra propia historia, y hacerlo desde la ignorancia, funcionarios ineptos
-y/ o malintencionados- mediante.
La experiencia
actual es, de lejos, la más llamativa porque no sólo confronta con nuestro
propio pasado, sino que procura encontrar un sistema hasta el momento no
probado en el resto de la humanidad. Por lo demás, los fracasos fracturan a
todas las fuerzas pues todos los partidos están soportando un alto grado de
atomización, de desconcierto, de falta de cohesión.
La manida ilusión
del rebote, los brotes verdes, la salida del túnel son todos clichés repetidos
una y otra vez como promesa que se diluye y que, al postergarse, va debilitando
al gobierno de turno, sin que se implementen defensa ni protección alguna de la
producción y del trabajo nacional. Como existe en la totalidad de las naciones libres,
el simple concepto de patria o colonia es hoy mucho más que una consigna, es la
expresión más aguda del conflicto que estamos transitando, al parecer, sin
percibirlo como tal, lo que lo torna más riesgoso. Las encuestas siguen
reflejando el sacrificio que muchos hacen, esperando que se convierta en un
logro, mientras que los que opinamos distinto somos marginados de los medios,
ocupados solamente por los que alaban los supuestos aciertos de Milei.
Los grandes grupos
económicos se van haciendo dueños de lo que hasta ayer constituyó lo productivo
y, en lo comercial, la esencia misma de la clase media. Los fracasos de las
opciones políticas pasadas no justifican la imposición del economicismo y del
egoísmo por encima de las necesidades de la sociedad. Cuestionar al Estado es
retornar a la selva misma, a la jungla de la cual los países desarrollados
lograron salir hace mucho tiempo.
Nunca el nombre de
la libertad impuso semejante dictadura del pensamiento político, nos recuerda a
los peores fascismos y marxismos del ayer. La decadencia que conllevan el
dogmatismo y la vocación autocrática trascienden la mirada sobre la que se
asientan.
Con Milei, parece
haber triunfado la concepción de que la libertad la ejerce el fuerte sobre el
débil cuando la verdadera libertad es y debe ser protegida por el Estado en
defensa de los más vulnerables. Estamos atravesando uno de los momentos más
aciagos de nuestra historia democrática, necesitamos reencontrarnos en el
diálogo, en el respeto por la opinión ajena, en síntesis en la esencia misma de
la democracia que es mucho más vasta y rica que la solidez de una moneda o el
valor de las acciones.