jueves, 30 de enero de 2025

LIBERALISMO Y LIBERTAD

 

Por Gustavo González *

La Prensa, 28.01.2025

 

El liberalismo está de moda en Argentina, y parece ser la panacea que nos sacará de todos nuestros problemas, el camino que nos llevará del fracaso al éxito nacional. Multitud de liberales, de viejo y nuevo (a veces novísimo) cuño afirman por todos los medios de comunicación (y especialmente por las redes sociales) que la libertad es todo lo que necesitamos. Ha sido la libertad lo que puso a nuestro país en los primeros lugares de prosperidad e importancia internacional en los lejanos días de comienzos del siglo pasado y fue la falta de libertad lo que nos ha traído hasta la penosa situación actual.

 

La libertad es el valor supremo. Parafraseando a Santa Teresa de Ávila, se podría decir, en un arrebato de entusiasmo libertario: “Quien libertad tiene, nada le falta / sólo la libertad basta”.

 

¿Ahora bien, qué es exactamente la libertad? Porque si nuestra felicidad como personas individuales y como pueblo depende enteramente de ella, sería bueno tener muy claro el concepto.

 

Según el diccionario de la Real Academia Española, libertad es la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”.

 

¿Pero puede ser que el simple ejercicio de la capacidad de decidir, o sea, básicamente, hacer lo que se nos de la gana (con algunos límites, claro está: se suele mencionar en ese sentido al principio de no agresión; “respetar el proyecto de vida del otro”), puede ser, decimos, que esta “facultad natural” sea el valor máximo y el ordenador de la vida de una persona y más aún de toda una sociedad?

 

No es esa, al menos, la idea de libertad que tiene la tradición cristiana, y que comparte con otras tradiciones filosóficas. En ella, la libertad es fundamental, pero su valor positivo dependerá del uso que se haga de ella.

 

Al respecto, la Doctrina Social de la Iglesia afirma lo siguiente: “(…) la libertad es, en el hombre, signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo de la sublime dignidad de cada persona humana. No se debe restringir el significado de la libertad, reduciéndola a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal: la libertad debe ejercerse como capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo, La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí. mismo con vistas al auténtico bien, en el horizonte del bien común universal” (compendio de la Doctrina Social de la Iglesia).

 

En contradicción con esta visión, el liberalismo eleva la libertad a la categoría de valor supremo y absoluto. ¿Y qué es el liberalismo entonces?

 

Para el padre Mariano Fazio, tal como lo describe en su libro 'Historia de las ideas contemporáneas', el liberalismo tiene como fundamento una antropología que gira en torno a una concepción de la naturaleza humana de carácter individualista. Concretamente, se entiende por liberalismo, según este autor (desde una visión católica que compartimos), un modo de pensar ideológico, por democracia liberal la manifestación político-institucional de esta ideología, y por capitalismo un sistema económico ligado a ella.

 

Además, el liberalismo político clásico se caracteriza por ser una teoría de los límites del Estado, o lo que es lo mismo, un intento de encontrar los medios a través de los cuales se evita que el Estado viole los derechos individuales de los ciudadanos, principio. que en su origen se proclamaba en abierta crítica contra la monarquía absoluta.

 

IDEOLOGÍA SUPERIOR

 

¿Pero tienen razón los liberales, alcanza con el liberalismo? ¿Es realmente la ideología superior? ¿O hay alguna falla o carencia en esa corriente de pensamiento, como podría suponerse desde la visión cristiana que acabamos de esbozar?

 

Veamos. Indudablemente los principales aportes del liberalismo al mundo han sido la economía de mercado y el sistema republicano moderno. Ambas cuestiones son valiosas, principalmente, desde lo técnico o instrumental. El liberalismo, en realidad, no ha contribuido prácticamente a la dimensión filosófica de la cultura, especialmente si nos referimos a lo moral, al ámbito de los valores. Lo cual es un problema si se propone el liberalismo como sistema de ideas rector de una sociedad.

 

A este respecto puede citarse la conocida 'hipótesis de Böckenförde': el Estado constitucional moderno, liberal y secular, se sustenta en presupuestos que él mismo no puede garantizar. Muy por el contrario, la vida civilizada, el respeto por la legitimidad democrática y el Estado de Derecho se alimentan del arduo encuentro y convivencia pacífica entre la tradición religiosa judeo-cristiana y la tradición ilustrada secular. Ernst W. Böckenförde, jurista alemán que luego se convertiría en miembro del Tribunal Constitucional de su país y en uno de los juristas más destacados del siglo XX, enunció esta hipótesis en 1967, y con ella nos dice, básicamente, que el Estado constitucional, liberal y laico vive de supuestos que él mismo no puede garantizar.

 

INSUFICIENTE

 

Sólo el liberalismo, entonces, sería insuficiente como ordenador de una comunidad organizada que busque la permanencia y el bienestar. Según parece, la falla del liberalismo está en ignorar ciertas cuestiones, determinados aspectos de la naturaleza humana y determinados valores que pertenecen a la tradición de las sociedades. Lo ideal, afirman quienes comparten esta visión sobre los límites del liberalismo, parecería ser una combinación entre liberalismo en lo económico y cierto conservadurismo en lo cultural. Para que el liberalismo funcione sería necesario entonces que contara con un trasfondo conservador en las ideas políticas.

 

Francisco Contreras, jurista, catedrático y político español, autor del libro 'Una defensa del liberalismo conservador', piensa justamente que una sociedad en la que no se tiene una vigencia efectiva de una tradición moral objetiva no tiene posibilidades de prosperidad, auténtico progreso y libertad. . Y, más concretamente, afirma en la obra citada: “La libertad política y económica es una conquista frágil, una planta delicada que ha florecido una sola vez en la historia de la humanidad. Y lo ha hecho en un contexto cultural muy específico, cuya preservación es imprescindible para su viabilidad. De allí que el liberalismo coherente debe incluir una faceta conservadora”.

 

En esto parece continuar la línea de pensamiento de hombres como Montesquieu, quien consideró que el régimen republicano puede permitirse una coacción externa menor precisamente porque sus ciudadanos se someten voluntariamente a la “coacción interna” de sus virtudes. Según este filósofo, el recurso básico del despotismo es el temor; el de la monarquía, el honor; el de la república, la virtud. O Benjamín Franklin, quien afirmó que “sólo un pueblo virtuoso es capaz de libertad; a medida que las naciones se vuelven más corruptas y viciosas, tienen más necesidad de un amo”. La virtud ciudadana, entonces, esas virtudes públicas que se materializan en una serie de valores e instituciones multiseculares que resisten el paso del tiempo, darían cuenta del fundamento conservador que requiere todo régimen liberador para subsistir.

 

Esta parece ser la intención del presidente Javier Milei, quien se declara profundamente liberal, pero a la vez, se coloca en una posición intelectual y política contraria (incluso enérgicamente opuesta) a temas centrales del progresismo/wokismo actual, tales como la agenda 2030 ( ahora 2045), el aborto, el globalismo, el feminismo radical, la ideología de género, entre otros. Además, por supuesto, de incluir en su gobierno a figuras políticas identificables como conservadoras, más que como liberales. Unión difícil de lograr, pareciera, a juzgar por los roces y tensiones cada vez más frecuentes entre las dos “alas” ideológicas del gobierno. Pero en todo caso, está claro que la intención de establecer una alianza (de alguna manera) liberal – conservadora, parece clara.

 

¿Pero alcanza sólo con el liberalismo incluso en economía? ¿Es suficiente la fórmula “liberalismo económico – conservadurismo cultural” como paradigma filosófico – político para conducir los destinos de una nación?

 

LIBERALISMO DESENFRENADO

 

El problema que se presenta para que ese enfoque funcione es que ese liberalismo “fuera de cauce” promueve una concepción del hombre como individuo aislado, carente de compromisos con nada ni nadie más que consigo mismo. Este liberalismo unidimensional que plantea como ideal una «libertad con facultades extraordinarias» -según frase de Félix Frías- cae fácilmente en un egoísmo individualista, y provoca, si no se lo limita y ordena, una lucha por la supervivencia (y por el máximo beneficio). ), donde los fuertes (por razones de poder político, económico o del tipo que sea) se imponen frente a los débiles, a expensas del debido respeto a la dignidad humana.

 

Este liberalismo desenfrenado atenta contra el mismo movimiento de avance de la sociedad en el sentido de la libertad, que sin embargo declara procurar: en el ámbito económico, ese individualismo desconoce la situación de los pobres y de los pueblos en vías de desarrollo y en el ejercicio del poder político, suele degenerar en «jacobinismo»: imponiendo de manera autoritaria su idea de libertad, o de qué libertades hay que defender (por ejemplo   la libertad de expresión) y cuáles no importan tanto (como el derecho a desarrollar la propia religión). pecado sufrir discriminación u hostigamiento por ello). No hay más que repasar la historia de los últimos dos siglos para comprobar que tal liberalismo exagerado engendró, directamente, el capitalismo individualista, más interesado en volver más ricos a los ricos que realmente en gestionar la economía para el bien común (concepto este casi tan denostado por los liberales como el de justicia social) y que por reacción fue causa, indirectamente, del colectivismo marxista y en reacción a este (principalmente), de los movimientos fascistas.

 

Parece oportuno, para finalizar estas líneas, cerrar citando a Ambrosio Romero Carranza, político, docente y periodista argentino, perteneciente a la generación fundadora de la Democracia Cristiana en Argentina, quien en 1956 escribía: “La democracia cristiana rechaza ese liberalismo por considerarlo un error social anticristiano y antidemocrático que ha sido causa preponderante del nacimiento de todos esos males que hoy afligen a la humanidad. En cambio, lucha por la auténtica libertad: la libertad cristiana que, unida a la justicia ya la caridad, proporciona a las naciones paz, bienestar y progreso”.

 

 

* Secretario de Relaciones Institucionales del Partido Demócrata Cristiano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.