Alberto Buela (*)
Mucho se ha escrito
sobre el origen de los sindicatos y la inmensa mayoría de los autores los hace
derivar de las organizaciones de gremios de la edad media. Organizaciones que
fueron suprimidas por la
Revolución Francesa con la ley de Le Chapellier de 1791 que
decía:
Art 1. El
desmantelamiento de toda clase de corporaciones de ciudadanos del mismo oficio
y profesión es una de las bases fundamentales de la Constitución Francesa,
y se prohíbe totalmente volver a crearlas bajo cualquier forma.
Art 2. Los ciudadanos
del mismo oficio o profesión, empresarios, comerciantes, artesanos, obreros y
artesanos de cualquier ramo, no pueden, cuando están juntos, nombrar
presidente, secretario o síndico, llevar registros, promulgar estatutos u
ordenanzas ni tomar decisiones, ni imponer normas en su interés común.
Esta ley fue derogada
por la ley Ollivier de 1864 que abolió el delito de asociación. A partir de
esta última ley o quizás un poco antes comienzan a crearse los sindicatos tal
como hoy existen.
Pero el asunto que
queremos tratar en este trabajo es cómo surgieron, cómo funcionaron y que
significación tuvieron los gremios en la edad media y si tuvieron o tienen
alguna significación o vigencia contemporánea.
El tema tiene dos
aspectos que debemos distinguir: los gremios en su realidad histórica y la
teoría de los cuerpos intermedios.
Para hablar de los
gremios, y en general de los cuerpos intermedios, tenemos que remontarnos a la
decadencia y caída del Imperio Romano de Occidente.
La decadencia del
Imperio Romano comienza en el 395 cuando a la muerte del emperador Teodocio sus
hijos se lo reparten en dos: el de Oriente que tuvo como emperador a Arcadio y
el de Occidente a Honorio. La caída del Imperio Romano de Occidente se produce
en el año 476 cuando Odoacro, jefe de los hérulos, banda de germanos al
servicio del Imperio, destituyó en Roma al joven emperador Rómulo Augústulo, de
siete años, y se hizo proclamar rey de Italia por su ejército. Como el Imperio
fue un Estado centralizado y unitario durante siglos, su caída produjo en el
continente europeo un vacío enorme tanto de poder como de representanción. Fue
un golpe tremendo que sufrió la conciencia europea con la caída del Imperio que
incluso grandes filósofos como San Agustín de Hipona (hoy Túnez) vio en ella la
proximidad del fin del mundo.
Es que la vida en el
Imperio estaba organizada hasta en sus mínimos detalles desde arriba hacia
abajo. Y todos los aspectos de la industria y el trabajo pertenecían y eran
contralados por una burocracia gigantesca cuyo jefe era el Emperador. Si bien
el concepto de Estado es una idea moderna que
nace como entidad superior (soberana) para evitar las interminables
guerras de religión entre católicos y protestantes, podemos considerar al Imperio
como el Estado romano que se constituye en un absoluto para la organización de
la vida y la lucha contra la barbarie. No es extraño entonces, que esta
organización estatal unitaria realizada desde arriba hacia abajo haya sido
exaltada por el fascismo en el siglo XX.
La cristianización
del continente europeo comienza oficialmente con la conversión del emperador
Constantino y el Edicto de Milán del año 313 que prohíbe la persecución por
parte de las autoridades imperiales a
los cristianos con lo cual el cristianismo se extiende como una marea por toda
Europa. Con la desaparición del Estado central romano, que había llegado a
legislar hasta los detalles más mínimos de la vida social y económica, los
hombres, en esa vastedad inmensa que cubría el Imperio Romano, tuvieron
forzosamente que comenzar a gobernarse a sí mismos.
Se produce, entonces,
a partir de la caída del Imperio Romano, en tanto Estado centralizado, unitario
y militar, con el vacío político y de representación que deja, la creación de
instituciones autónomas y libres en la edad media, dentro de las cuales se
destacan: el gremio y el municipio.
Como no existía la
idea de un Estado como ocurre hoy, ni tenían un sentimiento de fuerte
nacionalidad, su referencia era la idea de Cristiandad, es decir, la
organización social de la vida al modo cristiano. Y esta organización la veían
realizada de alguna manera en las órdenes religiosas. Lo que existía
políticamente eran reinos, pero que al ser débiles, derivaron en feudos. Y
estos feudos se centraban en el castillo de un señor feudal alrededor del cual
se formaban las aldeas de campesinos y siervos de la gleba, quienes a cambio de
protección entregaban gran parte de su trabajo al señor feudal, bajo el
principio de protego ergo obligo.
En este contexto
histórico nacen los municipios, en tanto, organización de las familias en
las aldeas y los gremios en tanto
organización de los trabajadores artesanos. Nunca se insistirá bastante en
resaltar que ningún Estado regaló a los trabajadores su forma de organización
laboral sino que fueron ellos mismos quienes se la crearon. Estos artesanos de la Alta Edad Media,
seguramente inspirados en lo que tenían a la vista que eran las organizaciones
monásticas, fueron los que crearon de la nada sus propios gremios.
Este tipo de
organización social y profesional de la vida económica donde se vinculaban
todos los aspectos de la existencia cotidiana
transformó a Europa en el motor del mundo al menos hasta el surgimiento
de las monarquías absolutas que anularon los fueros ganados por los
trabajadores. Este es el primer gran golpe que reciben los gremios, fueros,
municipios y universidades: la apropiación por parte del poder central.
Las monarquías
absolutas donde “el rey es la ley”, se
caracterizaron por no tener ningún freno como la división de poderes de las
monarquías constitucionales posteriores o la necesidad del rey de dialogar y
pactar con la comunidad (municipios, gremios, universidades, señores feudales)
del régimen anterior.
Todo este largo
período que va desde la caída del Imperio Romano hasta el surgimiento de las
monarquías absolutas al final de la edad media ha sido muy mal estudiado,
puesto que se lo hizo siempre desde un prejuicio y preconcepto anticatólico
como el de la modernidad ilustrada, quien fue la que escribió la historia de la
edad media. Nosotros todos hemos recibido hasta finales del siglo XX, que es
cuando aparece toda una serie de historiadores (Furet, Chaunu, le Goff,
Cardini, Huizinga, Pirenne, Kantorovich, Flori, Duby, Dumézil et alii), la
versión de la Ilustración
sobre ese largo período de la historia. Y es muy difícil revertir una visión y
versión repetida hasta el cansancio por más de doscientos años.
Por supuesto que este
prejuicio se extiende a la valoración negativa de las instituciones de dicho
período como lo son el municipio como unión de familias y los gremios como
unión de los trabajadores. En el caso de las universidades, se desnaturalizó su
esencia y en lugar se pensarlas formando parte de su comunidad, se las
transformó en entidades neutras y autónomas, distantes de todo compromiso
comunitario y en manos del poder central.
Visto el origen y
significación de los gremios hasta su prohibición por la Revolución Francesa,
corresponde ahora analizar la teoría de los cuerpos intermedios que les da
sustento y vigencia hoy día.
A mediados del siglo
XIX comienzan a producirse en Europa manifestaciones sociales de todo tipo
disconformes con el orden social y político vigente, que fue el período de
mayor explotación del hombre como obrero. El denominado “capitalismo
manchesteriano” significa dos cosas: el
mayor enriquecimiento de Inglaterra y la época más ruin y nefasta para los
trabajadores y asalariados.
En este caldo de
cultivo nace el marxismo y ofrece su propuesta de la sociedad comunista de los
productores asociados; el liberalismo conforme con ese estado de cosas quiere
seguir organizado la sociedad a través de la ley de acero de la oferta y la
demanda, mientras que el catolicismo, a través de sus pensadores sociales:
Villeneuve-Bargemont, la Tour
du Pin, Alberto de Mun, von Vogelsang, Sardá y Salvany, enuncia la teoría de
los cuerpos intermedios que tendrá su máxima expresión en la encíclica Rerum
Novarum de León XIII en 1891.
Esta teoría sostiene,
en contra de la opinión ilustrada y liberal que niega los cuerpos intermedios,
que entre el Estado y el individuo existen y tienen que existir organizaciones
intermedias que son las que representan sus verdaderos y legítimos intereses.
Que la modificación para mejorar el orden social se puede llevar a cabo a
través de la multiplicación de cuerpos intermedios. Que “la evolución de la
técnica y la industria, lejos de debilitar la teoría de los cuerpos
intermedios, la vuelve aun más factible. Renueva su fecundidad para todo lo que
los descubrimientos modernos permiten poner en práctica”.
Estos cuerpos
intermedios, denominados por el peronismo “organizaciones libres del pueblo”,
tienen que mantener una cierta neutralidad política, pues no todos sus miembros
piensan de la misma manera. Sin embargo, esta teoría sufrió una evolución
notable y así observamos como en la encíclica Laborem excercen del Papa Juan
Pablo II, cien años después, amplía el campo de representación de los gremios a
los derechos políticos e incluso existenciales de los trabajadores.
Esta teoría de los
cuerpos intermedios quiere recuperar el sano equilibrio entre el capital y el
trabajo. Y lograr la representación genuina de los trabajadores, pues son los
que, de facto, preservan los vínculos sociales del cuerpo político. Así como
antiguamente eran los estamentos sociales que limitaban el poder absoluto de
los reyes, hoy limitan el poder del “totalitarismo dulce” de los gobiernos
progresistas. Es obvio que estos cuerpos intermedios hoy no se limitan a los
sindicatos y municipios sino que se extienden también a las asociaciones y
colegios profesionales, a las cámaras empresariales y de comercio, a los medios
de información y a todos los que intermedian entre la sociedad civil y el poder
político.
El Estado moderno
(ley de Chapellier y otras semejantes) le robó a la sociedad una de sus máximas
creaciones para la mejor vida pública: los cuerpos intermedios. El Estado de
bienestar intentó una modificación (el primer peronismo propuso la creación y
multiplicación de lo que él denominó: organizaciones libres del pueblo).
Mientras que el Estado postmoderno o progresista de hoy día, prefiere su
anulación y reemplazo por las fuerzas inorgánicas de las manifestaciones
populares sin estructura ni contenido (los grupos piqueteros, los sin tierra,
los indignados et alii).
Esta teoría de los cuerpos
intermedios es el meollo, el núcleo duro de la doctrina social de la Iglesia. Doctrina
que en muchos aspectos es cambiante según las necesidades y nuevas demandas de
los tiempos, pero que se apoya en algunos principios invariables: el de la
libertad de la persona, el de la libertad de asociación, el de la
subsidiariedad, el de la solidaridad y el de finalidad o bien común general.
El hombre como
persona es un ser libre y por lo tanto responsable de sus actos, que tiene todo
el derecho de asociarse con otros para la defensa de sus intereses. Y debe
actuar por sí hasta donde le sea posible y permitido sin reclamar la ayuda de
otros. Los problemas, los debe resolver la autoridad más próxima al problema.
Así los padres no deben asumir las responsabilidades de sus hijos siempre que
ellos tengan la madurez de necesaria para asumirlas, pero en caso que una
persona, asociación o institución no contara con la fuerza suficiente de
ejecución, la persona, asociación o institución superior debe concurrir en su ayuda.
Esto produce una soldadura, una unidad social, una solidaridad, que permite el
logro del bien común general como finalidad del gobierno político.
En el fondo, este
brevísimo párrafo quiere sintetizar la doctrina social católica, que encuentra
su fundamento en la reductio ad unum: una finalidad, una patria, una familia,
un Estado nación. Pero que al mismo tiempo exprese la diversidad y la
pluralidad de posturas y valores propios de los hombres que la constituyen. Es
por eso que su lema ha sido desde siempre: buscar la unidad en la diversidad.
Hoy el Estado
progresista y postmoderno a través de la falsa teoría del multiculturalismo
entiende ese pluralismo al revés, pues lo entiende como la quiebra de la
unidad. Hoy ya no somos entendidos como un crisol de razas que viven e intentan
la construcción de un proyecto común de nación sino que propone que seamos
entendidos como “muchas culturas separadas”.
Por eso se llega al colmo del
desatino en Bolivia al crear un Estado plurinacional con 36 naciones. Donde se
diluye el poco espesor que tenía el enclenque Estado nacional boliviano
(Bolivia es un Estado imposible: Juan Bautista Alberdi 1845) en un disparate
político, cultural, histórico, religioso, económico y social.
Queda todavía un
aspecto para estudiar y es el de la representación política de los cuerpos
intermedios. Y este es un tema tabú dentro de la politología o el derecho
político, pues cada vez que se lo encara, inmediatamente surge el grito
desesperado de: fascista…fascista.
Sin embargo a partir
de 1970, se viene desarrollando en los países capitalistas avanzados, como
sostiene el eminente politólogo Gonzalo Fernández de la Mora, esta corriente de
pensamiento. Sus portavoces más destacados son P.C. Schmitter y G. Lembruch, cuya
preocupación fundamental es insertar dentro del esquema contemporáneo de
partitocracia el aporte decisivo de la “acción concertada” entre sindicatos y
patronales, con eventual presencia gubernamental.
Así, ante un posible
poder compartido, los partidarios de la partidocracia desplazan o alojan a los
representantes de las organizaciones sociales (sindicatos, cámaras,
cooperativas, asociaciones sociales, etc.) en un Consejo Económico y Social,
simplemente consultivo, para
neutralizarlos y conservar el poder efectivo de las instituciones
políticas que controlan.
Hoy son muchos desde
el campo social los que piden la reinstauración de los mencionados Consejos,
pero sin darse cuenta que mientras sigan siendo instituciones, meramente
consultivas o preceptivas, de poco y nada le sirven a la sociedad y al mundo
del trabajo.
La Constitución peronista del
Chaco de 1951 planteó, aún sin decirlo, la clara y distintiva separación entre
el corporativismo de Estado, típica del fascismo, y el cooperativismo de comunidad,
idea medular del peronismo, en tanto teoría política. Es más, el Justicialismo
nunca habló de corporativismo, ni de cuerpos intermedios, al estilo de Roberto
Michels, Mosca o Creuzet, sino de “organizaciones libres del pueblo”. Esto es,
creadas libremente por el pueblo, de abajo hacia arriba, sin intervención del
Estado. Éste bajo el principio de “la suficiente representatividad” del
Decreto-Ley 23.852 del 2 de Octubre de 1945, estableció “las condiciones de
posibilidad” de las organizaciones profesionales; pero no su creación que quedó
siempre en mano de los trabajadores y del pueblo en su conjunto, según sus
intereses y necesidades.
Estos antecedentes
teóricos, y muchos más que desconocemos, nos han hecho proponer la realización
de un congreso nacional e internacional sobre este tema específico donde se
planteen, estrictamente, las posibilidades concretas de instauración de un
sistema alternativo al partidocrático actual, que pueda recortar el monopolio
de la representación que ejercen las oligarquías partidarias. Hoy los partidos
políticos están compuestos por oligarquías partidarias que ser reciclan a sí
mismas.
Este llamado a
eliminar el monopolio de la representatividad política que ejercen
exclusivamente los partidos políticos, solo puede hacerse desde el peronismo,
como marco de referencia; pues ha demostrado en los hechos, que se puede hacer
sin caer en el fascismo o cosas por el estilo y al mismo tiempo, por no hacer
esta modificación al régimen de representatividad liberal ha quedado el mismo
peronismo como una revolución inconclusa.
(*) arkegueta,
aprendiz constante
buela.alberto@gmail.com www.disenso.info