Jorge Elías
En la región del Chapare, base operativa de Evo Morales, el eslogan de la campaña de 2005 era casi una excusa que prendía con vigor: coca no es cocaína. Tanto los miembros de la Federación del Trópico de Cochabamba (nombre de fantasía del sindicato de productores de coca) como los militantes del ahora oficialista Movimiento al Socialismo vitoreaban con los puños alto las alabanzas a “la hora sagrada” y las acechanzas contra “los yankis”. Todos compartían esa postura, excepto los militares bolivianos. Sus ingresos estaban subordinados a los fondos destinados por los Estados Unidos a la erradicación del cultivo de la materia prima de la cocaína.
En casi tres años, esa situación no cambió. Desde su asunción como presidente, en 2006, Morales aceptó, por un lado, el flujo de dinero norteamericano, del orden de los 30 millones de dólares anuales, y rechazó, por el otro, las intromisiones en aquello que los bolivianos consideran intocable por ser parte de su cultura. Ese doble discurso se acentuó con su orgullo por el crecimiento irrisorio del área sembrada de coca (un 8 por ciento en 2006 y un cinco por ciento en 2007, según las Naciones Unidas) y su pedido a los Estados Unidos de mayor cooperación para bloquear la producción de cocaína. En el medio, una comisión de la Asamblea Constituyente propuso prohibir el uso comercial de la palabra coca, como en Coca-Cola.
La nueva Constitución, aún en ciernes, incluye un artículo determinante: “El Estado protege a la coca originaria y ancestral como patrimonio cultural, recurso natural renovable de la biodiversidad de Bolivia, y como factor de cohesión social; en su estado natural no es estupefaciente”. Coca no es cocaína, como decía el eslogan proselitista de 2005, pero la Convención de 1961 de las Naciones Unidas pone a la hoja en cuestión, mascada (acullico) o hervida (mate de coca), a la altura del opio y el cannabis. En esos años, en Ginebra, el difunto presidente Víctor Paz Estenssoro vaticinó que el país, el mayor productor después de Colombia y Perú, iba a deshacerse de ella en dos décadas. Pasó casi medio siglo.
Morales nunca planteó nada parecido: defendió la hoja de coca hasta en la Asamblea General de las Naciones Unidas. En el Chapare, los campesinos expulsaron en julio a los enviados de la Agencia Estadounidense de Cooperación (Usaid) y de la DEA.
(Extractado de: La Nación, 14-9-08, pág. 6)
En la región del Chapare, base operativa de Evo Morales, el eslogan de la campaña de 2005 era casi una excusa que prendía con vigor: coca no es cocaína. Tanto los miembros de la Federación del Trópico de Cochabamba (nombre de fantasía del sindicato de productores de coca) como los militantes del ahora oficialista Movimiento al Socialismo vitoreaban con los puños alto las alabanzas a “la hora sagrada” y las acechanzas contra “los yankis”. Todos compartían esa postura, excepto los militares bolivianos. Sus ingresos estaban subordinados a los fondos destinados por los Estados Unidos a la erradicación del cultivo de la materia prima de la cocaína.
En casi tres años, esa situación no cambió. Desde su asunción como presidente, en 2006, Morales aceptó, por un lado, el flujo de dinero norteamericano, del orden de los 30 millones de dólares anuales, y rechazó, por el otro, las intromisiones en aquello que los bolivianos consideran intocable por ser parte de su cultura. Ese doble discurso se acentuó con su orgullo por el crecimiento irrisorio del área sembrada de coca (un 8 por ciento en 2006 y un cinco por ciento en 2007, según las Naciones Unidas) y su pedido a los Estados Unidos de mayor cooperación para bloquear la producción de cocaína. En el medio, una comisión de la Asamblea Constituyente propuso prohibir el uso comercial de la palabra coca, como en Coca-Cola.
La nueva Constitución, aún en ciernes, incluye un artículo determinante: “El Estado protege a la coca originaria y ancestral como patrimonio cultural, recurso natural renovable de la biodiversidad de Bolivia, y como factor de cohesión social; en su estado natural no es estupefaciente”. Coca no es cocaína, como decía el eslogan proselitista de 2005, pero la Convención de 1961 de las Naciones Unidas pone a la hoja en cuestión, mascada (acullico) o hervida (mate de coca), a la altura del opio y el cannabis. En esos años, en Ginebra, el difunto presidente Víctor Paz Estenssoro vaticinó que el país, el mayor productor después de Colombia y Perú, iba a deshacerse de ella en dos décadas. Pasó casi medio siglo.
Morales nunca planteó nada parecido: defendió la hoja de coca hasta en la Asamblea General de las Naciones Unidas. En el Chapare, los campesinos expulsaron en julio a los enviados de la Agencia Estadounidense de Cooperación (Usaid) y de la DEA.
(Extractado de: La Nación, 14-9-08, pág. 6)