Padre Ricardo B. Mazza
1. Estoy por hacer algo nuevo
En el texto del profeta Isaías (43,18-19.21-22.24-25) nos encontramos con que Dios –como en un juicio público- acusa al pueblo de Israel recriminándole su infidelidad.
Ante tanta bondad manifestada, ante tantas bendiciones derramadas sobre el pueblo elegido, el Señor no ha recibido más que desplante, desobediencia e infidelidad. Dirá enfáticamente: “¡Me has abrumado con tus pecados. Me has cansado con tus iniquidades” (v.24).
Pero le dará la oportunidad de responder señalando “Interpélame, y vayamos juntos a juicio; alega tú mismo para justificarte”. (v.26).
Al mismo tiempo que les echa en cara sus faltas, asegura sin embargo, el perdón ya que “soy yo, sólo yo, el que borró tus crímenes por consideración a mí, y ya no me acordaré de tus pecados” (v.25).
Más aún, avanza en su promesa de salvación –previa conversión- diciéndoles “No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando” (v.18 y 19).
Asegura así al pueblo elegido una salvación desconocida, inaudita. Una salvación tan grande que superará el recuerdo de las maravillas experimentadas en el pasado.
Esa salvación es concretamente Cristo, anunciado desde el Antiguo Testamento, que reclama a todos, judíos y paganos, un sincero seguimiento a la nueva vida que ofrece y regala.
De allí que, –recuerda San Pablo (2 Cor.1, 18-22)-, la respuesta no ha de ser sí y luego no, sino que imitando el proceder de Cristo ha de ser un sí permanente a la voluntad del Padre.
Mientras el ser humano en su historia se obstina en alejarse y separarse de Dios, de querer usar su libertad no para el bien, para lo que nos ha creado Dios, sino para sus antojos, Dios en cambio se ha manifestado fiel al hombre. Siempre actúa fiel a sus promesas, fiel a los dones que nos da en abundancia. Este obrar algo nuevo significa el que podamos acogernos al misterio salvador de Cristo.
Cristo es el que viene a hacer algo nuevo en el ser humano, en sus estructuras, en la sociedad. Pero para ello es necesario que cada uno de nosotros comience este camino de encuentro con el Señor que muchas veces es difícil, porque estamos paralíticos.
2.-El hombre paralítico que busca al Señor.
Estamos como imposibilitados de acercarnos al Señor, ya sea por nuestras cargas morales, físicas, sociales, o económicas.
Pero he aquí que la invitación que nos hace Jesús es la de vencer los obstáculos para encontrarnos con El.
Imaginémonos a estos cuatro hombres llevando un paralítico, llegando a la casa donde está Jesús, subiendo al techo –el texto no explica mucho en su brevedad- haciendo un agujero en el mismo y descendiendo al enfermo para encontrarse con el Señor.
¡Cuánto esfuerzo, cuánta dificultad que han de sortear ya que la gente se agolpa alrededor de la casa, y dentro de la misma!
El encuentro con Jesús justifica cualquier esfuerzo para que se realice.
En este hombre, no solamente es un individuo el receptor del don de lo alto, sino que representa a la humanidad toda, afirmando así que el Señor quiere llegar a todos.
Nos dice el texto que viendo la fe de estos hombres, Jesús dirá al paralítico “Tus pecados quedan perdonados” (Marcos 2,1-12).
Hay una relación de causa y efecto entre la fe de estos hombres y el perdón de los pecados. Sin fe no puede existir el perdón de los pecados.
Y esto no es de admirar ya que ésta no consiste sólo en afirmar nuestra pertenencia a la Iglesia Católica, sino que una fe viva y madura implica creer en Jesús y creer a Jesús.
Creer en Jesús como el Hijo de Dios vivo al cual buscamos adherirnos, pero creer a Jesús asintiendo a sus promesas y al poder de sanarnos, de purificarnos interiormente, de restaurar nuestro interior –como si fuera una nueva creación- para instaurar una vida nueva.
Imposible son la conversión y la transformación interior sin una profunda fe, ya que ésta hace que conozcamos nuestra condición de pecadores.
Es propio de los sin fe, de los que no tienen una profunda convicción de Dios como ser supremo, que ante la perspectiva del pecado no dimensionan la gravedad del mismo como separación del Creador, sino que lo ven como un simple error, una falta, pero no como una ruptura con el Señor, de allí su desprecio hacia Él como destaca Isaías en la primera lectura.
Es por eso que al ser humano le cueste tanto pedir perdón, ya que le falta la fe en Jesucristo como el único que puede perdonar los pecados y que puede posibilitar la decisión de comenzar una vida nueva.
Jesús ofrece un camino nuevo cuando afirma “tus pecados te son perdonados”.
Pero como ese decir no está corroborado por el signo, los escribas piensan quién es éste, sólo Dios puede perdonar los pecados.
Y tienen razón al decirlo ya que son consecuentes con su falta de fe.
Por eso Cristo cura al paralítico de su enfermedad física para que se vea que no está hablando inútilmente, como diciendo, “ya que no me reconocen como Dios, realizo el signo curando al paralítico para demostrar que tengo poder para perdonar los pecados”.
Y concluye diciendo “levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Como lo sano físicamente –está diciendo gestualmente Jesús- también lo he curado en su interior del pecado que lo aprisionaba “en sí mismo”.
Lo que más le interesa a Jesús es liberar a este hombre de la parálisis interior a la que estaba sujeto por el pecado.
Podemos deducir que este hombre buscaba la curación de su cuerpo, seguramente interiormente estaría pensando: “si quieres puedes curarme”.
Cristo muestra su soberanía de Dios a través del perdón de los pecados y la curación de la enfermedad, y con su obrar está diciendo: “Sí quiero”.
Pero también desea hacer algo nuevo en nuestro interior, para lo cual hemos de abrir nuestro corazón y así nos transforme y renueve.
De esta curación, el paralítico sale al encuentro de la gente e inmediatamente da testimonio -con el sólo salir- de lo que Dios obró en su interior.
Igualmente la curación operada en la humanidad convertida motiva un salir de nosotros mismos, clausurados interiormente por el pecado, para alabar a Dios y dar testimonio de su obrar para que muchos también se abran al misterio de la gracia sanante.
E inmediatamente la gente, como consecuencia de ese “salir”, se asombra, ya que nunca vio algo igual, y comienza a glorificar a Dios.
Toda transformación en el corazón del hombre, por lo tanto, ha de ser también un instrumento para que otros vean lo que la gracia de Dios puede hacer cuando somos dóciles, y al mismo tiempo, de esta acción surge un canto de adoración y alabanza dirigida hacia Aquél que tanto realizó en nuestra vida.
3.-Cristo quiere hacer algo nuevo en nuestra Patria.
Pero permítanme hacer también una aplicación del evangelio a nuestra condición de ciudadanos, ya que el Señor quiere hacer también algo nuevo en nuestra Patria Argentina paralizada en todos los aspectos de su vida como Nación.
Dios se presenta a nosotros como lo hizo ante el pueblo de Israel a través de Isaías, y nos dice que como argentinos hemos roto la alianza con El.
Como país nacimos en una matriz católica y lamentablemente se fue produciendo este alejamiento de Dios, esta ignorancia de Él.
¡Cuántas veces el hombre argentino ha querido construir un país nuevo, pero sin Dios! Y a pesar de eso, como Dios es siempre fiel, nos dice permanentemente: “Yo quiero hacer algo nuevo”.
San Pablo recuerda que el cumplimiento de las promesas de Dios es el sí de Jesucristo, de modo que nos está invitando a encontrarnos con El para que se pueda dar ese cambio, pronunciando nuestro sí.
La Argentina está al borde de la disgregación, los niveles de corrupción en los ámbitos en que debiera brillar la honestidad, claman al cielo.
El desparpajo e impunidad con que se derrochan los bienes de todos los argentinos van creando más pobres. No basta con descubrir recién ahora la pobreza estructural presente, sino erradicarla con políticas acertadas donde reine la equidad y la honestidad en el uso de los bienes comunes.
La paralización y acomodamiento al poder en la administración de la justicia, el sometimiento del poder legislativo a la esclerosis de la obediencia debida, y el manejo caprichoso de la cosa pública, van mostrando un panorama desolador.
La inseguridad y los asesinatos impunes, el despojo de bienes de los ciudadanos, van marcando una situación ingobernable.
Y el Señor nos sigue diciendo “Yo quiero hacer algo nuevo” en la Argentina, pero necesito de ustedes.
Como argentinos, si queremos salvar a la Patria, debemos volver a lo que la unión con Cristo implica.
Disponernos a que Cristo nos ilumine para cambiar este estado de postración.
Si volvemos al respeto de las leyes y de la Constitución, si cada uno de nosotros vive honestamente sin miedo a las persecuciones de este mundo, si no cedemos a las fáciles ganancias que prometen los corruptos a sus seguidores y nos arriesgamos por los ideales que enaltecen al hombre, habrá posibilidad de algo nuevo.
Siendo cada día mejor, reclamando y defendiendo los principios que nos enaltecen como personas, podremos contribuir a este cambio, ya que todavía estamos a tiempo.
Desde la fe, con la ayuda de Dios y nuestro deseo de comenzar algo nuevo en nosotros y en nuestra Patria, trabajemos para combatir la parálisis moral que nos embarga.
Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. http://ricardomazza.blogspot.com, 28-2-09