conceptos para entender la coyuntura actual
Héctor Ghiretti
Infobae, 19 Ene,
2025
Una de las
categorías más recurridas para explicar el momento actual es el de antipolítica,
como identidad propia o atribuida de determinados actores políticos. Se asume
que es un posicionamiento realmente contrario a la política: en otras palabras,
su propósito es combatir y eventualmente destruir la política.
Este es uno de los
equívocos más difundidos de la discusión política actual. Lo comparten no sólo
simples observadores sino también analistas y cientistas sociales por igual. Y
se debe a un notorio déficit de comprensión de conceptos políticos básicos, que
es preciso rescatar y recordar cada tanto.
Como primera
aproximación es importante saber qué es la política. Existen varias
definiciones, pero quien mejor la explicó fue Aristóteles en Ética a Nicómaco:
es el conjunto de cuestiones relativas al orden y el gobierno de una comunidad de
personas. En tanto se encuentran funciones directivas o articulaciones
organizativas en una comunidad humana, hay política. Desde esta perspectiva,
toda constitución de un grupo social es política. Por esa razón es una tontería
pensar que política y sociedad son conceptos contradictorios. Es común que
muchos políticos o intelectuales de orientación liberal o conservadora pidan
«más sociedad y menos política»: el problema es que, como veremos, confunden
política con gobierno o peor aún, con Estado.
La política se
manifiesta en esas dos formas, que en realidad son formas diversas para
referirse a lo mismo. El orden es la dimensión espacial/estática de la
política. El gobierno es la dimensión temporal/dinámica de la política. Orden
es la disposición armónica de objetos dentro de un espacio. Lo propio del orden
es la coexistencia. Gobierno es la acción humana de índole directiva que se da
en el tiempo. Lo propio del gobierno es la sucesión en el tiempo. Orden y
gobierno son conceptos prácticamente convertibles entre sí, aunque combinados
expresan matices de la política.
Una determinada
acción política puede tener por objeto la conservación de un orden o su
transformación. Las dos orientaciones son legítimas. En la medida en que el
orden vigente no se vea amenazado, la política requerirá menos acciones de
gobierno. Si pretende cambiarlo o defenderlo, demandará más.
Dentro de los
matices expresados no es posible concebir un orden político puramente estático,
que no demande acción conservadora/reformadora, ni una acción de gobierno
completamente dinámica, que no se apoye ni esté enmarcada o condicionada por un
orden existente.
Eso quiere decir
que siempre que haya política habrá orden y gobierno. Una política
verdaderamente exitosa es aquella que consigue imponer y sostener un orden
claro, armónico y razonable, que permite a los ciudadanos hacer previsiones y
realizar sus proyectos, reduciendo la necesidad de las intervenciones del
gobierno al mínimo posible. El orden de la libertad.
Estado
En tiempos remotos
las funciones de la política se reducían a dos: impartición de justicia y
defensa ante ataques externos. Para gobernar bastaba con tener un buen ejército
y buenos jueces. Adicionalmente requería un método de recaudación o de búsqueda
de recursos para sostener esas funciones.
Conforme el
gobierno fue haciéndose más complejo y desarrollando funciones cada vez más
variadas y sofisticadas, fue necesario desarrollar un instrumento acorde. Esa
invención se llamó Estado. El Estado se ha convertido en la herramienta
principal de la política contemporánea.
La política no es
el Estado. Pensar lo contrario es una distorsión conceptual del liberalismo,
que como dijo Carl Schmitt, ha confinado a la política dentro del Estado: no lo
puede trascender ni salir de él, con la idea de “neutralizar” políticamente la
sociedad, organizada (teóricamente) según intereses particulares.
La política no
está al servicio del Estado. Lo contrario es una distorsión práctica
potencialmente totalitaria. El Estado pasa de ser instrumento a fin. La
comunidad política a la que debería servir le queda subordinada.
Con el Estado se
puede organizar, regular, controlar, legislar, prohibir, castigar, enseñar,
reprimir, perseguir, promover, quitar, conceder, construir, destruir, cobrar,
pagar, comprar o vender cualquier tipo de actividades o bienes. Es un
formidable instrumento de intervención en la vida social.
Pero es un
instrumento facultativo del poder político. La política puede y debe estimar si
es necesario, prudente y razonable intervenir a través del Estado en la vida
social. Puede hacerlo a través del Estado, sin él o no hacerlo en absoluto.
Todas esas alternativas son plena y legítimamente políticas. Es parte de la
prudencia arquitectónica de la política juzgar si debe intervenir en la vida de
las personas y las sociedades, debe abstenerse de hacerlo o incluso debe
limitar o retirar la acción del Estado en determinadas áreas.
Moral y derecho
La política debe
organizar/gobernar la vida social, no sustituirla. En una sociedad compuesta
por seres racionales en circunstancias normales, el Estado no tiene por qué
suponer más que una presencia módica en el desarrollo de la sociedad.
Este es un asunto
de importancia clave porque hay una instancia política -la instancia suprema,
en los tiempos de la soberanía nacional- que dispone de la herramienta del
Estado. Pero hay otras instancias que no disponen de él, que no por eso dejan
de ser políticas. Si la política es el conjunto de asuntos relacionados con el
orden y el gobierno de una sociedad, cada institución que participe de ese
orden y ese gobierno es política, aunque en diversa proporción: empresas,
universidades, clubes deportivos, sindicatos, sociedades intermedias y hasta
las familias.
Desde esta
perspectiva puede decirse que la política es el sistema principal de regulación
de conducta. Para ello dispone de dos subsistemas: la moral y el derecho. La
moral regula los comportamientos intersubjetivos cotidianos y posee sanción
social. Opera en el plano de las costumbres. Cuando las conductas afectan a
bienes que merecen una particular aprecio o valor por parte de la comunidad (o
el poder político) son reguladas por el derecho. El instrumento de la política
en materia moral es la educación formal e informal. El instrumento de la
política en materia jurídica es la legislación y el poder de coacción.
Ningún poder
político puede prescindir de estos dos instrumentos. Existe una relación de
equilibrio entre moral y derecho. Si existen buenos hábitos en la sociedad, la
regulación jurídica es menos necesaria. Si en cambio proliferan los malos
hábitos, sucede lo contrario.
Es más fácil
promulgar leyes que influir en la conducta cotidiana de las personas. También es
menos eficaz. Es importante que el poder político delibere cuidadosamente sobre
la conveniencia y la viabilidad de introducir cambios en los comportamientos.
En ocasiones pueden ser contraproducentes o tener consecuencias inesperadas. Y
por otro lado, como explicara Platón, la superabundancia de leyes es un
mecanismo de compensación relativo a su falta de observancia.
Distorsión
Desde principios
del siglo se instaló en la Argentina una concepción ideológica contraria a los
criterios elementales de la política. La mayoría de los dirigentes políticos,
cientistas sociales y analistas se mantiene en ese horizonte ideológico, que ha
resultado ruinoso para los intereses nacionales.
En primer lugar
dice reivindicar la primacía de la política, pero a través de lo que se podría
denominar una “desorganización generada”, que demanda una permanente
intervención del poder político, aumentando exponencialmente la arbitrariedad,
la discrecionalidad, la imprevisibilidad, la venalidad y por último la
dependencia de la población respecto de las decisiones de gobierno.
En segundo lugar
dicha ideología no solamente comparte la idea liberal de que la política es
igual al Estado sino que además convierte al Estado en un instrumento invasivo
con el que el poder interviene en cuanta área está a su alcance, lo que resulta
en un Estado sobredimensionado, carísimo e ineficaz, que se convierte en un
peso muerto para la sociedad a la cual debe servir.
En tercer lugar,
no sólo intenta un cambio profundo en la conducta y los hábitos sociales de la
población a través de la educación -algo que ha terminado en fracaso- sino que
se sobrecarga al sistema con una legislación hipercompleja, redundante,
contradictoria e inflacionaria que ha llevado a la crisis del poder ejecutivo y
judicial.
La verdadera
antipolítica
Esta ideología es
conocida como kirchnerismo y tiene su expresión más articulada en Axel
Kicillof, uno de sus dirigentes políticos de primera línea con mayor formación
académica. Es Kicillof quien ha verbalizado con mayor claridad la idea de que
más Estado es necesariamente mejor política. Lo expresó de forma grotesca
cuando afirmó recientemente que “no hay temporada de verano si no hay Estado”.
Kicillof, responsable de las decisiones en materia de política económica más
ruinosas de las últimas décadas, se posiciona como el heredero político del
kirchnerismo. El fracaso del kirchnerismo no es en absoluto el fracaso de la
política. Es el fracaso de una concepción ideológica que asumió como correctos
los postulados contrarios a la política bien entendida. Así se explica mejor el
concepto de antipolítica: no es lo contrario y opuesto a la política sino lo
contrario u opuesto a los políticos que han llevado al país al desastre en que
se encuentra. Esos son los verdaderos representantes de la antipolítica.