Tu Hijo No
Necesita una Tableta
Catherine L’Ecuyer
Centro Pieper,
13-2-21
La autora del
libro "Educar en el Asombro" aborda en este artículo el tema del
consumo tecnológico: útil en mentes preparadas para usarla, no en mentes
inmaduras sin autocontrol.
La Asociación de
Pediatría Canadiense ha publicado recientemente sus recomendaciones respecto al
consumo de medios digitales en edades tempranas. Se parecen mucho a las
recientes de la Academia Americana de Pediatría. Es lógico, ya que los estudios
sobre los que se apoyan ambas organizaciones son los mismos.
Las
recomendaciones se articulan alrededor de cuatro ideas claves:
1. Limitar el
tiempo de medios digitales para los niños de menos de 5 años
2. Nada de consumo
para los niños de menos de 2 años
3. Menos de una
hora al día para los niños de entre 2 y 5 años
4. Nada de consumo
una hora antes de ir a la cama
5. Nada de consumo
pasivo de pantalla en los parvularios (o sea, nada de películas comerciales)
6. Concretar
tiempos libres de pantalla durante las comidas y durante el tiempo de lectura
7. Atenuar los
riesgos asociados con el consumo de medios digitales
8. Controlar el
contenido y estar, en la medida de lo posible, con el niño mientras consume
pantalla
9. Dar prioridad a
contenidos educativos y adaptados a la edad de cada niño
10. Adoptar
estrategias educativas para la autorregulación, la calma y el establecimiento
de límites
11. Estar atento a
la utilización de las pantallas
12. Tener un plan
(no improvisar) respecto al uso de las pantallas en el hogar
13. Ayudar a los
niños a reconocer y cuestionar los mensajes publicitarios, los estereotipos y
otros contenidos problemáticos
14. Recordar que
demasiado tiempo dedicado a las pantallas deriva en oportunidades perdidas de
aprendizaje (los niños no aprenden a través de la pantalla en esas edades)
15. Recordar que
ningún estudio apoya la introducción de las tecnologías en la infancia
16. Los adultos
deberían dar el ejemplo con un buen uso de las pantallas
17. Sustituir el
tiempo de pantalla por actividades sanas, como la lectura, el juego exterior y
las actividades creativas
18. Apagar los
dispositivos en casa durante los momentos en familia
19. Apagar las pantallas
mientras no se usan, evitar dejar la televisión “siempre puesta”
En 2006 y en 2011,
la Academia Americana de Pediatría ya había hecho recomendaciones parecidas,
pero estaban basadas principalmente en investigaciones sobre el consumo de la
televisión, ya que no había aún conjuntos de estudios concluyentes sobre el
efecto de la tableta o del smartphone en la mente infantil. Este vacío temporal
dio mucho que hablar. Dimitri Christakis, uno de los principales expertos
mundiales en el efecto pantalla —y sobre cuyos estudios se basó la Academia
Americana de Pediatría para emitir sus recomendaciones de 2006 y 2011—, se
preguntó públicamente en 2014 si esas recomendaciones se aplicaban también a la
tableta, dada su peculiar interactividad.
Su pregunta —que
no se apoyaba en estudios, sino en su intuición personal— sembró la duda, y
provocó la publicación de cientos de artículos en Internet que la interpretaban
como una bendición en el ámbito educativo. El argumento era que quizá no es lo
mismo estar pasivamente sentado ante un televisor que estar jugando con la
tableta. Los estudios no confirmaron su hipótesis. Hoy sabemos que los estudios
no marcan diferencias sustanciales para esos dos medios antes de los 5 años, ya
que el efecto pantalla tiene más inconvenientes que beneficios para esa franja
de edad.
El consumo de
pantalla por encima de lo recomendado por las principales asociaciones
pediátricas en el mundo puede contribuir a un déficit de aprendizaje, a una
pérdida de oportunidades de relaciones interpersonales, a la impulsividad, a la
inatención, a la disminución del vocabulario, a problemas de adicción y de
lenguaje. Y el etcétera es largo. La lógica es que la atención que un niño
presta ante una tableta no es una atención sostenida, sino una atención
artificial, mantenida por estímulos externos frecuentes e intermitentes. Quien
lleva la rienda ante una tableta no es el niño, sino la aplicación del
dispositivo, programada para enganchar al usuario.
En definitiva, hoy
sabemos que los niños no aprenden a través de una pantalla, sino mediante la
experiencia con lo real y a través de sus relaciones interpersonales con una
persona sensible. Y los dispositivos, por muy sofisticados que sean sus
algoritmos, carecen de esa sensibilidad. Porque la sensibilidad es
profundamente humana.
El cerebro humano
está hecho para aprender en clave de realidad y los hechos nos indican que los
niños aprenden a través de experiencias sensoriales concretas que no solamente
les permiten comprender el mundo, sino también comprenderse a sí mismos. Todo
lo que los niños tocan, huelen, oyen, ven y sienten deja una huella en su
mente, en su alma, a través de la construcción de su memoria biográfica que
pasa a formar parte de su sentido de identidad. En definitiva, los niños aprenden
en contacto con la realidad, no con un bombardeo de estímulos tecnológicos
perfectamente diseñados. Tocar la tierra húmeda o mordisquear y oler una fruta
deja una huella en ellos que ninguna tecnología puede igualar.
Y eso de que
perderán “el tren” u “oportunidades laborales” por no saber usar una tableta…
Pues quizá ya es tiempo de que borremos esas arcaicas ideas de nuestras
acomplejadas mentes de inmigrantes digitales. La tecnología está programada
para la obsolescencia, como es lógico. Es ley de mercado. No nos engañemos, si
nuestro hijo o nuestra hija aprende sin ayuda a manejar un smartphone en cinco
minutos, no es porque nació nativo digital y por lo tanto sumamente
inteligente, es porque los ingenieros que conciben y diseñan esos dispositivos
son inteligentes inmigrantes digitales. Steve Jobs lo sabía porque los
contrataba él, quizá por eso no dejaba a sus hijos usar el IPad. Y quizás por
eso altos directivos de empresas tecnológicas de Silicon Valley mandan a sus
hijos a una escuela que no usa pantallas.
No nos dejemos
enredar por la idea de que “la mejor educación en el uso responsable de las
tecnologías se hace adelantando la edad de uso”. Los estudios no respaldan esa
hipótesis, que demasiadas veces nos presentan fundaciones y empresas educativas
patrocinadas por entusiastas empresas tecnológicas. Es una lástima que el
ámbito científico no tenga los recursos económicos suficientes para divulgar
sus hallazgos, para competir contra los ilimitados presupuestos de marketing de
las empresas tecnológicas y contra el “trance digital” que sufren algunas
empresas educativas. Ese trance digital es contagioso y puede hacer perder la
perspectiva a más de un padre, llevándoles a percibir un cambio tecnológico con
una actitud de fascinación casi apocalíptica, que interpreta el cambio
tecnológico como radicalmente determinante y revelador del futuro, como una
condición sine qua non para el progreso de la educación de sus hijos.
Al ritmo actual de
la obsolescencia tecnológica, esa tesis no es realista. Claro que es importante
la tecnología, claro que mejora nuestra calidad de vida. ¿Quién se imagina
conduciendo sin GPS y con mapas enormes de papel, siendo operado con
tecnologías antiguas, buscando una dirección o planificando vacaciones sin
Internet, o trabajando a diario sin un ordenador en condiciones? No, no se
trata de ser un nostálgico del papel. Sin embargo, la tecnología es útil y
maravillosa en mentes preparadas para usarlas, no en mentes inmaduras que
todavía no tienen capacidad de autocontrol, templanza, fortaleza y sentido de
la intimidad. En un mundo con más pantallas que ventanas, la mejor preparación
para el mundo digital siempre será la que ocurre en el mundo en tres
dimensiones, en el mundo real.
Fuentes:
Publicado
originalmente en el diario «El País» el 28 julio 2017