domingo, 10 de mayo de 2020

LA ENFERMEDAD



que no supimos poner en cuarentena

Infobae, 10 de mayo de 2020

Por Julio Bárbaro

Politólogo y Escritor. Fue diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del Comfer.


La conducción de la cuarentena y el diálogo con la oposición le otorgaron al Presidente un apoyo pocas veces visto en nuestra conflictuada sociedad. Luego, la concesión de prisión domiciliaria a algunos presos pareció invertir la simetría de ese posible 80% que había cambiado de tribuna. Es que el cristinismo necesitaba salir a la palestra, decir “presente”, ocupar su lugar provocador, todo esto aunado a la desesperación por los cargos. Así, intentó expresar su pretendida ideología. El repudio fue apabullante: ni el batallón militante ni Justicia Legítima entendieron que no estaban repitiendo un lugar de eje ideológico, sino tan solo de pesada carga oficialista.
La Cámpora es una ambición de cargos con pretensiones ideológicas; lo cierto es que la ambición está al desnudo mientras que las ideas no salieron nunca de la clandestinidad. Hacía tiempo que el kirchnerismo y sus propuestas habían dejado de tener peso en la política; solo los inconcebibles errores de Mauricio Macri pudieron forjar el milagro de devolverle la vida. Lo de Macri es aún peor que lo de Cristina Kirchner: después de un gobierno patético decidió ocultar su mediocridad, y quedó Duran Barba explicando cómo se construían las derrotas. El hecho de que ni CFK ni Macri estuvieran en condiciones de un triunfo electoral definía el fin de una etapa. El intento de Lavagna fue penoso porque el espacio del centro era tan enorme como la pequeñez de sus protagonistas, pero la necesidad de encontrar una tercera opción sigue más vigente que nunca.

El actual Presidente pareció ocuparla cuando la pandemia le ofreció una suerte política poco común, aprovechada con el aporte del acercamiento entre el Gobierno y la oposición. Sin embargo, aunque el Gobierno vaya acumulando logros, su discurso sigue siendo insuficiente: demasiado concentrado en la figura presidencial, no logra ampliar su ideario. La oposición en su ala dura no tiene propuestas, y se limita a explotar los errores innecesarios del oficialismo; ignora la autocrítica, sin percibir que enfrentar sus errores es lo único que podría devolverle cierta vigencia. Una etapa agoniza y otra no logra consolidarse: la lealtad al pasado pretende impedir el surgimiento de lo nuevo, y es imposible saber cuánto tiempo nos llevará asumirlo. Aun así, fue un hecho valioso detener la curva de crecimiento del virus, lo complicado es vertebrar dicho logro con la desesperación económica de una ciudadanía empobrecida.

Ahora bien, si nos acercamos a lo que la política está poniendo en marcha, podemos decir que se relajó en sus estructuras, los fanatismos se limitaron a su mínima expresión y el encuentro entre los gobernantes abrió un espacio de libertad entre los gobernados. Hay menos fanáticos en las tribunas y muchos más ciudadanos ocupando el espacio de la duda, de la opinión propia al margen de la decisión partidaria. Ambas fuerzas políticas se fortalecen y se debilitan al acercarse. La virtud del encuentro desarmó recelos. Es un avance que inicia una nueva etapa, mucho más rica, de apoyo racional, de convicción por encima de la pertenencia o del orden partidario. Parecería que en el centro hay más opiniones que en los extremos, como si los jefes hubieran reducido su poder a la secta y la mayoría se liberara de pronto de su dependencia, como si estuviéramos viviendo el pasaje de los liderazgos carismáticos a la conducción racional.

Crecieron los libres. Ni el Presidente puede ser prisionero del viejo poder grupal ni la oposición se puede reducir a una repulsa al poder de turno, espacio limitado a quienes no se atreven a asumir los nuevos tiempos. Señalamos que fueron exitosos los esfuerzos por intentar el retraso de la curva y el avance en el sistema de salud. Eso no impide que duela y mucho el hecho de que la cuarentena lastime sin piedad a sectores como el turismo, la gastronomía, las peluquerías y tantos otros que de pronto se encuentran discriminados por un inesperado avatar de la vida. Y duele además el hecho, por todos asumido, de que la cuarentena abarca a quienes pueden aislarse y sostenerse, quedando un porcentaje desmesurado sumido en la pobreza a la que el virus agrede sobre sus propias carencias.


Los gobernadores y los empresarios, los sindicalistas y tantos sectores conscientes del riesgo del default firmando juntos, acompañando la idea de evitar lo peor, esos logros son el fruto de una sociedad que frente al dolor supo superar viejos prejuicios y comenzar a compartir responsabilidades. Ese es el espacio del avance; luego quedan las limitaciones de la burocracia, que ya tendrán su tiempo de revisión.

Y si fuimos capaces de un encuentro para enfrentar la adversidad, ahora nos falta ser capaces de recuperar un proyecto común que nos permita revertir estos 45 años de crecimiento de la pobreza. Es difícil porque toca intereses, a la vez que imprescindible porque su solución es una urgencia para el país. Si estamos logrando enfrentar juntos al nuevo virus, debemos y podremos hacerlo con la pobreza, una enfermedad que por ahora no hemos sabido poner en cuarentena.