y el oscuro arte de la
política
Omar López Mato
La Prensa, 21.07.2020
Francia
fue gobernada a lo largo de más de 40 años por cardenales, quienes no se
caracterizaron por la misericordia y compasión cristiana, sino por su astucia
política que uno de ellos volcó en un texto al que llamo Breviario.
El más célebre (y cruel) de
estos prelados fue el cardenal Richelieu, inmortalizado por Alejandro Dumas y
sus mosqueteros. Le sucedió el cardenal Jules Mazarino (14 de julio de 1602-9
de marzo de 1661), italiano de origen, quien accede al poder cuando asiste a
Ana de Austria durante la regencia de su hijo, el futuro Luis XIV.
Después de cursar sus
estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, Mazarino volvió a Italia a
reclutar un ejército para los Estados Pontificios. No solo actuó como militar
sino como diplomático del Papado. Cumpliendo estas funciones conoce a
Richelieu, encuentro decisivo que le abre las puertas de la corte francesa.
Muerto Richelieu, Mazarino
toma su puesto por recomendación expresa del cardenal francés, quien cree que
es la mejor persona para dirigir a la nación gala en el complicado contexto de
la Guerra de los 30 años. Las medidas de austeridad que debió tomar en esos
años fueron impopulares, le granjearon muchos enemigos y debió exiliarse,
aunque mantuvo intacto su ascendiente sobre la Reina Ana.
Con el éxito de Francia y el
fin de la guerra, el cardenal volvió a París, aclamado por el mismo pueblo que
tiempo antes lo había expulsado. Al morir en 1661, era el hombre más rico de
Francia, con 35 millones de libras dispersas por distintos bancos europeos.
Hombre tan notable y de
extensa carrera política, dejó consignados los secretos del oficio que incluyen
consejos de cómo servir una cena, como escapar de una emboscada y cómo lidiar
con los placeres de la carne (que al parecer le habían rendido altos dividendos
por las frecuentes visitas que realizaba a los aposentos de la Reina).
LOS CONSEJOS
Vale la pena rescatar
algunos consejos que no han perdido vigencia, porque las artes de la
manipulación de los hombres no se han alterado con los siglos (y hasta me
atrevería a decir que se han facilitado por los medios de difusión
electrónica):
1 - Deja para otros la
gloria y la fama, solo interésate en la realidad del poder (algunos políticos
quieren ambas cosas y allí fallan sus aspiraciones).
2 - El que cambia fácilmente
de opinión y pone tanto ardor en defender hoy lo que denunciaba ayer,
evidentemente ha sido comprado (la lista de nuestros políticos vernáculos que
incurrieron en esta falta excede nuestros límites).
3 - Ten siempre presente
cinco preceptos. Simula, disimula, no te fíes de nadie, habla bien de todo el
mundo (esto sería muy interesante que lo recuerden nuestros políticos antes de
caer en difamaciones). Y piensa bien antes de actuar.
4 - Si se le demuestra a una
persona que está en un error y, sin embargo, persiste en su postura, de seguro
que sus verdaderos motivos son distintos a los que declara (otra lista
interminable de políticos autóctonos).
5 - Actúa de tal forma que
nadie sepa cuál es tu verdadera opinión, tampoco muestres hasta qué punto estés
informado, ni lo que deseas, ni de que te ocupas ni que temes (miente, miente,
miente...).
6 - Actúa con tus amigos
porque, probablemente, algún día serán tus enemigos (y a estos, ni justicia
merecen, como decía un discípulo latinoamericano).
7 - No amenaces jamás a una
persona a la que tengas intención de hundir. Lo estás poniendo en sobre aviso.
Cuando menos lo espere, descarga tu furia contra ese individuo.
8 - Nunca abras varios
flancos. Mientras trabajas en la ruina de uno, has las paces con los demás,
provisoriamente.
9 - Si quieres lograr la
simpatía del pueblo, promételes gratificaciones materiales. Al pueblo la gloria
y los honores le son indiferentes (los populistas logran sus cometidos con
plata adornada de lindas palabras como justicia social y soberanía).
10 - Si alguien expresa su
odio, siempre debes tenerlo en cuenta ya que ese sentimiento es auténtico y
nunca proscribe. A diferencia del amor, el odio no sabe de hipocresía.
En su lecho de muerte,
Mazarino, rodeado de una corte llena de intrigas y esperanzas (como dejó
consignado Voltaire), el cardenal le dio a Luis XIV su último consejo: ``No
nombre jamás un primer ministro''. Sabía muy bien de que estaba hablando porque
él lo había sido por varios años.
Este fue el legado que le
dejó a Luis XIV, a desconfiar de todos. Por tal razón, el Rey Sol lo declaró
sin tapujos cuando le llegó el tiempo de gobernar. El Estado soy yo.