un nexo probado, que contradice la idea muy
difundida de la inocuidad de esa droga
Claudia Peiró
Infobae, 18 Ene,
2025
“El porro
conseguilo de fuentes confiables”; “Aprendé más sobre los consumos”; “Anticipate
para disfrutar como te gusta”; “Elegí un consumo cuidado”; “Analizá cuál va a
ser tu límite”, etc. etc
Esos eran mensajes
transmitidos por algunos municipios y, más grave aun, por la Secretaría de
Salud Mental de la provincia de Buenos Aires en el año 202w, en el marco de una
campaña que no sólo no instaba a no drogarse sino que transmitía la idea de que
existe una forma “saludable” de hacerlo.
Todas las
consignas apuntan a una banalización del consumo. Una asociación de las drogas
con el disfrute. Un divertimento inocente si se lo hace con “cuidado”.
Esto vale
particularmente para el cannabis respecto del cual el mensaje que se transmite,
explícita o implícitamente, es que es inocuo e incluso que no es adictivo.
Es llamativa, por
no decir escandalosa, esta actitud de las autoridades que son clandestinas en
materia de prevención de adicciones -en todos los niveles de la administración
pública y en gestiones presentes y pasadas-, cuando la ciencia ya ha confirmado
el vínculo que existe entre consumo de cannabis y ciertos trastornos mentales.
”El consumo de
cannabis, particularmente en la adolescencia, y sobre todo de aquellas
variedades con alto contenido de tetrahidrocannabinol (THC), ha sido
identificado como un factor de riesgo significativo para el desarrollo de
trastornos psicóticos, incluido el inicio temprano de la esquizofrenia”, dijo a
Infobae el doctor Diego Sarasola, médico especialista en Neuropsiquiatría (MN
88266).
Sin embargo,
aclara, el riesgo no afecta a todas las personas por igual. “La relación entre
el consumo de cannabis y la aparición de psicosis es compleja y depende de la
interacción entre factores genéticos, ambientales y del desarrollo. La
evidencia más clara a la fecha indica que puede actuar como ‘desencadenante’ en
aquellos individuos con mayor vulnerabilidad genética, así como en los que
tienen antecedentes familiares de esquizofrenia o psicosis”, aclara Sarasola,
quien es director del Instituto de Neurociencias Alexander Luria, y además
miembro de APSA y de la American Psychiatric Association.
Entre los factores
del desarrollo, la edad es clave: “La exposición temprana a THC puede alterar
los circuitos neuronales y aumentar la vulnerabilidad a trastornos psicóticos.
El consumo temprano de cannabis durante la adolescencia afecta negativamente el
desarrollo del cerebro, particularmente en áreas responsables de la cognición y
la regulación emocional”.
Daniela Navarro es
egresada de la carrera de Farmacia de la UBA. Reside en España desde hace 20
años, y allá se doctoró en Neurociencias por el Instituto de Neurociencias
Miguel Hernández, de Alicante, la misma universidad donde en la actualidad
enseña e investiga.
En mayo de 2024,
presentó los resultados de un trabajo de investigación de cuatro años sobre los
efectos del consumo de THC en el embarazo y la lactancia, y la Asociación
Argentina de Psiquiatras la invitó a exponer sobre el tema en su Congreso
anual, que tuvo lugar en octubre pasado en Mar del Plata.
“Las embarazadas
están usando el cannabis para las náuseas y también para la ansiedad, incluso
mientras dan el pecho -dice Navarro, en diálogo telefónico con Infobae-. Hay un
fármaco, el dronabinol, aprobado hace casi 30 años por la FDA (Administración
de Alimentos y Medicamentos de los EEUU) para el tratamiento de la náusea y de
los vómitos que contiene THC en dosis bien estudiadas. Pero en el cannabis la
concentración es demasiado alta”.
¿En qué consistió
el estudio realizado para evaluar la afectación de ese consumo en embarazadas?
“Con dosis altas de dronabinol se puede generar un modelo de adicción en
roedores. Lo hicimos con hembras preñadas a las que se les suministró ese
componente en dosis altas y regulares. El resultado fue que las crías nacían
con trastorno de ansiedad, depresión y problemas cognitivos”, explicó.
El motivo, agregó,
es que el THC “altera los genes, hay menor neuroplasticidad, es decir, menos
conexiones entre neuronas”.
El estudio
consistió en crear un modelo de adicción en roedores, hembras preñadas, para
medir el impacto en las crías (imagen de archivo EFE/EPA/JULIEN WARNAND)
Cuando estuvo en
el Congreso de Mar del Plata, muchos psiquiatras le comentaron acerca del gran
aumento de casos de Trastorno de Déficit de Atención y de autismo, por padres
consumidores. Sin embargo, no se asocia, al menos públicamente y con el
suficiente énfasis, el consumo de cannabis a estos problemas. “Me sorprendió
ver el grado de desinformación en Argentina. Se cree en la total inocuidad del
cannabis; la cocaína hace mal, el cannabis, no”, dice Daniela Navarro. “En
general, el consumo de marihuana se ha disparado muchísimo, entre otras cosas,
porque hay una política muy permisiva justamente con el argumento de que es
inocuo, de que consumirlo es una práctica ancestral, de que calma el dolor,
etc.”
En cuanto a esta
ausencia de discurso preventivo sobre la marihuana, Diego Sarasola cree que “si
bien desde el punto de vista científico no se discute esta correlación [entre
cannabis y daño neuronal], no lleva tanto tiempo demostrada con contundencia”.
Cita un estudio
realizado en Suecia, sobre más de 50.000 personas que fueron seguidas durante
décadas. “Se encontró que los consumidores frecuentes de cannabis tenían un
riesgo cinco veces mayor de desarrollar esquizofrenia -dice-. Sobre todo, si
tenían vulnerabilidad genética. Una probable explicación a esto sería la
amplificación de vulnerabilidades neurobiológicas preexistentes, alterando
circuitos cerebrales relacionados con la dopamina y otros sistemas
neuromoduladores que ya serían disfuncionales en personas genéticamente
susceptibles”.
La planta de
marihuana ha sido modificada genéticamente para aumentar su porcentaje de THC,
el componente adictivo y psicotomimético, que produce el trastorno psicótico y
eventualmente la esquizofrenia” (Getty)
En cuanto al tema
de la falta de políticas de prevención, Sarasola tiene una mirada que va más
allá de esta droga en particular, ya que considera que actualmente hay un
enorme déficit en las campañas contra el consumo problemático y adicciones de
cualquier tipo. “Enfrentamos -dice- una trivialización de los fenómenos de
consumo que exceden con mucho al consumo específico de cannabis. No se puede
analizar este fenómeno de banalización sin enmarcarlo en el problema del
consumo de sustancias en general y de las adicciones como concepto global, sea
a distintas sustancias o a conductas, como la adicción a internet, la
ludopatía, etc. No podemos dejar de marcar que, en términos epidemiológicos, el
mayor problema sociosanitario actual lo constituyen el consumo de tabaco y el
alcohol. Pero esto no debe ser sostenido erróneamente a favor de la
trivialización del consumo de cannabis, sino como un llamado a las autoridades
a no desatender el rol del Estado en materia de salud pública y prevención en
general”.
En su opinión,
“apelar a la libertad individual en esta materia es una falacia que lleva a
desatender una de las principales funciones del Estado, que es el cuidado de la
salud”, función que también se ve comprometida, considera, por “la creciente
desfinanciación de la salud y las malas condiciones de trabajo del personal
sanitario”.
Tanto Sarasola
como Navarro coinciden en apuntar a la modificación genética de la planta de
cannabis, que se ha venido realizando en las últimas décadas con el resultado
de aumentar el porcentaje de THC en la droga. “Un fenómeno que sin duda ha
contribuido a agravar el problema -dice Diego Sarasola- son los avances en la
genética de semillas que permiten hoy, generar una concentración de THC
significativamente superior a la que se encontraba en lo que se consumía hace
décadas. Y a mayor concentración de THC, mayor potencia de los efectos
psicoactivos, pero también, mayor incremento del riesgo”.
“El cannabis tiene
más de 120 componentes -dice por su parte Daniela Navarro-. El más peligroso es
el THC. Y la planta ha sido modificada genéticamente para aumentar el
porcentaje de THC que es el componente adictivo y psicotomimético, es decir,
que produce el trastorno psicótico y eventualmente la esquizofrenia”.
No significa que
el cannabis no tenga aplicaciones medicinales, aclara. “Otros componentes de la
planta, como el cannabidiol, tienen propiedades. La ANMAT aprobó, por ejemplo,
el cannabidiol en estado puro para tratar la epilepsia refractaria, pero solo
para ese uso”, señala.
Sin embargo,
señala: “El problema con el cannabis medicinal es que hay que saber muy bien la
procedencia, cómo se fabricó, etc. A veces se usan solventes para extraer el
cannabidiol que son muy tóxicos”. Pone cuidado en aclarar que no se opone al
uso medicinal: “Abogamos por el estudio de componentes puros del cannabis para
el tratamiento de algunos trastornos”. Pero advierte: “Autocultivo y consumo
libre son los problemas”.
Sarasola por su
parte sugiere que, en vez de hablar de “cannabis medicinal”, deberíamos
referirnos, para mayor precisión, al “cannabis farmacéutico”, porque “los
productos deben ser producidos bajo estrictas normas de buena práctica de
manufactura por razones de seguridad y eficacia”.
También él señala
que ya existen en el país “productos farmacéuticos derivados de cannabis
aprobados por ANMAT, que mejoran la calidad de vida de miles de pacientes”.
Siguiendo con la
necesidad de clarificación, Sarasola subraya la importancia de separar bien las
cosas: “Así como son reales los argumentos que muestran la relación entre
consumo crónico y fenómenos psicóticos, sobre todo en la adolescencia, también
existe un gran cuerpo creciente de evidencia de datos a favor de los derivados
del cannabis como herramienta terapéutica valiosa para algunas patologías como
epilepsia refractaria, autismo y ciertos tipos de dolor, entre otros. Los
prejuicios y sesgos, siempre pueden actuar en las dos vías, esto es, en negar
el perjuicio del consumo crónico o en negar el beneficio de su uso terapéutico.
Son dos mundos que deberían ser tratados de modo diferente, ya que de hecho son
sustancias diferentes, aunque con un origen en común, la planta de cannabis”.
Ambos
especialistas ponen el acento en la edad de consumo, lo que vuelve doblemente
grave el mensaje festivo y despreocupado, habitual en torno a la marihuana por
parte de muchos funcionarios. También señala que la escuela debería ser un
escenario prioritario para el despliegue de las estrategias de prevención que
hoy brillan por su ausencia en ese ámbito.
“La planta actúa
en nosotros porque tenemos receptores -dice Daniela Navarro-. Nosotros tenemos
un sistema cannabinoide endógeno sobre el cual actúa el THC. No es
indispensable tener predisposición para desarrollar esquizofrenia por consumo,
porque el cannabis actúa a nivel del desarrollo cerebral. Y el cerebro humano
se desarrolla hasta más allá de los 18 años. El trastorno psicótico que causa
el THC va a depender de cuando empezó a consumir la persona y cuánto consume”.
En síntesis, en su opinión, “el THC tanto lo causa como lo desencadena (el
trastorno psicótico)”.
Son reales los
argumentos que muestran la relación entre consumo crónico de cannabis y
fenómenos psicóticos, así como las evidencias de que algunos de sus componentes
pueden ser una herramienta terapéutica valiosa para algunas patologías
¿Qué hay de los
síntomas y del tratamiento para estos casos de trastornos psiquiátricos en
personas con adicción?
“Trastornos de
conducta, ansiedad o euforia, agresividad, alucinaciones y desorientación”,
dice Navarro, acerca de la señales que indican la presencia o la inminencia de
un trastorno psiquiátrico. Sin embargo, advierte que “muchas veces el cuadro
psicótico es de aparición brusca”.
“El cannabis use
disorder no tiene mucho tratamiento. Se usan antagonistas del sistema
cannabinoide pero faltan estudios y ensayos clínicos”, dice. E insiste: “El
cannabis es una droga. Se puede demorar más en caer en la dependencia que en el
caso de otras drogas. Pero es una droga”.
“Patología dual”,
dice el doctor Sarasola, es el nombre que se da a este doble trastorno. “El
abordaje terapéutico de los pacientes con esquizofrenia y cualquier tipo de
adicción debe ser de modo indispensable tratado en conjunto, ya que ambos
fenómenos se encuentran entrelazados, y potenciándose mutuamente -explica-.
Podemos describir a esta relación como bidireccional para entender el porqué de
la necesidad de tratamiento combinado. Por un lado, la ya establecida y
descripta relación entre consumo de cannabis y riesgo de psicosis; y, por otro,
muchos pacientes psicóticos pueden inclinarse al consumo como intento de
mitigar la ansiedad, aliviar la llamada sintomatología negativa, como por
ejemplo el aislamiento social, y el insomnio”.
Un recurso que
sólo agravará el cuadro, dice Sarasola. “El consumo de cannabis en pacientes
psicóticos determinará peor evolución de los síntomas, incremento de recaídas e
internaciones y mayor resistencia al tratamiento farmacológico. Estas
consecuencias negativas se explican por distintas vías: entre estas, se
encuentran el aumento en la dificultad de la implementación de los distintos
dispositivos terapéuticos, la menor adherencia a los tratamientos – sean estos
farmacológicos o no farmacológicos-, con el consecuente aumento de la tasa de
recaídas.”
Los síntomas que
deberían alertar de que una persona consumidora de cannabis está desarrollando
algún trastorno mental psicótico no se diferencian de los que indican una
posible enfermedad psiquiátrica en cualquier persona, dice Sarasola.
“Alteraciones en
la percepción de la realidad, pensamientos delirantes, o desorganizados,
cambios de conducta inexplicables por situaciones del entorno, alteraciones en
la conducta emocional, tendencia al aislamiento social, conductas de riesgo,
fallas importantes en memoria y concentración, problemas con el empleo, etc”,
enumera, agregando la advertencia de que “ninguno de estos síntomas o episodios
deben ser atribuidos de modo automático al consumo o diagnosticado como
psicosis, pero sí, son indicadores de llevar a la persona a una consulta con el
profesional porque la detección temprana es clave para prevenir la progresión a
un trastorno psicótico más severo, como la esquizofrenia”.
El trabajo que
realizó Daniela Navarro, junto a Ani Gasparyan, Francisco Navarrete y Jorge
Manzanares, se titula “Síndrome Cannabinoide Fetal: Alteraciones Conductuales y
Cerebrales de la Descendencia Expuesta al Dronabinol durante la Gestación y la
Lactancia”. En el abstract, se lee: “Estos hallazgos revelan los pronunciados
efectos adversos sobre el neurodesarrollo fetal derivados del consumo de
cannabis durante el embarazo y la lactancia, y sugieren firmemente la necesidad
de prevenir a las madres que consumen cannabis en este período de los graves y
permanentes efectos secundarios sobre el comportamiento y el desarrollo
cerebral que pueden producirse en sus hijos”.
En concreto, los
grupos más expuestos son los adolescentes y las mujeres embarazadas -es decir,
los niños que están gestando- y es a ellos que debería estar destinada la
política de prevención, que todavía es una tarea pendiente. Y urgente.