POR JUAN ALBERTO
YARÍA
La Prensa,
3.07.2023
La maestra de
todos nosotros, como dicen los viejos maestros de la psiquiatría y la
psicopatología, es la clínica. La escucha atenta, la mirada sin prejuicios y
empática nos ayuda a entender nuevos fenómenos, que a continuación describiré,
pero que no pueden entenderse si no es desde una lectura de los males de esta
época como puede ser la muerte anticipada que genera el consumo masivo de
drogas.
Época que
maravillosamente describe Edgar Morin como los de una “megabarbarie
generalizada” en donde hay tres notas apodícticas que la caracterizan. El
individualismo al extremo con el ego como marca registrada y omnipotente, la
errancia de los amores (con las secuelas de soledades anestesiadas, abandonados
por doquier con hijos hambrientos de diálogo y escucha) y la droga como
“remedio” suicida de los males (muerte de la palabra y el encuentro y la huida
rápida en un sedante o estimulante alucinógeno que nos precipita al precipicio).
Morin cuenta que no son problemas individuales sino de la “polis” griega
(ciudad) por la dimensión mayoritaria que han tomado.
Época del
endiosamiento humano que culmina en la creación de campos de concentración de
esclavos en la búsqueda de un placer imposible. Se acabaron los campos de
concentración de Stalin, Mao y de Hitler. Basta de bayonetas como lo predijera
George Orwell; solo basta con publicidad, soledad y drogas. Ahí, la esclavitud
triunfa y la manipulación toma la cara de la barbarie que domina a miles. Surge
la época de los semidioses encadenados que se creen libres y además les hacen
creer que son libres.
Para Orwell, en su
ensayo de 1941, ‘El león y el unicornio’, describe “la idea totalitaria es que
no existe la ley, sólo existe el poder…”. En otras palabras, las leyes limitan
el poder de un gobernante. El totalitarismo busca borrar los límites de la ley
mediante el ejercicio desinhibido del poder. El poder, dice Orwell, deja de ser
un medio para ser un fin en sí mismo.
El gobernante puede
ser aquel que vendiendo “ilusiones químicas” desde un pequeño pueblo hasta
grandes ciudades impone el poder a los supuestamente elegidos con la máxima de
Pablo Escobar: “plata o plomo”. El poder no es el que creemos donde impera la
ley, es otro y fundamentalmente otro. Ese totalitarismo que describe Orwell
debe negar los hechos y la verdad objetiva.
Todo esto debe ir
unido a la cancelación de la palabra (en el caso nuestro de una prevención
desde cada baldosa familiar hasta el último metro cuadrado de un municipio o
país) y el maestro Orwell dice: “Cada año habrá menos palabras y así el radio
de conciencia será cada vez más pequeño”. Eso asegura la dominación química
desde el individuo y en la “polis” (la ciudad).
Desde el
adoctrinamiento, o sea la cancelación de la palabra “…hay que aprender a decir
dos más dos es cinco; habrá sustituciones de la realidad por ideologías”, dice
Orwell.
Así el hombre
descubre que “lo gangrena un vacío horrendo” como muy bien lo muestra el
escritor español Juan Manuel de Prada en su artículo “Fin de era”.
DOS MAS DOS ES
IGUAL A CINCO
La prevención,
mientras tanto, como discurso social está cancelada, en el sentido que hoy
opera la palabra cancelación, o sea no pertenece al discurso de lo
‘políticamente correcto’.
Pensar distinto es
una deslealtad; el discurso de la cancelación obliga a la lealtad. Y para ello
como enseñó Orwell existe un sistema de “vigilancia virtuosa” y las disidencias
apelan al discurso de la cancelación.
Los hechos y los
aumentos de prevalencia y daños no existen o parecen no existir y habrá que
aprender a decir cómo nos enseñabaOrwell en ‘1984’ que dos más dos es igual a
cinco. Banalizar los daños es la consigna de lo ‘políticamente correcto’ en el
campo de las adicciones. La ideología suplanta a la realidad. Se instaura un
mundo paralelo a la realidad.
La evidencia
científica en el campo de las adicciones parece no existir. Los daños
cerebrales y de todos los sistemas del organismo parecen no ser tenidos en
cuenta, la demenciación progresiva de los consumidores no quiere verse, las
pérdidas económicas y vinculares tampoco.
Mientras tanto la
‘América no soñada’ produce cada vez más drogas con ejércitos propios y
dominando fronteras en ‘estados fallidos’ y Afganistán, luego de la invasión
fallida americana, quedó con un mar de opiáceos para vender ofertando ‘muerte’
a todo el mundo. Todo está dado para que un conjunto de ‘zombies’ busquen las
sustancias que lo ayuden a vivir para morirse cada vez más rápido. Todo esto no
es visto (la ceguera de los que ven es un mal actual) y mientras tanto aumentan
las tasas de suicidios y de enfermedades mentales.
MALES DE LA EPOCA
Mientras tanto
observamos nuevos hechos clínicos que aportan a los males de esta época:
1. Aumento del
consumo adulto con profesiones y/o trabajos especializados e incluso
profesionales de la salud.
2. Precocidad de
la edad de iniciación (12-13 años).
3. Gran cantidad
de años de consumo hasta llegar a un tratamiento profesionalizado luego de
pasar por salas de guardia, varias sobredosis, tratamientos frustros, con la
secuela de hijos abandonados, quiebras económicas, separaciones cruentas,
violencia familiar, trastornos metabólicos severos: diabetes, hipertensión,
daños hepáticos, entre otros, etc.
4. En 1999 la
cantidad de años de consumo hasta llegar a la primera consulta no pasaba los
cuatro años mientras que hoy llega a los diez años como mínimo.
5. Consumo
intrafamiliar entre padres e hijos en algunos casos, entre hermanos existiendo
una transmisión generacional de las adicciones.
6. Cambio de
contextos barriales con multitud de vendedores y consumidores y “cementerios a
cielo abierto” en las calles, aguantaderos en donde conviven adictos en casas,
unión de las drogas al comercio sexual.
Cuando el consumo
está naturalizado y se ha cancelado todo discurso preventivo, el consumo crece
por contagio psicosocial (de par a par, entre compañeros de escuela, de
barrio), explotándose las vulnerabilidades individuales o familiares que muchos
tienen y aprovechando las múltiples bocas de venta que existen. La plusvalía
está asegurada e incluso por las dosis serán ‘soldaditos’ desde un barrio
popular o desde un country.
Pensemos que un
buen trabajo asistencial, según la Asociación de Medicina en Adicciones de los
Estados Unidos, necesita varios años para que la memoria adictiva vaya
supliendo el “flash” que cautiva por otros placeres más sanos.
El cambio cerebral
lleva dos años desde el primer consumo en consolidarse (químicos, eléctricos,
emocionales, funcionales y estructurales en algunos casos). Los tiempos de
resiliencia (superación de estas adversidades) lleva también dos años para
llegar a un proceso de neuro-regeneración, ya que las drogas generan un proceso
neurodegenerativo.
Los estudios
mundiales muestran que a menor trabajo comunitario en prevención y detección
precoz, con sistemas asistenciales válidos hay, mayor consumo y mayor
aceptación social del mismo. Esto nos puede estar pasando. Se va generando una
naturalización del consumo junto a una minimización del daño que genera el
consumo. Cuando hay mayor trabajo preventivo comunitario crece la menor
aceptación social, la consulta precoz, baja la prevalencia del consumo y crece
la noción de daño que generan las drogas.
DROGAS Y DAÑO
CEREBRAL
La evolución
biológica prepara al hombre para lo mejor o para lo peor. Las más de 100 mil
millones de neuronas y los trillones de conexiones entre ellas son una orquesta
sinfónica maravillosa que puede desempeñar la mejor sinfonía o crear las
perversidades más grandes.
Si no cuidamos ese
potencial cerebral que marca un salto fundamental entre el simio y el hombre
deterioramos la condición necesaria para ejercitar nuestra libertad y caemos en
la esclavitud del descontrol de impulsos que es la ‘catarata’ ciega que
observamos en nuestros pacientes todos los días.
Todo nuestro
sistema nervioso funciona como un ‘hardware’ de alta complejidad que de ser
cuidado (o sea, no intoxicado) y suficientemente estimulado (con amor, ternura,
valores y límites) nos permitirá ejercitar nuestra libertad y la capacidad para
tomar decisiones basadas en valores para la salud.
Juan Alberto Yaría
* Director general
de Gradiva - Rehabilitación en adicciones