Monseñor Sergio Buenanueva,
Obispo de San Francisco
Aica, 11-8-23
Hace unos días
compartí un viaje con un matrimonio un poco mayor que yo. La conversación
abordó varios temas y recayó inevitablemente en el proceso electoral que
vivimos. Intercambiamos dudas, fastidios, interrogantes y el dolor de esta
Argentina que amamos y nos hace sufrir.
En un momento, uno
de ellos manifestó que había decidido inicialmente no acudir a votar como demostración
de rabia y frustración. Sin embargo, había finalmente desistido. Recordando sus
años de secundaria durante la dictadura, le habían venido a la memoria los
sentimientos y emociones de aquellos años, la violencia política y la sensación
de peligro latente, las advertencias de sus familiares y docentes ante la
represión que se ensañaba también con los estudiantes. Pero, sobre todo, lo que
había significado aquel domingo 30 de octubre de 1983 cuando, por primera vez
en su vida, pudo ejercer el derecho ciudadano del voto.
¿Cómo dejarse
vencer por la decepción olvidando el alto precio que se había pagado por aquel
paso enorme que dimos al recuperar la democracia?
Coincidimos los
tres, tanto en el recuerdo, en los sentimientos y en la decisión de no faltar a
la cita con el cuarto oscuro. Los tres tenemos decidido ir a votar este domingo
de las PASO y en las fechas que restan del calendario electoral.
***
La Iglesia alienta
la participación activa de los cristianos en la vida ciudadana. El bien común es
responsabilidad de todos e interpela la conciencia de cada uno.
La doctrina social
señala que el primer y fundamental cauce de participación pasa por la vida
cotidiana y las responsabilidades de cada bautizado en la familia, el trabajo y
la vida social. De una manera los clérigos y de otra, los laicos. Destaca
también que, en la medida que sea posible, los cristianos han de participar en
la vida ciudadana de la sociedad a la pertenecen; mucho más si, por vocación y
misión, los laicos se sienten llamados a la política.
Por otra parte, la
Iglesia reconoce claramente el derecho al voto y condena explícitamente a
aquellos regímenes que impiden, condicionan o alteran de alguna manera la
participación de los ciudadanos en la vida pública a través del voto o que no
respetan el estado de derecho. Señala además como un valor del sistema político
que, a través de las elecciones, el pueblo elija sus gobernantes, los confirme
o los sustituya pacíficamente a través de elecciones libres y períodicas.
Subraya que toda
forma de participación ha de ser siempre voluntaria, es decir: apela a la
conciencia y a la libertad de cada uno para ejercer ese derecho. Por eso, no
intima a los cristianos a acudir a votar. Tengamos presente que, en muchos
países, el voto no es obligatorio como entre nosotros.
El gran principio
que sustenta la vida social y la participación en la cosa pública es la
dignidad de la persona humana, sus derechos y deberes.
***
Como obispo, por
tanto, solo puedo recordar a los fieles católicos que la vida ciudadana de
nuestro país reclama la participación libre, voluntaria y a conciencia de cada
uno de nosotros.
Si bien no puedo
urgir el voto de nadie, si puedo -y es lo que hago- los invito a participar en
el acto eleccionario, acudiendo a las urnas, haciendo una elección del bien
posible, de los programas y las personas que consideremos que, aún en la
imperfección de la política, expresan suficientemente los valores, verdades y
principios que brotan de nuestra fe y de nuestra comprensión del bien común.
Es una opción
delante de la propia conciencia por el bien posible, aquí y ahora, sujeta
también a errores y riesgos. Es inevitable.
San Juan Pablo II
recordaba atinadamente que la democracia, sobre todo cuando no respeta el
estado de derecho y la dignidad humana, y se desvía por la corrupción, genera
frustración y apatía. La falta de participación ciudadana tiene aquí una de sus
causas: es la desilusión del pueblo que se siente traicionado en su deseo de
justicia y prosperidad.
No ir a votar,
votar en blanco o buscar deliberadamente la impugnación del propio voto forman
parte de las posibilidades del sistema electoral de la democracia. Eso sí: son
posibilidades extremas que, junto con algunos valores, abren la puerta a muchos
peligros.
Así como ir a
votar enojados, descreídos y desilusionados suele acarrear que terminamos
eligiendo las peores opciones, no votar, hacerlo en blanco o buscar la
anulación del propio voto también conlleva peligros que se vuelven sobre
nosotros mismos. Vale la pena considerarlo.
Hoy -gracias a
Dios- se nos ha hecho costumbre ir a votar cada tanto. Las nuevas generaciones
lo han incorporado a su ritmo normal de vida. No siempre fue así.
Este domingo voy a
ir a votar.+