censurada: absurda cancelación de la película
de Bertolucci en la ciudad donde fue filmada
Claudia Peiró
Infobae, 04 Ene,
2025
“El orden puritano
está en marcha. En nombre de la igualdad y de la justicia, las progresistas y
las neofeministas persiguen la menor desviación, la transgresión, la expresión
de la fantasía. La sexualidad debe responder al imperativo de la transparencia
y las relaciones varón/mujer a un estatuto aséptico”, escribía hace un par de
años la periodista francesa Elisabeth Lévy, jefa de redacción de la revista
Causeur.
La tendencia sigue
viento en popa y ha llevado a la Cinemateca francesa a autocensurarse en
prevención de posibles escraches y sabotaje a la proyección, en el marco de un
homenaje a Marlon Brando, del clásico de Bernardo Bertolucci, “Último tango en
París”.
La decisión fue
precedida por una semana de furiosa campaña en las redes sociales. “Con el fin
de apaciguar los espíritus, y dados los riesgos de seguridad enfrentados, la
Cinemateca francesa cancela la proyección de Último Tango en París. La
seguridad de nuestro personal y de nuestro público está por encima de cualquier
otra consideración”, decía el comunicado, cuyo tono da la medida de la
virulencia de las críticas recibidas.
El cuestionamiento
de las activistas feministas que amenazaban con impedir la proyección por la
fuerza se resume en esta frase de la periodista Chloé Thibaud, una de las
principales acusadoras de los responsables de la Cinemateca: “Este film tiene
un único olor: el de la cultura de la violación”.
La pregunta que
surge ante esta frase es si Thibaud vio la película, porque Último Tango en
París dista mucho de ser la historia de una relación abusiva.
[Para quienes aún
no la han visto, aviso que daré detalles]: Paul, el personaje que encarna
Marlon Brando, es un viudo profundamente afectado por el suicidio de su esposa
-y por el absurdo de la vida en general- que busca desahogo o quizás sólo aturdimiento
en un vínculo sexual con una joven desconocida (intrerpretada por la actriz
María Schneider) de quien no quiere saber nada, ni siquiera el nombre de pila.
Aunque está de novia, ella acepta el juego y se suceden los encuentros con el
viudo en un departamento vacío que está en venta.
En uno de esos
encuentros se produce la célebre relación anal, mantequilla mediante, que es la
que se califica como violación, lo cual es dudoso (vean el film). Muchos años
después, la actriz María Schneider atribuyó a esa escena -que no estaba
prevista en el guión- el hundimiento de su carrera y los muchos trastornos
mentales que jalonaron su vida bastante breve -murió de cáncer a los 58 años-.
La relación fue obviamente fingida, no real. Parece mentira que haya que aclararlo
y sin embargo miren lo que dice actualmente la Wikipedia en su entrada sobre la
película: “Maria Schneider fue violada (sic) en una escena, en la que se
utilizó mantequilla para facilitar la penetración. Este hecho la llevó a
consumir drogas ....”, etc., etc.
María Schneider no
fue violada. La relación fue fingida como corresponde en el cine. En la escena,
ambos protagonistas están vestidos.
Pero además, y es
lo que lleva a pensar que la mayoría de los detractores de la película no la
han visto, pese a la diferencia de edad de los personajes -el viudo está en la
cuarentena y ella tiene 20- no se trata de un vínculo de dominación de un varón
abusivo sobre una mujer desvalida. A la escena famosa le sigue otra en la cual
los roles se invierten y el sodomizado es Paul. Más aun, el desenlace del
vínculo es decidido por ella, una joven de buen pasar que prefiere la comodidad
de un matrimonio convencional con el bobo de su novio que la locura a la cual
finalmente la quiere arrastrar su amante trastornado. Cuando éste abandona el
principio de limitar la relación al sexo y quiere ahondar en el vínculo, ella
lo rechaza y ante la insistencia de Paul acaba matándolo de un disparo sin
mayor justificación. A la policía le dice que no lo conoce y que se estaba defendiendo
de un intento de violación.
Esta es la
película que las feministas consideran promotora de una cultura de la
violación… De nuevo cabe preguntarse si la vieron.
Más allá de la
censura a la que el feminismo actual es tan proclive, los argumentos en este
caso están totalmente fuera de lugar y no reflejan la trama del film. Más bien
son signo de la regresión puritana que promueve este movimiento cuyo fin último
es el apartheid sexual.
Con el argumento
de que lo personal es político -lema del feminismo radical- la nueva
inquisición de género pretende meterse en las sábanas de todo el mundo.
El último libro de
la ensayista Claude Habib, crítica del feminismo, desafía este principio desde
el título: “Lo privado no es político”. Denuncia el intento de convertir el
hogar, la familia, en terreno de combate entre el varón, siempre verdugo, y la
mujer, eterna víctima.
Habib lo dice sin
vueltas: “Abolir la frontera entre la esfera privada y la vida pública es
propio de los totalitarismos”. Todos los totalitarismos, dice, sean de
izquierda o de derecha, pretenden organizar el mundo en todos sus aspectos, y
además exigen permanentemente garantías de adhesión, incluso en la intimidad
del hogar. Es el tema de la novela de George Orwel, 1984: no existe sitio donde
recluirse, escapar a la vigilancia; no hay espacio para la intimidad y por lo
tanto no hay relaciones amorosas libres.
Claude Habib es de
las que cree que, habiendo ya las mujeres obtenido los mismos derechos que los
hombres, el feminismo no tiene razón de ser. En cambio, constata que ha surgido
“un nuevo ciclo de reivindicaciones”. En una reciente entrevista con Causeur,
lo explica así: “La exigencia de igualdad se ha desplazado de la esfera pública
a la privada, como si las familias fueran los reservorios de la dominación”. En
consecuencia, sigue diciendo, “es deber de cada mujer rastrear este virus en el
domicilio; toda feminista debe librar la lucha en el seno de su hogar”.
En concreto, el
feminismo te quiere decir cómo convivir en la pareja y en la familia. Qué esta
bien y qué no en la cama. El hogar es el último baluarte de la desigualdad
sexual. Allí, dice Habib, “las mujeres son presentadas como eternas perdedoras,
los hombres como aprovechadores y culpables”. La tensión y la confrontación son
inherentes a la política; trasladar esa lógica a los lazos privados es
problemático, porque el objetivo de éstos “no es la tensión sino la distensión,
no es la discordia, sino la seguridad, no el litigio, sino el afecto mutuo -
agrega Habib-. Preconizar la confrontación permanente en el marco de una vida
privada, es minar la pareja y la vida de familia”.
En su guerra
contra la película de Bertolucci, las feministas reclamaban que antes de la
proyección hubiese un debate para “contextualizar” la película, y exponer las
VSS, es decir, las violencias sexistas y sexuales que contiene.
Vale reiterar que
en la película la protagonista no se deja intimidar por el hombre mayor, pese a
los muchos años que los separan. Por otra parte, traiciona a su novio sin
manifestar el menor remordimiento, lo que no parece inmoral a los ojos de los
críticos de la película. La victimización que hacen las feministas del papel de
María Schneider en la película se explica solo por el hecho de que en su
plantilla mental la mujer siempre tiene que estar disminuida. En rigor de
verdad, el único que podría quejarse del rol que le toca es Jean Pierre Léaud
en el papel del novio perdidamente enamorado y traicionado con toda
desenvoltura por su joven prometida.
La diputada
ecologista Sandrine Rousseau anunció que convocará a los responsables de
Cinemateca para que expliquen “esta elección delirante de proyectar el film y
la violación a la que dio lugar (sic)”. Su fuente es la Wikipedia
evidentemente. La legisladora preside la comisión de investigación sobre las
VSS (violencias sexuales o sexistas) en el cine.
Cuando se estrenó,
en 1972, la película también escandalizó, pero no a las feministas o a la
izquierda, sino, curiosamente, a los que los progresistas gustan llamar
“fachos”. 50 años después, la tendencia se invierte y quienes ponen el grito en
el cielo son los que en aquellos tiempos se decían partidarios del amor libre y
la liberación sexual.
No es la única
contradicción. En noviembre pasado hubo otro escándalo en Francia por una
novela enviada a alumnos de secundaria con descripciones crudas, casi
pornográficas, de relaciones incestuosas y sadomasoquismo. A imagen y semejanza
de quienes entre nosotros se congregaron en el Teatro Picadero de Buenos Aires
para leer una novela que nadie quería censurar, también en Francia los mismos
sectores que hoy quieren cancelar a Bertolucci y a Brando consideraron muy
atinada la inclusión de Le Club des enfants perdus (El Club de los niños
perdidos), de Rebecca Lighieri, entre los libros destinados a estudiantes desde
los 14 años.
Para medir el
nivel de hipocresía de este neo-puritanismo autoritario en que ha derivado
buena parte del feminismo actual, baste decir que la escena de sodomía que
escandaliza en un film que en su estreno fue calificado como prohibido para
menores de 18 años resulta casi inocente en comparación con algunos párrafos de
la novela destinada a estudiantes de 14 y 15 años que contienen descripciones
detalladas y muy crudas de sexo anal y coprofilia en una trama que además
incluye relaciones incestuosas -una de una madre con su hijo-, suicidio y sexo
trash (Algunos extractos pueden leerse en esta nota).
Los medios de
izquierda, los mismos que ven en el film de Bertolucci una apología de la
violación, calificaron las críticas de los padres de los estudiantes que debían
leer el libro polémico como “hipocresía reaccionaria”, y tildaron de
“asociaciones de extrema derecha” a quienes pidieron el retiro del libro. Otro
medio habló de “fuego puritano”, calificativo que llamativamente no aplican a
la cancelación del Último Tango en París.
Es decir que, para
la prensa progresista, los padres que no consideraron apropiado ese libro para
alumnos de 14 a 18 años son todos de extrema derecha. Mientras que las
asociaciones feministas que obtuvieron la censura de un film están defendiendo
una causa justa.
Por otra parte, se
ha vuelto costumbre, en os casos polémicos, prevenir al público, sea con
charlas previas o hasta con carteles insertos al comienzo de la cinta para
ponerla en contexto. Es decir que los mismos que promueven la pornografía y el
sexo explícito en textos destinados a menores de edad, infantilizan al público
adulto considerando que es su deber explicarles lo que van a ver, prevenirlos,
proteger su sensibilidad, con una serie de ridículas advertencias.
Todo censor niega
que lo es. “No practicamos la cultura de la cancelación, pero en adelante hay
que acompañar las proyecciones de obras de cineastas acusados de hechos graves,
o que muestran en sus films actos graves”, dicen por ejemplo.
Vaya criterio.
¿Quién decide qué son “actos graves” en el cine? ¿Crímenes, guerras, violencia?
El cine, que es el
arte de la imaginación, de los sueños, de la transgresión incluso, pasado por
los filtros de estos censores que no quieren decir su nombre, saldrá
severamente dañado.
“No se trata de un
retorno al puritanismo”, aseguran negando nuevamente lo que están haciendo.
Élodie Drouard, de
France Télévisions, hablando en nombre de las jóvenes generaciones de 20 a 25 años
(las generaciones de cristal a las que todo ofende), acota que “no se puede
ignorar la evolución de la sociedad”, defendiendo lo que en realidad es una
involución.
Laura Pertuy,
periodista y administradora del Colectivo 50/50, que promueve la igualdad de
hombres y mujeres en el cine -¿como garantía de calidad?-, dijo: “Hay que
superar el debate sobre la cultura de la cancelación, no se trata de eso. La
elección de difundir una película en salas o en la tele ilustra más que nunca
una línea moral. El público está ávido de saber en qué condiciones se hicieron
las películas (..) Ya no podemos razonar en términos únicamente artísticos
(sic) y debemos acompañar estos cuestionamiento al ecosistema del cine”.
Esto no es moral,
sino moralina.
“Creo que hoy la
gente es menos libre en sus prácticas sexuales”, decía la escritora Catherine
Millet, autora del best seller La vida sexual de Catherine M., en una
entrevista con Página 12 en octubre de 2018. Ya entonces, Millet se quejaba por
los reclamos de algunas feministas contra la retrospectiva de Roman Polanski en
la misma Cinemateca Francesa. “La ola purificadora parece no conocer ningún
límite”, decía.
Millet había
firmado junto a otras escritoras y artistas francesas -Catherine Deneuve entre
ellas- un manifiesto con fuertes críticas al #MeToo que para ella promovía
“formas de censura que implican un retroceso de más de un siglo”. “A través del
#Me too se estaba pidiendo una codificación de la relación entre hombres y
mujeres que también nos parecía un regreso de la moral victoriana”, decía
Millet en la entrevista citada para explicar el motivo del manifiesto.
Y formulaba otra
crítica que resulta pertinente respecto de los criterios para la cancelación
del “Último Tango en París”: “No me gusta cómo usaron la definición de la
violación; por lo menos una tendencia dentro de ese movimiento usó la palabra
violación para actos que no eran violaciones. (...) Algunas mujeres usan la
palabra violación para designar situaciones en las cuales durante la relación
sexual cambian de opinión. No me parece justo; la mujer tiene que asumir sus
responsabilidades desde el inicio”.
Elisabeth Lévy,
por su parte, señala que, a mediados de los 70, nadie “habría podido predecir
que, medio siglo más tarde, la prensa haría la apología del sexo sin
penetración, porque esta última ha sido reducida a una técnica de dominación, o
incluso a los inicios de la violación”.
También señalaba
que existe sin duda en estos temas “una fractura generacional”. Pero, al revés
de lo que suele suceder, en este caso “las jóvenes son más puritanas, más
represivas y (tienen) una visión de la sexualidad más ingenua y a la vez más
deprimente que sus mayores”.