El país enfrenta, actualmente, los mejores precios relativos para su economía de que se tenga registro, comparables a los de 1946-47 y hasta similares a los de principios del siglo XX. Lo que debió ser una buena noticia, la mejor que la Argentina recibió en años, se transforma en una pesadilla. O al menos esa es la percepción de las consecuencias que el boom del mercado internacional de alimentos trae para nuestra gente. Conflicto entre el campo y la ciudad, la economía regional paralizada, cadena de pagos congelada y perspectivas de inversión y crecimiento mucho más pesimistas que tres meses atrás. Una paradoja que ya ha sido materia de curiosidad en los principales medios del mundo, sin entender cómo el maná que vienen repartiendo los mercados aquí no es aprovechado.
Es entendible que una mitad del planeta esté preocupada por lo que los economistas han denominado agflación (aumento de precios causado por la suba en los productos agrícolas). Esa mitad que hoy mira con horror cómo cambia el tablero internacional del ingreso, es la más rica, la más industrializada. Los que peor la llevan son los aquellos que no producen energía, alimentos o minerales. Los que aguantan son los que, al menos, tienen alguna de esas fortalezas. Y los que salen triunfadores, son los que tienen todo lo que hoy reluce. O sea aquellos que durante décadas se vieron confinados al grupo de los grandes perdedores, como sistematizaron el economista argentino Raúl Prebisch (1901-1986), con su teoría del deterioro secular de los términos del intercambio, y el andamiaje político-intelectual del ex presidente de Brasil, Fernando Enrique Cardoso, con su teoría de la dependencia. Ambos situaron específicamente a América latina entre los países a merced de los vaivenes del mercado y los caprichos de los poderosos. Todo se visualizaba en una cuenta de resultados por la que cada vez había que trabajar más para comprar lo mismo. La ecuación clave: cuántos kilos de lomo de ternera por kilos de Audi 0 km. Eran los años del milagro económico europeo y japonés, de la guerra fría y la supremacía norteamericana, con las excepciones de algunos que implementaban fórmulas heterodoxas de crecimiento, como Brasil (1960-1985) y los cuatro Tigres Asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong-Kong).
La Argentina se inscribe, por esta vez, en el bando de los que han comprado todos los números ganadores. Dotada de un territorio entre los más extensos del mundo, con diversidad geográfica y climática notable, con una llanura de las más fértiles del planeta y cursos de agua en abundancia. Agregando el factor demográfico (la cuarta parte que Brasil o la séptima de los Estados Unidos), tenemos la ecuación perfecta para construir nuevamente una gran potencia agroexportadora. Quizás para balancear estas ventajas competitivas o culpa de ellas, está poblado de una rara mezcla de gente e instituciones proteccionistas y anárquicas, en donde cada vez es más difícil encontrar un rumbo común.
(Noticias, 31-5-08)
Es entendible que una mitad del planeta esté preocupada por lo que los economistas han denominado agflación (aumento de precios causado por la suba en los productos agrícolas). Esa mitad que hoy mira con horror cómo cambia el tablero internacional del ingreso, es la más rica, la más industrializada. Los que peor la llevan son los aquellos que no producen energía, alimentos o minerales. Los que aguantan son los que, al menos, tienen alguna de esas fortalezas. Y los que salen triunfadores, son los que tienen todo lo que hoy reluce. O sea aquellos que durante décadas se vieron confinados al grupo de los grandes perdedores, como sistematizaron el economista argentino Raúl Prebisch (1901-1986), con su teoría del deterioro secular de los términos del intercambio, y el andamiaje político-intelectual del ex presidente de Brasil, Fernando Enrique Cardoso, con su teoría de la dependencia. Ambos situaron específicamente a América latina entre los países a merced de los vaivenes del mercado y los caprichos de los poderosos. Todo se visualizaba en una cuenta de resultados por la que cada vez había que trabajar más para comprar lo mismo. La ecuación clave: cuántos kilos de lomo de ternera por kilos de Audi 0 km. Eran los años del milagro económico europeo y japonés, de la guerra fría y la supremacía norteamericana, con las excepciones de algunos que implementaban fórmulas heterodoxas de crecimiento, como Brasil (1960-1985) y los cuatro Tigres Asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong-Kong).
La Argentina se inscribe, por esta vez, en el bando de los que han comprado todos los números ganadores. Dotada de un territorio entre los más extensos del mundo, con diversidad geográfica y climática notable, con una llanura de las más fértiles del planeta y cursos de agua en abundancia. Agregando el factor demográfico (la cuarta parte que Brasil o la séptima de los Estados Unidos), tenemos la ecuación perfecta para construir nuevamente una gran potencia agroexportadora. Quizás para balancear estas ventajas competitivas o culpa de ellas, está poblado de una rara mezcla de gente e instituciones proteccionistas y anárquicas, en donde cada vez es más difícil encontrar un rumbo común.
(Noticias, 31-5-08)