POR HUGO ESTEVA
La Prensa, 20.05.2023
Una vez más el
tiempo electoral pone a prueba al sistema político en que se vive, cuyas
tortuosas reglas intentan ser permanente y grotescamente violadas. De nuevo
queda claro que se ha tergiversado el necesario concepto de República para
cambiarlo por una democracia en la que nadie tiene oportunidad genuina de elegir.
Dejemos de lado el
colmo que ha significado tener que soportar a un Presidente anodino, que sólo
gobernó mientras no tuvo nada que hacer ni decidir, y que ni siquiera duda en
degradar hasta su presunta tarea docente asentando las nalgas sobre el escritorio
desde el que debería enseñar algo más que una pequeña materia.
Olvidemos también
por un instante el bochorno que implica el predominio de un personaje bajo todo
punto de vista vulgar, basto, que quiere seguir mandando desde la retaguardia
en que aloja sus ancestrales resentimientos psicopáticos. Pongamos además entre
paréntesis a una oposición que no se consolida, justo en el momento de sus
mejores posibilidades. Se trata de la caída más profunda de un régimen agotado,
cuya natural evolución nos ha traído hasta aquí, y al que la gran mayoría del
país repudia.
Mucho más
importante es tratar de pensar cómo recomponer un modo de gobernar que nos
represente. Y ese modo, si bien no tiene otra opción que ser republicano como
históricamente le cabe, debe cumplir con la obligación ineludible de encontrar
la manera de ser reflejo de lo mejor que queda en nuestra patria. De lo
contrario, nunca habrá una república verdadera.
La salud no va a
surgir de la blanda condescendencia con la cultura predominante en Occidente,
que atenta contra la vida misma desde el aborto, la eutanasia y la degeneración
esterilizante. Tampoco va a venir, aunque hoy parezca exitosa, de la
desmelenada gritería contra todo menos contra la especulación financiera; eso
sí, con abrumadora apertura en los medios, toque de cirugía estética y
despliegue de guardaespaldas más que evidentes.
LA SALIDA
Se trata de
encontrar el modo en que los argentinos dejemos de elegir por televisión listas
promovidas desde quién sabe qué usinas de dinero (porque estas campañas son
impensablemente caras); listas donde nadie conoce a nadie, que se cambian por
las buenas y sobre todo por las malas hasta el último minuto de la llegada al
recinto de la Justicia Electoral, y que se configuran sobre todo incluyendo a inútiles
cuyo mérito es el de entibiar sillas en los comités y sus cafés aledaños.
Es propio de
delincuentes tratar así a la mayor parte de los compatriotas, cuyo hartazgo con
estas formas políticas es más que clara. Y por eso lo justo será que se los
deje elegir entre lo que conocen desde el lugar donde viven, como para que
tengan de ese modo a quiénes controlar y exigir.
Así, mediante un
sistema sanamente piramidal, se podría votar el equivalente a concejales
-postulantes partidarios pero también otros que surgieran entre grupos
independientes de vecinos- que deberían elegir entre sí a los intendentes,
quienes a su vez deberían sacar de entre ellos a los gobernadores, y éstos al
Presidente.
Todos estos
representantes no deberían durar más de un mandato y, cualquiera fuere la
posición a la que hubieran llegado, sólo podrían ser vueltos a elegir en su
distrito de origen (y en ningún otro) al cabo de un nuevo período. Estos
períodos, sin reelección inmediata, deberían volver a ser de seis años como lo
señalaba nuestra Constitución original, para evitar el circo sufragista
permanente y dar lugar a tiempos suficientes para encarar y terminar obras
serias.
Naturalmente, esto
que aplica a los distintos niveles del Poder Ejecutivo, debería programarse
para el Legislativo, convocando a conocedores de las diferentes actividades de
la sociedad y no sólo a charlatanes todoterreno. El Poder Judicial tendría que
conservar su independiente intangibilidad, regida por públicos concursos con
jurados profesional y éticamente intachables.
Por supuesto, una
modificación así, que no requiere tocar la inicial Constitución sino adaptar
las Leyes Electorales, ha de ser ajustada por los especialistas capaces de ver
sus virtudes y prevenir sus defectos. Pero sin duda resultaría mucho menos
manipulable por los intereses de grupos, por las manos ajenas y por la
corrupción. Y, claro, los representantes del primer escalón tendrían
necesariamente que respetar los mandatos de sus vecinos próximos, sin lo cual
nunca podrían volver a ser elegidos.
Nada de lo
dispuesto por el hombre corre siquiera riesgo de ser angélico, y un sistema así
se golpearía contra la realidad de un mundo en pleno proceso de degradación.
Sin embargo, parece claro que a las siempre acechantes fuerzas de lo malo les
daría mucho más trabajo que hoy adueñarse de un país lleno de valiosos
habitantes como el nuestro. Compatriotas que no tienen ahora casi nada para
elegir.