espirituales y psicológicos de la «Sanación
Intergeneracional»
Pía Hirmas
Infocatólica, 27/11/24
Recientemente, la
Conferencia Episcopal Española ha emitido un pronunciamiento sobre la así
llamada «Sanación Intergeneracional». Esta es una doctrina novedosa, de
orígenes protestantes y junguianos, que se ha difundido mucho entre los
católicos que buscan una explicación y solución a sus problemas y sufrimientos.
Sin poner en tela de juicio la buena intención de sus difusores y algunos
aspectos rescatables, es necesario corregir los errores y los efectos negativos
que deja en el alma de sus adeptos esta doctrina.
Los errores
doctrinales breve y claramente han sido respondidos en este magnífico texto del
episcopado español y esperamos tenga eco en toda América. Sin embargo, lo que
no toca, porque no es el lugar, pero es apremiante advertir y corregir, es el
enorme daño espiritual y eclesial que deja a su paso.
Primero, como dice
el texto, una muy deformada y pobre comprensión de los sacramentos y su efecto:
bautismo, penitencia y comunión, además de la liberalidad con la que se altera
gravemente la liturgia eucarística.
Segundo, una idea
de que cualquiera puede «construir» doctrina católica a partir de sus
intuiciones y experiencias, lecturas alternativas, intercambios o seminarios
con grupos y líderes espirituales no debidamente orientados magisterialmente
por la autoridad competente. Difundiendo sutil o abiertamente una sospecha
sobre las autoridades eclesiales, que con santo fundamento corrigen estos
errores, considerándolos rígidos e ignorantes. Como si no hubiera otra
explicación a los fenómenos que ellos observan o experimentan más que esta
línea de interpretación. Muchas veces no hay la humildad característica de los
santos para someter sus textos a revisión y corrección por el tribunal eclesial
antes de publicarlos. Falta espíritu crítico para abrirse a otros elementos
para explicar las heridas y pecados repetidos transgeneracionalmente. Por
ejemplo, malas dinámicas emocionales y afectivas sistémicas, daño neurológico,
temperamento, educación y acción ordinaria y extraordinaria del demonio.
Este último punto
es una tercera mala consecuencia: la falta de comprensión de la sana distinción
de la acción ordinaria, (tentación) y la extraordinaria (posesión,
vejación/obsesión e infestación) del demonio. Usando «técnicas» u oraciones de
liberación no aprobadas, sin un buen discernimiento y sin la debida
autorización del Ordinario, generando un enorme sufrimiento y confusión en las
almas. Un profundo sentimiento de culpa, de impotencia, ante la acción del mal
que parece elevarlo a una visión maniquea del demonio y su dominio, como si
fuera tan fuerte y potente como Dios mismo a pesar de reconocer que ha sido
vencido por Cristo. Las víctimas son muchas veces traumatizadas en este tipo de
oraciones, por lo mismo muchos terapeutas desaconsejan seguir atendiendo a
estos grupos si quieren comenzar tratamiento psicoterapéutico.
Una cuarta
consecuencia, es que a su vez genera una dependencia psicológica y espiritual
del líder espiritual (sacerdote, religioso, consagrado o laicos) que ofrecen
este beneficio liberador. Se va promoviendo un dominio de conciencia y un
sometimiento a lo que exclusivamente el «promotor» considera correcto. Las personas
que vienen en condiciones de vulnerabilidad, en un primer momento se les
promete una ayuda que en ocasiones infantiliza, aísla de un sano entorno
eclesial y familiar, y después terminan por desarrollar lo que propiamente es
un abuso narcisista (de tipo abuso espiritual) con claros síntomas de síndrome
postraumático en sus casos más avanzados. A veces no es notorio en un comienzo,
porque se generan animadas formas comunitarias que «sanan» la soledad y
sufrimiento de las personas que se acercan a pedir ayuda, y en cierto sentido
están «anestesiadas» con este alivio.
El problema es
cuando empiezan a cuestionar o se sienten insatisfechos de esta espiritualidad.
Comienza un ostracismo y una campaña de desacreditación, propia de grupos
sectarios, agravando las heridas que originalmente las llevaron allí. La
mentalidad sectaria con todos sus componentes es mucho más común de lo que
imaginamos siempre que se dan grupos cerrados y no ordenados por una autoridad
que balancee su influencia en los miembros. Los sacerdotes bien formados y
sobre todo los obispos, deben cuidar que se corrijan estos errores porque
aunque de momento los números de asistencia son entusiasmantes, poco a poco es
a costa de una protestantización de la fe católica. Debemos cuidarnos de no ser
lobos para nuestros hermanos y ser más bien maestros que enseñan la Doctrina en
su pureza original para bien de las almas y gloria de Dios.