de Santo Tomás de Aquino
POR ERNESTO ALONSO
La Prensa,
02.03.2025
Este año
concluiremos la celebración del Triple Jubileo de Santo Tomás de Aquino. Cabe
la pregunta: ¿qué es un jubileo? Una ocasión propicia para expresar la alegría
que brota del corazón humano por un acontecimiento festivo.
En nuestro caso,
desde el 28 de enero de 2023 y durante el 2024, hemos conmemorado la
canonización y la pascua eterna de Santo Tomás; este año, festejaremos el
nacimiento del santo Doctor de Aquino. Tres acontecimientos que jalonan la
existencia de quien fuera una de las glorias más eminentes de la Iglesia
Católica.
El 18 de julio de
2023 conmemoramos los 700 años de su canonización, es decir, su registro
oficial como santo, el título más venerable con el que públicamente es honrado
fray Tomás por los fieles de la Iglesia, El 7 de marzo del año que concluyó,
recordamos los 750 años de su preciosa muerte, cumplidos sus 49 años de vida.
Durante este año
tendremos presente su nacimiento, no conociendo con precisión el día natal,
aunque sí la certeza de que tuvo lugar en el 1225, en el castillo familiar de
Rocasecca, condado de Aquino, en la Italia meridional. Este año, entonces, el
fraile dominico Tomás de Aquino, cumpliría sus 800 años.
Toda vez que festejamos
el cumpleaños de un ser querido, recordamos su nacimiento como un hecho
afortunado; con todo, más nos alegramos por el decurso de esa vida hasta el
presente. El nacimiento es una ocasión para congratularnos del presente de
nuestro homenajeado.
Además, el día del
cumpleaños solemos dedicar al “cumpleañero” palabras como las que siguen, “que
tengas un bendecido comienzo de año”, indicando el deseo de un tiempo más de
vida, con la plenitud de realizaciones posibles. Suelen ser los sentimientos
que expresamos humanamente, como costumbre arraigada entre nosotros.
¿QUIEN FUE?
Tomás de Aquino
fue un hombre que vivió enteramente en el siglo XIII de nuestra era, en un
espacio geográfico amplio que abarca desde la Italia meridional, patria chica
que lo vio nacer; la ciudad de Colonia, en Alemania, dedicado a completar su
formación bajo la guía de su maestro, Alberto Magno; París, el centro
intelectual por excelencia del medioevo cristiano y sede de su ocupación
principal, a saber, maestro de teología; Roma y algunas ciudades de la Italia
peninsular, acompañando a la Corte Pontificia; Nápoles, nuevamente, tomando a
su cargo la organización de un studium generale de teología; y, por fin,
Fossanova, que lo acogió pocos días para verlo partir hacia la Eternidad.
Por vocación y
decisión, se hizo fraile de una orden religiosa que pocos años antes había
fundado el español Domingo de Guzmán, la de los Padres Predicadores, domini
cani, perros del Señor, o bien, dominicos como desde hace tiempo los conocemos.
La nueva espiritualidad
suscitó el entusiasmo del joven Tomas, apasionado por el absoluto, resistiendo
el deseo expreso de sus padres, en particular de su madre, de convertirlo en
monje benedictino y abad del gran monasterio de Montecasino.
La profunda
orientación hacia la contemplación y el estudio, trazo saliente de la
personalidad de Tomás de Aquino, habrá de alcanzar acabamiento cumplido en la
nueva orden, con el agregado de una nota distintiva y esencial para su vida y
es que, aunque sea excelente contemplar las cosas divinas, es mejor todavía
contemplarlas y transmitirlas a otros (contemplari et contemplata aliis
tradere, “contemplar y dar a los demás lo contemplado”).
Años más tarde,
enseñará fray Tomás que es más perfecto “iluminar que solo brillar”. Y este fue
el ideal de los frailes mendicantes forjados en el nuevo fermento religioso.
Hombre de estudio,
de contemplación, de enseñanza y de predicación. Profesor de teología, que fue
su oficio durante casi toda su vida, pero además consejero de Papas,
cardenales, prelados y consultor de reyes, gobernantes y príncipes de múltiples
reinos. Fraile de profunda piedad, silencio y de apasionado amor por la verdad,
no solo de aquella que correspondía al específico ámbito de la religión
católica, sino también de aquella otra que le permitió indagar con provecho las
honduras del pensamiento clásico, representado, sobre todo, en la reflexión del
filósofo Aristóteles, como siempre lo refirió Tomás de Aquino en sus obras.
Un poco antes dije
frailes mendicantes, con el propósito de aludir al novedoso estilo y carisma de
la Orden de Predicadores. En efecto, los dominicos vivían en medio de la
ciudad, no ya en los campos, alejados del mundo, como los antiguos monjes. Y no
solo eso. Vivían de la limosna pues la pobreza evangélica fue el otro gran
ideal de aquella forma particular de vida consagrada.
En concreto, se
trata de seguir la secuela de Cristo pobre, y, en particular, es la pobreza de
la cruz la que desean imitar quienes abrazan la pobreza voluntaria. Fray Tomás
vivió de la caridad de los hombres, renunciando a toda ganancia para dedicarse
libremente a la contemplación y predicación de la verdad.
SU MUERTE
¿Pero acaso no
íbamos a referirnos al nacimiento de Tomás de Aquino? ¿Por qué evocar aquí su
muerte? Una razón de justicia reclama que una bella muerte acabe una vida
bella. La Escritura, empero, nos ofrece la respuesta mejor. “Es cosa preciosa a
los ojos del Señor la muerte de sus justos”, proclama el Salmo 116.
Así fue la muerte
de este ´buen administrador´ de los bienes superiores. Serena y santa fue la
que coronó la vida de este fraile ejemplar.
Antes de morir,
Tomás experimentó un extraño episodio en su vida. Algo así como un fenómeno
extraordinario, que suele definírselo como revelación mística. Mientras
celebraba Misa, Tomás contempló algo inefable que lo dejó extasiado y casi
paralizado. Permaneció mudo durante unos cuantos días, derramando abundantes
lágrimas y mostrándose incapaz de continuar redactando una sola línea. Pena
grande para su secretario y amanuense, fray Reginaldo de Piperno, pues por
entonces Tomás redactaba la tercera parte de su benemérita Suma de Teología.
Reclamado por su
secretario, que, con suma preocupación, advertía que fray Tomás no salía de su
arrobamiento, recibió como respuesta: “No puedo. Todo lo que he escrito me
parece paja comparado a lo que he visto y me ha sido revelado”. Y así fue.
Tomás no redactó una sola línea más.
Fue providencial
que Tomás concluyera su obra de integración de fe y razón en un siglo en el que
comenzaba a atisbarse un derrumbe que lamentamos aún hoy.
Tal vez ese
episodio fuera el preludio de su pronta partida de este mundo, para contemplar
cara a cara, despejados todos los velos, al buen decir de San Juan de la Cruz,
el rostro inefable de Aquel “por el amor de quien he estudiado, envejecido,
sufrido; te he predicado, te he enseñado; nunca jamás he dicho nada en contra
de ti, y si lo he hecho ha sido por ignorancia y no me obstino en mi error; si
he enseñado mal con relación a los sacramentos o a otra cosa, me someto al
juicio de la santa Iglesia romana, en obediencia a la cual dejo ahora esta
vida”.
El P. Torrell OP,
en Iniciación a Tomás de Aquino: su persona y su obra, asevera que dichas
palabras de Tomás configuran una suerte de profesión de fe eucarística, pues
cara al corazón del Aquinate fue la devoción amorosa al Cuerpo de Cristo.
Pero, además,
ofrecen una apreciación exacta del valor que Santo Tomás confería a sus
escritos. Recuérdese la expresión que escuchó fray Reginaldo cuando Tomás cesó
de escribir: “todo eso me parece paja”, aludiendo a su obra.
El sentido de
poquedad que transmite la expresión dirigida a Reginaldo sugiere, sí, una
cierta desvinculación de las palabras que empleó Tomás para dar forma a los
contenidos de sus especulaciones. En efecto, y por más preciso y riguroso que
haya sido el lenguaje con el que el santo Doctor de Aquino elaboró su estupendo
edificio teológico, conviene decir que las palabras no penetran nunca,
plenamente, misterios tan sublimes.
Con todo, ello no
significa en modo alguno que Tomás juzgase sus trabajos como desprovistos de
valor. Su obra permanece vigente pues, aunque escrita en el siglo XIII,
continúa comunicando la verdad a los hombres de nuestro tiempo.
A continuación,
aludiré brevemente al legado de fray Tomás de Aquino.
LEGADO
Una de las cosas
más importantes que hizo Tomás fue la estupenda incorporación, purificada, de
las doctrinas de Aristóteles al patrimonio de la Revelación cristiana.
No fue una
´incorporación´, fue algo mejor: una síntesis entre la cima del entendimiento
humano y la Sabiduría que viene de Dios.
Técnicamente, se
conoce esta obra como la de la integración de la fe con la razón.
No fue Tomás de
Aquino el único actor de esta formidable empresa. Fue propósito persistente de
quienes primero se preguntaron cómo integrar las verdades de la filosofía,
griega principalmente, con el Evangelio y la Revelación.
Y fue providencial
que Tomás concluyera su obra de integración de fe y razón en aquel final de
siglo en el que comenzaba a atisbarse un peligroso cisma, un derrumbe de
consecuencias extremas que lamentamos aún hoy. Para decirlo con exactitud, se
trata de la separación radical entre la fe revelada y la razón humana, las dos
“alas del entendimiento”, al decir de Juan Pablo II.
Quienes se dicen
discípulos del Aquinate están llamados a pensar creativamente las urgentes
controversias que agitan los espíritus, abrevando en sus escritos.
Es el fideísmo,
por una parte, con la sola fide, sin concurso de la razón; y, el racionalismo,
por otra parte, la razón raciocinante, arrinconando la fe en las sacristías y
en las viejas rezadoras.
Dicho de otro
modo, fue la teoría de la doble verdad, aunque con Gilbert K. Chesterton cabría
decir que se trató del ”asesinato de la razón”. Y el de la verdad.
Tomás de Aquino se
enfrentaría hoy a dos grandes adversarios intelectuales en una suerte de
contienda que habrá de dirimir el valor de la inteligencia humana y la vigencia
que se le confiera a la verdad, el bien y la belleza. Emplazadas en la
academia, pero con modulaciones e influencias en el vasto campo de la cultura
general, el relativismo y el nihilismo definen las alineaciones más
persistentes y obligan a tomar posición constante.
Ambas filosofías
contrastan vigorosamente la filosofía y aún la actitud intelectual de Santo
Tomás de Aquino, pues declaran que es un signo inequívoco de la madurez del
hombre contemporáneo el concierto plural de multitud de opiniones sin otro
criterio de verdad que no sea el consenso democrático a toda costa; o bien, que
el destino del género humano está sellado por la inexorable decadencia del ser
y ´la muerte de Dios´.
Precisamos
reverdecer el espíritu general, las intuiciones y los principios de la
filosofía y de la teología del Doctor Angélico para sostener estas batallas
metafísicas con probabilidades de éxito. Más que de las armas, de la tecnología
y de los imperialismos mundiales, el destino del espíritu humano se juega en
aquel frente.
Doctor de la
Iglesia, Doctor Humanitatis, maestro y guía de las instituciones católicas de
enseñanza, y otros títulos que puedan invocarse, es claro que “Santo Tomás es
un hombre a quien se le puede pedir mucho; pero siendo nada más que hombre no
se le puede pedir todo. No se le puede pedir, por ejemplo, que sea infalible;
no se le puede pedir que resuelva explícitamente los problemas que en su tiempo
no existían; no se le puede pedir la misma certeza en todas sus conclusiones,
la misma suprema elegancia intelectual en todas sus cuestiones (…) ¡No le
pidamos a Santo Tomás que viva a la vez en el siglo XIII y en el siglo XX!
Justamente es de todos los siglos porque vivió a fondo su siglo XIII – lo vivió
intelectualmente, que es la más alta manera de vivir-; pero no es de todos los
siglos de la misma manera”, escribe vivamente nuestro cura Leonardo Castellani.
Para nosotros,
hoy, es incuestionablemente cierto, y de una honestidad que obliga en
conciencia, que no se le puede pedir a Santo Tomás la solución definitiva de
las cuestiones y dilemas que él no pensó, pues en su tiempo no existían. Hizo
mucho con anticipar multiplicidad de entuertos intelectuales que hoy soportamos
fatigosamente.
De allí que
quienes se dicen discípulos del Aquinate, sus lectores, estudiosos y
admiradores, y aún quienes estén en posesión de las líneas generales del
sistema tomista, aunque no frecuenten asiduamente sus textos, estén convocados
a pensar creativamente las urgentes controversias que agitan los espíritus,
abrevando en las obras y en los principios del santo Doctor.
Habrán de resolverse
de acuerdo con el espíritu de Santo Tomás, cuyo sistema no es un libro cerrado,
un arcón inexpugnable, o, peor todavía, un sepulcro maloliente. Su filosofía
fue sí un sistema coherente y vasto, pero, al mismo tiempo, flexible, abierto
al progreso y por tanto expedito para nuevas formulaciones capaces de
integrarse en el.
¡Estupenda
convocatoria de la que me siento personalmente feliz de recibir y de responder
con humildad y confianza! Pues, acaso, ¿no es bella aquella vida que pueda
gastarse en el estudio de la sabiduría, “el más perfecto, sublime, provechoso y
alegre de todos los estudios humanos”, como el mismo Santo Tomás de Aquino
enseña?