martes, 25 de julio de 2023

DROGAS: CONSUMO NATURALIZADO

 

 

POR JUAN ALBERTO YARÍA

 

La Prensa, 3.07.2023

 

La maestra de todos nosotros, como dicen los viejos maestros de la psiquiatría y la psicopatología, es la clínica. La escucha atenta, la mirada sin prejuicios y empática nos ayuda a entender nuevos fenómenos, que a continuación describiré, pero que no pueden entenderse si no es desde una lectura de los males de esta época como puede ser la muerte anticipada que genera el consumo masivo de drogas.

Época que maravillosamente describe Edgar Morin como los de una “megabarbarie generalizada” en donde hay tres notas apodícticas que la caracterizan. El individualismo al extremo con el ego como marca registrada y omnipotente, la errancia de los amores (con las secuelas de soledades anestesiadas, abandonados por doquier con hijos hambrientos de diálogo y escucha) y la droga como “remedio” suicida de los males (muerte de la palabra y el encuentro y la huida rápida en un sedante o estimulante alucinógeno que nos precipita al precipicio). Morin cuenta que no son problemas individuales sino de la “polis” griega (ciudad) por la dimensión mayoritaria que han tomado.

Época del endiosamiento humano que culmina en la creación de campos de concentración de esclavos en la búsqueda de un placer imposible. Se acabaron los campos de concentración de Stalin, Mao y de Hitler. Basta de bayonetas como lo predijera George Orwell; solo basta con publicidad, soledad y drogas. Ahí, la esclavitud triunfa y la manipulación toma la cara de la barbarie que domina a miles. Surge la época de los semidioses encadenados que se creen libres y además les hacen creer que son libres.

Para Orwell, en su ensayo de 1941, ‘El león y el unicornio’, describe “la idea totalitaria es que no existe la ley, sólo existe el poder…”. En otras palabras, las leyes limitan el poder de un gobernante. El totalitarismo busca borrar los límites de la ley mediante el ejercicio desinhibido del poder. El poder, dice Orwell, deja de ser un medio para ser un fin en sí mismo.

El gobernante puede ser aquel que vendiendo “ilusiones químicas” desde un pequeño pueblo hasta grandes ciudades impone el poder a los supuestamente elegidos con la máxima de Pablo Escobar: “plata o plomo”. El poder no es el que creemos donde impera la ley, es otro y fundamentalmente otro. Ese totalitarismo que describe Orwell debe negar los hechos y la verdad objetiva.

Todo esto debe ir unido a la cancelación de la palabra (en el caso nuestro de una prevención desde cada baldosa familiar hasta el último metro cuadrado de un municipio o país) y el maestro Orwell dice: “Cada año habrá menos palabras y así el radio de conciencia será cada vez más pequeño”. Eso asegura la dominación química desde el individuo y en la “polis” (la ciudad).

Desde el adoctrinamiento, o sea la cancelación de la palabra “…hay que aprender a decir dos más dos es cinco; habrá sustituciones de la realidad por ideologías”, dice Orwell.

Así el hombre descubre que “lo gangrena un vacío horrendo” como muy bien lo muestra el escritor español Juan Manuel de Prada en su artículo “Fin de era”.

 

 

DOS MAS DOS ES IGUAL A CINCO

La prevención, mientras tanto, como discurso social está cancelada, en el sentido que hoy opera la palabra cancelación, o sea no pertenece al discurso de lo ‘políticamente correcto’.

Pensar distinto es una deslealtad; el discurso de la cancelación obliga a la lealtad. Y para ello como enseñó Orwell existe un sistema de “vigilancia virtuosa” y las disidencias apelan al discurso de la cancelación.

Los hechos y los aumentos de prevalencia y daños no existen o parecen no existir y habrá que aprender a decir cómo nos enseñabaOrwell en ‘1984’ que dos más dos es igual a cinco. Banalizar los daños es la consigna de lo ‘políticamente correcto’ en el campo de las adicciones. La ideología suplanta a la realidad. Se instaura un mundo paralelo a la realidad.

La evidencia científica en el campo de las adicciones parece no existir. Los daños cerebrales y de todos los sistemas del organismo parecen no ser tenidos en cuenta, la demenciación progresiva de los consumidores no quiere verse, las pérdidas económicas y vinculares tampoco.

Mientras tanto la ‘América no soñada’ produce cada vez más drogas con ejércitos propios y dominando fronteras en ‘estados fallidos’ y Afganistán, luego de la invasión fallida americana, quedó con un mar de opiáceos para vender ofertando ‘muerte’ a todo el mundo. Todo está dado para que un conjunto de ‘zombies’ busquen las sustancias que lo ayuden a vivir para morirse cada vez más rápido. Todo esto no es visto (la ceguera de los que ven es un mal actual) y mientras tanto aumentan las tasas de suicidios y de enfermedades mentales.

 

MALES DE LA EPOCA

Mientras tanto observamos nuevos hechos clínicos que aportan a los males de esta época:

1. Aumento del consumo adulto con profesiones y/o trabajos especializados e incluso profesionales de la salud.

2. Precocidad de la edad de iniciación (12-13 años).

3. Gran cantidad de años de consumo hasta llegar a un tratamiento profesionalizado luego de pasar por salas de guardia, varias sobredosis, tratamientos frustros, con la secuela de hijos abandonados, quiebras económicas, separaciones cruentas, violencia familiar, trastornos metabólicos severos: diabetes, hipertensión, daños hepáticos, entre otros, etc.

4. En 1999 la cantidad de años de consumo hasta llegar a la primera consulta no pasaba los cuatro años mientras que hoy llega a los diez años como mínimo.

5. Consumo intrafamiliar entre padres e hijos en algunos casos, entre hermanos existiendo una transmisión generacional de las adicciones.

6. Cambio de contextos barriales con multitud de vendedores y consumidores y “cementerios a cielo abierto” en las calles, aguantaderos en donde conviven adictos en casas, unión de las drogas al comercio sexual.

Cuando el consumo está naturalizado y se ha cancelado todo discurso preventivo, el consumo crece por contagio psicosocial (de par a par, entre compañeros de escuela, de barrio), explotándose las vulnerabilidades individuales o familiares que muchos tienen y aprovechando las múltiples bocas de venta que existen. La plusvalía está asegurada e incluso por las dosis serán ‘soldaditos’ desde un barrio popular o desde un country.

Pensemos que un buen trabajo asistencial, según la Asociación de Medicina en Adicciones de los Estados Unidos, necesita varios años para que la memoria adictiva vaya supliendo el “flash” que cautiva por otros placeres más sanos.

El cambio cerebral lleva dos años desde el primer consumo en consolidarse (químicos, eléctricos, emocionales, funcionales y estructurales en algunos casos). Los tiempos de resiliencia (superación de estas adversidades) lleva también dos años para llegar a un proceso de neuro-regeneración, ya que las drogas generan un proceso neurodegenerativo.

Los estudios mundiales muestran que a menor trabajo comunitario en prevención y detección precoz, con sistemas asistenciales válidos hay, mayor consumo y mayor aceptación social del mismo. Esto nos puede estar pasando. Se va generando una naturalización del consumo junto a una minimización del daño que genera el consumo. Cuando hay mayor trabajo preventivo comunitario crece la menor aceptación social, la consulta precoz, baja la prevalencia del consumo y crece la noción de daño que generan las drogas.

 

 

DROGAS Y DAÑO CEREBRAL

La evolución biológica prepara al hombre para lo mejor o para lo peor. Las más de 100 mil millones de neuronas y los trillones de conexiones entre ellas son una orquesta sinfónica maravillosa que puede desempeñar la mejor sinfonía o crear las perversidades más grandes.

Si no cuidamos ese potencial cerebral que marca un salto fundamental entre el simio y el hombre deterioramos la condición necesaria para ejercitar nuestra libertad y caemos en la esclavitud del descontrol de impulsos que es la ‘catarata’ ciega que observamos en nuestros pacientes todos los días.

Todo nuestro sistema nervioso funciona como un ‘hardware’ de alta complejidad que de ser cuidado (o sea, no intoxicado) y suficientemente estimulado (con amor, ternura, valores y límites) nos permitirá ejercitar nuestra libertad y la capacidad para tomar decisiones basadas en valores para la salud.

 

Juan Alberto Yaría

* Director general de Gradiva - Rehabilitación en adicciones