A modo de respuesta a la nota editorial de El Diario de la República del 05-04-09, titulada Ignorancia Fatal.
“Al pan pan y al vino vino, dice el refrán, en el cual está elidido un verbo de decir, o sea, llamemos al pan pan y al vino, vino. Cualquier exégeta de las escrituras estaría de acuerdo con esta prescripción. Dice la Biblia que Dios le dijo a Adán "le pondrás un nombre a cada cosa".
Expondremos estas peculiares visiones del lenguaje con el objeto de refutar al papa Benedicto XVI dentro de su propia lógica”.
1) Asombra la soberbia del autor de esta nota “editorial” que ha eludido dar su nombre, cual forma de tirar la piedra y esconder la mano. Soberbia y, como tal, ridícula pretensión de contradecir las razones del Santo Padre, un verdadero gigante del conocimiento teológico moral, sin contar para ello con fundamento necesario. Soberbia del que habla sin saber de lo que habla y pretende impugnar al que dice con razón. Soberbia del que no ha leído sobre lo que opina y pretende resistir los fundamentos del que ha escrito más libros sobre teología dogmática y moral que los que el impugnante cuenta como años de vida. En definitiva, soberbia del ignorante que ni siquiera sabe que no sabe, y pretende rebatir al que sabe que dice la verdad.
“Es que el dueño de la verdad divina en el catolicismo es él. Lo que dice el Papa es doctrina o jurisprudencia dentro de la Iglesia Católica Romana”.
2) No hay una verdad en el catolicismo, como no la hay otra en el protestantismo, otra en el judaísmo, en el islamismo, el ateísmo, etc. La verdad es una sola, es la adecuación o correspondencia entre el pensamiento y el objeto pensado; entre el objeto real y el objeto ideal; entre la idea “árbol” y la cosa a la cual atribuyo ese nombre. Cuando digo esto es un árbol y tengo frente a mi una tenaza, allí no hay verdad, no hay tal correspondencia. No hay una verdad para cada sujeto que piensa; la verdad es una, para todos. No es cierto que cada uno tenga su verdad. Cada uno tiene una opinión: si esa opinión se corresponde con la realidad de las cosas referidas habrá verdad en lo que se dice, de lo contrario no.
Hay una sola Verdad, así con mayúsculas, y es Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios uno y trino, que dijo de Si mismo: Yo Soy la Verdad. Cristo no dice la verdad, ni tiene la razón: El Es la Verdad, y la Razón en persona. Las personas serán veraces en tanto y en cuanto su pensamiento se corresponda con el pensamiento de Cristo. Quien piensa en contra de la Verdad, no puede tener razón, cuestión más que obvia.
El Santo Padre, así, no es dueño de la verdad, sino fiel y legítimo apóstol, pontífice, y vocero de Jesucristo y puesto en tal misión por el mismo Cristo cuando instituyó el primado de Pedro, del cual el Papa Benedicto XVI es legítimo sucesor.
“Y es que el obispo de Roma dijo ni más ni menos que el uso de profilácticos para combatir la epidemia del virus del VIH no sólo no sirve sino que pone más en riesgo de contraer la enfermedad. Dijo también que la forma de combatirla es con parejas monogámicas rígidas como mandan las escrituras.
Hay que reconocer que Benedicto XVI (el que dice bien) formalmente tiene razón y su lógica es irreprochable. Si todos se limitaran a tener relaciones sexuales exclusivamente con su pareja súper estable ("no separe el hombre lo que Dios ha unido") las enfermedades de la pagana Venus habrían prácticamente desaparecido”.
3) Aquí el editorialista admite que el Papa tiene razón y que su lógica no puede ser tachada.
“O sea, el Papa tiene razón, una razón sin verdad porque parte de premisas falsas que confunden la naturaleza de la sexualidad humana. En el diccionario papal, sexo está mal definido.
Expongamos directamente la tesis: el Papa tendría razón si la naturaleza sexual, de los hombres y mujeres fuese otra. Si fuese como a la Iglesia le gustaría que fuese. Pero la realidad, en lo que respecta a la conducta sexual de los humanos, difiere mucho de lo que prescriben los textos judeo-cristianos. Los humanos en general, practican mucho más sexo que el necesario para la reproducción. En las ciencias del alma, como la psiquiatría o la psicología, hay consenso en que el humano practica un sexo recreacional, que lo ayuda a liberar tensiones y mejora su salud psíquica. Y no sólo los humanos, por lo menos un primate superior, el chimpancé pigmeo y los delfines practican también el sexo como una actividad lúdica que baja los niveles de agresividad en esas sociedades de mamíferos."
4) Se pretende que el Papa aplica un sofisma, una argucia con apariencia de verdad pero que esconde una falsedad. Veamos. ¿Cuál es la naturaleza de la sexualidad humana? Según el pretenso impugnante del Santo Padre el sexo sería una práctica recreacional, actividad lúdica, que ayuda al ser humano a liberar tensiones y mejorar su salud psíquica, y que baja los niveles de agresividad.
Como se verá, solo faltó que se afirmara que es… un deporte!!! De la vinculación entre el sexo y el amor, ni una palabra. De la manifestación del cariño, nada; de la entrega al otro, ni hablar. De pensar en el otro, ni en broma. Puesto que el aspirante a refutador no habla de amor, es evidente que reduce toda inclinación amorosa al sexo, y el sexo a la genitalidad.
La sexualidad humana está naturalmente ordenada al bien de la unión indisoluble entre varón y mujer (matrimonio), así como a la generación y educación de los hijos (Miguel Ángel Fuentes: Los hizo varón y mujer, pág. 10, Ediciones del Verbo Encarnado). La relación sexual es la manifestación plena y exclusiva de la conyugalidad (la conyugalidad es la unión física, psíquica y espiritual entre personas de distinto sexo unidas en matrimonio indisoluble). La relación sexual es la manifestación plena del amor conyugal, donde los esposos alcanzan la máxima unión física y, a través de ella, fomentan la máxima unidad afectiva y espiritual. Allí son una sola carne y mediante este acto también un solo espíritu. Pero es también manifestación exclusiva de la conyugalidad porque sólo dentro del matrimonio es lícito realizar la sexualidad. (M. A. Fuentes, op. cit.)
“Entonces los dichos de Benedicto son reales sólo dentro de las escrituras y la doctrina que la Iglesia Católica impone”.
5) La Iglesia Católica no impone su doctrina. Es la única religión que no se impone, que no fuerza a las personas a seguirla. Su yugo es suave, su carga liviana, no impone, se impone por la fuerza de la Verdad que proclama, convence por la irrefutabilidad de sus argumentos, su doctrina excelsa cautiva a los hombres de buena voluntad, ilumina a los humildes y confunde a los que el mundo tiene por sabios. Y la verdad que expone la Iglesia, como toda verdad es universal, válida en todo tiempo y lugar, porque el ser humano es esencialmente el mismo, a pesar de las distintas razas, épocas y costumbres.
“Pero chocan fatalmente con la realidad…”
6) Ahora bien, ¿a qué se refiere el impugnante cuando dice que la doctrina enseñada por el Santo Padre choca fatalmente con la realidad? Parece ser que alude al hecho de que muchos, muchísimos si se quiere, no viven su sexualidad como deberían, de acuerdo a su estado y en fidelidad al mismo, es decir, no viven en castidad. ¿Y cuál sería la forma debida (castidad) según el estado de cada uno? Los solteros, clérigos y religiosos en abstención perfecta de relaciones sexuales; los casados en fidelidad a su cónyuge hasta que la muerte los separe. Es decir, la virginidad es para una etapa de la vida (soltería) o para un estado de la vida (clérigos, religiosos y consagrados). La castidad, en cambio, es un deber para todos.
Cuando se da la disociación entre conducta debida y conducta actuada, los hechos no refutan los principios. Los principios son inmutables, eternos, siempre verdaderos, buenos y bellos. La comisión de actos malos no deroga los principios del bien: A fuerza de cometerse asesinatos en el curso de los siglos y milenios, dichos crímenes no adquieren justificación. Las cosas no cambian en su esencia, y lo que fue malo ayer, lo es hoy y lo será mañana. Por ejemplo, matar al inocente ha sido, es y será siempre un crimen horrendo, y ello no cambiará por el hecho que distintos países incluyan el aborto entre los mal llamados derechos humanos.
Si la conducta humana choca contra los principios morales lo que debe cambiar es la conducta del hombre. ¿Por qué? Porque al hombre no le ha sido dado decidir lo que es bueno y lo que es malo, sino solamente el poder conocer lo uno y lo otro y obrar en consecuencia. Lo bueno y lo malo ya está definido, dicho y establecido por la sabiduría infinita de Dios.
“…y engendran el enorme peligro de propagar aún más el virus y las demás enfermedades venéreas, con lo que ello implica. He ahí su fatalidad. Si se lo quiere ver desde cierta perspectiva, la palabra de la Iglesia Católica promueve el genocidio, ya que promueve el contagio del virus en una amplia clase de seres humanos, los promiscuos y todo aquél que se le parezca, aunque sea muy poco. Un solo desliz basta”.
7) El virus del HIV SIDA y demás enfermedades venéreas no se propaga por el seguimiento fiel de la doctrina de Cristo a este respecto (uno con una para toda la vida) sino, justamente, por el olvido en que el mundo la tiene. Al enseñar la Iglesia que el condón no es una vía lícita para combatir estas enfermedades, está siendo fiel a la Verdad. Está diciendo la verdad. No es moralmente lícito por cuanto rompe la estructura propia del acto sexual humano que debe ser hecho en forma naturalmente apta para la generación, con recto fin y guardando las debidas circunstancias. Como todo precepto derivado de la propia naturaleza y de la recta razón, su violación acarrea innumerables padecimientos, miserias y caos social, porque la naturaleza no perdona nunca.
Sostener que la enseñanza de la Iglesia promueve el genocidio resulta una desfachatez y un cinismo en grado superlativo. Solamente la convicción de que el mundo es idiota y el único inteligente es el editorialista puede llevarlo a formular semejante imputación a la Santa Sede. Indigna ver cómo subestima la inteligencia del común de las gentes, queriendo llevarlas de las narices a conclusiones absurdas, disparatadas y canallescas, por su gravedad. Abrase visto caradurez de acusar a la Iglesia de favorecer el genocidio, siendo que es justamente la única, lo reitero, la única institución en todo el mundo que dice la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre el tema de los contagios de enfermedades por vía sexual, las razones de su existencia, aumento y propagación, y la forma de revertir la situación.
La afirmación de que los promiscuos quedan expuestos al contagio del SIDA si se guían por la enseñanza de la Iglesia es un verdadero sofisma, un falso y engañoso razonamiento. Es tanto como decir que las leyes morales han sido hechas para los buenos, pero que los malos deben tomar otros recaudos. También es como afirmar que la Iglesia debería predicar su doctrina moral solamente a los católicos, en un rincón y en voz baja, para no molestar a todos aquellos que no desean cumplir sus enseñanzas. Al contrario, las enseñanzas morales les son más necesarias a aquellos que no las conocen, o no las llevan en el corazón, o tienen inclinaciones pronunciadas hacia el mal. O sea, más las necesitamos los pecadores que aquellos que son puros de corazón. Jesucristo vino a la tierra más por los pecadores que por los justos.
Para colmo, al bombardearse a la población con campañas falaces acerca de la supuesta efectividad del preservativo, lo único que se logra es fomentar la práctica de relaciones sexuales en forma prematura, riesgosa o ilícita, con lo cual el contagio de enfermedades de transmisión sexual aumenta en forma notable, junto con la decadencia moral de los individuos y de la sociedad.
Lo único que puede frenar, y de hecho así ha sucedido en distintos países, la pandemia del SIDA es una vida social sana; una sociedad que reciba mensajes verdaderos y ciertos, no falaces; una sociedad en la que se rescate los principios de la fidelidad, de la palabra empeñada, de la coherencia de vida; del arrepentimiento del mal cometido y el propósito de enmienda; una sociedad en la que el Estado trabaje para el bien, del individuo, de la familia y del cuerpo social mismo; Una sociedad que promueva los principios morales que sustentan la paz, la concordia, la justicia, y la verdad.
Nada bueno se logra promoviendo el absurdo: haga el mal pero sea cuidadoso; haga el mal pero sea responsable al hacerlo; haga el mal pero evite los efectos colaterales. ¿Qué de bueno se logrará inculcándole a los adolescentes la iniciación sexual prematura y endulzándoles el oído al decirles que tengan todas las relaciones sexuales que quieran siempre y cuando lo hagan con condón; que si usan condón son responsables; que hagan lo que hagan en materia sexual está bien, siempre y cuando lo hagan con condón?
El único mensaje válido y a la vez útil es: no haga el mal. Y desde luego, el Estado tiene en esto una gran responsabilidad.
“Lo evidente, a veces, no se ve. Y es evidente que el Papa y toda la curia no tienen ni la más remota idea de las conductas sexuales de los humanos y su naturaleza. Es evidente que no saben nada de sexo. ¿Qué sabe una virgen de sexo? No deberían diseñar políticas en lo que se refiere a actividades que ellos no practican y desconocen.
Ignora Benedicto XVI que a casi nadie le resulta cómodo el preservativo. Si nunca se puso uno, ha de ignorarlo. Por eso ignora también que sus palabras son fatales, ya que no faltará quien se sienta más cerca de Dios eliminando el látex y sintiendo la carne. El Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, peca por ignorancia, ignorancia cara y fatal”.
8) El editorialista expone aquí la idea de que la experiencia es intransferible y de que el único conocimiento posible es el empírico e inductivo: Sólo puedo conocer lo que he experimentado personalmente; no puedo valerme de la experiencia de los demás; no existe el razonamiento deductivo, ni el analógico, ni se pueden dar principios generales que valgan para una misma especie de asuntos. Con su razonamiento no existiría la ciencia, y menos que menos las ciencias médicas: ¿Cómo podría curar un médico que no hubiera padecido cada enfermedad que presentan sus pacientes si no las ha conocido y sufrido en carne propia? ¿Qué sabría un médico de Hepatitis B si nunca la tuvo? ¿Y cómo trataría el cáncer un oncólogo que no lo hubiera tenido? ¿Y si lo hubiera tenido… ya no sería oncólogo sino tal vez uno más en el cementerio?
La Iglesia es Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia fue fundada por Jesucristo y es "columna y fundamento de la verdad", (cf. 1 Tm 3, 15). Debe, por mandato de Cristo, educar y dirigir, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos. (Mater et Magistra, n. 1). La Iglesia saca del Evangelio las enseñanzas en virtud de las cuales se puede resolver por completo un conflicto o limar sus asperezas, hacerlo más soportable. Ella instruye las inteligencias, encauza la vida y las costumbres de cada uno con sus preceptos.
La doctrina de Cristo une la tierra con el cielo, ya que considera al hombre completo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, y le ordena elevar su mente desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna, donde un día ha de gozar de felicidad y de paz imperecederas. (Mater et Magistra, n. 2).
La Iglesia es sujeto social de la responsabilidad de la verdad divina. Cristo mismo dice: "La palabra que oís no es mía, sino del Padre, que me ha enviado" (Jn 14, 24). Por esto la Iglesia cuando profesa y enseña la fe, está íntimamente unida a la verdad divina (Dei Verbum, nn. 5, 10, 21) y la traduce en conductas vividas conforme con la razón (cf. Dei Filius, ch. 3). (Redemptor Hominis, n. 19).
Pero el oficio de interpretar "auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo" (Dei Verbum, n. 10). La Iglesia en su vida y en su enseñanza, viene revelada como "Pilar y valuarte de la verdad", (1 Tm 3, 15) incluyendo la verdad respecto a la acción moral.
Igualmente "la Iglesia siempre y en todo lugar tiene el derecho de proclamar principios morales, siempre en el respeto del orden social, y de hacer juicios acerca de cualquier aspecto humano, como es exigido por los derechos fundamentales del hombre o por la salvación de las almas" (Código de Derecho Canónico, Canon 747, n. 2).
Precisamente sobre los interrogantes que caracterizan hoy la discusión moral el Magisterio, en fidelidad a Jesucristo y en continuidad con la tradición de la Iglesia, siente más urgente el deber de ofrecer el propio discernimiento y enseñanza, para ayudar al hombre en su camino hacia la verdadera libertad. (Veritatis Splendor, n. 27). (Fragmento del documento elaborado por el Card. François-Xavier Nguyên Van Thuân, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Pertenece al artículo uno: La Naturaleza de la Enseñanza Social de la Iglesia).
En otras palabras, Cristo ha dejado a su Iglesia instituida como maestra cuya función consiste en custodiar, profundizar y exponer las verdades contenidas en el depósito de la fe. Así, le corresponde al Magisterio: interpretar auténticamente esas verdades; predicar con verdad la Palabra de Dios; proclamar los principios morales, incluidos los referentes al orden social; dar su juicio autorizado sobre cualquier asunto humano en la medida en que lo exija la salvación de las almas o la defensa de los derechos fundamentales de la persona. (José Ramón Pérez Arangüena, Curso breve sobre la Iglesia, pág. 6, Ediciones Palabra, Madrid).
“Habría que enterar al Papa que los humanos no son ángeles y la mayoría va a pecar, va a fornicar, y sin el profiláctico se corre el riesgo de contraer graves enfermedades venéreas”.
9) Está demostrado, con la amarga experiencia de los países del primer mundo, Alemania, Holanda, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, etc, que el reparto de preservativos no disminuye la cantidad de infectados, sino que los aumenta. Es decir, ha sido peor el remedio que la enfermedad, pues al proporcionar el Estado masiva e insistentemente preservativos, y al incitar a la población a usarlos, se está estimulando las relaciones sexuales impensadas, de ocasión, es decir, a un mayor número de contactos potencialmente contagiosos, y así continúa el círculo sexual vicioso, que es el que causa la pandemia. ¿Cuántos jóvenes han tomado el camino de la promiscuidad, presionados por la falsa hipótesis que plantea la propaganda del Gobierno, y han caído víctimas de este flagelo?
Hoy que se pretende haber superado todos los tabúes con respecto al sexo, ahora el tabú que se impone es el cerrar filas alrededor del preservativo. La fidelidad a la pareja se considera irreal, pero se exige fidelidad total al preservativo, y los que se atreven a criticar las campañas del Gobierno son descalificados como fundamentalistas o fanáticos. Los padres son los primeros educadores de los hijos, y con esas campañas se produce un abuso de poder del propio Gobierno frente a los derechos y responsabilidades de los progenitores.
La única solución real para el SIDA, radica en promover en la gente un cambio de su conducta sexual, que es la causa principal de la difusión de la enfermedad. Los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de la técnica o de la química; los problemas morales solo se solucionan moralmente, es decir, con la firme decisión de dar un giro al estilo de vida.
Nunca ha sido la solución a los problemas de la humanidad el ceder a las tentaciones e inclinaciones pecaminosas, al vicio y al libertinaje, por más extendida que esté una determinada conducta deshonesta. Por el contrario, el camino para salir de tales situaciones de riesgo y verdadera calamidad siempre ha sido la prédica y el acatamiento de principios morales auténticos. La verdadera solución de los problemas que tienen su raíz en el pecado (y la fornicación y la lujuria lo son) es la conversión, el cambio de actitud, de conducta. En cambio la apuesta al uso del preservativo lo único que logra es el aumento en la sociedad de las relaciones sexuales indiscriminadas y promiscuas, la promoción de un falso sentido de seguridad y, en definitiva, un crecimiento enorme de los contagios que se decía querer evitar. Los resultados catastróficos de las campañas oficiales contra el SIDA mediante la difusión del preservativo así lo ratifican.
Decía Benjamin Franklin que la experiencia es una dura escuela, pero los tontos no pueden aprender de otras fuentes.-
Marcelo Shortrede
D.N.I. Nº 14.542.207