EDITORIAL
El Manifiesto.com, 11
de noviembre de 2014
No, que no cunda el
pánico. No se ha vuelto loco (aún) el director de este periódico. Fue sin
embargo eso: “Mejor nos hacemos separatistas, oye. Al menos ésos aún creen en
algo”, lo que un amigo y yo nos dijimos al salir de la concentración que,
convocada el pasado sábado ante los ayuntamientos de las principales ciudades
españolas, había tenido lugar en la madrileña Plaza de Cibeles.
¿Por qué la bravata?
¿Por qué la boutade? Porque aquello fue patético, oigan. Lo de menos fue que
sólo se consiguieran reunir en la capital de España unos cien benditos (periodistas incluidos)
para protestar por el simulacro de referéndum separatista que se iba a celebrar
en Cataluña el día siguiente. Lo de menos fue que hasta fallara la megafonía y
casi ni se oyera el manifiesto leído por Feliciano Fidalgo. ¡Mejor no haberlo
oído! Así, en medio de unas pancartas blandas y ñoñas —“Puentes sí. Muros no”.
“Un divorcio es un mal negocio”—, no hubiéramos tenido que oír lindezas como:
“Nuestra ciudadanía no está condicionada por el lugar donde hemos nacido o
vivimos, ni por nuestros orígenes familiares ni por nuestros gustos culturales
o ideológicos”. Nuestra ciudadanía no está condicionada por nada. Nuestra
ciudadanía es puro viento llevado por la Nada.
¿Ah, sí? Mira por dónde… Si no somos más que una
amorfa masa de viento que no conoce, “no está condicionada” ni por su tradición ni por su pasado, ni por
su identidad ni por su cultura; si todo se reduce a la voluntad abstracta de
unos individuos que deciden "democráticamente" lo que les viene en
gana, ¿a santo de qué, ya me dirán, se puede alguien oponer a que una
determinada (y considerable) parte de individuos decidan constituirse en Estado
independiente?
¡Ni siquiera se dan
cuenta, pero están dando la razón a sus propios enemigos!… Desde la lógica del
individualismo liberal y pragmático, el discurso secesionista es irrebatible.
Si no fuera porque, contrariamente a lo que acabamos de leer, nuestro ser más
íntimo está marcado por el lugar en el que hemos nacido, en el que nacieron
nuestros padres y en el que nacerán y morirán nuestros hijos. Si no fuera
porque este lugar, además de por una tierra, unos olores, un paisaje. un aire,
está constituido por toda una forma de ser y estar en el mundo, por toda una
cultura, toda una identidad, toda una tradición (meros "gustos culturales”
, dice el manifiesto). Si no fuera porque
esa identidad es también la que nos otorga la lengua (tanto la común
como la particular), la lengua que es sangre, que es poesía, que es canción… Si
no fuera porque, tanto para los catalanes como para el resto de españoles, todo
esto —sin lo cual ni un solo individuo existiría— está constituido por la unión
que, bajo diferentes formas políticas, ha imperado durante siglos entre
Cataluña y el conjunto de España. Si no fuera por todo ello, ninguna razón
habría para oponerse a la secesión de los ciudadanos (y ciudadanas) que, con
sus derechos cívicos en la mano, tuvieran a bien decidirlo.
Lo único que se les
podría oponer es… lo único que en realidad se les opone: “sería un mal
negocio”, como decía la pancarta. Sería cosa impráctica, improductiva, algo que
nos daría a todos menos parné. Punto.
El parné: lo único
que les importa tanto a nuestros dirigentes como a nuestros dirigidos. En
Cataluña, en cambio… No, en Cataluña también rige el parné, pero de una forma
bien peculiar. En Cataluña (se lo asegura este catalán que ha tenido que
repatriarse a Madrid) la sociedad es tan materialista e individualista
(gregaria: los átomos, sumados, dan masas) como en el resto de España. La
sociedad catalana incluso lleva su individualismo a pretender decidir la Historia , a inventarse y
convencerse de que Cataluña fue sojuzgada por España. Por ello también, porque
los catalanes son tan individualistas y materialistas como el conjunto de
españoles, el falaz argumento de “España nos roba” tiene tanta fuerza entre las
masas separatistas.
Pero no es esto lo
esencial. No es lo económico el motor. Lo que lleva a cientos de miles de
catalanes a lanzarse a las calles, lo que les hace vibrar, lo que les lleva a
votar masivamente año tras año a los partidos separatistas, lo que les hace, en
una palabra, sentirse una nación, no lo determina la cartera. Lo rige un
sentimiento anclado en el fondo del alma: el de anhelar fruslerías tales (diría
el manifiesto) como el apego a un lugar, a unos orígenes, a una tradición,. El
sentimiento de no ser vagabundos del aire, siervos de la nada. El anhelo de no ser
átomos sueltos, el ansia de formar parte de un gran proyecto colectivo, esa
cosa que, según Ortega, es la nación: un estimulante proyecto de vida en común.
¿Es estimulante el
proyecto de vida en común que Cataluña ofrece a su gente? A ellos se lo parece
y, pareciéndoselo, les colma el corazón. Pero lo cierto es que el proyecto, en
sí mismo no es nada. No consiste en nada sustancial, quiero decir: da vueltas
en redondo, gira sobre sí mismo, se limita a una tautología. ¿En qué consiste
el proyecto nacional de Cataluña? Respuesta: en hacer realidad el proyecto
nacional de Cataluña… Ya, pero ¿una vez hecho realidad, una vez separados? Ah,
entonces… ya no habrá nada que hacer, nada que reivindicar, nada por qué
luchar. La hierba habrá quedado segada bajo sus pies. Una sola cosa da
sustancia al proyecto nacional de Cataluña: la negación del Otro, el rencor
hacia España, el ansia de separarse de ella. O si quieren palabras más fuertes:
el odio hacia la nación española. Ahora bien, una vez que se hayan separado jurídicamente
(de hecho, con el corazón, ya se han ido desde hace años), van a quedarse tan
vacíos, tan inanes como todos los españoles —como todos los europeos. Pero más
pequeños, más aldeanos, más ensimismados en sí mismos. ¡Qué triste, una gente
de tanta valía! ¡Un pueblo de tanto empeño! ¡Una lengua de tanta belleza! ¡Una
tierra de tanta hermosura!
Pese a todo, hay que
reconocerlo. Aún basándose en el rencor y en la falacia histórica, algo al
menos mueve a los catalanes. En algo creen. Nada en cambio, ni la sombra de un
proyecto de vida en común mueve hoy al conjunto de los españoles. En nada creen
—salvo en el parné. Por eso sólo había cuatro gatos el sábado. Por eso lancé
antes esa provocación: me voy a hacer separatista. Porque, como dice Nietzsche,
mucho peor que creer en falacias es no creer en nada. O lo que es lo mismo:
mucho peor es creer en la Nada ,
ese gran agujero que tragándonos nos mata.