sábado, 2 de mayo de 2020

ARGENTINA: LA OBLIGACIÓN DE LA HORA




Sergio Raul Castaño

Red Patriótica Argentina, 1-5-20

Sin perjuicio de su oclusión y subordinación a fuerzas transnacionales -y sin que signifique una contradicción con tales intereses-, parece claro a esta altura que, con pretexto en una epidemia (entre nosotros, de bajo impacto), el gobierno argentino no trepida en destruir el tejido socioeconómico de la comunidad política. Y es probable que después avance en la semisovietización de una población que habrá perdido los resortes fundamentales del normal desenvolvimiento de su existencia familiar, laboral, económica y espiritual; y que hasta verá peligrar la supervivencia física. Entonces la vida y los bienes de los ciudadanos (en actividad y en retiro) seguramente estarán a merced del poder político -ese gestor del bien común que cada vez más a menudo se ha convertido en el “agresor del orden social”, como lo estigmatizara, lapidario, Bertrand de Jouvenel-.

En Argentina (como hoy mismo en muchas sociedades del mundo, pero más agudamente aun), la catástrofe está a las puertas. Y no la trae ni la "curva" ni el "pico" de la "pandemia", sino la clausura de la actividad comercial y productiva y del intercambio de bienes y servicios. 
Con más: a) la internalización de hábitos de obediencia suicida y sicofántica entre los ciudadanos; y b) la neutralización de las instituciones que pueden preservar los auténticos derechos y las legítimas libertades.

En un tiempo más, si el criterio del gobierno nacional replicado por gobernadores y municipios se mantiene, un porcentaje escalofriante de pequeñas empresas y comercios puede colapsar, y una masa ingente de trabajadores (de los que todavía quedan, en una sociedad viciada por el tumor de la miseria subsidiada) puede perder su empleo. Y muchos –empresarios y empleados- hasta caerán incluso endeudados con el sistema financiero….

Se trata de una gravísima encrucijada de bien común, cuyas exigencias se imponen, por poco que se advierta lo que se arriesga (un marasmo devastador del orden social) y la razón por la que -¿pretendidamente?- se lo arriesgaría (“salvar vidas”). Cabe plantearlo así, como pregunta –en referencia al poder-, porque cuesta creer que, en el concreto escenario epidémico argentino, se esté empujando la sociedad al desastre sin segundas intenciones. Sea lo que fuere de esas intenciones, cada semana que pasa sin revertirse esta política demencial nos acerca más a un abismo.

Ésta, pues, es la obligación de la hora: no dejarse engañar; y disentir, denunciar y resistir a la clausura de la vida social que impone el gobierno. Si ella continúa por algunos meses más, el día después nos encontrará con la sociedad diezmada – además de domesticada, y a merced de ideólogos corruptos acompañados de una jerarquía religiosa cómplice-.