Carlos Conrado Helbling
Nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo." Esta cita pertenece a Victor Hugo, el prestigioso escritor francés. La hacemos nuestra porque sentimos que viene al caso en este momento, en nuestro país. Después de décadas de desencuentros, surge una idea poderosa, madurada en tiempos de huracanes y tempestades. Hemos atravesado un desierto, pero la idea-oasis está en el aire: estamos camino a ser república.
Suena utópico, pero es posible. ¿Qué significa ser república luego de lustros de inconducentes ensayos frustrados? En primer lugar, restablecer la jerarquía de los tres poderes que conforman el Estado: un Ejecutivo eficaz, un Parlamento independiente, un Poder Judicial transparente, rápido y confiable en todos los niveles.
Además, una apuesta con resultados efectivos para atacar en sus entrañas la pobreza extrema, la violencia delictiva, la permanente conflictividad social, el bajo nivel educacional, el abandono en materia de salud estatal, el tembladeral legislativo con respecto a transparencia y a seguridad bancaria para todos.
Necesitamos una policía que colabore con la población, con planes de prevención y disuasión del delito, y que no sea sólo punitiva; legislación protectora de la familia, contra la violencia doméstica, a favor de las víctimas; un espacio público sano, y barreras contra la contaminación industrial no vigilada. Encarar de frente la crisis moral nos ayudaría a buscar consensos, acrecentar la honestidad en todos los niveles y ser un poco más humildes, como nos lo señalan nuestros amigos uruguayos.
Después de medio siglo, será aconsejable instrumentar diversas medidas económicas. Para comenzar, el aumento de los ingresos fiscales y la reducción de los gastos gubernamentales. Sería posible mantener la planta de funcionarios y empleados públicos nacionales, provinciales y municipales, aun sabiendo que más de uno ingresó como producto del amiguismo de los sucesivos gobiernos. Con rigurosos cursos de capacitación, sería posible poner al día sus conocimientos. Confiamos en que ninguno querrá dar un paso al costado y elegir no capacitarse.
Los conductores máximos del Estado los buscaremos entre los mejores, con excelente formación. Lejos de ideas platónicas o hegelianas, más bien pensamos en gobernantes modernos, que cobren sueldos equivalentes o superiores a los del sector privado, que sepan actuar con serenidad y en forma consensuada.
Volvamos a las medidas económicas. Necesitamos erradicar de cuajo la inflación y lograr una moneda fuerte que sea nuestro mayor símbolo de poder en el mundo.
En el último medio siglo, nuestras inversiones en bienes y en monedas extranjeras, aquí y en el exterior, alcanzaron aproximadamente los 350.000 millones de dólares. Un tipo de cambio libre, estable y fluctuante, como sucede con toda moneda internacional, requerirá que la futura conducción gubernamental inspire confianza en el nivel nacional e internacional y brinde previsibilidad a sus actos. Ello impulsará el regreso de un 10 a 15% de ese monto radicado en el exterior en bienes, empresas y en colocaciones financieras. Un país soberano en materia monetaria dispondrá de divisas para invertir dentro de sus fronteras o, si lo cree beneficioso, también en el exterior, tal como lo practican hoy países tan cercanos al nuestro como Brasil y Chile.
Las cifras de la producción nacional industrial, los kilómetros ferroviarios y las autopistas nacionales han ido menguando durante todos estos decenios. Sin embargo, no resultará imposible aumentar notablemente estas cifras de un año para otro. La industria de capital argentino -tan reducida- lo podría lograr por medio de un vigoroso mercado de capitales si poseyéramos el sutil del credere .
A esto habría que agregar una moneda estable y el ingreso y la transformación de la moneda extranjera en local. Bastaría con eliminar por un año todas las medidas y regulaciones que atentan contra la productividad, que no son pocas. Habrá que tener el coraje para lograrlo.
Será imprescindible negociar con el sector agropecuario la progresiva eliminación de todas las retenciones en la medida en que se comprometan a aumentar al máximo su producción en doce meses, en tierras hoy áridas, al borde de los caminos, hasta en las macetas, para recordar la exhortación de Winston Churchill.
Beneficiará a todos; en primer lugar, a los compatriotas hoy desocupados, que con premura deberán volcarse a escuelas técnicas actualizadas. Lo que proponemos representará, sin duda, un tremendo esfuerzo por parte de todos. Habrá que animarse sin vacilar.
Asimismo, es necesario brindarle un gran empuje al sector servicios y desarrollo de proyectos para mejorar el nivel informático. Para ello, contamos con gente creativa y muy capaz si se le brindan programas de incentivos, desarrollo de mercados y previsibilidad.
La base será contar con una moneda de la que hemos carecido durante décadas; se elevarían los salarios, dado el crecimiento de la demanda laboral resultante de la mayor producción.
Una medida posible para aumentar el creciente ingreso fiscal será implementar un nuevo documento de identidad de rápida emisión, con dos datos más: los números de la jubilación y el de los réditos. La inaceptable evasión fiscal se verá fuertemente reducida. No será posible realizar ningún trámite ante la administración nacional sin ese documento generador de ingresos.
El vertiginoso avance de la industria del conocimiento es tal que, dentro de un decenio o dos, de todos modos se vivirá en un mundo en el que todo se sabrá sobre cualquier ser humano. Nos guste o no, ése es el mundo en el cual le tocará vivir a la generación próxima.
Los crecientes superávit fiscales, consecuencia del aumento de nuestra producción; el regreso o transformación de los capitales externos en moneda local estable, y los mayores ingresos impositivos en función de la drástica reducción de la evasión fiscal tendrán un destino prioritario: aumentar en gran medida las remuneraciones de los maestros, profesores e investigadores que hoy sobreviven gracias a su dedicación patriótica y a su afán de brindarse al prójimo. Una rápida mirada al reciente trabajo de Alieto Guadagni sobre el futuro de nuestras universidades lo dice todo. ¿Qué esperamos para avanzar?
La primera disposición por adoptar será promover el dictado de una ley de coparticipación federal, como lo señala la Constitución Nacional vigente. Ya desde los albores de nuestra Independencia, el puerto -Buenos Aires- fue el gran recolector y distribuidor de los ingresos de la Aduana. La distribución se efectuaba según los caprichos de las autoridades de la gran ciudad, en desmedro de las provincias. Esta modalidad debería concluir, para promover un federalismo sincero y la independencia de los gobernadores provinciales.
¿Quiénes serán los actores de estos cambios? Dirigentes, y los hay, que satisfagan condiciones insustituibles: en primer lugar, saber conducir -todo un arte-, saber delegar -otro gran don casi ausente en nuestro medio-, haber tenido la experiencia de dirigir organizaciones complejas, manejar una caja, conocer su profesión, ser honestos y decididos. Necesitamos hombres de esta talla para construir un Estado, ausente en estos últimos decenios.
Deberíamos salir del aislamiento e integrarnos al mundo. El cambio de guardia en Chile y en Uruguay nos muestra un camino de madurez institucional, democrática y cultural.
Si nuestros abuelos y bisabuelos supieron fijar las bases de una pujante nación mediante su laboriosidad y esfuerzo, nos corresponde completar esa obra en el mundo de hoy. ¿Querrá el sufrido pueblo argentino afrontar estos desafíos? Confío en que sí, en la medida en que la transformación sea justa, equitativa y beneficiosa para todos. Repetimos lo dicho: "No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo". Estamos camino a ser república.
La Nación, 5-3-10