Por Javier
Valenzuela
El País, de Madrid
Barack Obama dirige personalmente la última de
las guerras norteamericanas, una que no ha sido declarada y se libra en los
territorios de Yemen, Somalía y Pakistán. No combaten en ella soldados
estadounidenses de carne y hueso, su lugar lo ocupan unos pájaros metálicos con
licencia para matar llamados drones. Son los Predator y Reaper, fabricados por
General Atomics en California, y van armados con misiles Hellfire, producidos
por Lockheed Martin en Alabama.
Los ataques
estadounidenses con aviones no tripulados por un ser humano se multiplicaron en
abril y mayo, confirmando el entusiasmo creciente de Obama por esta forma de
combate, la primera verdaderamente propia del siglo 21. Es un combate sin
cuartel, en el que bando más poderoso no arriesga a su gente, reemplazada por
letales robots teledirigidos.
Ataques
“preventivos”.
Objetivo de esos
ataques son supuestos dirigentes y militantes de Al Qaeda y grupos yihadistas .
Se trata de exterminarlos físicamente antes de que actúen, así que la guerra de
los drones de Obama combina el carácter “preventivo” de las aventuras bélicas
de George W. Bush con el derecho que siempre se ha otorgado Israel a efectuar
ejecuciones extrajudiciales en cualquier parte del mundo.
Esta semana, Jo
Becker y Scott Shane publicaron en The New York Times una extraordinaria
información que detalla cómo Obama autoriza en persona quiénes serán los
blancos de las acciones de los drones en Yemen, Somalía y Pakistán. Eso ocurre
en unas reuniones del equipo antiterrorista de la Casa Blanca que se
celebran semanalmente en la sala de crisis ( Situation Room ). En ellas se le
presenta al presidente la lista de los condenados a muerte ( Kill List ) que
han sido localizados, y éste, tras estudiarla caso por caso, da o no su luz
verde.
El otro Guantánamo.
Obama ha encontrado
en los drones el instrumento que le permite mostrarse duro y eficaz en la
guerra contra Al Qaeda que declaró Bush tras el 11-S, a la par que evita muchos
de los avisperos en los que se metió su predecesor, como relata Daniel Klaidman
en un reciente libro. Obama, recuérdese, se opuso a la invasión de Irak y a los
secuestros, torturas y campos de concentración como Guantánamo que caracterizaron
la época de Bush. Con los Predator y Reaper sustituye esto último por
ejecuciones. “Los drones”, escriben Becker y Shame, “han reemplazado a
Guantánamo”.
No se toman
prisioneros, no se arriesgan vidas norteamericanas y, el hecho de actuar con
mando a distancia, anestesia la posible mala conciencia: ideal para Obama. En
sus primeros tres años en la
Casa Blanca , habría aprobado personalmente 268 ataques con
drones, cinco veces más que en los ocho años de Bush, según informa Christopher
Griffin en un reportaje publicado por Rolling Stone y titulado El ascenso de
los drones asesinos: cómo Estados Unidos hace la guerra en secreto.
La guerra secreta de
Obama, escribe Griffin, “supone la mayor ofensiva aérea no tripulada por seres
humanos jamás realizada en la historia militar: nunca tan pocos habían matado a
tantos por control remoto”.
Sin mancharse las
manos.
Los drones son
populares en Estados Unidos, así como lo es la política antiterrorista de
Obama, que consiguió matar a Osama bin Laden, aunque fuera en una acción de
comandos clásica. No obstante, minoritarios sectores defensores de la legalidad
democrática y los derechos humanos le ponen reparos. La mano derecha en esta
materia de Obama, John Brennan, un veterano de la CIA , es llamado el Zar de los
Asesinos.
Para comenzar, estas
ejecuciones son preventivas –antes de que se haya cometido el delito– y
sumarias –sin el menor rastro de intervención judicial. Y ya han incluido, el
pasado 30 de septiembre, en Yemen, a un ciudadano norteamericano, Anwar Al
Awlaki, un predicador yihadista supuestamente vinculado a Al Qaeda.
“Este programa
descansa en la legitimidad personal del presidente”, informan Becker y Shame. O
sea, las ejecuciones a distancia son legales porque el presidente así lo
decide.
Y luego está la cuestión
de las eufemísticamente llamadas “bajas colaterales”. Algunos ataques con
drones han causado decenas de muertes de civiles, incluidos mujeres y niños,
como el que abatió en Yemen en diciembre de 2009 a Saleh Mohammed al-Anbouri.
Las víctimas tuvieron que ser enterradas en fosas comunes porque sus cuerpos
habían quedado despiezados e irreconocibles.
En salom.com,
Jefferson Morley publicó un reportaje, El rostro de los daños colaterales ,
donde cuenta la historia de Fátima, una niña muerta en la noche del 21 de mayo
de 2010 cuando una oleada de misiles Hellfire trituró un grupo de casas en una
aldea montañosa del Waziristán del Norte, en la frontera entre Afganistán y
Pakistán. La operación, dirigida y ejecutada por la CIA como todas las de este
tipo, buscaba abatir a un egipcio llamado Yazid o Said al Masri, presunto
dirigente de Al Qaeda. Pero Fátima no tenía nada que ver con él, sólo habitaba
su aldea.
Sólo en Pakistán, los
drones habrían matado a unas tres mil personas, un tercio de ellas eran
civiles. En 2011, la fuerza aérea de Estados Unidos entrenó a más guías de
drones (los tipos que los dirigen desde una base, armados con un joystick y
sentados frente a una computadora) que a verdaderos pilotos de cazas y
bombarderos.