Lunes, 4 de marzo de 2019
Queridos amigos:
Agradezco las palabras del Cardenal Ouellet, e inicié
esta intervención diciéndoles “queridos amigos”, y no por un mero recurso
retórico sino porque al pensar en la iniciativa que han emprendido creo que
puede ser oportuno recordar una línea del capítulo 15 del evangelio de san
Juan, en el que Jesús dice a todos: «En adelante, ya no los llamaré siervos,
porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora los llamaré
amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre» (Jn 15,15).
Y Jesús funda la Iglesia con aires de una amistad,
como un acto de amor, como un gesto de compasión por nuestra condición frágil y
limitada. Y al encarnarse, Jesucristo abraza nuestra humanidad, abraza a
nuestro “yo”, a veces egoísta, tantas veces temeroso, para regalarnos su fuerza
y mostrarnos que no estamos solos en el camino de la vida, que tenemos un amigo
que nos acompaña. Gracias a ello, cada vez que decimos “yo” podemos decir
“nosotros”, es decir, somos comunidad con Él. Tenemos un “amigo” que nos
sostiene, nos invita a proponer misioneramente esa misma amistad a todos los
demás y así dilatar la experiencia de “Iglesia”.
Y esta verdad tiene muchas implicaciones en distintos
ámbitos, pero en especial es importante para aquellos que descubren que son
llamados a ser responsables de la promoción del bien común.
Ser católico en la política no
significa ser un recluta de algún grupo, una organización o partido, sino vivir
dentro de una amistad, dentro de una comunidad. Si tú al formarte en la
Doctrina social de la Iglesia no descubres la necesidad en tu corazón de
pertenecer a una comunidad de discipulado misionero verdaderamente eclesial, en
la que puedas vivir la experiencia de ser amado por Dios, corres el riesgo de
lanzarte un poco a solas a los desafíos del poder, de las estrategias, de la
acción, y terminar en el mejor de los casos con un buen puesto político pero
solo, triste y con el riesgo de ser manipulado.
Jesús nos invita a ser sus amigos. Si nos abrimos a
esta oportunidad nuestra fragilidad no va a disminuir. Las circunstancias en
las que vivimos no cambiarán de inmediato. Sin embargo, podremos mirar la
realidad de una manera nueva, podremos vivir con renovada pasión los desafíos
en la construcción del bien común. No olvidemos que entrar en política,
significa apostar por la amistad social.
En América Latina tenemos un santo que sabía bien de
estas cosas. Supo vivir la fe como amistad y el compromiso con su pueblo hasta
dar la vida por él. El veía a muchos laicos deseosos de cambiar las cosas pero
que muchas veces se extraviaban con falsas respuestas de tipo ideológico. Con
la mente y el corazón puestos en Jesús y guiado por la Doctrina social de la
Iglesia, san Óscar Arnulfo Romero decía, y cito:
«La Iglesia no se puede identificar con ninguna
organización, ni siquiera con aquellas que se califiquen y se sientan
cristianas. La Iglesia no es la organización, ni la organización es la Iglesia.
Si en un cristiano han crecido las dimensiones de la fe y de la vocación
política, no se pueden identificar sin más las tareas de la fe y una
determinada tarea política, ni mucho menos se pueden identificar Iglesia y
organización. No se puede afirmar que solo dentro de una determinada
organización se puede desarrollar la exigencia de la fe. No todo cristiano
tiene vocación política, ni el cauce político es el único que lleva a una tarea
de justicia. También hay otros modos de traducir la fe en un trabajo de
justicia y de bien común. No se puede exigir a la Iglesia o a sus símbolos
eclesiales que se conviertan en mecanismos de actividad política. Para ser buen político no se necesita ser
cristiano, pero el cristiano metido en actividad política tiene obligación de
confesar su fe. Y si en eso surgiera en este campo un conflicto entre la
lealtad a su fe y la lealtad a la organización, el cristiano verdadero debe
preferir su fe y demostrar que su lucha por la justicia es por la justicia del
Reino de Dios, y no otra justicia»[1].
Hasta aquí Romero.
Estas palabras pronunciadas el 6 de agosto del 78 para
que los fieles laicos fueran libres y no esclavos, para que reencontraran las
razones por las que vale la pena hacer política pero desde el evangelio
superando las ideologías. La política no es el mero arte de administrar el
poder, los recursos o las crisis. La política no es mera búsqueda de eficacia,
estrategia y acción organizada. La política es vocación de servicio, diaconía
laical que promueve la amistad social para la generación de bien común. Solo de
este modo la política colabora a que el pueblo se torne
protagonista de su historia y así se evita que las así llamadas “clases
dirigentes” crean que ellas son quienes pueden dirimirlo todo. El famoso adagio
liberal exagerado, todo por el pueblo, pero nada con el pueblo. Hacer política
no puede reducirse a técnicas y recursos humanos y capacidad de diálogo y
persuasión; esto no sirve solo. El político está en medio de su pueblo y
colabora con este medio u otros a que el pueblo que es soberano sea el
protagonista de su historia.
En América Latina y en todo el mundo vivimos
actualmente un verdadero “cambio de época”[2] –lo
decía Aparecida– que nos exige renovar nuestros lenguajes, símbolos y métodos.
Si continuamos haciendo lo mismo que se hacía algunas décadas atrás, volveremos
a recaer en los mismos problemas que necesitamos superar en el terreno social y
político. No me refiero aquí simplemente a mejorar alguna estrategia de
“marketing” sino a seguir el método que el mismo Dios escogió para acercarse a
nosotros: la Encarnación. Asumir. Asumiendo todo lo humano –menos el pecado–
Jesucristo nos anuncia la liberación que anhela nuestro corazón y nuestros
pueblos. Y entonces ustedes como jóvenes católicos dedicados a diversas
actividades políticas serán vanguardia en el modo de acoger los lenguajes y
signos, las preocupaciones y esperanzas, de los sectores más emblemáticos del
cambio de época latinoamericano. Y les tocará buscar los caminos del proceso
político más apto para llevar adelante.
¿Cuáles son los sectores más emblemáticos o
significativos en el cambio de época latinoamericano? En mi opinión son tres,
además lo deben de haber escuchado porque está Carriquiri aquí, así que se lo
copio a él. En mi opinión son tres a través de los cuales es posible reactivar
las energías sociales de nuestra región para que sea fiel a su identidad y, al
mismo tiempo, para que construya un proyecto de futuro: las mujeres,
los jóvenes y los más pobres.
En primero lugar, las mujeres. La Comisión
Pontificia para América Latina el año pasado ha dedicado una reunión plenaria
precisamente a la mujer como pilar en la edificación de la Iglesia y la
sociedad[3].
Además, a los obispos del CELAM en Bogotá en 2017 les recordaba que «la esperanza
en Latinoamérica tiene un rostro femenino»[4].
En segundo lugar, los jóvenes, porque en ellos habita la
inconformidad y rebeldía que son necesarias para promover cambios verdaderos y
no meramente cosméticos. Jesucristo, eternamente joven, está presente en su
sensibilidad, en la de ellos, en su rostro y en sus inquietudes. Y en tercer
lugar, los más pobres y marginados. Porque en la
opción preferencial por ellos la Iglesia manifiesta su fidelidad como esposa de
Cristo no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia[5].
Las mujeres, los jóvenes y
los pobres son, por diversas razones, lugares de encuentro
privilegiado con la nueva sensibilidad cultural emergente y con Jesucristo.
Ellos son protagonistas del cambio de época y sujetos de esperanza verdadera.
Su presencia, sus alegrías y, en especial, su sufrimiento son una fuerte
llamada de atención para quienes son responsables de la vida pública. En la
respuesta a sus necesidades y demandas se juega en buena medida la verdadera
construcción del bien común. Constituyen un lugar de verificación de la
autenticidad del compromiso católico en la política. Si no queremos perdernos
en un mar de palabras vacías, miremos siempre el rostro de las mujeres, de los
jóvenes y de los pobres. Mirémoslos como sujetos de cambio y no como meros
objetos de asistencia. La interpelación de sus miradas nos ayudará a corregir
la intención y a redescubrir el método para actuar “inculturadamente” en
nuestros distintos contextos. Asumir, y asumir en concreto, toda esta
problemática significa ser concreto y en política cuando uno se desvía del ser
concreto se desvía también de la conducción política.
Una nueva presencia de católicos en
política es necesaria en América Latina. Una “nueva presencia” que no solo
implica nuevos rostros en las campañas electorales sino, principalmente, nuevos
métodos que permitan forjar alternativas que simultáneamente sean críticas y
constructivas. Alternativas que busquen siempre el bien posible, aunque sea
modesto. Alternativas flexibles pero con clara identidad social cristiana. Y
para ello, es preciso valorar de un modo nuevo a nuestro pueblo y a los
movimientos populares que expresan su vitalidad, su historia y sus luchas más
auténticas. Hacer política inspirada en el evangelio desde el pueblo en
movimiento se convierte en una manera potente de sanear nuestras
frágiles democracias y de abrir el espacio para reinventar nuevas instancias
representativas de origen popular.
Los católicos sabemos bien que «en las situaciones
concretas, y teniendo en cuenta las solidaridades que cada uno vive, es
necesario reconocer una legítima variedad de opciones posibles. Una misma fe
cristiana puede conducir a compromisos diferentes».[6] Por
eso, los invito a que vivan su fe con gran libertad. Sin creer
jamás que existe una única forma de compromiso político para los católicos. Un
partido católico. Quizá fue esta una primera intuición en el despertar de la
Doctrina social de la Iglesia que con el pasar de los años se fue ajustando a
lo que realmente tiene que ser la vocación del político hoy día en la sociedad,
digo cristiano. No va más el partido católico. En política es mejor tener una
polifonía en política inspirada en una misma fe y construida con múltiples
sonidos e instrumentos, que una aburrida melodía monocorde aparentemente
correcta pero homogenizadora y neutralizante –y de yapa– quieta. No, no va.
Me alegra que haya nacido la
Academia de Líderes Católicos y se expanda por diversos países de América
Latina. Me alegra que ustedes busquen simultáneamente fieles al evangelio,
plurales en términos partidistas y en comunión con sus Pastores.
Dentro de unos años, en 2031, celebraremos el V
Centenario del Acontecimiento Guadalupano y, en 2033, el segundo milenio de la
Redención. Quiera Dios que desde ahora en adelante puedan todos ustedes trabajar
en la difusión de la Doctrina social de la Iglesia para así llegar a la
celebración de estas fechas con verdaderos frutos laicales concretos de
discipulado misionero. A mí me gusta repetir que tenemos que cuidarnos siempre
de las colonizaciones culturales, no, las colonizaciones ideológicas, las hay
económicas porque las sociedades tienen una dimensión de “coloneidad”; o sea,
de ser abiertas a una colonización. Entonces defendernos de todo. Y al respecto
me permito una intuición. A ustedes les tocará ajustar y corregir o no, pero es
una intuición que la dejo a la mano de ustedes, sino quieren equivocarse en el
camino para América Latina, la palabra es “mestizaje”. América Latina nació
mestiza, se conservará mestiza, crecerá solamente mestiza y ese será su
destino.
San Juan
Diego, indígena pobre y excluido, fue precisamente el instrumento pequeño y
humilde, que escogió Santa María de Guadalupe para una gran misión que daría
origen al rostro pluriforme de la gran nación latinoamericana. Nos encomendamos
a su intercesión para que cuando las fuerzas nos falten en la lucha por nuestro
pueblo, recordemos que es precisamente en la debilidad que la fuerza de Dios
puede hacer su mejor trabajo (cf. 2 Co 12,9). Y que la
Morenita del Tepeyac nunca se olvide de nuestra amada “Patria Grande”, eso es
América Latina, una Patria Grande en gestación, que nunca se olvide de nuestras
familias y de los que más sufren. Y por favor no se olviden ustedes de rezar
por mí. Gracias.
[3] Cf. Comisión Pontificia para
América Latina, La mujer pilar de la edificación de la Iglesia y de la
sociedad en América Latina, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano
2018.