lunes, 25 de mayo de 2020

EL ASESINATO DEL PADRE MUGICA



Por Juan Bautista Yofre

Prensa Republicana, 20.5.20 

 
En mayo de 1974, un hombre con bigotes se bajó de un auto y le disparó con una pistola automática. Su historia como el “cura de los pobres”, sus días en Cuba, la relación con Mario Firmenich, la crítica a la organización guerrillera, su inclusión en la “cárcel del pueblo” como traidor, sus miedos, la aparición de López Rega y el papel de la Triple A

El sacerdote Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe nació el 7 de octubre de 1930, al mes del derrocamiento del presidente constitucional Hipólito Yrigoyen. En su casa paterna se respiraba y hablaba de la política, era hijo del dirigente conservador Adolfo Mugica y de Carmen Echagüe.

Tras el golpe su padre comenzó a transitar un cursus honorem nada despreciable: ya era Ingeniero civil, abogado, miembro del Consejo Deliberante porteño y, tras algunos cargos jerárquicos en la Municipalidad, en 1931 sería nombrado Intendente interino. Entre 1938 y 1942 fue diputado nacional por el Partido Demócrata Nacional, hasta que la revolución de 1943 lo sumergió en la penumbra.

En 1961, durante una de sus tantas crisis de gabinete, Arturo Frondizi lo designó Ministro de Relaciones Exteriores el 28 de abril de 1961. En la designación de Mugica tuvo mucho que ver la opinión de Samuel Schmukler, secretario de la Presidencia en el área Administración, según me contó su hijo Adolfo. Pero se debe tener en cuenta que, tras la gestión del conservador Diógenes Taboada, las fuerzas armadas consideraban necesario seguir con “una línea conservadora y católica” y Mugica calzaba bien, por cuanto su segundo hijo, Carlos, era sacerdote desde el 21 de diciembre de 1959. Su gestión en el Palacio San Martín duró hasta fines de agosto de ese año y su desplazamiento tuvo que ver con la crisis militar que se desató tras el encuentro secreto de Ernesto “Che” Guevara con Frondizi, el 18 de agosto, en la residencia de Olivos. Encuentro que el canciller ignoraba.

En la reunión en Olivos, Frondizi y Guevara intentaron hablar de los problemas de América Latina. Por supuesto, Guevara no dijo que en esos momentos el régimen castrista inauguraba el centro de entrenamiento de guerrilleros de Punto Cero y que el primer alumno era el argentino Jorge Ricardo Masetti. Tampoco que Cuba terminaba de firmar un importante acuerdo de provisión de armas con la Unión Soviética.

Mientras tanto el padre Carlos Mugica, entre 1960 y 1963, trabajo al lado del cardenal Antonio Caggiano y luego como vicario cooperador en la parroquia de Nuestra Señora del Socorro y asesor de la Juventud Católica en el Colegio Nacional Buenos Aires, donde años antes había estudiado. Luego vino su paso por el colegio Paulina de Mallinkrodt y su presencia en la villa de emergencia de Retiro.
Carlos era un trabajador incansable. Por ese tiempo también se va a desempeñar como profesor en la Universidad de El Salvador. Su acercamiento a los jóvenes de esa época fue relevante, en especial a los de la Juventud Estudiantil Católica (JEC), en donde conoció a Jorge Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Firmenich -más tarde fundadores de Montoneros tras el secuestro y asesinato del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu– con quienes realizó una misión rural en 1966. En esos viajes, también participaba Graciela Beatriz Daleo que llegaría a oficial montonera y pareja de Horacio Mendizabal, alias “Mendicrim” o “Hernán”, años más tarde jefe del Estado Mayor de la organización terrorista.

Las semblanzas sobre su persona cuentan que Mugica era crítico del gobierno de Arturo Illia y que en 1967 viajó a Bolivia, en nombre del obispo de Avellaneda, Jerónimo Podestá, a reclamar el cadáver de Ernesto Guevara e interesarse por los detenidos del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Podestá, renunciaría a su investidura en 1967, suspendido “a divinis” por la Santa Sede. El exreligioso, tras casarse con su secretaria Clelia Luro de Izasmendi Sola, fundó la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados. Su boda vino con un regalo envenenado: el novio de una de las hijas era “Mario” la mano derecha del “cabezón” Norberto Habberger, involucrado con los asesinatos de los dirigentes sindicales Augusto Vandor y José Ignacio Rucci, entre otros hechos. En este mar de contradicciones, Jerónimo era hermano de Raymundo, más tarde Secretario de Desarrollo Industrial del ministro José Alfredo Martínez de Hoz.

En la biografía del dirigente peronista Jorge Rulli se puede encontrar la siguiente anécdota: cuando trascendió la muerte de Guevara en Bolivia, Rulli comentó la noticia sobre el jefe guerrillero con su compañera “Bechi” y ésta le dijo: “Y pensar que nosotros lo conocimos al Che… Acordate, Jorge… ¡Lo conocimos! ¡Sí! Nos lo presentó Mugica ¿Te acordás? Ese día, cuando Mugica vino a visitarnos y llegó junto a otro sacerdote… ¡Ese cura era el Che!… Era el disfraz que usaba él… Sí, estaba camuflado. Nos lo presentó Carlos, Carlos Mugica”.

“Bechi” hacía referencia a un encuentro que habían tenido con el cura cuando los visitó en la unidad básica de la calle Dorrego. En esa misma dirección el dirigente peronista Julio Bárbaro, me contó que un día, después de jugar al fútbol, conversando con Carlos Mugica sobre lo que se vivía en la Argentina, él religioso le dijo: “Julio, la revolución viene en serio, el Che Guevara está en la Argentina”. ¿Cómo lo sabía Carlos Mugica?

El escritor Juan Mendoza dice que Mugica llegó a Cuba en 1968, tras los acontecimientos del Mayo francés. Fue “un viaje fugaz, porque lo hacía a espaldas del obispo, para la jerarquía de la Iglesia [argentina], Mugica nunca se movió de Francia” (Archivo Télam)
En medio de este vendaval argentino y latinoamericano, en 1968 el cura Mugica es enviado a estudiar a París. Desde su residencia en Rue Madame profundizó su amistad con sacerdotes argentinos que más tarde militarían en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). Fue testigo del Mayo francés, viajó a Madrid para conocer a Juan Domingo Perón y luego a Cuba.

Salvo alguno que otro relato aislado, ningún argentino ha escrito nada de su experiencia e instrucción militar en Cuba. Contrariamente, el chileno Max Marambio relata en sus memorias su paso por ese país (1966-1968), su retorno a Chile y la jefatura de la custodia del presidente Salvador Allende. Marambio, cuyo nombre de guerra era “Aurelio Roca” o “Ariel”, describe cómo conoció en La Habana a dirigentes guerrilleros de todo el continente: “Era fascinante vincularse con aquel universo de revolucionarios latinoamericanos, donde se mezclaban probados combatientes, intelectuales de izquierda, diletantes circunstanciales y aprendices de revolucionarios”.

En el centro de instrucción guerrillero había entre 30 y 40 “combatientes de diferentes nacionalidades… y sobre todo argentinos de diversos grupos políticos. Con los argentinos no me llevaba muy bien, debido al nacionalismo de sus posiciones políticas. Provenían del peronismo y su formación era distinta a la mía, su catolicismo chocaba con mi ateísmo, entonces tan intolerante como la devoción de ellos por los santos. A uno lo reconocí años después en una foto donde la prensa daba cuenta de su muerte en una emboscada en Buenos Aires. Se trataba de Fernando Abal Medina, fundador y dirigente de los Montoneros”.

En el campamento “recibíamos clases de tiro, explosivos, artillería artesanal, lucha urbana, topografía y otras artes de la guerra irregular”. Luego cuenta que, con el paso de los días, muchos defeccionaron. No así los argentinos “de diversas tendencias, cuyo contingente mayor lo formaba un grupo de católicos dirigidos por un cura”. Era el padre Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, y su presencia en Cuba es sugerida por el chileno Max Marambio en su libro Las armas de ayer. Además, un ex miembro del Ejército de Liberación Nacional argentino perteneciente al Sector 8, entrenado en Cuba en 1968, en la misma época que el sacerdote, me dio su explícito testimonio. Pocos años más tarde, tras publicarse la biografía de Jorge Rulli, se confirma su presencia en La Habana.

El escritor Juan Mendoza dice que Mugica llegó a Cuba en 1968, tras los acontecimientos del Mayo francés. Fue “un viaje fugaz, porque lo hacía a espaldas del obispo, para la jerarquía de la Iglesia [argentina], Mugica nunca se movió de Francia”, donde realizaba unos cursos de Teología. En La Habana vivió en una casa de “protocolo” junto con Rulli, a quien conocía muy bien. El sacerdote, durante su estadía de un mes, tuvo un ritmo de salidas abrumador. Todas las noches cenaba con alguien distinto. Comandantes y subcomandantes, con sus familias incluidas, querían conocer al cura obrero, al precursor del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Una suerte de Camilo Torres argentino, el cura guerrillero colombiano.

La noche anterior a su partida tuvo una cena con oficiales cubanos. A la vuelta, pasada la medianoche, Rulli observó en Mugica “una profunda tristeza”. Ante una pregunta del porqué de su estado a ánimo, el cura le contó: “Esta noche me reuní con el representante de América Latina (Comandante Manuel Piñeiro Lozada) y él me pidió, no me lo dijo abiertamente, pero me lo dio a entender, que yo sería muy útil como agente de los cubanos”.

Hacia 1968 muchos de los jóvenes que lo frecuentaban se acercaron a la CGT del dirigente Raimundo Ongaro. En mi caso personal, en 1969, el año del Cordobazo, Carlos Mugica me invitó a acercarme a esa CGT y fue la primera y última vez que conversamos.

El año 1970 es cuando nacen las organizaciones armadas Montoneros, Fuerzas Armadas Revolucionarias (en 1973 se funden con Montoneros) y PRT-ERP. Es el año del asesinato de Pedro Eugenio Aramburu y la muerte de Abal Medina y Ramus en cuya misa de cuerpo presente estuvieron Mugica, Hernán Benitez (confesor de Eva Perón) y Jorge Adur (más tarde capellán de Montoneros). Por su homilía fue detenido por una semana, el 14 de septiembre de 1970. En ese tiempo solía dormir en el edificio de sus padres de la calle Gelly y Obes 2230, en un cuarto de servicio en la azotea.

Nada estaba claro para Mugica en ese tiempo. Sabía lo que había hecho y tenía reparos que todavía no confesaba públicamente. Miguel Bonasso en su libro Diario de un clandestino relata:

“Caminábamos ayer por la afrancesada calle Copérnico en las cercanías de la casa de su padre, conservador ex canciller de Frondizi, y de pronto el cura detuvo abruptamente la marcha, invirtió la lógica sacerdotal y me soltó una inesperada confesión:

-Yo debería estar en Montoneros, porque me siento responsable del camino que tomaron estos chicos, ¿te das cuenta? Yo los forme en aquellas excursiones de scoutismo católico, yo los lleve a la villa de Retiro, para que vean de cerca cómo vivían sus hermanos…
Se detuvo en la esquina y me dijo muy serio:
-Pero no puedo estar ahí y por eso me separe de ellos hace tiempo, porque estoy dispuesto a que me maten pero no estoy dispuesto a matar.”

En 1972 integró la delegación que va a acompañar a Juan Domingo Perón en su primer retorno a la Argentina del 17 de noviembre. En 1973 se le ofreció a Mugica ser candidato a diputado nacional por el peronismo de la Capital Federal, pero no acepto. Sin embargo, en ese tiempo, entre otras actividades, Mugica fue miembro del directorio editorial de Liberación, órgano del ERP-22 en abril de 1973, junto con monseñor Jerónimo Podestá, Gustavo Roca (amigo íntimo del Che Guevara), Rodolfo Walsh (jefe de Inteligencia de Montoneros), Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde (abogados del PRT-ERP y editores de la revista Militancia) y el escritor Julio Cortázar.

Tras el retorno definitivo de Perón, el 20 de junio de 1973, Mugica produce un cambio radical en su pensamiento y sus posiciones. Entre varias razones, se encuentra el asesinato de José Ignacio Rucci, el 25 de septiembre de 1973, dos días más tarde de la victoria electoral de Perón, al que consideró “un gravísimo error” y acusó a Montoneros de “jugar con el pueblo”.

En una fuerte discusión con miembros de la organización armada llegó a decirles: “Con Perón en el gobierno, la democracia funcionado, las armas ustedes se la meten en el culo” (testimonio de Jorge Rulli). También dijo: “Como dice la Biblia hay que dejar las armas para empuñar los arados”.

Para la revista de la derecha peronista El Caudillo “el deterioro -de la JP- es tan notable que ya alcanza a sus niveles dirigentes. La renuncia de Jorge Obeid (jefe de la Regional II de Montoneros) es un largo proceso de desinteligencias que involucra también a un sector extenso de cuadros altos, medios y de base de éste grupo.”

Algo parecido sucedió con el sacerdote tercermundista Carlos Mugica quien públicamente hizo profesión de fe peronista y admitió sus errores del pasado, incluyendo sus devaneos con el marxismo disfrazado de nacional y popular. Casi simultáneamente se conocieron dos noticias: 1) Los montoneros habían condenado a muerte al cura; 2) La revista Militancia, que dirigía Ortega Peña (quien en febrero de 1974 me dijo que Perón “es un traidor”), incluía al presbítero en su “cárcel del pueblo», lugar donde ubica a los supuestos «traidores”, y habría que agregar: algunos de los que salieron fotografiados en esa supuesta cárcel del pueblo días más tarde fueron asesinados.

Pero el distanciamiento, primero, y el rompimiento, después, de la “orga” con Perón en la Plaza de Mayo marcó un punto de inflexión que lo llevó a entrevistarse con “el Brujo” José López Rega en el Ministerio de Bienestar Social y a responderle al periodismo congregado a la salida. Dijo haberle reconocido al ministro que él siempre había sido peronista, como había creído que lo eran los Montoneros pero que él no aceptaba el marxismo y actuaría siempre en bien de sus hermanos villeros… Y en ese tiempo el cura Mugica se integra como asesor del Ministerio de Bienestar Social, pero más tarde renuncia sin explicar muy bien por qué. Contemporáneamente oficia de inspirador de Lealtad, una disidencia de Montoneros. En esos meses es amenazado de muerte por Montoneros.




Mugica fue asesinado el 11 de mayo de 1974, diez días más tarde de la expulsión de Montoneros, por Juan Perón, de la Plaza de Mayo. Había terminado de celebrar misa en la iglesia de San Francisco Solano, Zelada 4771, de Capital Federal, en la iglesia de San Francisco Solano, en el barrio de Mataderos, la parroquia del padre Jorge Vernazza.

Caminaba junto a su gran amigo Ricardo Capelli y María del Carmen Artecos hacia su auto, un Renault 4L azul que estaba estacionado cerca. Pero antes de que pudiera subir, un hombre delgado y de bigote se bajó de un Chevy color verde y le disparó varias veces con una pistola automática.

Muchos años más tarde Capelli revelo un secreto que ocultaba, cuando confesó reconocer a Rodolfo Almirón, custodio de López Rega, como el hombre que tiro sobre Mugica.

El martes 14 de mayo, Jacobo Timerman firmó un artículo en la tapa de La Opinión, en el que relató su último encuentro con Mugica, el 7 de mayo. En uno de sus párrafos escribió: “Me dijo también que recibía constantes amenazas de muerte, que estaba convencido que esas amenazas procedían de Montoneros y que no eran desconocidas para Roberto Quieto y Mario Firmenich”. Antonio Cafiero apuntó en la misma dirección al afirmar que unos días antes Mugica le había confesado sus temores.


Durante su multitudinario entierro, la hermana de Mugica le dijo a Mario Firmenich: “Señor, le voy a pedir que se retire. Yo soy la hermana de Carlos Mugica y usted nos está ofendiendo con su presencia. ¡Váyase de aquí! Usted hizo mucho daño al país”. Aparte de unos 50 sacerdotes tercermundistas que concelebraron una misa de cuerpo presente, se hicieron presentes el cardenal primado Antonio Caggiano y su arzobispo coadjutor Juan Carlos Aramburu.

Pero hay algo más. Los asesinatos de Mugica, el sindicalista José Ignacio Rucci y el comisario general Alberto Villar, jefe de la Policía Federal, nombrado por el presidente Juan Domingo Perón, fueron temas de conversación en un encuentro casual entre Rodolfo Galimberti y José López Rega, el ex secretario privado y ministro de Bienestar Social de Perón y de su esposa, la presidenta María Estela Martínez de Perón. Según María Elena Cisneros Rueda, la pareja de López Rega, habían ido a almorzar al restaurante Bavaria, ubicado a un costado de la Place du Marché, en el pueblo suizo de Montreux. En realidad, no vivían ahí, sino a pocos kilómetros, en la calle Byron 7 del pueblito de Villeneuve. López Rega permanecía clandestino, porque era requerido por las autoridades militares que habían derrocado a la viuda de Perón y tenía varias causas en la Justicia.

Cuando salieron del restaurante, la pareja caminó unos metros y se topó con el dirigente montonero Rodolfo Galimberti, que se encontraba acompañado de una mujer. Se saludaron ceremoniosamente, sin ninguna calidez. López Rega le dirigió una fría mirada. Solo atinó a preguntarle por qué habían matado a Mugica, Rucci y Villar. Las dos mujeres presentes observaban en silencio.

Galimberti intentó una explicación y aseguró que él no había sido el que “apretó el gatillo” contra Mugica, respuesta que molestó aún más a López Rega, que, exaltado, le dijo: “¿Cómo pudieron hacer eso?”.

María Elena tiene presente en su memoria que Galimberti afirmó en voz alta: “No te entendimos”. Luego, él contó que vivía en Londres, donde le ofreció refugio, pasaporte y custodia. La compañera de López Rega también recuerda que el ex jefe montonero se sacó la boina como demostración de respeto y “pidió perdón”. Se despidieron con un abrazo y no se volvieron a ver.