viernes, 31 de enero de 2025

¿SÓLO UNA RESOLUCIÓN ADMINISTRATIVA?


Por Gral. Br. R José Luis Figueroa

 Presidente del Foro de Generales Retirados.

 

La Prensa, 30.01.2025

 

Como Presidente del Foro de Generales Retirados y en su representación deseo expresar que la reciente decisión administrativa, en la cual se da de baja y se le quitan hasta los derechos previsionales a oficiales, la mayoría veinteañeros en los 70, algunos héroes de la Gesta de Malvinas, reconocidos por los mismos ingleses, no solo afecta a quienes dieron todo por la Nación, sino que profundiza las heridas ya abiertas.

 

Nos causa un gran dolor y desilusión esta resolución, un gobierno que asumió con todas las expectativas sectorial favorables debe recuperar la credibilidad de esta parte de los argentinos, colocando esta problemática en agenda, definirse y darle una respuesta política acorde a sus manifiestas convicciones que compartimos.

 

Las consecuencias de toda guerra, más interna, requiere una solución política, como en su tiempo lo hicieron Alfonsín y Menem, colocándose por encima del enfoque parcial y especulativo que luego adoptaron los Kirchner, que hoy orienta los aspectos políticos y jurídicos del Estado en este aspecto.


 Se llega al punto de expulsar del Ejército a héroes de la Guerra de Malvinas. El caso de Losito es emblemático, durante un enfrentamiento entre patrullas de comandos recibió dos disparos: uno en la pierna y otro en la cabeza, gravemente herido, continuó luchando hasta desangrarse.

 

Su vida fue salvada gracias a las transfusiones de sangre realizadas por los ingleses, los mismos enemigos que en el fragor de la batalla demostraron más humanidad que quienes hoy, desde los despachos, facilitan la venganza no solo por medio de la baja, sino quitarle hasta su jubilación.

 

Conociendo la verdad, preferir ceder a lo políticamente correcto, pareciese buscan agradar a los mismos sectores que históricamente han despreciado a las Fuerzas Armadas.

 

Pero hay algo que nunca podrán arrebatarles a esos combatientes de los 70: haber defendido la Nación del terrorismo, a pesar de los errores y horrores con la que se combatió, consecuencia de la nefasta conducción de la casta política que condujo el país, en aquellos años.

 

Esta destitución no es solo un acto administrativo; es un mensaje claro a todos los que sirvieron y sirven a la Nación: el sacrificio por la Nación será ignorado si no se ajusta al relato del momento.

 

La ironía es brutal: los militares de los 70, destituidos y despojados de todo, mientras Firmenich comandante de Montoneros, vive libre y asesora a la Dictadura Nicaragüense. La casta jurídica y política argentina lo hizo posible.

 

No se trata de reivindicar la guerra interna de los 70. Ni Montoneros/ERP debió atacar usando el terrorismo, asesinato, secuestro, tortura, ni las fuerzas estatales defender a la Nación usando la desaparición de personas. La historia debe analizarse con justicia y no con el prisma sesgado de la venganza.

 

La evolución del derecho de guerra demuestra que, hasta fines del siglo XIX, los intentos de regular los conflictos eran esporádicos. Fue después de la II GM con la Convención de Ginebra y la Conferencia de la Haya, cuando se establecieron normas sobre la conducta de los Estados y sus Fuerzas Armadas.

 

Sin embargo, no fue hasta el final de la guerra fría, con la irrupción del terrorismo como estrategia de guerra, que se firmó el Estatuto de Roma en 1998.

 

Este estatuto introdujo un cambio crucial: La responsabilidad penal individual por crímenes de guerra, genocidio, etc., lo acontecido con estos jóvenes combatientes, que fueron juzgados por hechos anteriores al mismo, vulnera principios jurídicos básicos, en juicios que en muchos casos se asemejan a las parodias estalinistas, con prisiones preventivas que superan los 15 años, retiro de pensiones a veteranos de Malvinas y un castigo desigual que discrimina a los mayores de 70 años.

 

En la situación planteada, si se hubiese actuado con un mínimo de sensatez, ante el requerimiento del fiscal y solicitado un asesoramiento jurídico se hubiese concluido que la jurisprudencia internacional, protege los derechos previsionales, incluso en situaciones como esta.

 

Cabe preguntarse si el celo con el que las autoridades ministeriales buscan satisfacer al fiscal, se trasladará a garantizar el debido proceso de los combatientes y a poner fin a los juicios viciados de nulidad. Porque ya es hora de abandonar el revanchismo y recuperar la cordura.

 

Es momento de dejar atrás la venganza disfrazada de justicia, de anteponer el bien común al interés sectorial, la historia al relato, la verdad a la ideología, el coraje a la cobardía. Solo así podremos marchar, finalmente, hacia el reencuentro de los argentinos.

 

Esto no se trata solo del pasado, se trata del presente y, sobre todo, del futuro. Se trata del mensaje que hoy se les da a los jóvenes oficiales, suboficiales y soldados:¿Responderá el Estado por las órdenes que les da?

 

San Martín no fue grande, solo porque montaba un caballo y arengaba a sus tropas, es más, cruzó los Andes en camilla, fue grande por una conducta íntegra e irreprochable. “Fue lo que debía ser”.

 

La historia hará justicia. La pregunta es ¿Cuánto más deberá soportar la Argentina antes de que eso ocurra?

 

 

 

 

jueves, 30 de enero de 2025

NO HAY LUGAR


 para términos medios

 

Carlos Ialorenzi - Myriam Mitrece

La Prensa, 30.01.2025


A partir del discurso del presidente Milei en Davos en la calle y en los medios se generaron cientos de debates. Uno de ellos fue respecto del lobby LGBTIQ, los niños y la ideología de género.

 

GÉNERO E IDEOLOGÍA

 

En palabras simples, con el término “sexo” nos referimos a los aspectos biológicos de la sexualidad (los órganos genitales y sus funciones) y con “género” a los socioculturales (los roles que adoptan varones y mujeres en cada época y sociedad). En cada uno de nosotros convivemos a ambos. La “novedad” que aporta la perspectiva de género es que estos conceptos pueden considerarse como construcciones sociales independientes e inconexas y la autopercepción del género representaría la verdadera identidad del sujeto. Cuando esta visión se impulsa como pensamiento único y con fines políticos, se convierte en ideología. La hegemonía de la ideología de género la hemos vivido en los últimos años y fue plasmada en documentos orientadores de la educación sexual en las escuelas: “Incluir la perspectiva de género en la escuela, supone revisar los modos en que cotidianamente, de formas más o menos sutiles, en lo dicho y en lo silenciado, la escuela puede llegar a sostener un único modo posible de vivir la sexualidad”; “Sería apropiada, por parte de la/el docente, no vincular la genitalidad con el género de manera única y lineal. Si bien es posible que las/os niñas/os hagan esta distinción, “las mujeres tienen vulva y los varones tienen pene”, es importante que no se establezca como la norma por parte de la/el docente”. (Páginas 11 y 28 respectivamente del cuadernillo para Referentes Escolares de la ESI para el Nivel Inicial, actualmente suspendido en la web del portal Educ.ar)

 

RELATIVISMO Y TIBIEZA

 

Nuevos vientos empezaron a soplar en Occidente y con ellos renació la esperanza de lograr volver a poner las cosas en su lugar.

 

Hace años que, en algunos de nuestros países, surgieron agrupaciones políticas que pretenden quedar bien con todos. En ese afán desmedido de conseguir votos, en las sociedades en las que en mayor o menor medida ha avanzado el relativismo, surgieron partidos que viven adecuando su discurso político a las encuestas de opinión. Su accionar se basa en lo que una mayoría circunstancial opina sobre un tema y van en esa dirección. Si al poco tiempo surge otra mayoría que opina distinto o lo contario, no tienen ningún problema en ir para otro lado, aunque sea opuesto. Así surgieron espacios como el Pro y la alianza Juntos por el Cambio en Argentina y el Partido Popular en España, entre otros.

 

La personalidad disruptiva del presidente Milei, así como el mensaje frontal y directo de Santiago Abascal (de VOX, España) los descoloca. Se rompe esta lógica de adecuar un mensaje político, sin convicciones, que satisfaga a mayorías y minorías.

 

El gran problema de estos partidos es que en determinados temas no hay grises posibles. Volvamos al punto: si bien siempre se ha considerado que existen varones y mujeres, (independientemente de cómo se autoperciban), es decir que la identidad sexual es exclusivamente binaria, la ideología de género sostiene que no existe tal binarismo, sino un espectro en el que cada uno puede ubicarse en cualquier punto del segmento, componiendo las sexualidades diversas que promueven los lobbies LGBTIQ.

 

No es posible adoptar ambas posiciones al mismo tiempo porque se trata de formas abiertamente incompatibles de entender al ser humano, sus dimensiones, su misión y su identidad.

 

En las últimas semanas se ha decidido suspender de la web los recursos para la enseñanza de la ESI para su revisión, tanto en CABA como en Nación. Definirse en esta cuestión será básico e imprescindible.

 

FEMINISMOS RADICALES Y PEDOFILIA

 

Quizás cuando el presidente afirmó que “…hace pocas semanas fue noticia en todo el mundo el caso de dos americanos homosexuales que, enarbolando la bandera de la diversidad sexual, y fueron condenados a cien años de prisión por abusar y filmar a sus hijos adoptivos durante más de dos años. Quiero ser claro que cuando digo abusos no es un eufemismo, porque en sus versiones más extremas la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil. Son pedófilos…” a alguno pudo haberle sonado muy fuerte.

 

Ese fue el caso del Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Jorge Macri, quien en respuesta a esto, el fin de semana pasada en un programa de Radio Mitre, expresó que “tomar un caso y plantear que todos son iguales a mí”. parece una injusticia brutal”, además agregó que “(la diversidad) es un patrimonio de la Ciudad que nadie nos lo va a arrebatar… es patrimonio de todos…en el debate a jefe de Gobierno dije que yo amo la diversidad que representa la Ciudad de Buenos Aires y amo todas las diversidades, amo las tradicionales, las conquistas más recientes…”

 

Es cierto que se trata de un caso, como también lo fue, entre nosotros, el del niño Lucio Dupuy.

 

Sin embargo, hay referencias importantes de autores que son fuente inspiradora de las teorías que subyacen a la ESI y avalan lo dicho por el Presidente. Por nombrar algunos, Sulamith Firestone, escritora y activista feminista, allá por los años 70, en ”La dialéctica del sexo: en defensa de la revolución feminista” proclamaba que una sociedad más evolucionada sería la que tuviera por norte la supresión de los factores de opresión, entre ellos los tabúes sexuales. “…si el niño puede elegir relacionarse sexualmente con los adultos, incluso si él debe elegir su propia madre genética, no habría razones a priori para que ella rechace los avances sexuales, debido a que el tabú del incesto habría perdido su función… las relaciones con niños incluirían tanto sexo genital como el niño sea capaz de recibir… El tabú de las relaciones adulto/niño y homosexuales desaparecerían…”.

 

Simone de Beauvoir, filósofa y una de las máximas referentes del feminismo radical redactada en 1977, junto con un grupo de intelectuales entre los que se encontraba el filósofo Michel Foucault un manifiesto a favor de la liberación de tres hombres acusados ​​de realizar actos de abuso contra niños de 13 y 14 años: “Semejante tiempo en prisión preventiva para investigar un simple “vicio”, en el que los niños no han sido víctimas de la más mínima violencia, sino que al contrario manifestaron ante los magistrados que ellos habían consentido los hechos.”

 

En el Foro la Ola Verde en América Latina realizado en Buenos Aires en 2022, Irene Montero, la exministra de Igualdad de España reiteró lo que ya había dicho en su país: “Todos los niños, las niñas y les niñes tienen derecho a saber que pueden amar o tener relaciones sexuales con quienes les dé la gana basada, eso sí, en el consentimiento”.

 

Al que considera que la apreciación del presidente es fuerte, le falta lectura de las propias feministas radicales.

 

En la revisión de la ESI habrá que tomar posición.

LIBERALISMO Y LIBERTAD

 

Por Gustavo González *

La Prensa, 28.01.2025

 

El liberalismo está de moda en Argentina, y parece ser la panacea que nos sacará de todos nuestros problemas, el camino que nos llevará del fracaso al éxito nacional. Multitud de liberales, de viejo y nuevo (a veces novísimo) cuño afirman por todos los medios de comunicación (y especialmente por las redes sociales) que la libertad es todo lo que necesitamos. Ha sido la libertad lo que puso a nuestro país en los primeros lugares de prosperidad e importancia internacional en los lejanos días de comienzos del siglo pasado y fue la falta de libertad lo que nos ha traído hasta la penosa situación actual.

 

La libertad es el valor supremo. Parafraseando a Santa Teresa de Ávila, se podría decir, en un arrebato de entusiasmo libertario: “Quien libertad tiene, nada le falta / sólo la libertad basta”.

 

¿Ahora bien, qué es exactamente la libertad? Porque si nuestra felicidad como personas individuales y como pueblo depende enteramente de ella, sería bueno tener muy claro el concepto.

 

Según el diccionario de la Real Academia Española, libertad es la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”.

 

¿Pero puede ser que el simple ejercicio de la capacidad de decidir, o sea, básicamente, hacer lo que se nos de la gana (con algunos límites, claro está: se suele mencionar en ese sentido al principio de no agresión; “respetar el proyecto de vida del otro”), puede ser, decimos, que esta “facultad natural” sea el valor máximo y el ordenador de la vida de una persona y más aún de toda una sociedad?

 

No es esa, al menos, la idea de libertad que tiene la tradición cristiana, y que comparte con otras tradiciones filosóficas. En ella, la libertad es fundamental, pero su valor positivo dependerá del uso que se haga de ella.

 

Al respecto, la Doctrina Social de la Iglesia afirma lo siguiente: “(…) la libertad es, en el hombre, signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo de la sublime dignidad de cada persona humana. No se debe restringir el significado de la libertad, reduciéndola a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal: la libertad debe ejercerse como capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo, La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí. mismo con vistas al auténtico bien, en el horizonte del bien común universal” (compendio de la Doctrina Social de la Iglesia).

 

En contradicción con esta visión, el liberalismo eleva la libertad a la categoría de valor supremo y absoluto. ¿Y qué es el liberalismo entonces?

 

Para el padre Mariano Fazio, tal como lo describe en su libro 'Historia de las ideas contemporáneas', el liberalismo tiene como fundamento una antropología que gira en torno a una concepción de la naturaleza humana de carácter individualista. Concretamente, se entiende por liberalismo, según este autor (desde una visión católica que compartimos), un modo de pensar ideológico, por democracia liberal la manifestación político-institucional de esta ideología, y por capitalismo un sistema económico ligado a ella.

 

Además, el liberalismo político clásico se caracteriza por ser una teoría de los límites del Estado, o lo que es lo mismo, un intento de encontrar los medios a través de los cuales se evita que el Estado viole los derechos individuales de los ciudadanos, principio. que en su origen se proclamaba en abierta crítica contra la monarquía absoluta.

 

IDEOLOGÍA SUPERIOR

 

¿Pero tienen razón los liberales, alcanza con el liberalismo? ¿Es realmente la ideología superior? ¿O hay alguna falla o carencia en esa corriente de pensamiento, como podría suponerse desde la visión cristiana que acabamos de esbozar?

 

Veamos. Indudablemente los principales aportes del liberalismo al mundo han sido la economía de mercado y el sistema republicano moderno. Ambas cuestiones son valiosas, principalmente, desde lo técnico o instrumental. El liberalismo, en realidad, no ha contribuido prácticamente a la dimensión filosófica de la cultura, especialmente si nos referimos a lo moral, al ámbito de los valores. Lo cual es un problema si se propone el liberalismo como sistema de ideas rector de una sociedad.

 

A este respecto puede citarse la conocida 'hipótesis de Böckenförde': el Estado constitucional moderno, liberal y secular, se sustenta en presupuestos que él mismo no puede garantizar. Muy por el contrario, la vida civilizada, el respeto por la legitimidad democrática y el Estado de Derecho se alimentan del arduo encuentro y convivencia pacífica entre la tradición religiosa judeo-cristiana y la tradición ilustrada secular. Ernst W. Böckenförde, jurista alemán que luego se convertiría en miembro del Tribunal Constitucional de su país y en uno de los juristas más destacados del siglo XX, enunció esta hipótesis en 1967, y con ella nos dice, básicamente, que el Estado constitucional, liberal y laico vive de supuestos que él mismo no puede garantizar.

 

INSUFICIENTE

 

Sólo el liberalismo, entonces, sería insuficiente como ordenador de una comunidad organizada que busque la permanencia y el bienestar. Según parece, la falla del liberalismo está en ignorar ciertas cuestiones, determinados aspectos de la naturaleza humana y determinados valores que pertenecen a la tradición de las sociedades. Lo ideal, afirman quienes comparten esta visión sobre los límites del liberalismo, parecería ser una combinación entre liberalismo en lo económico y cierto conservadurismo en lo cultural. Para que el liberalismo funcione sería necesario entonces que contara con un trasfondo conservador en las ideas políticas.

 

Francisco Contreras, jurista, catedrático y político español, autor del libro 'Una defensa del liberalismo conservador', piensa justamente que una sociedad en la que no se tiene una vigencia efectiva de una tradición moral objetiva no tiene posibilidades de prosperidad, auténtico progreso y libertad. . Y, más concretamente, afirma en la obra citada: “La libertad política y económica es una conquista frágil, una planta delicada que ha florecido una sola vez en la historia de la humanidad. Y lo ha hecho en un contexto cultural muy específico, cuya preservación es imprescindible para su viabilidad. De allí que el liberalismo coherente debe incluir una faceta conservadora”.

 

En esto parece continuar la línea de pensamiento de hombres como Montesquieu, quien consideró que el régimen republicano puede permitirse una coacción externa menor precisamente porque sus ciudadanos se someten voluntariamente a la “coacción interna” de sus virtudes. Según este filósofo, el recurso básico del despotismo es el temor; el de la monarquía, el honor; el de la república, la virtud. O Benjamín Franklin, quien afirmó que “sólo un pueblo virtuoso es capaz de libertad; a medida que las naciones se vuelven más corruptas y viciosas, tienen más necesidad de un amo”. La virtud ciudadana, entonces, esas virtudes públicas que se materializan en una serie de valores e instituciones multiseculares que resisten el paso del tiempo, darían cuenta del fundamento conservador que requiere todo régimen liberador para subsistir.

 

Esta parece ser la intención del presidente Javier Milei, quien se declara profundamente liberal, pero a la vez, se coloca en una posición intelectual y política contraria (incluso enérgicamente opuesta) a temas centrales del progresismo/wokismo actual, tales como la agenda 2030 ( ahora 2045), el aborto, el globalismo, el feminismo radical, la ideología de género, entre otros. Además, por supuesto, de incluir en su gobierno a figuras políticas identificables como conservadoras, más que como liberales. Unión difícil de lograr, pareciera, a juzgar por los roces y tensiones cada vez más frecuentes entre las dos “alas” ideológicas del gobierno. Pero en todo caso, está claro que la intención de establecer una alianza (de alguna manera) liberal – conservadora, parece clara.

 

¿Pero alcanza sólo con el liberalismo incluso en economía? ¿Es suficiente la fórmula “liberalismo económico – conservadurismo cultural” como paradigma filosófico – político para conducir los destinos de una nación?

 

LIBERALISMO DESENFRENADO

 

El problema que se presenta para que ese enfoque funcione es que ese liberalismo “fuera de cauce” promueve una concepción del hombre como individuo aislado, carente de compromisos con nada ni nadie más que consigo mismo. Este liberalismo unidimensional que plantea como ideal una «libertad con facultades extraordinarias» -según frase de Félix Frías- cae fácilmente en un egoísmo individualista, y provoca, si no se lo limita y ordena, una lucha por la supervivencia (y por el máximo beneficio). ), donde los fuertes (por razones de poder político, económico o del tipo que sea) se imponen frente a los débiles, a expensas del debido respeto a la dignidad humana.

 

Este liberalismo desenfrenado atenta contra el mismo movimiento de avance de la sociedad en el sentido de la libertad, que sin embargo declara procurar: en el ámbito económico, ese individualismo desconoce la situación de los pobres y de los pueblos en vías de desarrollo y en el ejercicio del poder político, suele degenerar en «jacobinismo»: imponiendo de manera autoritaria su idea de libertad, o de qué libertades hay que defender (por ejemplo   la libertad de expresión) y cuáles no importan tanto (como el derecho a desarrollar la propia religión). pecado sufrir discriminación u hostigamiento por ello). No hay más que repasar la historia de los últimos dos siglos para comprobar que tal liberalismo exagerado engendró, directamente, el capitalismo individualista, más interesado en volver más ricos a los ricos que realmente en gestionar la economía para el bien común (concepto este casi tan denostado por los liberales como el de justicia social) y que por reacción fue causa, indirectamente, del colectivismo marxista y en reacción a este (principalmente), de los movimientos fascistas.

 

Parece oportuno, para finalizar estas líneas, cerrar citando a Ambrosio Romero Carranza, político, docente y periodista argentino, perteneciente a la generación fundadora de la Democracia Cristiana en Argentina, quien en 1956 escribía: “La democracia cristiana rechaza ese liberalismo por considerarlo un error social anticristiano y antidemocrático que ha sido causa preponderante del nacimiento de todos esos males que hoy afligen a la humanidad. En cambio, lucha por la auténtica libertad: la libertad cristiana que, unida a la justicia ya la caridad, proporciona a las naciones paz, bienestar y progreso”.

 

 

* Secretario de Relaciones Institucionales del Partido Demócrata Cristiano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

martes, 28 de enero de 2025

LA POLÍTICA, COMO OBLIGACIÓN MORAL DEL CRISTIANO

 

Mario Meneghini (*)

 

En esta sección queremos resumir un tema que hemos tratado en forma recurrente, siempre desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia.

Como señala el P. Bartolomeo Sorge, los cristianos de hoy enfrentan tres tentaciones en su relación con el mundo:

 

1. La tentación reduccionista. Sabiendo que el cristiano es sal de la tierra, algunos, para hacer más aceptable el cristianismo, diluyen la sal evangélica, que se vuelve insípida. A esto alude Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris Missio:

“La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una gradual secularización de la salvación, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducida a la mera dimensión horizontal”. (§11)

“En esta perspectiva el reino tiende a convertirse en una realidad plenamente humana y secularizada, en la que sólo cuentan los programas y luchas por la liberación socioeconómica, política y también cultural, pero con unos horizontes cerrados a lo trascendente”. (§17)

 

2. La tentación fundamentalista. Es la presunción de transformar la tierra en sal. Paulo VI, en la Encíclica Ecclesiam Suam, advertía el peligro de “acercarse a la sociedad profana para intentar obtener influjo preponderante o incluso ejercitar en ella un dominio teocrático”. (§ 72) Es la pretensión de imponer a los demás la propia fe.

En la Encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II expresa: “La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción. de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende cuadrar en un esquema rígido la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad” (§ 46)

 

3. La fuga mundi, apartarse del mundo. Consiste en guardar la sal en el salero, para evitar que se corrompa al contacto con el mudo. Por ese motivo, algunos cristianos antiguos preferían retirarse al desierto. Sobre esto enseña la Constitución “Gaudium et Spes”: “Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideramos que pueden descuidar las tareas temporales, sin darnos cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno”. (§43)

 

El laico recibe el llamado al compromiso social y político, no por delegación del obispo o del párroco, sino directamente de Cristo en el bautismo. Pero, además, “si la falta de compromiso ha sido siempre inaceptable, el tiempo que vivimos la hace todavía más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso”. (Juan Pablo II, Chistifideles Laici, § 3)

 

Presencia de los católicos en la política

 

Si bien las tres tentaciones descriptas deben rechazarse con igual fuerza, nos interesa profundizar el análisis en la última -la fuga mundi-, pues es la que afecta a la mayoría de los fieles de buena voluntad, que ignoran la recta doctrina, o, lo que es más grave, no la aplican, pese a conocerla. Nunca como hoy la Iglesia ha insistido tanto en el deber cristiano de actuar en la vida social y política.

Llama la atención la precisión y severidad con que Su Santidad advierte que: “...los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política.” (...) Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública”. (Chistifedelis Laici, § 42).

 

¿A qué se debe esa insistencia? La experiencia de los dos últimos siglos, con el fracaso de todas las ideologías, demuestra que sólo será posible un mundo mejor con una transformación de base religiosa. Pablo VI, en la Encíclica Populorum Progressio, reconoce que “ciertamente, el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos que organizarla contra el hombre”. (§42)

 

La Iglesia ofrece su contribución a la humanización del mundo, en dos formas distintas y complementarias: la opción sociopolítica, propia de los laicos; la opción religiosa, propia de la comunidad eclesial, en la acción evangelizadora.

 

La política tiene una importancia determinante en la vida del hombre y de la sociedad, porque influyen sus decisiones en la existencia humana y afecta todos los ambientes. También influyen en las opciones políticas en las generaciones futuras. Sin embargo, la política no lo es todo, y actúa en el terreno de lo relativo; sólo la fe ilumina la totalidad de la persona y de su vida. Por eso la coherencia entre fe y vida es fundamental; es obligación de los laicos dedicados a la política procurar que la promoción humana y la evangelización estén estrechamente vinculadas. Si los políticos actúan como cristianos, seguramente cambiará y mejorará la política. La Iglesia exhorta a los fieles a comprometerse en la política, porque estima el servicio social y político una de las formas más altas de testimonio y de caridad cristiana. (Constitución Gaudium et Spes § 75)). Los cristianos comprometidos en política tienen el deber y la posibilidad de alcanzar la perfección, no a pesar de su actividad temporal, sino gracias a ella.

 

Hacer política como cristianos

 

Una de las consecuencias de la caída del muro de Berlín, que provoca el aparente fin de las ideologías, es el riesgo de un pragmatismo sin ideales. Mientras en toda ideología hay “semillas de verdad”, y los errores pueden corregirse, la política sin ideales se traduce inevitablemente en la búsqueda del poder por sí mismo. Entonces quien quiera hacer política como cristiano, debe ser fiel a criterios marcados por el magisterio social de la Iglesia:

 

A) Coherencia con los valores del Evangelio, que ha revelado al hombre valores de una antropología sobre la que puede fundar una sociedad justa y fraterna. La coherencia no debe ser sólo en la teoría sino vivida en el plano personal, y testimoniada en la esfera pública.

 

B) La coherencia debe ser subjetiva y objetiva. La subjetiva, está basada en la legitimidad del pluralismo político de los cristianos, lo que no equivale a una diáspora cultural. Dondequiera actúen los católicos deben estar unidos en defensa de los valores éticos fundamentales. La coherencia objetiva, consiste en el deber de discernir si los elementos objetivos de una opción política son aceptables según el magisterio. El cristiano no puede - enseña Juan Pablo II- aceptar que toda idea o visión del mundo es compatible con la fe, ni aceptar una fácil adhesión a fuerzas políticas y sociales que se oponen, o que no prestan la suficiente atención a los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. El juicio sobre la coherencia objetiva corresponde tanto al campo individual como a la Iglesia.

 

C) El método de hacer política debe procurar la concordia y rechazar el totalitarismo. Recordemos que una de las ideologías condenadas por la Iglesia fue el fascismo, mediante la Encíclica “Non abbiamo bisogno”, de Pío XI. Precisamente, la definición de Mussolini de su ideología, sirve para cuadrar el concepto de totalitarismo: “Todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado”.

 

D) Laicidad de la política. La realidad temporal tiene su propia consistencia ontológica. No se puede deducir de la fe un modelo político; el Evangelio señala los valores que inspiran la acción política, pero no indica los programas. Tampoco es lícito poner la política al servicio de la jerarquía (clericalismo), ni dirigirla al apostolado oa la evangelización (confesionalismo).

 

E) Autonomía de las opciones políticas. Los laicos no son meros ejecutores de disposiciones de la jerarquía en el campo social; son ellos los que deben buscar soluciones a los problemas concretos. Además, pueden ayudar en la elaboración de la misma Doctrina Social de la Iglesia, con sus conocimientos y experiencia de la realidad.

 

F) Espiritualidad y profesionalidad. La opción política del cristiano es fruto de una doble fidelidad: a los valores morales, ya las reglas propias de la actividad política, que no surgen de la Revelación, sino que pertenecen al plano de la razón, y deben estudiarse científicamente. No basta pues, ser buenos cristianos para ser buenos políticos. Se necesitan hombres que vivan la política con vocación y que se preparen conscientemente. Sabiendo, sin embargo, que el tiempo reservado para la oración no es tiempo perdido. En frase de San Juan Crisóstomo: “el hombre que ora tiene las manos en el timón de la historia”.

 

Concepción correcta de la política y el poder

 

A diferencia de la Babel del relato bíblico, en la babel moderna es la confusión de ideas la que impide entenderse, aún usando las mismas palabras. En vez de la política como actividad subordinada a la ética, se alude a la política como un orden autónomo, a partir de Maquiavelo, y por eso crece el desprecio a esta actividad, juzgada como algo malo en sí mismo. Muchos católicos repiten el conocido lema de Lord Acton: “todo poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Frase atractiva que expresa un falso concepto; reyes que gobernaron en épocas de monarquías no parlamentarias, fueron canonizados por la Iglesia (San Luis, Rey de Francia; San Esteban, Rey de Hungría).

Pues el poder no es otra cosa que la facultad de mover la realidad. No es bueno ni malo; adquiere un sentido por la decisión de quien lo usa, no existe un poder que tenga de antemano un sentido. La intensidad en el uso del poder, no está relacionada con la legitimidad de su utilización. Es obvio que será necesariamente diferente la intensidad del poder que debe ejercer el director de una cárcel, que el aplicado por la superiora del convento. Lo determinante es el concepto que de la política y del poder, posee el gobernante respectivo.

El Cardenal Ratzinger lo explica con referencia al proceso contra Jesús. La pregunta de Pilato: “¿Qué es la verdad?”, expresa según Kelsen, el escepticismo del político, puesto que Pilato no espera la respuesta, considerando, tácitamente, que la verdad es inalcanzable. “Como no sabe lo que es justo, confía en el problema a la mayoría para que decida con su voto”. De este modo, acota Kelsen, Pilato actúa como un perfecto demócrata.

Pero el mismo pasaje evangélico ha merecido otra interpretación al exegeta Schlier. Jesús se somete al proceso, por la autoridad que representa a Pilato, pero lo limita al decirle: “no tendrías poder sobre mí, si no te hubiera sido dado de lo alto”.

 

Debemos hacer una digresión para entender que la política no es el arte de lo posible. Podemos clasificar las acciones humanas en dos grandes categorías. Lo factible, se refiere al hacer del hombre, aquello que realiza y queda fuera de él. Este tipo de acciones se rigen por la virtud del arte. Por otra parte, tenemos lo ágil, el obrar del hombre, aquello que realiza y queda en sí mismo. Este tipo de acciones se rigen por la virtud de la prudencia. Como la política no produce cosas exteriores, sino que actúa en el orden de la conducta, y su principal actividad es el mando, no cabe duda que pertenece a lo ágil. Por lo tanto, la virtud que debe regirla es la prudencia. La definición, reformulada, es: actividad prudencial, que consiste en hacer posible lo necesario.

 

Tampoco, al hablar de política, la circunscribimos al ámbito del Estado moderno que, al decir de Bertrand de Jouvenel es un “monstruo concebido en el Renacimiento, parido por la Revolución, desarrollado en el napoleonismo, congestionado en el hitlerismo”. El sentido cristiano del Estado es aquel que actúa para mantener la convivencia humana en orden. Le compite al Estado la función de gobernar, entendiendo ésta, no como simple ejercicio del poder, sino como protección del derecho de los ciudadanos y garantía del Bien Común.

Dice Ratzinger que no le compite al Estado “convertir el mundo en un paraíso y, además, tampoco es capaz de hacerlo. Por eso, cuando lo intenta, se absolutiza y traspasa sus límites. Se comporta como si fuera Dios...”.

Compara, al respecto, el cardenal citado, dos textos bíblicos: Rom 13, 1-7 y Ap 13. La Epístola a los Romanos describe la forma correcta del Estado; San Pablo se refiere al Estado como agente fiduciario del orden que ayuda al hombre a vivir comunitariamente. Es un deber moral obedecer al Estado que actúa de ese modo.

En cambio, el Apocalipsis trata del Estado que actúa como Dios y, al hacerlo, destruye al hombre y carece del derecho a exigir obediencia. Agrega Ratzinger que resulta llamativo que tanto el nacionalsocialismo como el marxismo desconfiaran del Estado, “declararan esclavitud el vínculo del derecho y pretendieran poner en su lugar algo más alto: la llamada voluntad del pueblo o la sociedad sin clases”.

 

Actitud frente a la política

 

No querer arriesgarse con los conflictos de la polis, es una actitud burguesa, no cristiana, que recuerda la pregunta de Caín: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano? Cuando los gentiles acusaban a los primeros cristianos de desinterés, Tertuliano respondió: “¿Nosotros inútiles? ¿Nosotros ociosos? No podéis decirlo de quienes comen y visten y se mantienen como vosotros y entre vosotros. No somos brahmanes o fakires, que vivamos en la selva, lejos de la vida social” (Apologeticon, 42).

Por su parte, San Agustín agrega: “los que dicen que la doctrina de Cristo es contraria al bien del Estado, que nos den un ejército de soldados tales como los hace la doctrina de Cristo, que nos den tales gobernantes de provincias, tales maridos , cuentos esposas, cuentos padres, cuentos hijos, cuentos patronos, cuentos obreros, cuentos reyes y jueces, cuentos contribuyentes y exactores del fisco, cuales los quiere la doctrina cristiana”.

 

León XIII, en la Encíclica “Inmortale Dei”, señalaba que no es lícito cruzarse de brazos ante las contiendas políticas. Y Pío XII afirmaba que: “un cristiano convencido no puede encerrarse en un cómodo y egoísta aislacionismo cuando es testigo de las necesidades y miserias de sus hermanos” (24-12-1948). También es incorrecto consolarnos con la posible intervención divina en los asuntos temporales. Que el infierno no prevalecerá contra la Iglesia está garantizada en el Evangelio, pero en ninguno de sus pasajes figura que la Argentina no desaparecerá en el siglo XXI. Limitarse a confiar en un futuro mejor, es confundir la virtud teológica de la esperanza, con un optimismo suicida. De allí la enseñanza de San Ignacio: hay que confiar en los medios divinos como si no existieran los humanos; y usar estos como si no contásemos con los primeros.

 

Sobre la justificación de la Política podemos mencionar dos fundamentos:

 

a) Moral: si la jerarquía de las ciencias está relacionada con la perfección del objeto, tiene razón Santo Tomás en que la Política es la principal de todas las ciencias prácticas y la que las dirige a todas, en cuanto considera el fin perfecto y último de las cosas humanas.

 

b) Teológico: La política es una forma privilegiada de apostolado, porque, como enseñaba Pío XI: “cuando más vasto e importante es el campo en el cual se puede trabajar, tanto más imperioso es el deber. Tal es, pues, el dominio de la política que mira los intereses de la sociedad entera, y que bajo este aspecto es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la que podemos decir que ninguna otra le supera, salvo la de la religión”.

 

León XIII, en la Encíclica “Inmortale Dei”, advierte: “no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al Bien Común” (§ 22). El mismo Papa, en la Encíclica Libertas, añade que: “es bueno participar en política, a menos que en algunos lugares por circunstancias especiales de tiempo y situación se imponga otra conducta. Más todavía, la Iglesia aprueba la colaboración personal de todos con su trabajo al bien común y que cada uno en la medida de sus fuerzas procure la defensa, la conservación y la prosperidad del Estado” (§ 33).

 

Desde la filosofía, Ortega reflexionaba que el hombre que sólo se ocupa de la política y todo lo ve políticamente, es un majadero, pero el hombre que no se ocupa de la política, es un hombre inmoral. Es que la vida pública y la privada son interdependientes; si la primera se corrompe, la segunda no puede alcanzar sus multas. Por ello, los hombres se organizan en torno a instituciones, que pueden favorecer su perfección personal o perjudicarla. Las estructuras son parte integrante de la polis. A tal punto que, según Santo Tomás, hay que decir que la ciudad es la misma mirando a la organización política, de modo que si ésta cambia, aunque permanezcan en el mismo lugar y los mismos hombres, no es la misma ciudad.

 

(Publicado originalmente en la Revista Universitas, del Instituto Tomás Moro - Universidad Católica Ntra. Sra. de Asunción, Paraguay, Nº 4, 2002 - texto actualizado al 3-6-08)

 

3: Actitud política de los católicos frente al sistema de partidos

 

1. Uno de los aspectos más críticos de la política contemporánea es el de la representación. La democracia liberal, cuyos errores teológicos y filosóficos fueron severamente señalados en los documentos pontificios, ha derivado en lo que se ha llamado “partidocracia”. Esta comunicación pretende esbozar un criterio, basado en los principios de la filosofía política católica, que sirva de guía para la actuación de los católicos en la vida cívica argentina.

 

2. La crítica al sistema contemporáneo de partidos está, obviamente, justificada. Dicho sistema se basa en la llamada democracia indirecta o representativa, consistente en que, como todo el pueblo -en quien se supone reside la soberanía- no puede gobernar por sí mismo, debe delegar en sus representantes la función de gobierno, sin abandonar por ello la soberanía. Como el gobierno -especialmente el Congreso- debe representar la Voluntad General, se establece por medio de una ficción jurídica que cada representante representa, no a los ciudadanos que lo han elegido, sino a todo el pueblo. Con lo cual se invalida en la práctica la figura invocada del mandato, según la cual los gobernantes reciben al ser elegidos un mandato del pueblo, para ejercer en su nombre el gobierno.

En efecto, esta figura se podía aplicar legítimamente durante la Edad Media, con la monarquía tradicional, pues en las cortes o asambleas los representantes eran elegidos por un grupo social determinado (estamentos, ciudades, corporaciones) y únicamente representaban a ese grupo, con mandato. “imperativo” a través de instrucciones precisas que, en caso de no ser cumplidas fielmente por el representante, el mandato de éste podía ser revocado.

 

Por el contrario, en los parlamentos modernos -y ya desde la Revolución Francesa- se prohíben los mandatos imperativos, y los representantes ejercen una representación “libre”, es decir que, una vez elegidos -si bien alegan actuar en nombre del pueblo-, no recibe órdenes de sus electores y actúa con total independencia.

Por otra parte, todos los representantes son propuestos al electorado por los partidos políticos, únicas entidades que tienen acceso legal a los cargos públicos electivos, no permitiéndose ni las candidaturas de ciudadanos independientes ni la representación de otros grupos sociales (CN, Art. 38) .

 

Es por estar basado en el mito de la soberanía popular y en una falsa teoría de la representación, que el sistema actual de partidos políticos carece de solidez y produce efectos negativos en la sociedad. “Es considerar al pueblo susceptible de representación, y como unidad unificada que confiere mandato; ficción es suponer que el parlamento representa a la totalidad del pueblo; ficción que los actos de los representantes son actos del pueblo; ficción que el pueblo gobierna”.

Otra distorsión anexa, es el mecanismo electoral que consiste en convocar periódicamente a los ciudadanos para elegir entre las listas de candidatos presentados por los partidos, para cubrir muchos cargos simultáneamente: Intendente, Concejales, Tribunal de Cuentas Municipal; Gobernador y Vice, Legisladores Provinciales, Tribunal de Cuentas Provincial; Diputados y Senadores Nacionales; Presidente y Vice. Resulta difícil para el ciudadano común conocer a todos los candidatos, ni siquiera de uno de los partidos; es una forma de votar a ciegos, obligado a optar entre diferentes listas, sin posibilidad real de elegir, ni de pedir luego rendición de cuentas a quienes votaron, entre otras cosas, porque el voto es secreto y no puede demostrar el apoyo que les brindó. .

 

3. Durante la vigencia de la monarquía, la actividad gubernamental estaba a cargo del propio rey y de la nobleza, es decir, el estamento aristocrático que rodeaba al rey y cuyos integrantes se preparaban para la guerra y el gobierno. Las cortes o asambleas, ya mencionadas, se limitaban a informar y asesorar al rey sobre los problemas e inquietudes, y, en casos excepcionales, a consentir medidas de emergencia como impuestos especiales, pero la decisión estaba reservada al monarca que representaba la unidad del reino. , al estar por encima de todos los sectores.

Al ser reemplazada la monarquía por el sistema republicano, surge la necesidad de sustituir a la nobleza en dicho rol, y este lugar lo ocupan -aunque imperfectamente-, los representantes del pueblo, elegidos a través de los partidos políticos.

 

4. La alternativa que proponen distinguidos profesores y publicistas católicos, consiste -explícita o tácitamente- en sustituir el régimen de partidos por: a) una participación activa en la vida socio-política de los cuerpos intermedios; yb) la dictadura como forma de gobierno.

Los cuerpos intermedios son las asociaciones ubicadas entre la familia y el Estado, que persiguen un fin común (sindicatos, entidades profesionales, cámaras empresarias, centros vecinales, cooperativas, mutuales, cooperadoras escolares, etcétera). Toda sociedad contiene en su seno infinidad de entidades y grupos mediante los cuales los hombres tratan de lograr objetivos que sirven a su perfección. Un sano orden social requiere la aplicación del principio de subsidiariedad que exige que el Estado no absorba las actividades que pueden realizar igualmente las asociaciones inferiores. En virtud de este principio, la Iglesia siempre sostuvo que los cuerpos intermedios deben gozar de la mayor autonomía posible y ocuparse de muchas tareas que hoy el Estado tiene a su cargo y le impiden ejercer correctamente el rol que le competencia como gestor del Bien Común. Asimismo, mediante la interconexión y colaboración mutua, los cuerpos intermedios pueden constituir organismos que resuelvan por sí mismos ciertos problemas sociales y económicos, evitando la lucha de clases: es lo que se llama corporativismo u organización profesional.

 

En este sistema, los grupos intermedios se van articulando hasta formar un Consejo o Cámara nacional en la que se encuentran representados todos los grupos e intereses sociales existentes en la sociedad, con la finalidad de asesorar al gobierno, o, incluso, cumplir funciones legislativas. No cabe duda de que este sistema, recomendado por el magisterio pontificio -especialmente en la Encíclica “Cuadragésimo Año”-, permite un mejor funcionamiento de la sociedad ya la vez impide los posibles abusos del Estado, pero no puede asumir -en exclusividad- la Conducción de éste, ni ocuparse de la actividad específicamente política.

 

“Es verdad que estos grupos, si bien necesarios, cada uno según su propia finalidad específica, representan sólo intereses delimitados y parciales, no el bien universal del país. No tienen, por consiguiente, competencia para participar en aquellas decisiones superiores que son peculiares del supremo poder político, primer responsable del bien común” (Carta de la Secretaría de Estado del Vaticano a la XXVI Semana Social de España, 18-3-1967) .

 

5. Es por eso que, inevitablemente, cuando no se quiere aceptar la existencia de los partidos, se busca una monarquía sin corona: la dictadura. “Sólo la institución de la Dictadura, encarnada en una personalidad central y un equipo de hombres...puede realizar la Revolución Nacional” (Cabildo, julio de 1981). No negamos que pueda resultar inevitable y hasta conveniente establecer un gobierno de facto para producir un cambio integral en nuestro país, desquiciado hasta extremos difíciles de revertir, luego de tantos años de influencia liberal. Pero ocurre que, por definición, la dictadura es “una fórmula de transición”, que no “puede prolongarse indefinidamente”.

 

Sus creadores, los romanos, limitaban su duración a seis meses; aunque aquí se prolongará seis años, ¿bastaría ese lapso para producir los cambios necesarios? Las dictaduras nacionales de Franco, en España, y de Oliveira Salazar, en Portugal, que se extendieron por más de 30 años, demuestran que no es así. Por eso, la alternativa comentada, como reemplazo de la partidocracia, no nos parece satisfactoria como solución factible y útil.

 

6. Hecho el análisis precedente, se advierte que la empresa de reconstruir el orden social no es sencilla ni fácil, y los católicos debemos aceptar la guía de la Iglesia, cuya experiencia milenaria resulta invalorable, sin olvidar que es depositaria de la Verdad. Pues bien, la doctrina de la Iglesia en materia de regímenes políticos, nos enseña que, en el terreno de las ideas, los católicos pueden preferir uno u otro, incluso llegar a precisar cuál es el mejor, en abstracto, puesto que la Iglesia no se opone a ninguna forma de gobierno legítimo. Pero, en cada sociedad, las circunstancias históricas van creando una forma política específica, que rige la selección y reemplazo de los gobernantes. Y, como toda autoridad proviene de Dios, cuando se consolida de hecho un régimen político determinado, “su aceptación no solamente es lícita, sino incluso obligatoria, con obligación impuesta por la necesidad del bien común...”.

 

7. En nuestro país, existe desde hace 198 años la forma republicana de gobierno, que no podemos desconocer, como tampoco negar la vigencia de la Constitución que le dio fuerza legal, sin desviarnos de la doctrina que acabamos de citar. A partir de estas realidades es que debemos desplegar nuestro esfuerzo para mejorar el funcionamiento de la sociedad en que la Providencia nos ha colocado.

Por otra parte, la actuación de los partidos no es necesariamente mala. En efecto, en todos los tiempos, los hombres se han agrupado en torno a líderes, ideas o intereses, para tratar de influir en la conducción de la sociedad, incluso cuando regía la monarquía y existía la aristocracia. La parte no siempre constituye una facción, ni la discrepancia afecta al bien común, mientras se mantenga dentro de ciertos límites. Por eso la Iglesia reconoce como legítima “la diversidad de pareceres en materia política...La Iglesia no condena en modo alguno las preferencias políticas, con tal que éstas no sean contrarias a la religión y la justicia”.

 

8. Ahora bien, ya hemos dicho que los grupos sociales intermedios –que, por ser intermediarios entre la familia y el Estado, son infrapolíticos- no pueden asumir la conducción del Estado ni ejercer la actividad específicamente política.

En primer lugar, porque los intereses sociales contrapuestos no pueden, en muchos casos, lograr un acuerdo, necesitando entonces la intervención del Estado, que se encuentra por encima de dichos intereses de sector. “No hay más solución que atribuir la decisión definitiva de los conflictos de intereses entre los grupos profesionales, a una autoridad, creada con arreglo a una ley ajena al principio corporativo; o bien a un parlamento elegido por todo el pueblo, oa un órgano de complexión más o menos autocrático”.

 

Por otra parte, “...cada estructura intermedia no expresa al hombre en su totalidad. A través de ellas, el hombre se expresa en tanto trabajador, como jefe de familia, como vecino de un municipio, como empresario, como profesional, como técnico. Pero para lograr el hombre falta algo; eso único e incomunicable que constituye la persona; el hombre es más que la suma de sus expresiones parciales ya veces contradictorias que expresan los grupos. Me parece imposible, cualquiera sea el lugar que le corresponde a los cuerpos intermedios en la determinación de la política, eliminar la voz del hombre”.

 

Además, la eficacia de los representantes de los grupos sociales está dada por el conocimiento, la competencia, que poseen en el manejo de la actividad que representan, pero la mayoría de ellos no poseen las cualidades requeridas por la actividad política, ni pueden dejar de defender los intereses del propio grupo o estamento, sin perder la condición de dirigentes del mismo. Por ello, la conducción global de la sociedad, que compite al Estado, debe estar reservada a un tipo de personas con características especiales.

“El hecho natural de la existencia de un estamento dirigente de la vida política,...se conecta con la doctrina clásica de la vocación, según la cual en los hombres existen aptitudes naturales para los diversos oficios que requiere la comunidad, incluso para el más elevado, esto es, el oficio político, pues, como decía Aristóteles, hay hombres cuya tarea propia parece ser la de gobernar a los demás”.

 

9. Entonces, ¿a través de qué medios pueden seleccionarse a los hombres que habrán de gobernar en un sistema republicano, y en qué tipo de entidades habrán de agruparse de acuerdo a sus preferencias políticas? En el mundo contemporáneo, en la casi totalidad de Estados, existen sistemas pluripartidarios o de partido único; las pocas excepciones consisten en Estados con gobiernos militares. Pero, aún en esos casos, la experiencia del último siglo indica que, luego de períodos transitorios, se produce “el eterno retorno de los partidos”. No se ha logrado articular todavía una forma de convivencia que pueda prescindir de los partidos en la actividad política.

Como reconoce el Concilio Vaticano II: “Es perfectamente conforme con la naturaleza humana que se constituyen estructuras político-jurídicas que ofrecerán a todos los ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efectivas de tomar parte libre y activa en la fijación de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de la cosa pública, en la determinación de los campos de acción y de los límites de las diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes” (Constitución Gaudium et Spes, p. 75).

 

El profesor Félix Lamas ha explicado, con mucha claridad, que los partidos: “Pueden considerarse de existencia necesaria en la misma medida en que es inevitable una cierta dosis de discordia en toda comunidad...”, y por ello es que hay “un margen funcional admisible en los partidos: pueden constituir vehículos de opinión o canales del querer sobre cuestiones opinables, cuando éstas no encuentren expresión adecuada a través de las comunidades naturales, vgr.: la postulación de candidatos o el sostenimiento de un determinado programa conforme con el bien común” (Cabildo, septiembre de 1982).

 

Un publicista de tanto prestigio como Messner reconoce que no se puede negar que: “El derecho de formación y de la actividad de los partidos en el Estado moderno pertenezcan a los derechos naturales”. Por su parte, Creuzet añade: “Acontece también que su existencia resulta el único medio de contraequilibrar el poder tiránico de un Estado descarriado... En este caso, los partidos de la oposición se transforman en verdaderos cuerpos intermedios, apoyo de las personas, de las familias, de los otros cuerpos sociales, en su justa resistencia contra la tiranía”.

 

Debe reflexionarse, además, en que hoy, más que nunca, la actividad gubernamental es tremendamente compleja y requiere una formación adecuada, que se adquiere luego de muchos años de estudio y experiencia. Precisamente, porque no aceptamos la ilusión populista de que cualquier persona puede desempeñar un cargo público, ni bastan la honestidad y el patriotismo para gobernar con eficacia, es que pensamos que resulta imprescindible constituir grupos de hombres con auténtica vocación política, que se preparan seriamente para gobernar. Y, por ahora, no hay otra vía idónea que la que ofrecen los partidos, que se fundamentan -o deberían hacerlo- en una cosmovisión global y elaboran programas con las soluciones que proponen para cada uno de los problemas que debe afrontar el Estado.

 

10. Sostenía Pío XII: “muchos de los que se dicen cristianos tienen su parte de responsabilidad en el actual trastorno de la sociedad”, debido a “la indiferencia por los asuntos públicos”, “la abstención electoral, de graves consecuencias”, ya “la crítica estéril de la autoridad”. Esta grave advertencia del Pontífice, nos lleva a reflexionar sobre cuál debe ser la actitud política de los católicos en la vida cívica contemporánea.

Consideramos que no pueden negarse a intervenir en ella, por defectuosa que sea la forma actual de las instituciones. León XIII enseñó al respecto que: “No acuden ni deben acudir a la vida política para aprobar lo que actualmente puede haber de censurable en las instituciones políticas del Estado, sino para hacer que estas mismas instituciones se pongan, en lo posible, al servicio sincero. y verdadero del bien público... “.

 

Del modo que describe al Papa, accionaban los primeros cristianos, en pleno paganismo, llegando su influencia benéfica hasta la propia corte imperial de Roma. Si en este siglo se ha producido un alejamiento de los católicos de la actividad política, ello se debe a un menosprecio de la misma -la "cenicienta del espíritu", según Irazusta-, ya una cierta pereza mental que rehuye imaginar soluciones eficaces para enfrentar los problemas espinosos que plantea la época. Esta abstención es “reprobable”, según Pío XII, pues implica “dejar el campo libre, para que dirijan los asuntos del Estado, a los indignos ya los incapaces” (Discurso, 28-3-1948).

 

Así como alguien llamado a la vida religiosa no podría ignorar su vocación aludiendo a las imperfecciones de muchos de los pastores que conducen hoy a la Iglesia, tampoco quien posea vocación política puede reprimirla porque no le satisfagan las circunstancias actuales de la vida cívica. Y como la vocación política tiene que ejercitarse por los cauces existentes, la actitud correcta consiste, a nuestro juicio, en aceptar el sistema de partidos, procurando su perfeccionamiento. Que no es imposible ni inútil la empresa, lo demuestra la actuación de tantos dirigentes católicos del último siglo que, sin renegar de su fe, trabajaron en este campo en consonancia con el bien común. Mencionaremos sólo tres casos de políticos, que están en proceso de beatificación:

 

-Giorgio La Pira (Alcalde de Florencia)

-Robert Schuman (uno de los fundadores de la Unión Europea)

-Julius Nyerere (Presidente de Tanzania, durante 25 años)

 

Para finalizar, recordemos la advertencia de Juan Pablo II, al decir que los fieles: “de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política”.

“Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres de gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar. de necesario peligro moral, no justifican lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública”.

 

4: Mal menor en las elecciones políticas. Votar: ¿optativo o moralmente obligatorio?.

 

1. Es lugar común en la Argentina la queja sobre el mal funcionamiento del sistema político, y sobre la calidad de la mayoría de los dirigentes. Por eso, en los últimos años -en especial desde la crisis de 2001- se han lanzado muchos proyectos para intentar mejorar dicho sistema político.

El principal problema es que la misma base teórica en nuestro sistema institucional parte de un principio falso: la soberanía popular, que consiste en conferir al pueblo la atribución ontológica del poder. Esta teoría ha quedado consolidada jurídicamente en nuestra Constitución Nacional con la reforma de 1994. En efecto, el nuevo Art. 37 garantiza el ejercicio de los derechos políticos con arreglo al principio de la soberanía popular. Bidart Campos (1961) demuestra que los supuestos en que se basa esta tesis son científicamente falsos:

Es ficción considerar al pueblo como susceptible de representación, y como entidad unificada que confiere mandato; ficción es suponer que el parlamento representa a la totalidad del pueblo; ficción que los actos de los representantes son actos del pueblo; ficción que el pueblo gobierna.

 

2. Ahora bien, que señalemos los errores en que se basa la legislación vigente, no nos autoriza a abandonar el campo de la vida cívica. En primer lugar, pues la realidad indica que la teoría democrática no es más que una máscara totemística, y la partidocracia -que implica desmentir la teoría- se impone al margen de las elucubraciones y de las normas. Cuando el electorado es convocado a las urnas, participa en una especie de ballotage, para seleccionar de entre los candidatos que han sido previamente postulados por los partidos.

En segundo lugar, no es correcto cuestionar un ordenamiento institucional por que sean discutibles sus fundamentos intelectuales (Palacio, 1973). En el plano de las ideas es lícito preferir un régimen político que consideremos el mejor, pero, en toda sociedad se impone, con el tiempo, una forma determinada de selección y reemplazo de los gobernantes. Si esa forma no afecta de manera directa la dignidad humana, y rige de hecho en una sociedad, su aceptación no solamente es lícita, sino incluso obligatoria, con obligación impuesta por la necesidad del bien común.

 

3. En la Argentina tiene vigencia, desde 1853, un ordenamiento constitucional, que, como se ha dicho (Lamas, 1988) es tributario de una serie de pactos y compromisos en el curso de los acontecimientos políticos nacionales, y rige, desde entonces, con una aceptación pacífica y estable, lo que le confiere legitimidad.

Consideramos inaceptable, entonces, la actitud de algunos distinguidos intelectuales de negarse a participar en la vida cívica, por considerar cuestionable la misma Constitución y el sistema electoral que de ella deriva, y promover la abstención como única conducta válida para quienes rechazan la teoría de la soberanía popular. Por el contrario, la obligación moral de participar será tanto más grave, cuanto más esenciales sean los valores morales que estén en juego (Malinas, 1959).

 

Participación en política

 

4. Luego de esta introducción, podemos abocarnos al tratamiento de la doctrina del mal menor en el proceso electoral. La historia nos muestra que en todas las épocas y en todos los países, el sufragio ha sido utilizado normalmente como instrumento de selección de las autoridades políticas. Es un modo de poner en acto el derecho natural del ciudadano de participar en la vida pública de su sociedad (Martínez Vázquez, 1966). En todos los tiempos y lugares, se han elegido magistrados, reyes, presidentes y hasta dictadores, sin que de ello se derivará necesariamente un mal para la sociedad. Y la forma republicana de gobierno, que fija nuestra Constitución, implica la elección periódica de autoridades, lo que no es objetable moralmente, por el contrario, existe la obligación moral de votar, salvo excepciones.

 

5. Estimamos que, sosteniendo en vísperas de toda elección, que es inútil y hasta una falta moral ejercer el voto, pues todos los candidatos son malos y todos los programas defectuosos, revelan una apreciación equivocada de la actividad política. Precisamente en una época caracterizada por problemas sumamente complejos y una gran confusión de ideas, se hace más necesario que nunca acudir a la política para procurar resolver los problemas. Rehusarnos a intervenir en la vida comunitaria porque no nos gusta lo que vemos, equivale a valorar la continuidad de lo existente. Destaca Tomás Moro (1944): Si no conseguís realizar todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán por lo menos la intensidad del mal.

 

6. Tampoco es correcta la impresión de que la política necesariamente conduce a la corrupción, como afirmaba Lord Acton. Es cierto que el poder es ocasión de peligro moral, lo que ocurre, asimismo, con otras cualidades humanas, como la inteligencia, la cultura, la belleza, la riqueza, lo que no significa que merezcan calificarse de intrínsecamente malas. Puesto que la autoridad ha sido creada por Dios, su ejercicio no puede ser malo en sí mismo.

 

7. Suele alegarse que la decisión de no participar en un proceso electoral, deriva de una obligación de conciencia. Ahora bien, la conciencia debe estar iluminada por los principios y ayudada por el consejo de los prudentes. No es posible identificar la conciencia humana con la autoconciencia del yo, con la certeza subjetiva de sí y del propio comportamiento moral (Ratzinger, 1998). Por otra parte, como señala el Prof. Tale (2006), el abstenerse de hacer algo por objeción de conciencia es válida, si es la única manera de no afectar el principio en que se funda: no dañar. Y, en muchos casos, la objeción de conciencia no basta para cumplir con el deber moral de participar en la vida comunitaria. Antes de invocar la obligación de conciencia, cada persona debe procurar disponer de la información necesaria para evaluar correctamente a los partidos que se presentan a una elección, así como a los candidatos respectivos. Como ejemplo, podemos citar la última elección presidencial en la Argentina (2003), a la que muchos ciudadanos concurrieron, creyendo que sólo se presentaban cinco candidatos, cuando en realidad fueron dieciocho, de los cuales, por lo menos cuatro no merecían ninguna objeción a quien profesa los principios del derecho natural.

 

8. Como explica Bargallo Cirio (1945): Adecuarse a las circunstancias es sólo contar con ellas para actuar. Para defenderlas o apoyarlas cuando se deba, o para atacarlas, torcerlas o dominarlas, cuando sea necesario. (...) La acción política es antes que nada humilde contacto con la realidad.

Criticar la realidad social contemporánea, despreciándola por comparación con alguna forma que existió históricamente, o con un esquema de lo óptimo, implica caer en el utopismo. Es preciso conocer la realidad, tal cual es, antes de intentar mejorarla. No es racional desconocer la fuerza de los hechos. Reconocer que no podemos modificar una situación injusta, no equivale a convalidarla. Tras las ilusiones, vienen las frustraciones, y la conciencia de la miopía padecida conduce, finalmente, a la abominación del objeto, en nuestro caso de la política (Ayuso Torres, 1982).

 

9. Para cada sociedad política, pueden existir, simultáneamente, tres concepciones del régimen político: el ideal, propuesto por los teóricos; el formal promulgado oficialmente; y el real - o constitución material-, surgida de la convivencia que produce transformaciones o mutaciones en su aplicación concreta. De modo que negarse a reconocer una constitución formal, implica, a menudo, enfrentarse con molinos de viento, limitándose a un debate estéril, porque, además, no se tiene redactada la versión que se desearía que rigiera.

Por eso, como enseña Pablo VI: “La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas”.

La Constitución Nacional (Art. 38) reserva la postulación de candidatos a cargos públicos electivos, a los partidos políticos, por lo que la única forma de participar en la vida cívica es a través de los mismos, ya sea incorporándose a uno, creando uno. nuevo, o simplemente votando por el más afín.

 

Aplicación del mal menor

 

10. Afirma Santo Tomás que: Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, que en cada una de ellas hay peligro, aquélla se debe elegir de que menos mal se sigue. Por cierto que nunca es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado, pero sí es lícito tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande.

Aplicando la doctrina, al tema eleccionario, el Prof. Palumbo (2004) explica que: “En el caso concreto de una elección, al votarse por un representante considerado mal menor, no se está haciendo el mal menor, sino permitiendo el acceso de alguien que posiblemente, según antecedentes, lo hará”.

 

11. En ocasiones, el ciudadano no tiene la posibilidad de elegir entre varios partidos, pues ninguno le ofrece garantías mínimas, al presentar plataformas que permitan prever acciones perjudiciales para la sociedad, o declaraciones de principios que contradicen la ley natural. En esos casos, tiene el deber de abstenerse de votar. Pero no es habitual que no haya ningún partido aceptable; por lo tanto, aunque no le satisfaga totalmente, debe votar al partido que parezca menos peligroso. Al proceder así, no está avalando aquellos aspectos cuestionables de su plataforma, sino, simplemente, eligiendo el mal menor (Haring, 1965).

 

Voto útil

 

12. A menudo se exhibe, incorrectamente, al llamado voto útil, como ejemplo de mal menor. El voto útil consiste en que el elector otorgue su voto a un partido que tiene posibilidades de ganar, aunque no sea el que más le atrae, para que el voto no se desperdicie. Este enfoque pragmático tiene ribetes de exitismo, cuando no de cobardía. El mal menor no se vincula con el maquiavelismo político, que admite hacer un mal para obtener un bien, lo cual es siempre ilícito. El mal menor consiste en tolerar un mal, no realizarlo. Un caso típico es el de la ley seca, en Estados Unidos; la experiencia indicó que prohibir el consumo de alcohol era más perjudicial que tolerarlo.

Votar un partido que carece de posibilidades de obtener ni siquiera una banca de concejal, no es una acción inútil. Si el partido satisface las expectativas, pues defiende principios sanos y presenta una plataforma que convendría aplicar, y/o postula a dirigentes capaces y honestos, merece ser apoyado. El voto, en este caso, servirá de estímulo para quienes se dedican a la política en esa institución, les permitirá ser conocidos, y facilitará una futura elección con mejores perspectivas.

 

El concepto de escote

 

13. Los politólogos utilizan el concepto de clivaje, entendido como línea divisoria entre las distintas opciones electorales, ya que el análisis de los sufragios emitidos muestra que la mayoría de los electores deciden su voto en base a cuestiones concretas evaluadas según su posición previa respecto de ellas (Paramio, 1998). Si bien es admisible que el voto esté influenciado por el grupo social de pertenencia, es falso que sean los intereses quienes determinan las preferencias electorales, pues éstas nunca son unidimensionales. Normalmente, los electores votan al partido que se aproxima más a sus propias preferencias, de acuerdo a las propuestas de la plataforma respectiva. De allí que pueda estimarse que se da una relación de identificación entre los electores y un partido, que los lleva a apoyarlo por considerar que es una opción satisfactoria, en base a los antecedentes, en cuanto a los programas y los candidatos. Esta identificación representa un estímulo para superar la tendencia al abstencionismo oa pensar que todos los políticos son iguales.

Sin embargo, en vísperas de una elección cada partido debe definir posiciones sobre múltiples temas, siendo difícil que el ciudadano pueda compartir lo que se propone en todos ellos. La identificación, entonces, se acentúa en algunas cuestiones que cada persona considera más relevantes según su escala de valores. La forma en que se pronuncian los partidos sobre dichas cuestiones termina de decidir el voto en cada ocasión.

 

14. Se ha dicho que la clásica división de izquierda y derecha, se mantiene aunque con otro contenido, y acota Hernández (2001) -en referencia a la vida práctica jurídica- que la divisoria en las ideas pasa hoy por las oposiciones: individualismo- solidarismo y cultura de la muerte-cultura de la vida. Agrega Tale (2006), que es necesario defender un derecho natural completo, para no limitarnos a la protección de la vida, descuidando las cuestiones económicas y políticas donde también debe cumplirse el orden natural.

En el último documento del Magisterio Pontificio -Sacramentum Caritatis- se señala la grave responsabilidad social de decidir correctamente, cuando están en juego valores que no son negociables:

 

-Defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural;

-La familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer;

-La libertad de educación de los hijos;

-La promoción del bien común en todas sus formas.

 

Esta orientación puede servir de guía para el análisis de las plataformas electorales y decidir el voto, ya que se concentra en los temas esenciales.

 

Opción electoral

 

15. En base a lo expuesto, la opción electoral no resulta tan difícil, puesto que nuestra adhesión a los principios, y la información recopilada, nos van a indicar el camino correcto entre las distintas posibilidades:

 

1. Anular el voto: no resulta una opción válida, en ningún caso, y denota una actitud infantil de desquite imaginario contra los malos dirigentes.

 

2. Votar en blanco: debe distinguirse entre dos aspectos:

 

a) parcial: es decir, votar en blanco, para algunos niveles de gobierno o determinados cargos; Esto es admisible, en muchas elecciones.

 

b) total: el voto en blanco para todos los cargos y niveles, únicamente puede admitirse en casos excepcionales, cuando todos los partidos y candidatos resulten inaceptables o peligrosos. Si tenemos en cuenta que en este año electoral, habrá que votar por cargos agrupados en 9 o 10 boletas, y optar entre una docena de partidos o frentes, según el distrito, es prácticamente imposible que no haya ningún candidato aceptable.

 

3. Abtenerse: si se da la situación descrita anteriormente, esta opción parece más lógica que concurrir al comicio para introducir en la urna un sobre vacío. Consideramos, que en la Argentina, hubo un sólo caso justificable para la abstención -o el voto en blanco total-, que fue la elección de convencionales constituyentes de 1957.

Es inaceptable esta opción cuando está en juego una decisión crucial para la comunidad. Un ejemplo reciente ilustra al respecto: en el referéndum sobre el aborto, realizado en Portugal, el 56 % de los ciudadanos se abstuvo; Esto permitió que los partidarios del aborto obtuvieran la mayoría de los votos positivos, y si bien no se alcanzó el mínimo legal requerido, el gobierno quedó fortalecido y pudo aprobar la ley respectiva en el Parlamento.

 

4. Voto positivo: puede desagregarse esta opción en varias alternativas:

 

1. Votar por un partido que satisfaga íntegramente, para todos los niveles.

 

2. Votar a varios partidos simultáneamente, seleccionando los mejores candidatos en cada caso.

 

3. Votar a un partido y/o candidato, pese a merecer objeciones, aplicando la doctrina del mal menor.

 

Conclusión

 

La participación en la vida cívica incluye varias, pero el modo más simple y general de participar en un sistema de acciones republicano, es el ejercicio del voto, y ninguna causa justifica el abstencionismo político pues equivale a no estar dispuesto a contribuir al bien común de la propia sociedad. Si, como afirma Aristóteles, es imposible que esté bien ordenada una polis que no esté gobernada por los mejores sino por los malos, resulta imprescindible la participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas. . Consideramos que, en esta compleja actividad, resulta necesario utilizar la antigua doctrina del mal menor, como aplicación concreta de la virtud de la prudencia que debe regir la acción política.



(Síntesis del libro "La política: obligación moral del cristiano"; Meneghini,  Mario. Ediciones del Copista, 2008.)

 

Referencias:

 

Ayuso Torres, Miguel (1982). “La política como deber: sentido y misión de la caridad política”; en: “Los católicos y la acción política”; Actas de la XX Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, Madrid, Speiro, pág. 353.

 

Bargallo Cirio, Juan M.(1945) “Ubicación y proyección de la política”; Buenos Aires, Colección ADSUM, Grupo de Editoriales Católicas, págs. 45/46.

 

Bidart Campos, Germán José (1961). “Doctrina del Estado democrático”; Buenos Aires, EJEA, pág. 186.

 

Haring (1965). “La ley de Cristo. La teología moral expuesta a sacerdotes y seglares”; Barcelona, ​​Herder, t. II, págs. 124/134).

 

Hernández, Héctor H. (2001). “Interpretación, principios y derecho natural”; cit. p.: Cuento, op. cit., pág. 11.

 

Lamas, Félix Adolfo (1988). “La Constitución Nacional. Sus principios de legitimidad y su reforma”; en: Moenia, Nº XXXIII, págs. 11/40.

 

Malinas-Unión Internacional de Estudios Sociales (1959). “Código de Moral Política”; Santander, Sal Terrae, pág. 91.

 

Martínez Vázquez, Benigno (1966). “El sufragio y la idea representativa democrática”; Buenos Aires, Depalma, págs. 20, 25, 31.

 

Moro, Tomás (1944). "Utopía"; Buenos Aires, Sopena Argentina, pág. 64.

 

Palumbo, Carmelo (2004). “Guía para un estudio sistemático de la Doctrina Social de la Iglesia”; Buenos Aires, CIES, pág. 150.

 

Paramio, Ludolfo (1998). “Clase y voto: intereses, identidades y preferencias”; Ponencia presentada en el VI Congreso Español de Sociología, A Coruña, 24/26-9-1998 (tomado de: www.iesam.csic.es/doctrab1/dt-9812.htm )

 

Ratzinger, José (1998). “Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista”; Madrid, Rialp, pág. 54.

 

Cuento, Camilo. “La lucha por el Derecho Natural verdadero y completo”; en: El Derecho, Serie Filosofía del Derecho, Nº 11.539, 28-6-06, págs. 11 y 12.

 

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