la verdadera causa de la decadencia argentina
POR MIGUEL ANGEL
IRIBARNE *
La Prensa,
10.02.2019
Una renguera
ideologico-politica aqueja desde hace ochenta años al sistema de partidos de la
Argentina. Occidente asiste al auge de las "derechas ascendentes". Es
un error descalificarlas con el rótulo de "populismos". La cuestión
de la seguridad y de la identidad nacional son sus pilares. Aunque apuestan por
la actividad privada, se caracterizan por la primacía de la política por encima
de las fuerzas del mercado. ¿Sabrán los dirigentes argentinos leer los signos
de los tiempos?
No, no "es
el peronismo, estúpido" la causa última de la decadencia argentina. A
pesar del frenesí acusatorio de Fernando Iglesias, causante de verdaderas
hemiplejias políticas. Ni lo son las reiteradas dictaduras per se. Antes bien,
el peronismo y las dictaduras son efectos secundarios de aquello que juzgamos
la auténtica raíz de la declinación: la deserción de la derecha del proceso
republicano, producida a partir de 1930.
El golpe militar
del 6 de septiembre es, lógicamente, satanizado por los radicales, sus víctimas
inmediatas. Los nacionalistas lo registran como la primera traición a sus pujos
conspirativos inevitablemente secuestrados por los liberales. En cuanto a estos
últimos, tratan de pasar en puntas de pie sobre el episodio, trasladando la
estigmatización -como Bioy- al 4 de junio del "43.
Estamos
persuadidos de que el golpe en sí, y la práctica política de los trece años
subsiguientes, más allá de ocasionales aciertos gestionarios, fueron
profundamente negativos, no tanto por haber desplazado a un gobierno ya
desacreditado ante la opinión, sino por haber marcado la renuncia de las fuerzas
de la derecha argentina a competir.
Por haber
manifestado esa renuncia en la preferencia -expresa o tácita- por el putsch
primero y luego por el fraude. Este es el verdadero pecado político que volverá
rengo al sistema por décadas y, a nuestro juicio, generará la irracionalidad
económica y el extravío internacional en la conducción futura del país.
Y, sin embargo,
nada obligaba en 1930 a aquella opción. El respaldo plebiscitario de 1928 al
presidente Yrigoyen ya se había desvanecido. Las diversas fuerzas opositoras
venían cosechando éxitos electorales en las consultas realizadas en distintos
distritos, inclusive la Capital, y los comicios legislativos nacionales de
marzo habían resultado un fiasco para la UCR. No obstante, una conjunción de
circunstancias, en las que el zeitgeist se combinaba con los intereses de
logias castrenses, precipitó la intervención militar con menor respaldo al
interior de las fuerzas de todas las que tuvieron éxito durante el siglo.
Y luego el
pánico cerval de los hombres de la derecha ante el voto popular -tan diverso
del espíritu de Pellegrini, Sáenz Peña e Indalecio Gómez- intentó perpetuar
groseramente al nuevo oficialismo. En ese empeño llegaron a proscribir a una de
las figuras emblemáticas del patriciado argentino como Marcelo T. de Alvear.
Hasta a él le temían.
Si bien se mira
ésta es la raíz inexcusable de la tan negativa peculiaridad argentina: la
ausencia de la derecha en el sistema político-constitucional. Mientras en
Uruguay campeaban los blancos, los conservadores en Chile y en Colombia, los
republicanos en Estados Unidos, los conservadores en Gran Bretaña, los
moderados y gaullistas en Francia, y así sucesivamente, combatiendo todos por
conquistar al votante, la Argentina carecería de una fuerza política de derecha
propiamente dicha y las que ocasionalmente pudiesen acercarse a ese rol se
ocuparían cuidadosamente de esquivar el rótulo.
Observemos la
elección de la oferta electoral en las últimas décadas de la vida argentina.
Las fuerzas que convencionalmente se designan como de derecha en cualquier país
del mundo desaparecen prácticamente del espectro electoral tras su desalojo del
poder en 1943.
Naturalmente,
porque lo exige el más elemental equilibrio social, distintos gobiernos
cubrieron algunas de las tareas de las que normalmente es responsable la
derecha. Así, en alguna medida, el Peronismo. Así también el Desarrollismo y
los regímenes militares. Pero el primero incorporó a esta labor sus propios
"errores y horrores", como diría mi amigo Jorge Castro.
En cuanto a
Frondizi, Onganía, etc., nunca quisieron o pudieron subsanar el problema de su
ilegitimidad de origen, lo cual impidió que resultasen perdurables aun sus
políticas más acertadas. En lo que hace al Radicalismo, a partir de su
definición programática de Avellaneda (1945), intentó reiteradamente correr a
los distintos oficialismos por izquierda.
A la fecha, el
sistema de partidos de la Argentina se halla en un estado fluido que preanuncia
una necesaria recomposición. La misma, para ser sustentable, debería logar que
el país superase la renguera ideológico-política que lo aqueja desde hace
ochenta años. Y ello ocurriría en momentos en que en el mundo parece haber
sonado nuevamente el turno de la derecha.
Con el carácter
cíclico que ritma a las realidades sublunares, múltiples países de Europa y
América, al menos, optan nuevamente por ofertas políticas que la intelligentsia
convencional describe como derechistas. Ahora bien: ¿de qué derecha se trata?
Es curioso que
en la gran mayoría de los casos quienes califican el fenómeno le añadan
inmediatamente el calificativo de populista, que sirve hoy tanto para un
barrido como para un fregado, pero que -en todo caso- tiende a distinguir los
procesos contemporáneos de muchos de los que dejaron su sello en las décadas de
los"80 y "90.
En este sentido
cabe observar que las derechas ascendentes se ligan con la necesidad
universalmente experimentada de seguridad y orden.
Se trata de
derechas, por así decirlo, hobbesianas, en que la preocupación por la defensa y
preservación del conjunto social adquieren un carácter de imperatividad quizás
no tan acusado en algunas de sus inmediatas predecesoras.
A través de
ellas renace el concepto clásico del Protejo, ergo obligo. Es decir, el poder
político puede reclamar a la población el cumplimiento de las normas que
produce porque la proteje, defiende su supervivencia y su propiedad.
El terrorismo
global y el crimen trasnacional organizado aparecen, en esa perspectiva, como
los obvios enemigos, sin cuya definición ninguna gran política es concebible.
La
responsabilidad protectiva atiende también, y muy particularmente, a la
recuperación de la identidad, es decir a la previsibilidad del entorno
sociocultural.
El punto de
intersección entre la preocupación securitaria y la preocupación identitaria se
produce en el tratamiento de las cuestiones migratorias, cuya magnitud ha
rebasado notoriamente los cálculos más dramáticos formuladas hace pocas
décadas. Es fácil rotular de xenófobas o racistas algunas posturas. Y
seguramente en muchos casos lo serán. Pero ello no nos exime de enfocar
ponderadamente la variedad de tensiones que pueden surgir, y surgen, en la
trilogía formada por la gente, el tiempo y el territorio.
En el orden de
las políticas económicas, las derechas actuales apuestan, como sus antecesoras,
por la propiedad y la iniciativa privadas y rechazan al estatismo como sistema.
Pero, sin duda,
la velocidad de la globalización y sus costos en materia de cohesión social las
llevan a no renunciar totalmente a los instrumentos de intervención económica
ad hoc, sobre todo cuando se trata de contrarrestar la deslocalización de
empresas o defenderse del dumping implícito en las exportaciones procedentes de
países que no son genuinamente economías de mercado. En todo caso, el componente
político parece haber alcanzado en el contexto de su discurso una significación
que antes estaba monopolizada por el económico.
El marxismo
llevó a la hipérbole la explicación de la historia en función de los conflictos
entre las clases sociales. Estos no solamente eran el motor de aquélla, sino
que exacerbarlos era la manera más directa de contribuir al progreso humano.
Como contraposición, ciertas visiones idealistas parecen querer ignorar Y aquí
se toca una necesidad de la psicología social no siempre adecuadamente
contemplada por los policymakers progresistas y sus operadores terapéuticos. el
conflicto y postular un ajuste cuasiautomático de estratos y sectores dentro
del organismo social.
Apartados de
ambas concepciones, no podemos dejar de señalar las bases sociológicas de la
actual emergencia de las derechas tanto en Estados Unidos como en Europa, al
menos. Existe un conflicto que no deja de ahondarse entre -por un lado-
fracciones dominantes de la clase política y lo que los norteamericanos llaman
underclass y -por otro- los estratos que conforman la clase media trabajadora.
La underclass o
infraclase o estrato marginal está compuesta en parte importante, aunque
ciertamente no exclusiva, por extranjeros o minorías étnicas y por personas sin
empleo formal, cuyas vulnerabilidades aprovechan los políticos para construir
poder sobre las mismas.
La infraclase es
la clientela natural de la fracción dominante de la clase política. El
crecimiento de esta estructura clientelar -que en la Argentina bien conocemos-
viene produciendo el hecho de que la democracia realmente existente cada vez
tenga menos que ver con los supuestos de la república.
Mientras tanto
los estratos medios y mediobajos se ven atenazados entre la clase política y
sus clientes, que les demandan un esfuerzo fiscal cada vez más opresivo. De
allí que la exigencia de un drástico alivio tributario forme una parte medular
de los programas de las derechas ascendentes.
Los rasgos que
sumariamente hemos descripto están presentes en países muy diversos y nada
indica que sean ocasionales. El conflicto que tal estructura naturalmente
genera también. ¿Habrá dirigentes en la Argentina que lo comprendan , sin
prejuicios ni ideologías, sean interlocutores válidos con los líderes
emergentes en el mundo?
* Profesor
emerito, Universidad Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la Universidad Católica de La Plata. El lector
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