Por Héctor A. Huergo
Paradoja de estos
tiempos: la vilipendiada soja se las arregla para filtrarse, de una manera u
otra, en la gran escena nacional. Fíjense si no lo que ocurrió esta semana: la
respuesta de España a la expropiación de las acciones de Repsol en YPF fue el
cierre de las importaciones de biodiesel y harina de soja. Ellos saben quizá
mejor que los argentinos, que castigar estos productos es como embocar un
exocet por debajo de la línea de flotación de la economía argentina.
Sin embargo, los
efectos del misil se atenúan, y no porque exista un blindaje (al fin y al cabo,
el submarino ruso Kursk era blindado y se hundió en el Báltico con toda su
tripulación). Se atenúan por la simple fortaleza del yuyo, que no solo resiste
el glifosato sino también los torpes embates de la política.
Ante la amenaza de
cierre, la Presidenta Cristina Kirchner respondió a los españoles: “pagarán más
caro el biodiesel”. Tiene razón, lo van a pagar más caro. Pero ese es el
problema de ellos. El nuestro, es que lo vamos a vender más barato. O,
directamente, que no lo vamos a poder vender. Veamos un poquito.
Había un fuerte
conflicto comercial con España por el biodiesel argentino, que había desplazado
a la producción ibérica. En España se había levantado una fuerte industria de
biodiesel, basada en aceite importado, fundamentalmente de origen argentino.
Cuando nuestro país
comenzó a expandir su producción, a partir de 2008, las plantas españolas
fueron cerrando, dando origen a fuertes (e infundados) reclamos. El gobierno
argentino defendió bien el interés de agregar valor en origen, y España dejó el
tema en stand by. La expropiación de las acciones de Repsol le dio pie para
volver al ataque.
España tiene
capacidad ociosa y volverá a producir biodiesel. Necesitará aceite, la materia
prima del biodiesel, es cierto. Pero para la Argentina significa perder valor
agregado, y precisamente en la industria más novedosa y competitiva de la
economía argentina. En apenas cuatro años se construyeron más de diez plantas,
con una inversión de mil millones de dólares, que convierten más de 3 millones
de toneladas de aceite en biodiesel. Todas con última tecnología y enorme
escala. Argentina es el mayor exportador de biodiesel, con embarques por casi
2.000 millones de dólares.
La otra respuesta que
dio la Presidenta es que aceleraremos la implementación del B10, el corte del
gasoil con 10% de biodiesel. Actualmente es del 7%. Y un gasoil para transporte
y agro al 20%. Interesantes paliativos, que ratifican el enorme acierto de
quienes edificaron el nuevo mundo de la soja.
Hace veinte años,
estas páginas comenzaron a hablar del plausible beneficio ambiental y económico
de los biocombustibles. Cuando me tocó estar al frente del INTA, en 1994,
logramos una donación de una miniplanta de biodiesel por parte de una
institución francesa.
Con el petróleo a 10
dólares, el directorio del INTA rechazó el convite. Yo renuncié, porque el
impulso a los biocombustibles era el leit motiv de mi gestión. Economía,
progreso, medio ambiente, valor agregado. Todavía no había llegado la soja RR,
producíamos solo 15 millones de toneladas, pero ya avanzaba el crushing en los
puertos, el dragado de la hidrovía, la siembra directa. Ni se hablaba del
protocolo de Kyoto.
Ahora, el petróleo
está a cien dólares. El biodiesel es un arma política. Pero cuidado, a las
armas las carga el diablo.
Clarín, 28-4-12