domingo, 8 de diciembre de 2024

NOTRE DAME

 

 la maravilla arquitectónica que desmiente el cliché del oscurantismo medieval

 

Claudia Peiró

Infobae, 08 de diciembre de 2024


Siempre me llamó la atención que un período de la historia cuyo nombre convencional -Edad Media- remite a una transición tuviese una duración ni más ni menos que de diez siglos. Diez siglos de intervalo.

 

Un milenio durante el cual, según la imagen más difundida y popularizada, no pasó gran cosa, salvo la servidumbre y las guerras. A nivel cultural, un estancamiento o solo arte sacro -y esto presentado como algo muy negativo por supuesto-; a nivel social, inmovilismo, una inmensa mayoría explotada por algunos pocos señores y obispos, y atada a la tierra de por vida, etc. etc. Ni hablar de las mujeres, no existían.

 

Hasta que llegó el Renacimiento italiano para rescatar a la humanidad de este pantano de mediocridad.

 

Este sábado 7 de diciembre se reabrieron las puertas de Notre-Dame de París, la catedral que domina el centro de la Capital francesa y probablemente su mayor ícono.

 

¿Sentirán los millones de visitantes de esa iglesia -muchos de ellos imbuidos de esos preconceptos sobre el pasado, enseñadas hasta hoy en muchos manuales- alguna contradicción con ese relato cuando se detuvo a admirar la hermosa fachada, ejemplo del mejor arte y de un impactante ¿Equilibrio estético?

 

Notre-Dame se empezó a construir en 1163, se concluyó en 1345, del siglo XII al XIV. No es la única alegría de esos tiempos. “Los vestigios de la época medieval son más numerosos que los de todas las otras épocas juntas”, escribió la historiadora Régine Pernoud, en Pour en finir avec le Moyen Age (Seuil, 1977. Para terminar con la Edad Media).

 

El monasterio del Mont Saint-Michel en Normandía o el castillo de Haut-Koenisbourg, en Alsacia, son otras dos maravillas de la arquitectura medieval. Y en la misma capital francesa, los sitios más mágicos son precisamente el conjunto que forman la Conciergerie y la Sainte Chappelle, muy cercanas a Notre-Dame; pero también la abadía de Saint-Germain des Prés, en pleno barrio latino, o el Hôtel des archevêques de Sens, en el Marais, por citar sólo algunos.

 

Pero la Edad Media es denostada del mismo modo que la religión católica a la que está asociada. El relato histórico deformado de ese período se solapa totalmente con la campaña permanente contra la Iglesia. Son dos caras de la misma moneda.

 

El catolicismo es el blanco preferido de las críticas de los anticlericales, de todo el arco político. En Francia además arden las iglesias como fósforos. Sea por intención o por descubierto, en ambos casos está detrás del desinterés por cuidarlas. Como si ese patrimonio no fuese común, como si el cristianismo, se sea o no creyente, no hubiera formateado toda la cultura occidental.

 

“La civilización occidental y cristiana se detesta a sí misma”, como dijo a Infobae el historiador francés Jean Sévillia.

 

“Medieval”, dice Jacques Heers, autor de Le Moyen Age une imposture (traducido al castellano como La invención de la Edad Media), es un condimento que va bien con todas las salsas “cuando se trata de caracterizar un retraso o un bloqueo” .

 

Habrán notado ustedes que, en el debate público, se hace muchas veces referencia a la historia, por lo general de modo esquemático, apelando a lugares comunes y haciéndose voces de preconceptos, fake news y “constructos”, según la horrible palabra de moda.

 

“Ni que estuviéramos en la Edad Media…” ¿Quién no escuchó esa frase alguna vez? Oscurantista y medieval son sinónimos.

 

“¿Un intermedio de 1000 años? -se pregunta Jean Sévillia en Historiquement correct (Perrin, 2003)- En Occidente, la civilización habría pasado directamente de la Antigüedad al Renacimiento, padeciendo un eclipse de un milenio? ¿Quién puede creerlo?”

 

Y sin embargo….

 

El periodista y escritor Rémy de Gourmont (1858-1915) decía: “Un error que pasa al dominio público no sale de allí jamás; las opiniones se transmiten hereditariamente. Eso termina haciendo la Historia” (citado por Heers en el libro mencionado).

 

Jacques Heers explica que por esta tendencia a juzgar el pasado con categorías polarizantes -el bien y el mal-, buscar chivos emisarios y etiquetar de modo esquemático, “generaciones de pedagogos aplicados, autores de manuales de un lastimoso conformismo, así como de novelistas, retoman indefinidamente los mismos clichés trillados, las mismas clasificaciones maniqueas, sin volver a las fuentes”.

 

En contraste con la denigración de lo medieval, está la exaltación de la “democracia” ateniense, que reservaba la ciudadanía para un pequeño grupo y condenaba al resto a la esclavitud.

 

Decir que el Renacimiento redescubrió a los antiguos equivale a decir que los hombres de la Edad Media los ignoraban. Esto último, señala Heers, “es hacer gala de ideas preconcebidas y de una grave falta de lecturas; ambas cosas suelen ir de la mano, porque naturalmente es más cómodo soltar grandes verdades a la sombra de la ignorancia que provisto de ejemplos que matizan y contradicen”.

 

Y agrega: “Que el cristianismo, las gestas de sus mártires, luego la caballería, sus colectas, sus combates o sus juegos, hayan enriquecido el bagaje cultural de Occidente y le hayan dado otro color, es algo que se impone como una evidencia. Pero este enriquecimiento no implicaba hacer tabla rasa de una herencia que por el contrario era cultivada con una viva reverencia ya veces con pasión”.

 

La asociación de Edad Media con superstición, ignorancia y atraso y con un dominio total por hombres de Iglesia que reprimían el pensamiento es la imagen que Heers se aplica a desmontar en su libro. Porque “se ha impuesto en nuestros manuales, y más aún en nuestra literatura chatarra, la idea de una Edad Media ignorante y estrecha de miras, que imaginaba la tierra chata como una galleta, rodeada de horribles precipicios”.

 

Hago una paréntesis para decir que es curioso que quienes atribuyen el terraplanismo a sus adversarios ideológicos son por lo general los mismos que cultivan el terraplanismo de género; como algunos negaban la redondez de la tierra, ellos niegan el binarismo sexual y creen que el humano nace como una tabla rasa de género sobre la cual se puede “construir” cualquier cosa.

 

Volviendo a Heers y la superstición de la tierra plana, éste afirma que en la Edad Media, Ptolomeo era leído y releído. Desde el 1300 por lo menos, en Francia las representaciones de la tierra eran esféricas y ya existían manuales de astronomía y matemática. El debate entre Colón y los sabios de Salamanca no fue por la redondez del planeta sino por los cálculos demasiado optimistas del genovés sobre la distancia que separaba a Europa de Catay y Cipango (China y Japón). Tenían razón los de Salamanca; sólo que ni ellos ni Colón sabían que en el medio había otro continente.

 

Hagan la prueba de buscar en Internet “Edad Media” y verán brotar todos esos clichés: “La Edad Media fue un período de guerras, epidemias y nuevas formas políticas”; “el arte medieval ilustraba historias bíblicas y afirmaba el poder de la Iglesia”; “la iglesia tenía privilegios y autoridad sobre la educación en el Medioevo”, etc. etc. Es curioso que el siglo XX, que vivió dos conflagraciones mundiales mucho más devastadoras que las del medioevo, califique a éste como violento.

 

Según la leyenda, elaborada en el siglo XVI, hubo dos épocas de esplendor cultural y artístico, la Antigüedad y el Renacimiento. Entre ambos, un intermedio oscuro. “El simple sentido común bastaría para comprender que el Renacimiento no hubiera podido producirse si los textos antiguos no hubieran sido conservados” en los tiempos medievales, dice Pernoud.

 

¿Cómo considerar bárbara a una época que construyó algunas de las más imponentes catedrales y creó las universidades?

 

A fines de 1972, adelantándose o promoviendo futuras tendencias, la ONU declaró que 1975 sería el Año Internacional de la Mujer. Esto dio lugar obviamente a coloquios, simposios, congresos, conferencias. Y mucho verso, como suele pasar. La mujer en la Edad Media fue el blanco fácil de todos estos cónclaves.

 

Sin embargo, como explica Pernoud, en tiempos medievales, la Reina era coronada a la par del Rey, y las reinas dejaron el primer plano recién en el siglo XVII.

 

“Mientras que una Leonor de Aquitania y una Blanca de Castilla dominan realmente su siglo, ejercen el poder sin ser objetadas en caso de ausencia, enfermedad o muerte del rey, tienen su cancillería, su aduana, su campo de actividad personal (lo que podría ser reivindicado como un ejemplo fecundo por los movimientos más feministas del presente), la mujer de los tiempos clásicos es relegada a un segundo plano; sólo ejerce influencia de modo clandestino y se encuentra excluida de toda función política o administrativa”, además de ser considerado “incapaz de reinar, de heredar el feudo o dominio, y finalmente, según nuestro código, de ejercer cualquier derecho sobre sus bienes personales” .

 

La influencia de la mujer disminuye en paralelo con el ascenso del derecho romano, que no es favorable a la mujer, y sólo reconoce al padre familia. Por caso, el uso obligatorio del apellido del esposo por parte de la mujer, data del siglo XVII. En cambio, dice Sévillia, “entre los siglos V y X la Iglesia lucha por limitar los casos de anulación (matrimonial) y por prohibir el repudio (de la mujer por el marido) -costumbre romana y germánica”. Lo que con el correr de los siglos pudo ser visto como un corsé -el matrimonio indisoluble- era en realidad en los primeros tiempos una protección para la mujer.

 

Pero, parafraseando a Heers, es más fácil hacer feminismo a la sombra de la ignorancia.

 

La hegemonía de la Iglesia en lo político, cultural y social en la Edad Media es algo natural, fruto de la historia, no es un artificio ni una imposición. Luego de la descomposición del Imperio Romano, los obispos asumieron la defensa de las ciudades ante los embates de los bárbaros. Los obispos de esos tiempos eran verdaderos hombres de Estado. Y en casi toda Europa, la iglesia fue anterior a las naciones.

 

“Entre los siglos V y VIII, rezando, predicando y construyendo, los monjes evangelizan Europa occidental: Irlanda, Gales, Escocia, Bretaña, Inglaterra -dice Sevilla-. Antes de que se dibujen las fronteras nacionales, Europa ya es cristiana”.

 

De a poco, los historiadores están dando vuelta esta imagen de la Edad Media -y especialmente en Francia, con los trabajos de Jacques Le Goff, Georges Duby y los ya citados Pernoud y Heers, entre otros-.

 

Pero entonces, a medida que surge una imagen más real y positiva del medioevo, los anticlericales de todas las tendencias buscan ahora relativizar la influencia de la Iglesia en ese período. Así como antes la señalaban por el oscurantismo, ahora pretenden negarle todo rol en la brillantez.

 

En el año 2001, se organizó en Francia un coloquio, cuya frase disparadora era: “¿La Edad Media fue cristiana?” La fundamentación para esta pregunta era que “las fuentes medievales estarían dando una visión de la Edad Media más religiosa que la real”.

 

No sólo quieren descristianizar la Navidad, también pretenden hacerlo con la Edad Media.

 

No sin ironía, Sévillia decía: “Les deseamos buena suerte a los historiadores que salen a la búsqueda de una Edad Media no religiosa; no existe tal cosa. La época medieval creía en Dios, no son solo los archivos los que lo atestiguan, son los humildes oratorios o las macizas catedrales, son los millares de pueblos que llevan el nombre de un santo patrono. Y las cruzadas”.

 

Ya en junio de 2019, poco después del incendio, Jean-Philippe Hubsch, gran maestro de la principal logia masónica de Francia, el Gran Oriente, dijo que Notre Dame, “ese monumento histórico nacional, es un sitio de cultura” y “no de culto”.

 

Karine Dalle, directora de comunicación de la diócesis de París replicó que la catedral “es y seguirá siendo un lugar de culto, de fe, un lugar de acogida, de generosidad, de gratuidad”. Y remató: “De todo, salvo de lo que es la francmasonería”.

 

En este coro de iconoclastas, no podía faltar a Jean-Luc Mélenchon, el referente de la extrema izquierda francesa, para quien “por supuesto que Notre-Dame acoge a todo el mundo, y la fe católica la anima, pero ella no pertenece a nadie”. o bien a todo el mundo, como las pirámides de Gizeh”.

 

Como si el carácter católico del edificio fuera fruto de la casualidad, un detalle menor. Pero allí está el monumento medieval con su rica fachada, que representa las escenas del Evangelio para que todos los fieles pudieran “leerlo”, para desmentir esto.

 

Quizás por falta de lectura, como diría Heers, o sin temor a las contradicciones, Mélenchon agregaba: “Que el edificio sea religioso no impide que sea la encarnación de la victoria de nuestros antepasados ​​contra el oscurantismo”.

 

Varias veces desde el incendio, el entonces arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit, tuvo que salir a aclarar que Notre-Dame es y sigue siendo un sitio de culto: “¿Se puede realmente, por ignorancia o ideología, separar la cultura y el culto? Lo digo con fuerza: una cultura sin culto se vuelve incultura. Basta ver la ignorancia religiosa abismal de nuestros contemporáneos en la exclusión de la noción divina y del mismo nombre de Dios en la esfera pública invocando una laicidad que excluye toda dimensión espiritual visible. Como todo edificio, la catedral comprende una piedra angular que sostiene el conjunto. Esa piedra angular es Cristo”.