el Gobierno quiso encerrar al campo en su
lógica del odio
Cynthia Hotton
Infobae, 17 de
Febrero de 2021
Las idas y vueltas
del Gobierno con las retenciones y los cupos a la exportación ponen en
evidencia que no sabe cómo bajar el precio de los alimentos. Por suerte dio
marcha atrás con las medidas ante la reacción desesperada de los productores
rurales. No fue un simple error de diagnóstico ni una medida improvisada. Ya
antes lo había anunciado Cecilia Todesca, vicejefe de Gabinete; días después de
que lo hiciera Matías Kulfas, ministro de Desarrollo Productivo y pocas semanas
luego del 12 de enero, cuando el campo tuvo que hacer un paro ante una amenaza
similar del Ejecutivo.
Hagamos memoria.
No pasó una semana luego de que Alberto Fernández dijera: “Preferiría no
hacerlo, pero si el campo no entiende voy a subir las retenciones o establecer
cupos”. Parecía querer poner a los productores rurales entre la espada y la
pared: si se resisten a la suba de retenciones, impondrán mayores restricciones
a los cupos de exportación. También dijo: “Cuando estoy hablando de estas cosas
no estoy contra el campo, estoy a favor de la mesa de los argentinos”. Es él
mismo quien insinúa una oposición entre el campo y el resto de la sociedad. Una
oposición que no existe pero que se trató de instalar.
Lo cierto es que
recién el miércoles pasado convocó a una mesa de diálogo con el Campo. Los
anuncios existieron y de algún modo admitió que las medidas que iba a tomar
serían, como siempre que se aplicaron, un nuevo error. Aumentar las retenciones
para bajar el precio interno de las materias primas no funciona. Según un
reciente estudio de la Bolsa de Cereales, en el hipotético caso de que lograsen
bajar un 10% los precios internos, el kilo de pollo que hoy está “cuidado” en
$133,90 o del asado, a $429, bajaría apenas tres pesos y el pan, sólo dos. Un
número insignificante para el bolsillo del consumidor.
El cambio en
verdad es significativo para las arcas del Gobierno. Las materias primas sólo representan
entre un 10 y un 20% del precio final en toda la cadena productiva. En el
precio del pan, inciden mucho más los impuestos, que componen un 25% del precio
final, que el costo del trigo, que sólo significa un 13%. El caso de la carne
es similar: mientras el costo de la cría del novillo es del 30% y el del
engorde el 22%, sólo los impuestos equivalen a otro 30%. Nadie podía pretender
en serio bajar el precio en góndola con este tipo de medidas.
Pocos admitirán en
el Ejecutivo que para bajar el precio de los alimentos hubiera sido mucho más
efectivo reducir la carga impositiva. La omisión deja en claro que las
intenciones eran claramente recaudatorias, porque la suba de retenciones no
causa la reducción indirecta del precio de los alimentos, sino que aumenta
directamente la recaudación del Estado.
En el campo cada
vez tienen más miedo de producir o invertir porque se está convirtiendo en una
actividad de riesgo. Esto significa que en el futuro habrá menos oferta de
materias primas también en el mercado interno y por lo tanto, más inflación.
¿Tan difícil es entender que esta táctica en economía resulta autodestructiva?
Aniquilar al enemigo no es como en política, acumular poder, sino generar
desabastecimiento e inflación.
El pasado
miércoles el Presidente además dijo: “Debemos sentarnos seriamente a ver cómo
construimos a través del diálogo y prestarle menos atención a los profetas del
odio”. Esperemos que este llamado al diálogo sea sincero. Las organizaciones
rurales tienen hace tiempo propuestas para solucionar el problema y están
esperando sentarse a la mesa con el Gobierno. En la producción, lo que funciona
no es el miedo ni la coerción, sino el estímulo. Por ejemplo, que en el sector
se repliquen incentivos similares al del rubro automotriz: si aumentan las
exportaciones, disminuyen las retenciones, sin resentir la recaudación.
El problema del
Gobierno con los productores se extiende a todos los sectores. Lo que sobre
todo preocupa es que quiera convertir en “profetas del odio” a todo aquel que
se anime a advertir la incompetencia o la prepotencia del oficialismo. Sin
embargo, Fernández cae también en su propia trampa: él mismo se está
convirtiendo en profeta del odio, intentando encerrar en su lógica al campo, el
cual gracias a su razonabilidad y predisposición, pudo escapar. Tiene de quien
aprender. En la Argentina el principal profeta de la lógica del odio es el
kirchnerismo.
La impericia del
Gobierno nos deja perplejos. Su apego a un relato falaz y fracasado, su papel
de profesor bueno para juzgar quién es amigo o enemigo y su desesperación
cortoplacista por aumentar la recaudación pusieron en riesgo la oferta de
alimentos y están poniendo en riesgo el país.
Pero toda la
dirigencia política está fallando hace años en crear y llevar adelante un plan
a largo plazo que tenga por objetivo el desarrollo sustentable. La única salida
a la crisis es poner el foco en la producción y el empleo en el marco de la
ley.
Y es por esto que
el profesor Fernandez nos deja una nueva enseñanza: “Lo que creo que le falta a
la Argentina son ideas, voluntad y ética de muchos”, dijo. El buen ejemplo
comienza por casa. Necesitamos menos enfrentamientos y más diálogo sincero;
menos relato y más políticas efectivas; menos coerción y más estímulos para la
producción y el trabajo.
Los precios van a
bajar el día en que recuperemos la confianza en un Gobierno que conduzca un
plan consensuado de crecimiento. Y eso depende de incluir a todos los sectores
en la construcción de un proyecto común. Necesitamos hechos y no palabras.