Juan gabriel
Tokatlian
Poco de lo que se
afirmaba al momento de la caída del Muro de Berlín parece hoy vigente. Se decía
que la victoria de Estados Unidos y Europa les garantizaría la capacidad de
forjar un nuevo orden. Que la unipolaridad centrada en Washington sería una
condición prolongada y fuente de estabilidad planetaria. La fase neoliberal de
la globalización era concebida entonces como sinónimo de prosperidad extendida.
Se pensaba que las instituciones y los regímenes internacionales fortalecerían
el derecho, legitimarían el poder de los más influyentes y abonarían a la
moderación de los países centrales y periféricos por igual. Se creía que una
nueva ola de democratización era incontenible y con ello se validaría el par
pluralismo político/economía de mercado. La secularización resultaba, en
consecuencia, un dato inexorable de la política mundial. En breve, se trataba
de un momento pos: posmoderno, poshistórico, postsoberano y posrreligioso,
moldeado, básicamente, por los intereses y valores de Occidente.
Sin embargo, la
acelerada redistribución de poder, riqueza e influencia de Occidente a Oriente
y de Norte a Sur en el último cuarto de siglo definió un escenario cambiante y
pugnaz. Es un hecho usual en las relaciones internacionales que los
reacomodamientos estratégicos sean contextos turbulentos. Esto se viene
agudizando por los desórdenes regionales exacerbados, en buena medida, por el
abuso de poder de Occidente. A su turno, los crecientes niveles de desigualdad
en las naciones devienen en fuertes fricciones internas. Una globalización
dispar es hoy sinónimo de inseguridad: la polarización interna no es el
resultado de elementos subjetivos, sino de factores objetivos. Asimismo, la
erosión de la legalidad internacional y la crisis del multilateralismo han
aumentado las discordias entre los Estados y disminuido la posibilidad de
cimentar consensos. Además, la democracia liberal está jaqueada por sus propios
retrocesos, y en muchos casos por el aumento de verdaderas plutocracias, de
democracias mayoritarias y de nuevos autoritarismos. No sorprende que los
conflictos religiosos se agraven, al tiempo que las disputas étnicas y de clase
se amplían. En síntesis, asistimos a un sistema mundial sobrecargado de
tensiones, fracturas y disyuntivas.
MAPAS DEL PODER
Así, la irrupción de
potencias emergentes y de poderes regionales del Sur ha conducido, otra vez, a
la reflexión sobre el poder a nivel internacional. Con frecuencia se subraya
que prevalece una situación de multipolaridad. Esto es la existencia, en el
terreno de los Estados, de distintos centros de poder en relativo balance.
Algunos analistas -retomando un concepto usado en 1999 por Samuel Huntington-
aseguran en cambio que se fortalece la unimultipolaridad, con Estados Unidos
como un primus inter pares, junto con otros poderes de envergadura. Unos
expertos hablan de interpolaridad para explicar el entrelazamiento entre una
redistribución de poder en clave multipolar y un intenso proceso de
interdependencia global en el que aumentan los retos comunes a la comunidad
internacional. Según otros autores asistimos, en realidad, a una situación de
apolaridad con dos manifestaciones simultáneas: la ausencia de una gran
superpotencia en el plano estatal y una notable influencia de fuerzas de
diverso tipo en el plano no gubernamental. Otros observadores aseveran que
estamos en una era no polar, sin un eje clave localizado en un Estado, con
distintos locus de poder y varias fuentes de desorden.
Sin embargo, es
probable que la característica de este momento mundial tan definido por lo
intrincado, lo mutable y lo híbrido sea lo que denominaría "la
heteropolaridad". Es decir, el despliegue de un esquema de polaridades
múltiples, tanto en el plano estatal como no estatal, con diversos actores y
fuerzas legítimas e ilegítimas que interactúan y combinan niveles complejos y
coetáneos de cooperación y conflicto en un mundo que muestra señales
contradictorias de fragmentación e integración.
La heteropolaridad no
presupone, como el unipolarismo y el multipolarismo, que su desenvolvimiento
afiance per se la estabilidad y la paz. La contingencia, antes que la certeza,
en los asuntos internacionales es la que reclama mayor atención. Lo heteropolar
no significa que los procesos de transición lleven infaliblemente a un estadio
promisorio.Estamos, parafraseando a Borges, ante "senderos que se
bifurcan": podemos ir en una dirección progresista o, por el contrario,
movernos en una trayectoria regresiva.
Mirado con esta
perspectiva, el derrumbe del Muro de Berlín fue un punto de inflexión que no
implicaba, inevitablemente, el amanecer de un mundo mejor, sino una coyuntura,
quizás irrepetible, para que Occidente aportase a la construcción de un orden
justo, plural y equilibrado. La historia reciente muestra que se desperdició
esa oportunidad.
El autor es director
del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la UTDT.