lunes, 4 de mayo de 2020

POR QUÉ EL INGRESO BÁSICO UNIVERSAL PODRÍA AYUDARNOS



a enfrentar la próxima ola de crisis económicas

John Harris

(Publicado en The Guardian el 2-5-2020)

Hasta hace solo seis semanas muchos eran los que adherían a la idea de que la relación de los seres humanos con el trabajo los dividía siempre en  segmentos dicotómicos: los ganadores y los precarizados perdedores; sujetos “aspiracionales” y sujetos que dependían del estado; individuos que se habían adaptado a la globalización e individuos que eran sus víctimas.


Pero si había algo de verdad en esas clasificaciones, la crisis del coronavirus ha despachado a la mayoría de estas visiones a la historia. La inseguridad late ahora en el corazón de decenas de millones de seres humanos. Pongámoslo de otra manera: el “precariado” de repente se ha expandido para significar una condición humana potencialmente universal.


La semana pasada estuve conversando con gente en Plymouth. La mayoría hablaba desde sus hogares, via webcam, hogares que aparentaban y sugerían confort y seguridad material. Uno de ellos era ya un especialista en limpiar hornos de cocina y  otro era ya todo un plomero y experto en calefacción: ambos estaban esperando que se materialice paquete de medidas anunciado por el Ministro de Hacienda  Rishi Sunak, destinado a cuentapropistas, y estaban profundamente preocupados sobre el futuro. Otra mujer trabajaba  en un salón de belleza y de manicuría desde su propio hogar y temía que incluso cuando le permitieran en algún momento reabrir su negocio, la gente estaría muy asustada para concurrir. Y así, sin cesar, todos sintiendo ansiedad e incertidumbre, uniéndose a los millones de personas que ya vivenciaban lo mismo, mucho tiempo antes de que el brote estallara.


A medida que las noticias diarias acerca de la creciente necesidad de erigir bancos de alimentos pusieron en el tapete la galopante crisis social, el gobierno ha comenzado con su frenesí de licencias, y préstamos para pequeñas empresas, como así también para individuos. Pero estas medidas no resuelven los problemas básicos de la pobreza (la tasa de suspensiones en el rango del 80 % de los empleos es una pésima noticia para quienes ya estaban recibiendo salarios bajos), y hay bastantes personas que ya habían caído a las grietas: trabajadores que ya habían sido despedidos y que ahora están sufriendo esta larga espera de 5 semanas por los créditos universales, y personas que hace menos de un año son cuentapropistas o reciben su retribución de los dividendos de empresas. Además, tal como están las cosas, los cronogramas de suspensiones terminarían a fines de junio. Incluso si algún milagro sucede y estas personas pueden volver a ganar dinero de nuevo, hay un enorme interrogante que todavía nadie responde: ¿qué haremos si sobreviene otro desastre como éste?


Así pues, una idea que ya nos es familiar ha regresado nuevamente al debate: la del Ingreso Básico Universal (IBU), a través del cual todos nosotros tendríamos derecho a un pago periódico estatal, suficiente para cubrir las necesidades básicas  tales como alimentación y calefacción. Hace 10 días, el grupo de presión de izquierda Compass impulsó una carta firmada por más de 100 miembros del Parlamento y representantes de 7 partidos políticos, reclamando un “ingreso básico de recuperación” que debería ser suficiente para suministrar seguridad económica a la población. Un estudio académico acompaña la moción que propone medidas de corto plazo seguidas de un ingreso básico universal permanente, pautado inicialmente en el rango de las 60 libras semanales por persona en edad activa y 40 libras por niño (o bien 10.400 libras anuales para una familia de 4 integrantes), manteniendo los beneficios sociales por desempleo, vivienda y discapacidad. Con el tiempo, este “ingreso-piso”  se incrementaría hasta llegar a las 100 libras por adulto.


Obviamente esto conllevaría una gran cuota de gasto público, pero, a través de políticas como convertir los ingresos no gravados en pago efectivo, los abogados del IBU insisten que el sistema impositivo podría ser remodelado para permitir el coste de las medidas. Además, este tipo de solución no es tan duro como algunos sostienen: después del rescate a los  bancos y la generosa respuesta estatal a la crisis actual, planes como éstos de gasto radical ciertamente ya no son el tabú político que otrora representaban.


En Escocia el SNP (Partido Nacional Escocés) está entusiasmado con la idea, reflejando un ejemplo de actitud que se replica en algunos otros países que ya están apuntando en la misma dirección. Como para recordarnos que no todos sus partidarios  tienen intenciones puramente  idealistas, la administración Trump ya está distribuyendo un pago por única vez de 1000 dólares a millones de ciudadanos norteamericanos, mientras algunos demócratas del ala progresista como Alexandria Ocasio-Cortez están propugnando un IBU en todo Estados Unidos.


En España, la coalición gobernante del partido socialista y el movimiento de extrema izquierda Podemos han prometido introducir pagos periódicos a sus ciudadanos más pobres. Podemos ha abogado fuertemente por un IBU integral, y claramente ve esto como un primer paso para dar un gran salto en esa dirección.

 Como muchas de las ideas extremas, la noción de un IBU está llena de controversias. Además del costo fiscal, en sociedades diezmadas por el populismo y las discusiones sobre quién tiene derecho a qué, el IBU podría ser una obvia fuente de nuevos conflictos. Incluso si muchas personas están instintivamente a favor de la idea, quedarían preocupadas también por las imágenes asociadas a esa idea… una hipotética sociedad sin trabajo en la que todos tengan la oportunidad de ser artistas y programadores, una utopía habitualmente fogoneada  por personas que no tiene idea del daño que la inactividad puede hacer a las personas (como lo prueba vívidamente la cuarentena). Por esa razón algunos son más proclives a la idea de Servicios básicos universales, que les permita a todos acceder a prestaciones nucleares como vivienda, educación y transporte. Pero esto tiene el aspecto de una falsa elección: si vamos a maximizar nuestra capacidad de adaptación social, deberíamos considerar realmente ambas opciones.



La centralidad del bienestar humano en el trabajo permanecerá; los peligros de rendirse simplemente a las supuestas inevitabilidades de la automatización son obvios. Pero justo ahora necesitamos pensar seriamente en un conjunto de realidades para las que el siglo XX no nos preparó. La crisis probablemente se repita. El Covid-19 después de todo, es sólo la última señal de los horrores que ha dejado la intrusión humana en partes del mundo natural. Incluso cuando logremos lidiar de alguna manera con el actual desastre, la catástrofe del cambio climático (que, él mismo, incrementa el peligro de afecciones como enfermedades tropicales que amenazan nuevos sitios) se acelerará. Esta nueva crisis económica mundial ha llegado solo 12 años después de la anterior. Vivimos, para decirlo de una vez, en una era de crisis recurrentes, y es tiempo de que empecemos a prepararnos.


Cómo y cuando esto ocurra, los debates acerca de cómo cambiar lo que logramos del Estado será solo una parte de la discusión. Como demuestra la respuesta estatal a esta crisis, otro aspecto clave de nuestra nueva realidad es la sorprendente ola de solidaridad local que se ha disparado, y cuán importante es que ésta no desaparezca.

Pero si vas a ayudar a otras personas a cuidar a sus familias, amigos y vecinos e integrarlas a su comunidad, muchos de ellos necesitarán tener la libertad de hacer el tipo de trabajo que actualmente no les reporta un rédito económico. Lo que nos lleva de nuevo al IBU, y a una pregunta que, sean cuales fueren las dudas de la gente, necesita ser respondida con urgencia. ¿Si estos tiempos inéditos requieren soluciones drásticas, no es esta una solución con la que deberíamos comenzar?

 Traducción: Ricardo Andrés Torres