lunes, 2 de diciembre de 2024

SOBRE LA FÍSICA POLÍTICA


Por Luís María Bandieri

Foro Patriótico Manuel Belgrano, 12/01/2024

 

Texto de la presentación del libro de Vicente Massot realizada el 19 de noviembre pasado.

 

El filósofo escocés David Hume decía, con sabor de provocación y paradoja, que tres mil años de historia eran demasiado poco para establecer un mínimo de verdades evidentes sobre la política. Sin embargo, podemos afirmar frente a Hume que algunas evidencias valiosas sobre la política se han ido decantando en esos tres milenios. La obra de Vicente Massot a la que me voy a referir es prueba de lo que afirmo. Ahora bien, para configurar tal acervo de evidencias, debo efectuar una distinción, por otra parte bien conocida por los cultores de la disciplina, entre la política y lo político.

 

La política, claro, en primera aproximación, es lo que hacen los políticos. A pesar de su evidente circularidad, esta noción inmediata resulta útil. La palabra política se refiere a una actividad, abierta de modo ideal a todo el mundo, aunque desarrollada preferentemente por profesionales, a los que llamamos por eso “políticos”, o “clase política”, cuyos mensajes conocemos también de preferencia a través de noticias. y comentarios transmitidos por los medios de comunicación y las redes sociales.

 

La política resulta, primordialmente, un arte de ejecución y el político que lo ejercita no lo aprende en los libros de los politólogos, aunque pueda servirse de su consejo, sino en el terreno de la práctica. Este arte autónomo que llamamos la política resulta inseparable del desenvolvimiento de toda asociación humana que supera los límites de la agrupación de parientes.

 

Siempre habrá política y políticos entre nosotros, aunque no nos gusten o aunque disfracen su actividad bajo otras denominaciones e incluso se nos presenten como recién llegados que vienen a clausurarla. Su arte se desenvuelve bajo formas y maneras variables, contingentes y hasta casuales,cuyas vicisitudes pueblan las noticias y crónicas y cuya cambiante diversidad registra la historia. También es variado, aunque finito, el repertorio de las formas de organización política que en la historia han sido: imperios, ciudades, reinos, el Estado, el actual interregno globalizador, que en algún momento pretendió configurarse como una suerte de gobernanza mundial, sin resultado. Hasta aquí, la política.

 

Lo político surge de una reflexión sobre ese arte. Un escrutinio que permite descubrir regularidades, invariantes, recurrencias que apuntan a delimitar los presupuestos ineludibles del arte de la política. Esto es, aquello que el hombre no puede modificar a voluntad y, en cambio, recibe como un dato de la “naturaleza de las cosas” inherente a su condición de ser que se presenta y con-vive asociado con otros seres de su misma especie. . Estas invariantes son las que permiten un estudio y la configuración de una disciplina, como lo es la Ciencia Política. Lo político, como enseñaba Julien Freund, es una “esencia”, una realidad que permanece siempre idéntica a sí misma a través de los tiempos, un soporte duro y permanente de condiciones determinantes. La política, en cambio, depende de la inteligencia, la voluntad y la libertad del hombre, multiforme según las variaciones de tiempo y espacio. Uno de los primeros y muy famoso cultor de esta ciencia, Aristóteles, en su libro sobre “las cosas políticas”, ta politiká, produjo una definición que se ha vuelto proverbial.

 

El hombre, dijo, es “por naturaleza”, un “animal político”. Y naturaleza, en griego, es physei. El estudio de los fundamentos, presupuestos, de las bases y puntos de partida ineludibles de la política, esto es, el núcleo de lo político que ilumina el amplio abanico de las variadas cuestiones de la política, parte de una física, es una Física. Bueno, esta “Física” -expresión, como vemos, de cuño clásico, que evoca también los planteos maurrasianos- es la que Vicente Massot nos ofrece en el ensayo nuclear de este libro, en una síntesis brillante y apretada, que sólo puede resultar de “ilungo studio e il grande amore” por los grandes temas del conocimiento político que nuestro autor ha ido desenvolviendo desde su temprana juventud. De hecho, los tres ensayos que componen el libro son producto de trabajos que originalmente fueron redactados y publicados en el pasado siglo o apenas comenzaron el presente.

 

 

 

El que hoy se titula “Física de las Políticas” fue, en su primera versión, la tesis para acceder al grado de Doctor en Ciencias Políticas en la UCA, y recuerdo muy bien la defensa de esa tesis ante un tribunal que integraba un viejo y muy querido amigo hace poco fallecido, Marcelo Ramón Lascano. También tengo presente el texto sobre Maquiavelo, de unos treinta años atrás, y las amables   discusiones que a propósito de él sostuve con otro buen amigo, Félix Lamas, que recusaba esa reivindicación del secretario florentino. En fin, no puedo soslayar que por gentil invitación de su autor me tocó en su tiempo presentar el ensayo sobre Esparta y el totalitarismo. Esos materiales se ofrecen ahora releídos, re escritos, revisados ​​y decantados por el tiempo, la experiencia y la madurez. Es un Massot “revisitado”, si ustedes quieren.

 

En todos ellos, pero en especial en los dos primeros, la Física y el enfoque sobre Maquiavelo, el autor se coloca, como afirma, en una “concepción existencial” de la política, en un “existencialismo político” donde la norma se ajusta al hecho, y no a la inversa. Sigue en esto el abordaje realista y experimental de Maquiavelo, que afirma el enfoque sobre la “verità effetuale”, la verdad efectiva de la cosa política antes que sobre “la imaginación de ella”. Es un enfoque maquiaveliano, sin nada de maquiavélico. Ahora bien, este realismo político, que puede remontarse a Tucídides, no conduce a conclusiones halagüeñas y ni siquiera consoladoras. Sobre aquellos que escrutan la naturaleza de la política recae el duro privilegio y la no reconocida tarea de resultar aguafiestas llamando a las cosas por su nombre, en un empeño de ayudar a los otros a no confundir la realidad efectiva con sus propios sueños y deseos. Empresa necesaria, pero muy ingrata. ¿Los hombres nacen libres, como decía Rousseau, y es la sociedad la que lo encadena? 

El ser humano, que no es un huérfano sin ombligo, nace inmerso en un dato social condicionante, sin el cual su precariedad lo aniquilaría, en una organización que es la familia y bajo una jerarquía establecida en ella, responde la Física. Los seres humanos, ¿nacen iguales, como proclamaba Jefferson en la Declaración de Independencia de los EE.UU? El dato inmodificable de su sociabilidad conlleva la consecuencia de la desigualdad, dato primario de toda vida social concreta, nos dice la Física (ver capítulo “La Lotería del Nacimiento”), sin perjuicio de la igualdad de naturaleza, la igualdad ontológica de todos los seres humanos, que es otra cosa que no se confunde con lo anterior. ¿Puede plantearse una soberanía del pueblo y un gobierno por el pueblo en las democracias actuales? Cabe pensar más bien en oligarquías (entendidas en su sentido literal de gobierno de unos pocos). La oligarquía como forma trascendental de gobierno -fue el título de un resonante artículo de Gonzalo Fernández de la Mora-, afirmación que surte verdad tanto en las democracias como en las autocracias (bueno, sobre este aspecto los remito al capítulo “Pocos y Escogidos” de la Física). Aquí las afirmaciones de Massot se afianzan en las siempre criticadas pero nunca confutadas enunciaciones que se revisten del carácter de “leyes” en la disciplina: la “ley” de la clase política (Gaetano Mosca); la “ley” de la circulación de las élites (Vilfredo Pareto) y la “ley” de hierro de las oligarquías (Robert Michels). Destaco que haya acudido Massot en este punto a la magistral “Teoría del Estado”, de Ernesto Palacio (el diputado que nunca habló y era una luminaria de la inteligencia argentina, pero dejó su obra: “si fracasa como lección, quedará como testimonio” ). Y para retomar la enumeración temática de la obra de nuestro autor, legitimidad, soberanía, el poder, su necesidad y su “demonía”, desfilan siempre situados dentro de los límites de la Física política.Creo que lo dicho es suficiente para abrir el apetito del lector.

 

Julien Freund utiliza una expresión muy sugestiva para referirse al peso de lo político en los planteos teóricos y en las decisiones de la política. Habla de la pesanteur, es decir, de la gravedad, en el sentido de la ley de la gravedad que empuja hacia abajo. Cuando la política o sus elaboraciones teóricas se apartan de los dictados de ese núcleo irreductible de lo político, aparece la resistencia de la realidad, y el efecto derrumbante de la gravedad. El político debe prudentemente decidir en un péndulo oscilante entre la libertad y el determinismo, entre libertad y restricción impuesta por las regularidades irrevocables de lo político, y saber aprovechar el instante, el kairós favorable. Si desconoce aquellas regularidades, la pesanteur, la gravedad, gran simplificadora que no obedece a los deseos y fantasías del hombre, toma cumplida venganza.

 

Al relaer el excelente trabajo de Massot sobre Maquiavelo evoqué también la amable polémica con Lamas sobre ese texto en su primera redacción. Él negaba que Maquiavelo fuera un “realista”. Lo que se quiere significar, fuera de otras acepciones que admiten el término “realista”, especialmente del punto de vista filosófico, es que la política debe abordarse desde los caracteres efectivos con que se nos presenta. Lo que se nos presenta son fenómenos. Fenómenos, en lo relativo a hacer propio del político, en los que predomina la apariencia.

 

Nuestra observación recoge, en el ruedo de la política, más lo que se dice ser que lo que efectivamente es. De donde el realismo fenoménico de Maquiavelo y de quienes siguen el camino que abrió, habrá de trabajar, paradójicamente, más a partir de apariencias que sobre efectividades. Esto es así porque el trabajo principal del político es hacer creer. Una de las “verdades efectivas” que Maquiavelo ha extraído de la historia y de su experiencia es que la generalidad, en la vida política, sólo percibe lo externo y aparente, por lo que el gobernante debe aparentar las cualidades morales, sea que las posea. o no realmente, y ocultar sus vicios, si es que no puede dominarlos. Todo ello, teniendo en cuenta la finalidad esencial de conseguir duración, conservar y afianzar el poder. El político, y sobre todo el gobernante, para mantenerse en el mando debe esforzarse, ante todo y sobre todo, en transmitir una “buena imagen” a la opinión pública. Más allá de las cualidades reales del político, ésa es hoy la tarea de los “fabricantes de imagen”, esto es, de los técnicos del marketing político, sirviéndose de los recursos de la publicidad, como ayer la de los consejeros del príncipe, válidos de los recursos retóricos. En otra parte dice el florentino, refiriéndose a que el gobernante debe aparentar ser religioso:“los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos, porque a todos les es dado ver, pero palpar a pocos; cada uno ve lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres, y estos pocos no se atreven a enfrentarse a la opinión de muchos, que tienen además la fuerza del Estado para defenderse”. La “realidad” del poder del gobernante no llega a tocarse; para la mayoría; apenas se advierte a la mirada la cáscara, la exterioridad, y se la toma por lo real, “porque el vulgo –prosigue nuestro autor- siempre se guía por las apariencias y sólo juzga por los resultados”. Esto es, por el éxito. Detrás del ruido y apartada la hojarasca de las cosas de la política, la partida se juega por éxito o fracaso sobre la política de las cosas, sobre un tablero delimitado por los datos insoslayables de lo político.

 

Finalmente, una acotación sobre la adecuada diferenciación entre el “totalitarismo” espartano y los totalitarismos modernos, de modo que no cabría subsumir categorialmente aquél en estos. En primer lugar, y siguiendo al propio Fustel de Coulanges, en todo el mundo griego se asumía que los intereses de la polis estaban absolutamente por encima de los intereses particulares del individuo, que prácticamente no contaban. Lo decisivo para el polites, para el ciudadano, era la vida pública y la dimensión de la vida privada era mínima. Será en Roma donde aparece la esfera de la vida privada: un derecho público, que apuntaba a la estabilidad del interés público y un derecho privado que mira a la utilidad de la autonomía privada. La diferencia es que el polites pertenecía a la polis, noción territorial, mientras que el ciudadano romano, el civis, constituía y era anterior a la civitas, noción personal. Desde ese punto de vista, todas las poleis griegas eran, en cierto modo, totalitarias. En el caso espartano respecto a las demás poleis griegas, habría, en todo caso, una diferencia de grado, no una diferencia entitativa. Por otra parte, las fuentes sobre la vida espartana provienen de gran parte de atenienses críticos que las utilizaron para argumentar en contra de sus adversarios locales (Platón, Jenofonte) en una descripción con caracteres míticos (la “Vida de Licurgo” en Plutarco). El mito es recogido y agrandado luego por Rousseau, los padres fundadores americanos, los jacobinos, el Tercer Reich y actualmente el cine (“300”).

 

Aún aceptando esas fuentes, tendríamos, en todo caso, un estilo de vida “totalitario” que sus beneficiarios aceptaban de buen grado; si era una enfermedad, le gustaba al enfermo. El totalitarismo moderno, el del siglo XX, se caracterizó por allanar no sólo los grupos ye instituciones intermedias, sino también el fuero privado del sometido, valiéndose del terror y del espionaje. La descripción de “1984”, la novela de Orwell, es perfecta. Eso lo diferencia de los “totalitarismos” antiguos. Curiosamente, aquel totalitarismo espartano tendría más contactos con el “totalitarismo” suave de nuestro tiempo: globalismo, prédica wake, ideología de género, inclusivo. Gómez Dávila lo predijo: “la sociedad del futuro: una esclavitud sin amos”, agregado, que se ocupa de que el individuo actúe de modo que reproduzca por sí mismo el entramado de dominación que es interpretado por él como su libertad. Así se obtuvo, por ejemplo, que la democracia sea el único sistema político en la historia que haya recluido y encarcelado en sus propias casas, por un tiempo indefinido, a la mayoría de los seres humanos del planeta, con el aplauso de los confinados. Un logro muy superior al de todas las dictaduras antiguas y modernas ya los totalitarismos del planeta.