CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
(alabado seas)
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1. «Laudato si’,
mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese
hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una
hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos
acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre
tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas
flores y hierba».
2. Esta hermana
clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso
de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus
propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en
el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas
de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm
8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio
cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da
el aliento y su agua nos vivifica y restaura.
Nada de este mundo
nos resulta indiferente
3. Hace más de
cincuenta años, cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear,
el santo Papa Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con
rechazar una guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su
mensaje Pacem in terris a todo el «mundo católico», pero agregaba «y a todos
los hombres de buena voluntad ». Ahora, frente al deterioro ambiental global,
quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta. En mi exhortación
Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un
proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica, intento
especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años
después de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la
problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es « una
consecuencia dramática » de la actividad descontrolada del ser humano: « Debido
a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el
riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación »[2].También
habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto
de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la
necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque
«los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más
sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados
por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el
hombre»[3].
5. San Juan Pablo
II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera
encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de
su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso
inmediato y consumo»[4]. Sucesivamente llamó a una conversión ecológica
global[5]. Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para
«salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana»[6]. La
destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le
encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe
ser protegido de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y
mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos
de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy
la sociedad»[7].El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone
el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al
mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión
en un sistema ordenado»[8]. Por lo tanto, la capacidad de transformar la
realidad que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la
donación originaria de las cosas por parte de Dios[9].
6. Mi predecesor
Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las
disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que
parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10]. Recordó que
el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el
libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida,
la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la
degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela
la convivencia humana »[11]. El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el
ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento
irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas
se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen
verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana
no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él
se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad,
pero también naturaleza»[12]. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar
conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos
las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra
y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza
donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo
nos vemos a nosotros mismos»[13].
Unidos por una
misma preocupación
7. Estos aportes
de los Papas recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos,
teólogos y organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la
Iglesia sobre estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de
la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también
otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa
reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un
ejemplo destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido
Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de la
comunión eclesial plena.
8. El Patriarca
Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad de que cada uno se
arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en
que todos generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer
«nuestra contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la
creación»[14]. Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera
firme y estimulante, invitándonos a reconocer los pecados contra la creación:
«Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina;
que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio
climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus
zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire.
Todos estos son pecados»[15]. Porque «un crimen contra la naturaleza es un
crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo
tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de
los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la
técnica sino en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos
sólo los síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a
la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que
«significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de
pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es
liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17]. Los cristianos,
además, estamos llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como
modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra
humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño
detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en
el último grano de polvo de nuestro planeta »[18].
San Francisco de
Asís
10. No quiero
desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos.
Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como
Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de
lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad.
Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la
ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención
particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados.
Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal.
Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa
armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se
advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la
justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio
nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia
categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y
nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos
de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños
animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás
criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a
las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la
razón»[19]. Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un
cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a
él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe.
Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al
considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por
más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas»[20]. Esta
convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque
tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si
nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la
maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en
nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del
consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus
intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo
que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y
la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino
algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y
de dominio.
12. Por otra
parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza
como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su
hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las
criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y
divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la
creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se
dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas
silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento
a Dios, autor de tanta belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a
resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío
urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda
la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues
sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo
marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La
humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa
común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más
variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la
protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes
luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación
ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un
cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro
mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los
excluidos.
14. Hago una
invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo
el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque
el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos
impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y
rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la
concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones
concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de
los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes
que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la
negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza
ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva.
Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la
implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la
creación de Dios»[22]. Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para
el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus
iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que
esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos
ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se
nos presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos
de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la
investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella
en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se
indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se
desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor
coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las
raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino
también las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que, entre
sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este
mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión
quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que
involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional.
Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración
humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada
capítulo posee su temática propia y una metodología específica, a su vez retoma
desde una nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos
anteriores. Esto ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan toda la
encíclica. Por ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del
planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al
nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la
invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor
propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de
debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política
internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo
estilo de vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino que son
constantemente replanteados y enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ
PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las
reflexiones teológicas o filosóficas sobre la situación de la humanidad y del
mundo pueden sonar a mensaje repetido y abstracto si no se presentan nuevamente
a partir de una confrontación con el contexto actual, en lo que tiene de
inédito para la historia de la humanidad. Por eso, antes de reconocer cómo la
fe aporta nuevas motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos
parte, propongo detenernos brevemente a considerar lo que le está pasando a
nuestra casa común.
18. A la continua
aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la
intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman
«rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas
complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con
la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de
que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan
al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es
algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del
mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.
19. Después de un
tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una
parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se
advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la
naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está
ocurriendo con nuestro planeta. Hagamos un recorrido, que será ciertamente
incompleto, por aquellas cuestiones que hoy nos provocan inquietud y que ya no
podemos esconder debajo de la alfombra. El objetivo no es recoger información o
saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a
convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál
es la contribución que cada uno puede aportar.
I. Contaminación y
cambio climático
Contaminación,
basura y cultura del descarte
20. Existen formas
de contaminación que afectan cotidianamente a las personas. La exposición a los
contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro de efectos sobre la
salud, especialmente de los más pobres, provocando millones de muertes
prematuras. Se enferman, por ejemplo, a causa de la inhalación de elevados
niveles de humo que procede de los combustibles que utilizan para cocinar o
para calentarse. A ello se suma la contaminación que afecta a todos, debida al
transporte, al humo de la industria, a los depósitos de sustancias que
contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes,
insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general. La
tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los
problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples
relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema
creando otros.
21. Hay que
considerar también la contaminación producida por los residuos, incluyendo los
desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de
millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables:
residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos
clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y
radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un
inmenso depósito de porquería. En muchos lugares del planeta, los ancianos
añoran los paisajes de otros tiempos, que ahora se ven inundados de basura.
Tanto los residuos industriales como los productos químicos utilizados en las
ciudades y en el agro pueden producir un efecto de bioacumulación en los
organismos de los pobladores de zonas cercanas, que ocurre aun cuando el nivel
de presencia de un elemento tóxico en un lugar sea bajo. Muchas veces se toman
medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las
personas.
22. Estos
problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto
a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en
basura. Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del papel que se produce se
desperdicia y no se recicla. Nos cuesta reconocer que el funcionamiento de los
ecosistemas naturales es ejemplar: las plantas sintetizan nutrientes que
alimentan a los herbívoros; estos a su vez alimentan a los seres carnívoros,
que proporcionan importantes cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan
lugar a una nueva generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial, al
final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de
absorber y reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un
modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las
generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no
renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo de contrarrestar la
cultura del descarte, que termina afectando al planeta entero, pero observamos
que los avances en este sentido son todavía muy escasos.
El clima como bien
común
23. El clima es un
bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo
relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un
consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un
preocupante calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este
calentamiento ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar,
y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos extremos,
más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente determinable a
cada fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la
necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo,
para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo
producen o acentúan. Es verdad que hay otros factores (como el vulcanismo, las
variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el ciclo solar), pero
numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento
global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de
efecto invernadero (dióxido de carbono, metano, óxidos de nitrógeno y otros)
emitidos sobre todo a causa de la actividad humana. Al concentrarse en la atmósfera,
impiden que el calor producido por los rayos solares sobre la superficie de la
tierra se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado especialmente por el
patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles, que
hace al corazón del sistema energético mundial. También ha incidido el aumento
en la práctica del cambio de usos del suelo, principalmente la deforestación
para agricultura.
24. A su vez, el
calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono. Crea un círculo vicioso
que agrava aún más la situación, y que afectará la disponibilidad de recursos
imprescindibles como el agua potable, la energía y la producción agrícola de
las zonas más cálidas, y provocará la extinción de parte de la biodiversidad
del planeta. El derretimiento de los hielos polares y de planicies de altura
amenaza con una liberación de alto riesgo de gas metano, y la descomposición de
la materia orgánica congelada podría acentuar todavía más la emanación de
dióxido de carbono. A su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora las
cosas, ya que ayudan a mitigar el cambio climático. La contaminación que
produce el dióxido de carbono aumenta la acidez de los océanos y compromete la
cadena alimentaria marina. Si la actual tendencia continúa, este siglo podría
ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin
precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros.
El crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, puede crear situaciones de
extrema gravedad si se tiene en cuenta que la cuarta parte de la población
mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las
megaciudades están situadas en zonas costeras.
25. El cambio
climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales,
económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales
desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán
en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en
lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el
calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las
reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la
pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y
otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer
frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y
a protección. Por ejemplo, los cambios del clima originan migraciones de
animales y vegetales que no siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta
los recursos productivos de los más pobres, quienes también se ven obligados a
migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es
trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la
degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las
convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin
protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante
estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La
falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un
signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes
sobre el cual se funda toda sociedad civil.
26. Muchos de
aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen
concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas,
tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero
muchos síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si
continuamos con los actuales modelos de producción y de consumo. Por eso se ha
vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos
años la emisión de dióxido de carbono y de otros gases altamente contaminantes
sea reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de
combustibles fósiles y desarrollando fuentes de energía renovable. En el mundo
hay un nivel exiguo de acceso a energías limpias y renovables. Todavía es
necesario desarrollar tecnologías adecuadas de acumulación. Sin embargo, en
algunos países se han dado avances que comienzan a ser significativos, aunque
estén lejos de lograr una proporción importante. También ha habido algunas inversiones
en formas de producción y de transporte que consumen menos energía y requieren
menos cantidad de materia prima, así como en formas de construcción o de
saneamiento de edificios para mejorar su eficiencia energética. Pero estas
buenas prácticas están lejos de generalizarse.
II. La cuestión
del agua
27. Otros
indicadores de la situación actual tienen que ver con el agotamiento de los
recursos naturales. Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel
de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las
sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se
han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que
hayamos resuelto el problema de la pobreza.
28. El agua
potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es
indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y
acuáticos. Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios,
agropecuarios e industriales. La provisión de agua permaneció relativamente
constante durante mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares la demanda supera
a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término.
Grandes ciudades que dependen de un importante nivel de almacenamiento de agua,
sufren períodos de disminución del recurso, que en los momentos críticos no se
administra siempre con una adecuada gobernanza y con imparcialidad. La pobreza
del agua social se da especialmente en África, donde grandes sectores de la
población no acceden al agua potable segura, o padecen sequías que dificultan
la producción de alimentos. En algunos países hay regiones con abundante agua y
al mismo tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un problema
particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres,
que provoca muchas muertes todos los días. Entre los pobres son frecuentes
enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las causadas por
microorganismos y por sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se
relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un
factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil. Las aguas
subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la contaminación que
producen algunas actividades extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo
en países donde no hay una reglamentación y controles suficientes. No pensemos
solamente en los vertidos de las fábricas. Los detergentes y productos químicos
que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose en
ríos, lagos y mares.
30. Mientras se
deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares
avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía
que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable
y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina
la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio
de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los
pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho
a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda en parte con
más aportes económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos
más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no sólo en países
desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes
reservas. Esto muestra que el problema del agua es en parte una cuestión
educativa y cultural, porque no hay conciencia de la gravedad de estas
conductas en un contexto de gran inequidad.
31. Una mayor
escasez de agua provocará el aumento del costo de los alimentos y de distintos
productos que dependen de su uso. Algunos estudios han alertado sobre la
posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si no
se actúa con urgencia. Los impactos ambientales podrían afectar a miles de
millones de personas, pero es previsible que el control del agua por parte de
grandes empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de
conflictos de este siglo[23].
III. Pérdida de
biodiversidad
32. Los recursos
de la tierra también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de
entender la economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de
selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían
significar en el futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la
alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples servicios.
Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para
resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema
ambiental.
33. Pero no basta
pensar en las distintas especies sólo como eventuales « recursos » explotables,
olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de
especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya
no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por
razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles
de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos
su propio mensaje. No tenemos derecho.
34. Posiblemente
nos inquieta saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por su mayor
visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son
necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la
innumerable variedad de microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que suelen
pasar desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar el
equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser humano debe intervenir cuando un
geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de intervención humana en
una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los constantes
desastres que el ser humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de
tal modo que la actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos
que esto implica. Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del
ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la situación.
Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su
desaparición deberá ser sustituida con otra intervención tecnológica, que
posiblemente traerá nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables
los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los
problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que este
nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos rica
y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo
de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De
este modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e
irrecuperable, por otra creada por nosotros.
35. Cuando se
analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele atender a los
efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un
estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de
algunas especies o de grupos animales o vegetales fuera algo de poca
relevancia. Las carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y
otras construcciones van tomando posesión de los hábitats y a veces los
fragmentan de tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni
desplazarse libremente, de modo que algunas especies entran en riesgo de
extinción. Existen alternativas que al menos mitigan el impacto de estas obras,
como la creación de corredores biológicos, pero en pocos países se advierte
este cuidado y esta previsión. Cuando se explotan comercialmente algunas
especies, no siempre se estudia su forma de crecimiento para evitar su
disminución excesiva con el consiguiente desequilibrio del ecosistema.
36. El cuidado de
los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque
cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa
realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el
descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda
obtener. En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies, estamos
hablando de valores que exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser testigos
mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes
beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los
altísimos costos de la degradación ambiental.
37. Algunos países
han avanzado en la preservación eficaz de ciertos lugares y zonas –en la tierra
y en los océanos– donde se prohíbe toda intervención humana que pueda modificar
su fisonomía o alterar su constitución original. En el cuidado de la
biodiversidad, los especialistas insisten en la necesidad de poner especial
atención a las zonas más ricas en variedad de especies, en especies endémicas,
poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva. Hay lugares que
requieren un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema
mundial, o que constituyen importantes reservas de agua y así aseguran otras
formas de vida.
38. Mencionemos,
por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la
Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los
glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la totalidad del
planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las selvas
tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible
de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas
para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies,
cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado
equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se
pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el
pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales. De
hecho, existen «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo
sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales»[24]. Es
loable la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la
sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente,
también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno
cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los
recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o
internacionales.
39. El reemplazo
de la flora silvestre por áreas forestadas con árboles, que generalmente son
monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis. Porque puede
afectar gravemente a una biodiversidad que no es albergada por las nuevas
especies que se implantan. También los humedales, que son transformados en
terreno de cultivo, pierden la enorme biodiversidad que acogían. En algunas
zonas costeras, es preocupante la desaparición de los ecosistemas constituidos
por manglares.
40. Los océanos no
sólo contienen la mayor parte del agua del planeta, sino también la mayor parte
de la vasta variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía desconocidos
para nosotros y amenazados por diversas causas. Por otra parte, la vida en los
ríos, lagos, mares y océanos, que alimenta a gran parte de la población
mundial, se ve afectada por el descontrol en la extracción de los recursos
pesqueros, que provoca disminuciones drásticas de algunas especies. Todavía
siguen desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician gran parte
de las especies recogidas. Están especialmente amenazados organismos marinos
que no tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton que constituyen un
componente muy importante en la cadena alimentaria marina, y de las cuales
dependen, en definitiva, especies que utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos
en los mares tropicales y subtropicales, encontramos las barreras de coral, que
equivalen a las grandes selvas de la tierra, porque hospedan aproximadamente un
millón de especies, incluyendo peces, cangrejos, moluscos, esponjas, algas,
etc. Muchas de las barreras de coral del mundo hoy ya son estériles o están en
un continuo estado de declinación: «¿Quién ha convertido el maravilloso mundo
marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?»[25]. Este
fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que llega al mar como
resultado de la deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos
industriales y de métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan
cianuro y dinamita. Se agrava por el aumento de la temperatura de los océanos.
Todo esto nos ayuda a darnos cuenta de que cualquier acción sobre la naturaleza
puede tener consecuencias que no advertimos a simple vista, y que ciertas
formas de explotación de recursos se hacen a costa de una degradación que
finalmente llega hasta el fondo de los océanos.
42. Es necesario
invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de
los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de
cualquier modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas
están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos
los seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio tiene una
responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un
cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar
programas y estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las
especies en vías de extinción.
IV. Deterioro de
la calidad de la vida humana y degradación social
43. Si tenemos en
cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene
derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima,
no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental, del
actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las
personas.
44. Hoy
advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado de muchas
ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la
contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano,
a los problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica. Muchas
ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en
exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están
congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes. No es propio de
habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto,
vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza.
45. En algunos
lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el
acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En
otros, se crean urbanizaciones « ecológicas » sólo al servicio de unos pocos,
donde se procura evitar que otros entren a molestar una tranquilidad
artificial. Suele encontrarse una ciudad bella y llena de espacios verdes bien
cuidados en algunas áreas « seguras », pero no tanto en zonas menos visibles,
donde viven los descartables de la sociedad.
46. Entre los
componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de
algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la
disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación
social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de
agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los
más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que
el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus
aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida.
Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera
degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de
comunión social.
47. A esto se
agregan las dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se convierten
en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir
sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes
sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría
en medio del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige un esfuerzo
para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la
humanidad y no en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera
sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre
las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina
saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental. Al mismo
tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos
los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet.
Esto permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y
así suele generarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver
más con dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza. Los
medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y
afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la
angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su
experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la
abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica
insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
V. Inequidad
planetaria
48. El ambiente
humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar
adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que
tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del
ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del
planeta: «Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación
científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones
ambientales los sufre la gente más pobre»[26]. Por ejemplo, el agotamiento de
las reservas ictícolas perjudica especialmente a quienes viven de la pesca
artesanal y no tienen cómo reemplazarla, la contaminación del agua afecta
particularmente a los más pobres que no tienen posibilidad de comprar agua
envasada, y la elevación del nivel del mar afecta principalmente a las
poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse. El impacto
de los desajustes actuales se manifiesta también en la muerte prematura de
muchos pobres, en los conflictos generados por falta de recursos y en tantos
otros problemas que no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo[27].
49. Quisiera
advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan
particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de
millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos
internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como
un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera
periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a
la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar.
Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios
de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas
urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y
reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no
están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto
físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras
ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en
análisis sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no
podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte
siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre
el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los
pobres.
50. En lugar de
resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos
atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones
internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a
ciertas políticas de «salud reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la
desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean
obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que
el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral
y solidario»[28]. Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo
y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende
legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el
derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque
el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo.
Además, sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos
que se producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa
del pobre»[29]. De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al
desequilibrio en la distribución de la población sobre el territorio, tanto en
el nivel nacional como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a
situaciones regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a
la contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la
pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad
no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una
ética de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera « deuda
ecológica », particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con
desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como
con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo
históricamente por algunos países. Las exportaciones de algunas materias primas
para satisfacer los mercados en el Norte industrializado han producido daños
locales, como la contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido
de azufre en la del cobre. Especialmente hay que computar el uso del espacio
ambiental de todo el planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido
acumulando durante dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a
todos los países del mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de
algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la
tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la
sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los
daños causados por la exportación hacia los países en desarrollo de residuos
sólidos y líquidos tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que
hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países
que les aportan capital: «Constatamos que con frecuencia las empresas que obran
así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países
desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la
desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener»[30].
52. La deuda
externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control,
pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los
pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas
de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a
costa de su presente y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y
poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para
satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones
comerciales y de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los
países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera
importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países
más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible. Las
regiones y los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos
modelos en orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación
para desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos. Por
eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático
hay responsabilidades diversificadas y, como dijeron los Obispos de Estados
Unidos, corresponde enfocarse «especialmente en las necesidades de los pobres,
débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses más
poderosos»[31]. Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola
familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos
permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización
de la indiferencia.
VI. La debilidad
de las reacciones
53. Estas
situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de
los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca
hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos.
Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro
planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza
y plenitud. El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria
para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen
caminos, buscando atender las necesidades de las generaciones actuales
incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve
indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y
asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder
derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la
política sino también con la libertad y la justicia.
54. Llama la
atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de
la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las
Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y
muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a
manipular la información para no ver afectados sus proyectos. En esta línea, el
Documento de Aparecida reclama que «en las intervenciones sobre los recursos
naturales no predominen los intereses de grupos económicos que arrasan
irracionalmente las fuentes de vida»[32]. La alianza entre la economía y la
tecnología termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses
inmediatos. Así sólo podrían esperarse algunas declamaciones superficiales,
acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia
el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las
organizaciones sociales por modificar las cosas será visto como una molestia
provocada por ilusos románticos o como un obstáculo a sortear.
55. Poco a poco
algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles
más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más
sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los
hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y
desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el
creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire.
Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la
demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría
ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.
56. Mientras
tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial,
donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden
a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio
ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación
humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia
de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la
valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy
«cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante
los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta»[33].
57. Es previsible
que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario
favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones.
La guerra siempre produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza
cultural de las poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las
armas nucleares y en las armas biológicas. Porque, «a pesar de que determinados
acuerdos internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y
biológica, de hecho en los laboratorios se sigue investigando para el
desarrollo de nuevas armas ofensivas, capaces de alterar los equilibrios
naturales»[34]. Se requiere de la política una mayor atención para prevenir y
resolver las causas que puedan originar nuevos conflictos. Pero el poder
conectado con las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y los
diseños políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere
preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir
cuando era urgente y necesario hacerlo?
58. En algunos
países hay ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como la
purificación de algunos ríos que han estado contaminados durante muchas
décadas, o la recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de
paisajes con obras de saneamiento ambiental, o proyectos edilicios de gran
valor estético, o avances en la producción de energía no contaminante, en la
mejora del transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas
globales, pero confirman que el ser humano todavía es capaz de intervenir
positivamente. Como ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan
inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado.
59. Al mismo
tiempo, crece una ecología superficial o aparente que consolida un cierto
adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de
profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de
pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más
allá de algunos signos visibles de contaminación y de degradación, parece que
las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho
tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para
seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo
como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios
autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos,
postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad de
opiniones
60. Finalmente,
reconozcamos que se han desarrollado diversas visiones y líneas de pensamiento
acerca de la situación y de las posibles soluciones. En un extremo, algunos
sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman que los problemas
ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin
consideraciones éticas ni cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden
que el ser humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una
amenaza y perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su
presencia en el planeta e impedirle todo tipo de intervención. Entre estos
extremos, la reflexión debería identificar posibles escenarios futuros, porque
no hay un solo camino de solución. Esto daría lugar a diversos aportes que
podrían entrar en diálogo hacia respuestas integrales.
61. Sobre muchas cuestiones concretas la
Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe
escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la
diversidad de opiniones. Pero basta mirar la realidad con sinceridad para
ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común. La esperanza nos invita a
reconocer que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar el rumbo,
que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas. Sin embargo,
parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran
velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto en
catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras,
dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni explicarse de forma
aislada. Hay regiones que ya están especialmente en riesgo y, más allá de
cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual sistema mundial
es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar
en los fines de la acción humana: «Si la mirada recorre las regiones de nuestro
planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las
expectativas divinas».
136. Por otra parte, es preocupante que cuando
algunos movimientos ecologistas defienden la integridad del ambiente, y con
razón reclaman ciertos límites a la investigación científica, a veces no
aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se
traspasen todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos.
Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su
desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce los grandes principios
éticos, termina considerando legítima cualquier práctica. Como vimos en este
capítulo, la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de
autolimitar su poder.
*********
Para un resumen que condensa la doctrina
auténtica sobre la ecología, se recomienda leer el capítulo 10 del Compendio de
la Doctrina social de la Iglesia.