por qué todos fingen creer en los 17 Objetivos
de esta fantasía irrealizable
Claudia Peiró
Infobae, 31 Mar,
2024
Suele decirse que
los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible (en adelante ODS) de la Agenda 2030
que la Organización de las Naciones Unidas lanzó en 2015 son incuestionables y
que nadie podría oponerse a ellos.
Puede ser. Lo que
también es cierto es que su lectura despierta incredulidad y hasta mueve a
ironía. ¿Cómo es que la Asamblea General de la ONU, que en casi 60 años no ha
logrado por ejemplo con sus resoluciones que Gran Bretaña entable un diálogo
con Argentina por la soberanía de Malvinas, pudo de pronto anunciar que, en
menos que canta un gallo (15 años), erradicaría la pobreza y el hambre, y
pondría al alcance de todos educación y salud de calidad, agua potable,
infraestructura, energía, empleo, etc., etc.? ¡Y todo ello sin afectar el medio
ambiente!
Esta es la lista
de los 17 ODS: erradicación de la pobreza, hambre cero, salud y bienestar,
educación de calidad, igualdad de género, agua limpia y saneamiento, energía
limpia y no contaminante, trabajo decente y crecimiento económico, industria
innovación e infraestructura, reducción de las desigualdades, ciudades y
comunidades sostenibles, producción y consumo responsables, acción por el
clima, vida submarina, vida de ecosistemas terrestres, paz justicia e
instituciones sólidas, alianzas para lograr los objetivos.
Como estos 17 ODS
se subdividen en 169 metas, Bjorn Lomborg y Jordan Peterson escribieron una
columna cuyo título lo dice todo: “Desarrollo Sostenible: hay poca diferencia
entre tener 169 objetivos y no tener ninguno”. En criollo: la Agenda 2030 es
poco seria.
En septiembre de
2015, en coincidencia con el momento en que la ONU presentaba su Agenda, el papa
Francisco habló ante la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York y pidió
evitar “toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto
tranquilizador en las conciencias”. “Debemos cuidar que nuestras instituciones
sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos”, agregaba.
Lomborg y Peterson
(ambientalista danés e intelectual canadiense, respectivamente) recuerdan por
su parte que ya estamos a mitad de camino del 2030 y es evidente que los ODS no
se cumplirán.
Hay un motivo
análogo al que trabó la Ley Ómnibus del gobierno de Milei. En palabras de
Lomborg y Peterson, “(en la Agenda 2030) hemos equiparado objetivos
fundamentales como la erradicación de la mortalidad infantil y la educación
básica con otros bien intencionados pero periféricos, como el fomento del
reciclaje y la promoción de estilos de vida en armonía con la naturaleza; si
intentamos hacerlo todo a la vez, corremos el riesgo de hacer muy poco, como
hemos hecho en los últimos siete años”.
Difícilmente alguien
crea que los ODS son metas cumplibles en los plazos fijados. Por eso lo
sorprendente es que la Agenda 2030 esté en boca de todos: políticos, referentes
sociales, económicos, activistas medioambientales -y obviamente también las
feministas- parecen creer en ella a pie juntillas.
Difícil es también
entender la masividad con la cual los políticos compran este paquete llave en
mano. Salvo que sea por marketing, porque queda bien o por pereza. Se prefiere
un activismo sin mucha brújula, una figuración cómoda, antes que el estudio de
los problemas y la búsqueda seria de soluciones.
Cabe aclarar que
la Organización de las Naciones Unidas no es un gobierno mundial. La Asamblea
General (su órgano más democrático porque allí se sientan en pie de igualdad
todos los países y cada voto vale lo mismo) tiene poco o nulo poder ejecutivo.
Muchas de sus resoluciones son pour la galerie. Como la de Malvinas. El bacalao
lo corta el Consejo de Seguridad, en especial sus miembros permanentes con
poder de veto que son sólo cinco: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia
y China.
Los organismos
creados como especializaciones o subdivisiones de la ONU (FAO, OIT, OMS,
Unesco; PNUD, etc., etc.) están colonizados por una gran cantidad de “partes
interesadas” (o “stakeholders”, según el eufemismo usado para lo que son en
realidad: lobbies o fachadas de intereses que no dicen abiertamente su nombre),
financiados en su mayoría por las elites que gobiernan al mundo. Esa es la
gente que redactó la Agenda 2030, como la propia ONU lo reconoce: “Los grupos
principales y otros interesados fueron esenciales para el desarrollo y la
adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, al mismo tiempo que
trabajaron de manera activa en su aplicación a través de proyectos, iniciativas
y actividades de promoción, intercambio de conocimientos y supervisión”.
Además, agregan
que “los grupos principales y otros interesados suelen trabajar en colaboración
con otros sectores, incluidas las autoridades gubernamentales”. A buen
entendedor, pocas palabras. Esto último alude al financiamiento condicionado,
como presión a las administraciones de ciertos países para influir en sus
políticas.
Por lo tanto,
cuando se escucha “la ONU dice…”, como fuente de autoridad, hay que tener
presente que casi siempre se trata de documentos producidos por organismos
subsidiarios de Naciones Unidas, que a su vez están influidos por estos grupos
interesados. Detrás de una fachada de transparencia, todas las conferencias
ONU, sus resoluciones, etc, son en buena medida fruto de operaciones y lobbies
cruzados, de stakeholders, que tienen mucha espalda para promover sus objetivos
y direccionar al organismo y sus filiales. Y que en muchos casos son agentes de
gobiernos; organizaciones para-gubernamentales antes que “no gubernamentales”.
Recientemente, la
Fundación NEOS, que preside Jaime Mayor Oreja, ex ministro del Interior de
España, hizo un análisis crítico de los 17 ODS y las 197 metas de la Agenda
2030, que pone de relieve aspectos que en una primera lectura pueden pasar
inadvertidos.
“La Agenda 2030
consiste en un caramelo envenenado revestido de una envoltura atractiva y
seductora”, dice Mayor Oreja en la presentación del documento. La reacción ante
los 17 ODS, señala, se divide entre quienes “han querido destacar las partes
positivas de la Agenda” y los que directamente “denunciaban la maldad de la
raíz y núcleo de esta propuesta”. El trabajo de NEOS zanja la cuestión
señalando que “el propio texto de la Agenda”, en “más de 5 ocasiones” advierte
“sobre el carácter integrado e indivisible de los objetivos y las metas de la
misma”.
Es decir “o se
acepta todo el contenido” o se está contra la Agenda. Tómalo o déjalo. No se
puede discutir no sólo los 17 ODS sino tampoco el cómo y el cuándo alcanzar
estas metas tan loables. Los ODS fijan plazos y acciones para alcanzarlas, y
determinan los criterios de evaluación. Como si el camino para la solución de
un problema fuese uno solo. Y se decidiera en la ONU.
En el discurso ya
citado, el propio Francisco advertía contra esta pretensión de imponer un
camino único: “La multiplicidad y complejidad de los problemas exige contar con
instrumentos técnicos de medida. Esto, empero, comporta un doble peligro:
limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos
propósitos –metas, objetivos e indicaciones estadísticas–, o creer que una
única solución teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos”.
La presentación
que hace la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), una de
las 5 comisiones regionales de la ONU, es decir otra de sus sucursales, es
clara: “La Agenda 2030 es: universal, pues los beneficios del desarrollo deben
ser para todos y es responsabilidad de todos los países su logro; indivisible,
ya que insta a abordar los 17 Objetivos en conjunto, evitando fragmentaciones;
integral, puesto que conjuga las tres dimensiones del desarrollo económico,
social y ambiental; civilizatoria, dado que propone erradicar la pobreza
extrema como imperativo ético, poniendo a la dignidad y a la igualdad de las
personas en el centro; transformadora, ya que requiere aproximaciones
alternativas a la forma habitual de hacer las cosas…”
Nótese la
pretendida superioridad moral de este programa intocable (ética, civilización,
dignidad…). ¿Pero cuál es esa aproximación novedosa y virtuosa a los problemas
según Cepal? Respuesta: “La igualdad de género y de derechos está presente en
toda la Agenda y el enfoque de múltiples interesados se hace imprescindible
para su apropiación e implementación”. Traducción: ideología de género y vía
libre a los lobbies. Claro que, entre los “múltiples interesados”, también
forman fila los voluntariosos que creen estar bregando por un objetivo loable y
en realidad están sirviendo a otros intereses.
“En una agenda es
tan importante lo que se incluye como lo que se deja afuera -advierte el
documento de la Fundación Neos. Por ejemplo, ni el envejecimiento de la
población, ni la bajísima fecundidad –que no garantiza el reemplazo
generacional y que supone serios problemas sociales– aparecen mencionados. Por
el contrario, la salud sexual y reproductiva se presenta como una parte obvia
del marco, algo que no se discute, siendo que normalmente es un eufemismo usado
por las organizaciones internacionales para la promoción de la anticoncepción y
del aborto”.
La expresión
“salud reproductiva” refleja el antinatalismo en boga: el embarazo es una
enfermedad, una epidemia que hay que combatir, la anticoncepción es el remedio
y, si no alcanza, el aborto, que ha pasado de ser un recurso extremo -como lo
vendían los promotores de su legalización- a una práctica banalizada y hasta
propagandizada, en particular mediante el reparto indiscriminado de misoprostol
y otras drogas abortivas.
Todo esto se
promueve en un mundo en el que muchísimos países ya tienen una tasa de
natalidad inferior a la “de reemplazo”, es decir, la necesaria para mantener
una población estable. En Argentina, la curva de natalidad viene cayendo
dramáticamente desde 2014, y no es por casualidad sino por política.
El documento de
NEOS advierte: “La baja natalidad persistente lleva aparejada, a la larga,
empobrecimiento económico, puesto que el capital humano de una sociedad tiende
a deteriorarse en cantidad (menos gente) y calidad (la que va quedando, más
envejecida en promedio), la mano de obra y los consumidores menguan en número y
envejecen, hay un gasto creciente en pensiones y sanidad cubierto con ingresos
fiscales de una fuerza laboral mermada y avejentada, etc.”
“Que la natalidad
no sea considerada vital por la ONU en su Agenda 2030 es una clamorosa omisión
que nos hace recelar de la misma (porque) pocas cosas hacen más insostenible a
una sociedad humana y dificultan más su desarrollo futuro que su pérdida de
población”, agregan.
También debería
preocupar que estas cosas no estén en la agenda de los políticos.
La meta 3.7 del
Objetivo 5, es “garantizar el acceso universal a los servicios de salud sexual
y reproductiva, incluidos los de planificación familiar, información y
educación, y la integración de la salud reproductiva en las estrategias y los
programas nacionales”. Es decir, imponer a los países esta política, lo cual es
más fácil en los países en desarrollo mediante el condicionamiento de las
ayudas y créditos a esta agenda.
Como lo demuestra
el ODS n° 5 (“Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las
mujeres y las niñas”), la Agenda 2030 es feminista. Parte de la base de que la
mujer está en inferioridad de condiciones en todo aspecto y lugar. En palabras
de la Fundación Neos, el objetivo 5 “es deudor de la ideología de género: [que]
en su vertiente cultural, sostiene una visión del hombre y la mujer como dos
realidades enfrentadas en la que el hombre es indefectiblemente un peligro para
la mujer”.
En cuanto al objetivo
12 -modalidades de consumo y producción sostenibles-, el informe sostiene que
se usa lo ambiental “como excusa para imponer políticas limitadoras del
desarrollo”, con lo que “se condena a países en desarrollo a que su despegue
sea más dificultoso” y “se proscriben ciertas fuentes de energía que podrían
ser una manera económica y provisional de pasar de la indigencia al
desarrollo”.
Los diagnósticos
catastrofistas fomentan “una infundada eco-ansiedad en los jóvenes”,
sentimiento que ha llegado también a estas orillas; pensemos si no en los
activistas veganos que periódicamente irrumpen en la Rural.
Aquí interviene el
concepto “desarrollo sostenible” o “sustentable”, es decir el que puede
mantenerse en el tiempo sin afectar al medio ambiente ni extinguir los
recursos; sería el desarrollo que permite satisfacer las necesidades de las
actuales generaciones sin poner en riesgo la satisfacción de necesidades
futuras. Se postula un uso renovable y no depredador de las riquezas naturales.
Suena bonito, pero
en la práctica el equilibrio entre justicia presente y futura no es tan
sencillo de determinar. Sin mencionar que este concepto puede encerrar una
trampa para los países en desarrollo.
Bjorn Lomborg
denunciaba en otro artículo la “hipocresía” de los países centrales:
“Demasiados políticos del mundo rico y defensores del clima olvidan que gran
parte del planeta sigue sumido en la pobreza y el hambre. Sin embargo,
sustituyen cada vez más su ayuda para el desarrollo por gasto climático. El
Banco Mundial (...) ha anunciado que desviará nada menos que el 45% de su
financiación hacia el cambio climático. (...) “Esto huele a hipocresía,
porque los países ricos obtienen casi cuatro quintas partes de su energía de
combustibles fósiles, debido a la falta de fiabilidad y a los problemas de
almacenamiento de la energía solar y eólica. Sin embargo, fustigan con
arrogancia a los países pobres por aspirar a lograr un mayor acceso a la
energía y sugieren que estos deberían ‘adelantarse’ de alguna manera a la
energía solar y eólica intermitente, con una falta de fiabilidad que el mundo
rico no acepta para sus propias necesidades”.
Y concluía: “Es
fácil tratar el clima como la prioridad cuando tu vida es cómoda. (...) Los
países pobres necesitan más acceso a la energía barata y abundante”.
Hace poco leí una
crítica al ex presidente brasileño Jair Bolsonaro por “negar que el Amazonas es
el pulmón del mundo”. Es muy gracioso que quieran convertir en verdad revelada
lo que no es más que un intento de relativizar la soberanía de Brasil, Perú,
Colombia, Venezuela, Ecuador y Bolivia, entre otros, sobre esa selva. También
Lula Da Silva rechazó esta definición, consciente de sus posibles implicancias.
“No queremos transformar la Amazonía en un santuario de la humanidad, queremos
explotar de la Amazonía aquello que la biodiversidad puede ofrecer”, dijo, en
agosto de 2022, frente a parlamentarios europeos.
Pareciera como si
los países más desarrollados, habiendo agotado ya sus propios “pulmones”,
empezaran a mirar a los ajenos con codicia disfrazada de ambientalismo.
La consigna sería:
haz lo que yo digo pero no lo que yo hice. Ejemplo emblemático es el mítico
Bosque de Sherwood, el de Robin Hood, que por poco desaparece. Se extendía de
Nottingham a York, y hoy es apenas una manchita en el mapa, convertido en
reserva para preservar lo poco que queda de él.
Obviamente, no se
trata de promover la depredación del Amazonas, pero no corresponde que el
discurso de la preservación ambiental -desarrollo sustentable- y demás
prescripciones de la ONU sean sólo para los débiles. Como bien dice el informe
de la Fundación Neos, “si eres un país poderoso como China puedes incumplir
impunemente muchos de los aspectos de la Agenda 2030: sin embargo, si eres un
país dependiente de las ayudas internacionales, no tienes alternativa”.
Y no se crea que
la Argentina está exenta de los efectos de este discurso ambientalista: varias
provincias argentinas han vedado o frenado proyectos de explotación minera por
estos motivos. Un ejemplo es Chubut, que en 2021 había aprobado la producción
de plata y oro y otros minerales en su meseta central, pero a raíz de protestas
violentas contra la legislatura terminó vetando la ley y cerrando el camino al
desarrollo de una región con gran potencial.
“A pesar de sus
pretensiones, incluso quienes promueven la Agenda 2030 son conscientes de que
muchas de sus metas son inalcanzables”, dice NEOS. La pregunta que se impone
es: ¿qué pretende realmente la Agenda 2030?
Ésta establece de
modo muy detallado, “las actuaciones (a) desarrollar para su efectiva
realización, cómo medir su progresiva implementación y la forma en la que se
seguirá y observará su cumplimiento”. Es decir que, si bien se la sabe
irrealizable, se fijan mecanismos para su aplicación y control. ¿Con qué
finalidad?
Una agenda ordena
prioridades. Entre ellas, no se encuentra la familia por ejemplo, que en ningún
momento es mencionada. “La palabra padre no aparece en la Resolución y la
palabra madre sólo se emplea para referirse a la ‘madre tierra’”, dice el
informe. Además de feminista y ambientalista, la Agenda es antiespecista (la
ideología que da origen al veganismo) y de paso panteísta. Como dice
Chesterton, cuando se deja de creer en Dios, se cree en cualquier cosa…
En el punto
titulado “La visión antropológica de la Agenda 2030″, la fundación denuncia la
promoción de “un sometimiento de toda la humanidad al bien superior de la
“madre tierra”. “Toda forma de vida debe ser aceptada, promovida, protegida en
pie de igualdad o, incluso, insinuando un lugar inferior para la humanidad”,
agrega.
Para el
antiespecismo, no existe diferencia entre el humano y el animal en materia de
derechos; los animales tienen “conciencia”, aseguran. No se trata de respeto ni
de la protección de los animales, sino de la degradación de la condición
humana.
Otros rasgos de la
antropología de la Agenda que enumera el documento son:
-el individualismo
(el ser humano como “un ser asocial, como un individuo solitario”;
-el
intervencionismo, que “nace de la desconfianza en la libertad humana: el hombre
debe ser dirigido a su destino por unas élites (...)”;
-el totalitarismo,
“todo aspecto de la vida de las personas tiene que estar bajo control para
garantizar que se avanza por el camino correcto”;
-el globalismo,
pues el dirigismo “exige eliminar las cortapisas al control global de la
población”, en primer lugar, “las soberanías nacionales”;
-el ecologismo/
climatismo, “el ser humano es un componente más de nuestro medio; en ningún
caso, superior a otros”.
Una “agenda” es
además un imperativo, un programa. La Agenda 2030 es impuesta como verdad
revelada a todos los países. Sus objetivos no se cumplirán, pero sirven para
crear una red de influencia y control sobre las políticas gubernamentales y,
más todavía, sobre el pensamiento y el discurso público referido a estas
temáticas.
“En la
implementación no son sólo los países los que están involucrados -explica el
documento-. Cada vez tienen más peso los llamados stakeholders (partes
interesadas) que, en teoría, son exponentes de la sociedad civil con capacidad
de influencia en la ONU”. “El tema -advierten- es que no cualquiera tiene esta
capacidad. En realidad, los únicos que pueden acceder a la categoría de
stakeholder son organizaciones y fundaciones con muchísimo dinero. Los
multimillonarios pueden así, gracias a la Agenda 2030, imponer sus preferencias
sobre las naciones soberanas”.
La Agenda 2030,
dice Neos, “no distingue entre Estados de Derecho, tiranías o regímenes que
conculcan los derechos humanos”, pese a que, “por ejemplo, para acabar con el
hambre en Corea del Norte no hay que cambiar el tipo de cultivo ni apostar por
la agricultura biodinámica, sino empezar por derrocar la tiranía comunista”.
La aplicación de
la Agenda 2030 en Iberoamérica se realiza a través del Foro de los Países de
América Latina y el Caribe sobre el Desarrollo Sostenible, “una estructura de
implementación y control permanente que socava la soberanía y los procesos
democráticos de los países de la región”, subraya el documento.
Poco después de la
creación de ese Foro (2016), en Argentina, un decreto presidencial estableció
que “en atención a lo aprobado por la Asamblea General de la ONU”, era
“necesario designar un organismo encargado de coordinar las acciones necesarias
para su efectivo cumplimiento (de la Agenda 2030)” y la elección recayó sobre
el “Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales” que hoy depende del
Ministerio de Capital Humano.
El decreto,
firmado por Mauricio Macri, Marcos Peña y Carolina Stanley, invitaba a las
provincias y municipios, “así como a las Organizaciones de la Sociedad Civil y
del sector privado, con competencias y/o intereses en la materia, en pos del
cumplimiento de los compromisos internacionales asumidos”.
En un video
institucional, la Auditoría General de la Nación explicó que “cada uno de los
planes y proyectos de gobierno deben ser referidos, modificados, adaptados o
reinterpretados a uno o varios de los diecisiete ODS”. O sea, una aceptación
sin objeciones ni reservas. La Argentina ya presentó dos informes a la ONU
sobre cómo estamos aplicando los ODS.
La Auditoría
General de la Nación presenta la Agenda 2030
“La implementación
de la Agenda 2030 busca, en esta etapa, un arraigo tal en la cultura local que
asegure que el compromiso con ella se cumplirá aunque cambien los gobiernos”,
dice el informe de la fundación de Mayor Oreja. En la Argentina nos encontramos
en uno de esos momentos de recambio administrativo. Todavía es pronto para
saber si el camino será de continuidad o de cambio en esta materia.
Decía el documento
de NEOS: “No se trata de no querer reducir el hambre o la pobreza, sino de
denunciar el engaño de que ése sea el principal objetivo de la Agenda 2030. Hay
que ser claros en afirmar que existen formas mucho mejores de lograr aquellos
objetivos formalmente buenos que propone la Agenda 2030, pero sin tener que ser
víctimas del contrabando ideológico”.
En ese mismo
sentido, Bjorn Lomborg y Jordan Peterson hacían algunas propuestas razonables y
concretas, por ejemplo: “El hambre golpea con más fuerza en los primeros mil
días de la vida de un niño, desde la concepción y durante los dos años
siguientes. Podemos suministrar eficazmente nutrientes esenciales a las madres
embarazadas. El suministro diario de un suplemento multivitamínico/mineral
cuesta poco más de 2 dólares por embarazo”.
Y preguntaban con
toda lógica: “¿Por qué no tomamos primero este camino?” No sin indulgencia,
respondían: “Porque al intentar complacer a todo el mundo, gastamos un poco en
todo, ignorando esencialmente las soluciones más eficaces”.
El documento de
NEOS concluía: “Estos objetivos (de la Agenda 2030) se pueden lograr desde el
respeto por la dignidad de las personas, las soberanías nacionales y las
tradiciones religiosas, incorporando todos los elementos constitutivos de la
persona humana, tanto interiores como relativas a su vida en sociedad,
empezando por la familia”.
“Por lo tanto
-remataba-, paradójicamente, si se quiere lograr todo lo que la Agenda 2030
dice ansiar conseguir, hoy por hoy, lo más prudente es oponerse a ella”.