y vuelta
Miguel Ángel Iribarne
La Prensa, 31.05.2025
En estos meses de mayo, junio, julio y agosto se encadenan una serie de efemérides que concurren a impregnar en nuestras conciencias el diseño de la Patria. Mayo, con el establecimiento del autogobierno y el nacimiento del Ejército, junio con las muertes de Belgrano y Güemes, julio con la Declaración de la Independencia y agosto con el fallecimiento de San Martín, se alternan para recordarnos con insistencia de dónde venimos e impulsarnos a perseverar en una voluntad que a veces parece peligrosamente vacilante.
Para contribuir a esclarecer las cosas, y distinguirlo del de Patria, comencemos por circunscribir el concepto de nación, concepto dinámico que se define en la reflexión de distintos pensadores y maestros. De Renán, para quien “la Nación es un plebiscito cotidiano”. De Ortega, que nos recuerda que “no se convive por estar juntos, sino para hacer juntos algo; en este sentido, la Nación no se da porque existen caracteres comunes, sino porque conscientes de que existen, se pretende hacer juntos algo en la historia”. Del mismo Papa Francisco, quien lo resumiera en una fórmula: “la Patria es un don, la Nación una tarea”.
También fue la Patria alguna vez un quehacer. Pero el de generaciones notoriamente pretéritas, cuyo fruto de alguna manera nos viene dado. “Y fue por este río de sueñera y de barro/que vinieron las proas a fundarme la Patria…” evoca Borges, y el padre Castañeda identifica el origen de esas proas: “Por Castilla somos gente…”.
Es decir, existe una realidad seminal, que funda la Argentina en el marco del orden hispanorromano, ya partir de esa realidad incumbe a las generaciones sucesivas dar forma a la empresa común atendiendo a las circunstancias cambiantes de la historia.
Fue en ejercicio de ese mandato, por ejemplo, que los hombres de 1853 forjaron, tras la orientación de Alberdi, nuestro orden constitucional. No es que la Constitución genere al país, como preconizan los seguidores del llamado “patriotismo constitucional”.
Este sofisma ha sido ya intentado por las élites dominantes en la Unión Europea, con el resultado de que casi todas ellas están hoy jaqueadas por la rebelión popular de las derechas identitarias. Nuestra Constitución histórica fue construida para ordenar, consolidar y desarrollar un organismo ya existente, que tenía su perfil demográfico y cultural y que sólo lo modificó, durante la Gran Inmigración, para enriquecerlo y hacerlo más apto para crecer en un mundo lanzado a los desafíos de la primera Revolución Industrial, constituyendo “la nueva juventud del Mediterráneo”, según la bella expresión de Keyserling.
FASE LIMINAR
Desde 1880, año de la solidificación del Estado Nacional hasta el Primer Centenario, aproximadamente, puede decirse que la Argentina vivió su fase liminar, es decir, encaró el umbral de su existencia histórica. De entonces viene el redondeo territorial del país con las conquistas del Desierto y el Chaco; de entonces la instrucción pública generalizada; de entonces el servicio militar obligatorio; un formidable empujón colectivo hacia la “nacionalización de las masas” que, décadas más tarde, el peronismo completaría frente a desafíos renovados y, por ello, con instrumentos diferentes.
Pero esa incesante creación de la Nación histórica no puede desentenderse de los elementos germinales de la Patria. Volviendo una y otra vez a ellos evitaremos que el Estado se convierta en una estructura meramente jurídico-formal o sociológico-funcional sin un perfil cultural peculiar que lo distinga en el concierto de un mundo empequeñecido, sí, pero no liso ni uniforme.
* Profesor emérito de la Universidad Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Católica de La Plata.