fue el nombre irónico dado por los escépticos
a una teoría que se parecía mucho al Génesis, pero que la ciencia confirmó
Claudia Peiró
Infobae, 12 Ene,
2025
Para descalificar
la teoría de Georges Lemaître, el físico inglés Fred Hoyle (1915-2001) se burló
en una emisión de la BBC: “Es un big bang”, bromeó, sin imaginar que estaba
bautizando la idea con el nombre con el que se la conoce hasta el presente.
Hoyle era partidario de otra teoría, la del “estado estacionario”: el universo
es eterno y no cambia.
Georges Lemaître,
sacerdote jesuita de nacionalidad belga, publicó el artículo “El comienzo del
mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica”, en la revista inglesa
Nature, en el año 1931. El universo está en expansión, afirmaba, y eso implica
que en un momento dado fue mucho más pequeño y, en el origen, hubo un “átomo
primitivo” o “primigenio”, que concentraba todo y que, hace 5.000 millones de
años, explotó iniciando su dispersión.
La teoría de la
relatividad de Albert Einstein fue la que hizo posible el “hallazgo” de
Lemaitre, pero aquel inicialmente fue escéptico por las mismas razones que
Hoyle: demasiado aroma bíblico.
Sin embargo, en
1933, Einstein y Lemaître se reunieron en California para dictar una serie de conferencias.
En esa oportunidad, el sacerdote volvió a explicar su teoría, y esta vez
Einstein lo respaldó: “Esta es la explicación más bella y satisfactoria de la
Creación que alguna vez he escuchado”.
En el año 2022 se
publicó en Francia un libro que pronto se volvió bestseller con más de 200 mil
ejemplares vendidos: “Dios, la ciencia, las pruebas”, de los ingenieros
Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, ambos apasionados por la ciencia. El libro es resultado de tres años de investigación y
de entrevistas a científicos. Los autores sostienen que los grandes hombres de
ciencia han tomado el relevo de los filósofos. Los científicos, dicen, se
ven tarde o temprano confrontados a las grandes y eternas preguntas sobre el
origen del Universo y de la Vida, mientras que la filosofía moderna ha
renunciado a la metafísica. Casi podríamos decir que ha renunciado a la
búsqueda de la verdad, paradójicamente, su principal razón de ser.
Los autores de
Dios, la ciencia, las pruebas (Ed. Tredaniel, octubre de 2021) afirman además
que la hipótesis de una superinteligencia o una inteligencia supracósmica ya no
resulta descabellada para un número creciente de hombres de ciencia.
Admiradores del
matemático Kurt Gödel, Bolloré y Bonnassies creen que todo en el universo es
información y lenguaje, un lenguaje que la ciencia, los científicos, logran
volver inteligible. No hay caos sino un orden que los hombres han ido
descubriendo. “El universo está escrito en lenguaje matemático”, decía Galileo,
un lenguaje que los científicos vienen descifrando a lo largo de los siglos.
El libro de
Bolloré y Bonnassies explica en lenguaje accesible los descubrimientos
astronómicos del siglo XX que en opinión de los autores constituyen pruebas de
la existencia de una inteligencia superior y de un plan. Durante varios siglos, desde Galileo, “la ciencia
demostró que no era necesario un Creador para explicar el Universo”, era el
triunfo del materialismo, dijeron en una entrevista.
Pero el
descubrimiento del BigBang y la expansión del universo, teorías que cuestionan
la tesis de su inmutabilidad, están revirtiendo esa tendencia: el universo
tiene un principio y tendrá un final, dicen Bolloré y Bonnassies. Desde
fines del siglo XIX, todos los grandes descubrimientos científicos apunta a la
existencia de dos fenómenos esenciales: el universo, compuesto de espacio,
tiempo y materia, tuvo un inicio; segundo, todo el universo está regulado de
forma “absolutamente específica y fina” como para que pueda existir la vida.
Los
descubrimientos a los que aluden son la termodinámica, la mecánica cuántica, la
relatividad, el Big Bang, la expansión del universo y la extraordinaria
complejidad de la biología. Según los autores, se pueden sacar de todo ello dos
conclusiones: uno, que el tiempo, el espacio y la materia, que como demostró
Einstein están interconectados, ”tuvieron un comienzo y tendrán un final”. Y
que ese comienzo fue fruto de una causa externa al universo “que no forma parte
de él ni se rige por sus leyes, pues la materia, el tiempo y el espacio solo
comenzaron a existir a partir del Big Bang”.
Bolloré y
Bonnassies dicen sin embargo que el suyo no es un libro religioso ni sobre
Dios; ellos se limitan a exponer las pruebas y las conclusiones corren por
cuenta de los lectores. Pero lo cierto, dicen, es que para los científicos es
cada vez más difícil eludir la pregunta por la existencia de “un gran
matemático”.
La teoría de que,
inmediatamente después del Big Bang, en los primeros instantes de existencia
del Universo, éste se ajustó con absoluta precisión, y que de haber sido ese
ajuste levemente diferente, la aparición de la vida habría sido imposible.
Esta observación
fue hecha hace 60 años por Robert Dicke, un físico estadounidense que calculó
que si la velocidad de expansión del Universo hubiera sido apenas diferente no
existiría nada de los que conocemos. “En otras palabras -dice Olivier
Bonnassies en una entrevista-.si cambiáramos los datos iniciales del Universo
(las constantes que determinan las leyes de la física y la biología) sólo un
poco, el Universo no sería capaz de producir vida compleja. Llamamos a esto el
‘ajuste fino’ del Universo: es un descubrimiento nuevo, indiscutible y
fascinante que necesita explicación. Pero ¡no hay muchas! Si rechazamos la idea
de que hay una inteligencia ordenadora detrás de todo esto, tenemos que suponer
que nuestro Universo es el ganador de una enorme lotería, suponiendo que
realmente existe, en algún lugar, un número verdaderamente gigantesco de
universos estériles con configuraciones aleatorias: pero ¿dónde están?”
Estas teorías ya
habían sido comprendidas por los cristianos, como San Agustín, dicen. Y entre
las más de 500 citas de científicos -varios premios Nobel- que contiene el
libro en sus casi 600 páginas, está la de Robert Jastrow (1925-2008),
astrofísico de la NASA, que dijo: “Para el científico que ha vivido basando su
fe en el poder de la razón, la historia termina como un mal sueño. Ha escalado
las montañas de la ignorancia; está a punto de conquistar el pico más alto; cuando
se sube a la última roca, le recibe un puñado de teólogos que llevan siglos
sentados allí”.
También citan a
otro astrofísico y cosmólogo, George Smoot, premio Nobel 2006, que señaló: “El
acontecimiento más cataclísmico que podamos imaginar, el Big Bang, parece, bien
mirado, haber sido finamente orquestado. La energía inicial se transformará y
evolucionará, como en un programa, en quarks, luego en átomos, luego en
moléculas cada vez más complejas, para producir finalmente ADN, aminoácidos y
enzimas que permitirán que la vida se desarrolle y se haga cada vez más
compleja”. Y agregó: “Pero toda esta evolución sólo fue posible porque las
leyes del Universo estaban muy finamente programadas”.
Un capítulo del
libro está dedicado a recordar a los científicos alemanes y soviéticos que
fueron perseguidos tanto por el régimen nazi como por el estalinista, por
sostener la tesis de un principio del universo. “Una tesis insoportable para
estas dictaduras materialistas, para las que un Universo eterno e infinito era
una necesidad filosófica y científica. Si Hitler y Stalin persiguieron a estos
científicos con tanta violencia, fue porque sus tesis contradecían directamente
el materialismo oficial de estas dos dictaduras”, dijeron a la revista Causeur.
El libro también rescata
el rol del pueblo hebreo, el primero en abandonar la divinización de la
naturaleza, renunciar al culto a los ídolos y a los sacrificios humanos. El
pueblo hebreo, dicen los autores, posee una biblioteca formada a lo largo de
varios siglos: la Biblia, “que contiene una serie de verdades cosmológicas
(...) entre ellas el hecho de que el Universo tenía un principio y tendría un
fin”.
Hace unos meses,
en una conferencia de presentación del libro en México, Bolloré dijo que “la
ciencia dio un giro, antes parecía decir que el mundo era explicable sin Dios,
pero ahora con estos dos ejes de conclusiones [Big Bang y ajuste fino] a los
que ha llegado nos está llevando a la existencia de Dios”.
Los autores creen
que está superado el eterno debate que contrapone ciencia a religión. Pero
quieren evitar dos perspectivas erróneas: “Por un lado, están los
fundamentalistas, que, desde una perspectiva religiosa, niegan los
descubrimientos científicos y se aferran a creencias fantásticas. Por otro
lado, los materialistas, que se niegan a aceptar las implicaciones de esos
hallazgos”.
Con este libro,
Bolloré y Bonnassies han querido poner a disposición del público en general la
implicación de estos conocimientos porque consideran que la gente no es
totalmente consciente de lo que representan.
También consideran
que el tema del principio del universo y del ajuste fino son dos cuestiones que
los ateos no pueden explicar. En palabras del catedrático de Química Orgánica
en la Universidad CEU San Pablo, Javier Pérez Castells, “si en el siglo XIX
podía tener su dificultad ser creyente, en el siglo XXI lo que es difícil es
ser ateo”.
Otro libro,
“Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios”, del autor español
José Carlos González Hurtado, publicado en febrero de 2024, también busca
rebatir la supuesta incompatibilidad de la ciencia y la religión y sostiene que
nunca ha habido tantas pruebas científicas de la existencia de un Creador como
en las últimas décadas.
González-Hurtado
enumera todas esas pruebas, pero afirma que no es un libro de religión, aunque
él mismo es un hombre de fe. Pero una cosa es preguntarse por una causa
primigenia, un comienzo, una inteligencia supracósmica como dicen Bolloré y
Bonnassies, y otra es creer en un Dios personal.
El autor cita al científico
Francis Collins, director del Proyecto Genoma Humano, que decía que el genoma
era un lenguaje y detrás de un lenguaje hay una inteligencia. Actualmente
Collins integra la Academia Pontificia de las ciencias. “La ciencia me ha
llevado a esto”, decía, en referencia a su fe. Escribió un libro en 2007 cuyo
título lo dice todo: “¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe”.
Collins fue del ateísmo a la fe, a través de la ciencia.
González Hurtado
explica que el mito de que la ciencia está en contra de Dios empezó en la
Ilustración en Francia, un mito creado por gente que no era científica, como
Voltaire o Rousseau. Entre las pruebas que expone, están las investigaciones de
Roger Penrose, Nobel de Física 2020, quien calculó la probabilidad de que
existiera un universo antrópico -que permite la vida humana- entre todos los
universos posibles y el resultado fue una posibilidad elevada a 10, elevada a
10, y elevada a 123.
La trayectoria del
propio George Lemaître es una desmentida a la oposición ciencia y fe. En él, la
vocación científica y la religiosa surgieron en su infancia y en paralelo. A
los 9 años le comunicó a su padre que quería ser sacerdote y éste le dio el
visto bueno pero le dijo que primero debía estudiar. Así Lemaîte llegó al sacerdocio
con una formación en matemáticas, y nunca abandonó la investigación científica
ni la fe.
En 1979, el papa
Juan Pablo II citó a Lemaître en un discurso de homenaje a Einstein: “¿Podría,
acaso, la Iglesia tener necesidad de la ciencia? No; la cruz y el Evangelio le
bastan. Pero al cristiano nada humano le es ajeno. ¿Cómo podría desinteresarse
la Iglesia de la más noble de las ocupaciones estrictamente humanas, la
investigación de la verdad?”