Por Ignacio Cloppet
Miembro de la
Academia Argentina de la Historia
Nuestro país es
presidencialista, o sea unipersonal. El presidente es la persona que dirige el
gobierno, toma las decisiones, elige a sus colaboradores, en definitiva, es
quien ejerce el poder.
Si nos remontamos
a un pasado no muy lejano, está el caso del presidente Edelmiro Farrell, con
Juan Domingo Perón como vicepresidente. Esa fórmula estuvo al frente del PEN,
los dos últimos años del gobierno de facto, nacido en la Revolución del 4 de
junio de 1943.
Sin entrar en
detalles, Farrell era un hombre con sus limitaciones. Lo que lo diferenciaba de
Perón era su grado de general. Sólo esa situación lo posicionaba
jerárquicamente por encima. Pero en lo que hace al ejercicio del gobierno, el
que ejecutaba el poder y tomaba las decisiones era Perón.
Todas las
transformaciones, las leyes, los procesos de mejoramiento que se produjeron
entre 1944-1945 en los distintos ámbitos de la política y lo económico-social,
se debieron a Perón. Farrell fue un presidente títere, sin peso y sin poder.
Esta realidad,
provocó que un grupúsculo de militares opositores a Perón, con el tímido apoyo
del presidente, lo lograra encarcelar en la isla Martín García, situación que
finalmente lo benefició, cuando fue liberado y se produjo el 17 de octubre.
A partir de esa
fecha, Farrell cayó en total desgracia, se produjo el proceso de normalización
democrática, y desde entonces el coronel ganó todas las batallas. Perón fue
elegido presidente en las elecciones generales el 24 de febrero de 1946.
Sin querer hacer
una comparación, que siempre resultan odiosas, hoy la coyuntura puede resultar
paradójica. El presidente Fernández es quien gobierna y quien toma las
decisiones en forma unipersonal. En un año con una severa crisis
socio-económica inédita, no se entiende que haya promovido el proyecto de ley
del aborto, dándole la espalda a la doctrina unívoca de Perón, de Evita y del
Peronismo.
La verdad es que
el aborto -que ya tiene media sanción en Diputados- no es un tema
exclusivamente religioso. Es una cuestión humana, donde la ciencia concluye que
es un crimen, en el cual un inocente paga con su vida sin poder defenderse.
Todo hubiera sido
más transparente si se hubiera llamado a un referéndum. De esa forma, el pueblo
podría haberse manifestado en forma directa y hubiera dado a conocer su
parecer, sin depender de lo que sus representantes voten en ambas cámaras
legislativas, donde habrá quienes traicionen a los que los eligieron, al menos
en esta delicada cuestión donde está en juego la vida humana.
Hay funcionarios
que con cierta ingenuidad manifestaron que el proyecto sobre el aborto no rompe
los vínculos en los partidos. La realidad, y lo que resulta más grave, es que
este proyecto de ley rompe los vínculos de la sociedad y de nuestra patria.
Como si esto fuera
poco, teniendo en cuenta, que el Papa es argentino, es más que inoportuno.
Desde el comienzo de este gobierno, Francisco se puso la camiseta de su país,
al facilitar las cruciales negociaciones por la deuda con el FMI.
Alberto Fernández,
cada vez que tuvo oportunidad, citó frases del Santo Padre, como un modo de
admiración y sintonía, hacia su persona y su condición de jefe de la Iglesia.
Hace pocos días dijo que era católico y que consideraba que el aborto no era un
pecado. No se entiende el argumento de esa afirmación, cuando el 5o mandamiento
dice expresamente “no matar”.
Ahora bien, hay
quienes sostienen que con esta ley, el Gobierno está dañando innecesariamente
al Papa. ¿Cuál será el verdadero motivo de esta ruptura con el argentino más
importante de la historia?
En cuanto a los
argumentos, sería oportuno que los senadores al momento de votar tengan en
cuenta la firme oposición del Papa Bergoglio cuando dice: “¿Es justo eliminar una
vida humana para resolver un problema? ¿Es justo alquilar un sicario para
resolver un problema?”.
Las cartas están
echadas. Podría darse un empate en el Senado y la que tenga que decidir sea
Cristina Kirchner. Algunos senadores pro-aborto estarían moviéndose para que la
vicepresidenta no tenga el mal trago de desempatar una paridad de votos, al
menos ella no desearía hacerlo.
Un dato no menor
es que cuando fue presidenta, cajoneó el tema del aborto -tal cual lo hicieron
Menem, Duhalde y Kirchner-, rechazándolo por sus convicciones, en adhesión a la
doctrina Peronista.
Estamos frente a
una encrucijada, donde la historia podría repetirse, y seríamos testigos
nuevamente de quién maneja el poder en la Argentina.