Por Dani Rodrik
La teoría más
aceptada acerca de la política es también la más simple: los poderosos obtienen
lo que quieren. La regulación financiera es impuesta por los intereses de los
bancos, la política de salud por los intereses de las compañías de seguros, y
la política impositiva por los intereses de los ricos. Los que más pueden
influir en el gobierno -a través de su control de recursos, información, acceso
o simplemente la amenaza de violencia- eventualmente consiguen lo que quieren.
Y lo mismo a nivel
global. La política exterior está determinada, se dice, en primer lugar por los
intereses nacionales, no las afinidades con otras naciones o las preocupaciones
por la comunidad global. En los regímenes autoritarios, las políticas son
expresión directa de los intereses del gobernante y sus cómplices.
Es una narrativa
convincente, que puede explicar fácilmente por qué la política genera
resultados perversos tan a menudo. Sea en las democracias, las dictaduras o en
la arena internacional, esos resultados reflejan la capacidad que tienen
determinados intereses de lograr resultados que perjudican a la mayoría.
Pero esta explicación
está lejos de ser completa y a menudo resulta engañosa. Los intereses no son
fijos ni están predeterminados. Los mismos intereses están moldeados por ideas,
creencias respecto de quiénes somos, lo que estamos tratando de lograr y cómo
funciona el mundo. Nuestras percepciones de nuestros propios intereses están
filtradas por la lente de ideas.
Pensemos en una firma
que se debate, tratando de mejorar su situación competitiva. Una estrategia es
despedir a algunos trabajadores y tercerizar la producción a lugares más
baratos en Asia. Alternativamente, la firma puede invertir en capacitación y
crear una fuerza laboral más productiva con mayor lealtad y así bajar los
costos. Puede competir en base a precios o calidad.
El mero hecho de que
los dueños de la firma defienden su propio interés nos dice poco respecto de
cuál de estas estrategias seguirán. Lo que determina la opción de la firma es
toda una serie de evaluaciones subjetivas de la probabilidad de que se den
distintos escenarios.
Del mismo modo,
imagine que usted es un gobernante despótico en un país pobre. ¿Cuál es la
mejor manera de mantenerse en el poder y anular amenazas domésticas y
extranjeras? ¿Construye una economía fuerte, orientada a las exportaciones? ¿O
se vuelve hacia el interior y premia a sus amigos militares y otros cómplices,
a expensas de todos los demás? Los gobernantes autoritarios de Asia oriental
abrazaron la primera estrategia, sus contrapartes en Medio Oriente optaron por
la segunda. Tenían concepciones diferentes de cuáles eran sus intereses.
Podríamos multiplicar
tales ejemplos al infinito. ¿A la canciller alemana, Angela Merkel le sirve, en
función de su éxito político interno, seguir imponiendo austeridad a Grecia, al
costo de otra reestructuración de deuda en el futuro cercano, o le sirve más
imponer condiciones más laxas, que podrían dar a Grecia la posibilidad de
crecer y así alivianar su carga de deuda?
El hecho de que
debatimos tales cuestiones sugiere que todos tenemos distintas concepciones de
cuál es nuestro interés. Nuestros intereses en realidad son rehenes de nuestras
ideas.
¿Entonces, de donde
vienen esas ideas? Los políticos, al igual que todos los demás, son esclavos de
la moda. Sus perspectivas respecto de lo que es posible y deseable son
moldeadas por el zeitgeist , las "ideas en el aire". Esto significa
que economistas y otros líderes del pensamiento pueden tener mucha influencia,
para bien o mal.
John Maynard Keynes
dijo una vez que "hasta el más práctico de los hombres de mundo suele
estar dominado por las ideas de algún economista muerto hace mucho".
Probablemente no lo dijo con todo el énfasis que debió hacerlo. Las ideas que
han producido, por ejemplo, la liberalización sin límites y los excesos
financieros de las últimas décadas emanaron de economistas que (en su mayoría)
siguen vivos.
Luego de la crisis se
puso de moda que los economistas despotricaran contra el poder de los grandes
bancos. El medio regulatorio permitió que esos intereses obtuvieran inmensas
ganancias con gran costo social porque los políticos están dominados por los
intereses financieros. Pero este argumento olvida convenientemente el rol de
legitimación que tuvieron los economistas mismos. Fueron los economistas y sus
ideas los que hicieron que fuera respetable que los funcionarios y reguladores
creyeran que lo que es bueno para Wall Street es bueno para todo el mundo.
A los economistas les
encantan las teorías que ubican los intereses especiales organizados como la
raíz de todos los males políticos. En el mundo real no pueden librarse tan
fácilmente de la responsabilidad por las malas ideas que tan a menudo han
generado. Uno debe hacerse responsable de la influencia que tiene.