TIJUANA.- A fines del mes pasado, el paciente sedado, con sus heridas de bala aún frescas del tiroteo de la noche anterior, yacía en la sala de terapia intensiva de un prestigioso hospital privado de esta ciudad, con líquidos intravenosos en el suero colocado en su brazo. De repente, irrumpieron unos hombres armados que lo llenaron nuevamente de balas. Esta vez, sin dudas estaba muerto.
Asesinos que persiguen a sus rivales hasta las salas de terapia intensiva y los servicios de emergencia. Tiroteos en vestíbulos y corredores. Médicos secuestrados con pedido de rescate o amenazados de muerte si un pistolero herido muere bajo su cuidado.
Con alarmante velocidad, la violenta guerra de narcotraficantes de México se abre paso en el santuario de los hospitales de la nación, estremeciendo el sistema de salud y haciendo que los trabajadores teman por su vida mientras intentan salvar la vida de otros.
"¿Recuerdan esa escena del hospital de El Padrino ?", preguntó Héctor Rico, un otorrinolaringólogo, refiriéndose a la parte de la película en la que Michael Corleone salva a su padre hospitalizado de un pelotón de fusilamiento. "Así es como vivimos aquí."
Una explosión de violencia relacionada con los poderosos carteles de drogas mexicanos ha ocasionado la muerte de más de 5000 personas este año, casi el doble de la cifra del año anterior. Casi todas las muertes parecen ser consecuencia de la lucha interna entre traficantes. Pero también mueren muchas personas inocentes, y el aluvión de crímenes horrorosos -habitualmente los cadáveres son decapitados o tienen otras mutilaciones y son abandonados en lugares públicos con notas manuscritas colocadas en las proximidades- ha instaurado en personas de todos los niveles la preocupación de que cualquiera de ellas pueda ser la próxima víctima.
"Si un paciente entra en el servicio de guardia sangrando, tendríamos que concentrarnos en sus heridas", dijo Rico, que ha encabezado manifestaciones callejeras de médicos que desean protestar el aumento de la violencia en Tijuana y sus alrededores. "Pero ahora tenemos que cuidarnos la espalda y preocuparnos por la posibilidad de que irrumpa alguien armado."
Los médicos se sienten particularmente vulnerables. Cuando salen de su consultorio, dicen que deben enfrentar el riesgo de ser secuestrados y que se exija rescate por ellos.
También se quejan de que reciben duras amenazas de pacientes y de familiares de pacientes. "Sálvame o te mato", es lo que dijo haber escuchado un cirujano ortopedista de boca de un paciente, que evidentemente no captó la contradicción.
Además, los hospitales tienen que notificar a las autoridades cada vez que ingresa un paciente con una herida de bala o de arma blanca, un requerimiento que los traficantes conocen bien. Y eso provoca más amenazas.
Después está el peligro de los tiroteos. Las autoridades sospechan que los asesinos y la víctima de la sala de terapia intensiva del hospital privado, el Hospital del Prado, estaban relacionados con los carteles de narcotraficantes que están causando estragos en todo México. En ningún momento apareció la policía, que recibió una llamada del hospital cuando la víctima ingresó en la institución, tal como lo exige la ley. La policía no se presentó hasta después de que los pistoleros abandonaron el hospital, cuando todo el suelo había ya quedado cubierto de cápsulas servidas.
El Hospital General de Tijuana, el principal hospital público de la ciudad, ha sido rodeado dos veces de policías y soldados en los últimos 20 meses. La primera vez, en abril de 2007, hombres armados irrumpieron en el edificio para rescatar a otro miembro del cartel que era atendido en la guardia o para matar a un rival, según dijo la policía, que no sabía a ciencia cierta qué había motivado la operación. Dos policías resultaron muertos y todos los pistoleros, salvo uno, consiguieron escapar ilesos. La segunda vez fue en abril de este año, cuando soldados camuflados rodearon el Hospital General de Tijuana, cerrándolo mientras los médicos atendían a ocho traficantes que habían resultado heridos en varios tiroteos que se habían producido en la ciudad. Evidentemente el ejército mexicano procuraba impedir una repetición del tiroteo de 2007 dentro del hospital. En un tercer episodio, los soldados llegaron al hospital a causa de una denuncia de bomba.
"El miedo se ha convertido en parte de nuestras vidas", dijo un médico del Hospital General de Tijuana, con el requisito de permanecer en el anonimato por temor a las represalias. "Hay pánico. No sabemos cuándo se desencadenará un nuevo tiroteo."
La violencia ya ha empezado a afectar el servicio, dado que los hospitales se blindan con más cantidad de guardias. Para protestar por la oleada de asesinatos, algunos médicos cerraron sus consultorios durante un día en noviembre. Y las clínicas de Tijuana han empezado a cerrar más temprano, ya que cada vez más médicos se niegan a atender tarde de noche debido a los riesgos.
El problema que toda la gente de Tijuana enfrenta es que cualquiera podría relacionarse con traficantes sin siquiera saberlo. Los médicos dicen que ahora filtran a sus pacientes. Pero los hospitales no pueden darse ese lujo. "No somos jueces", dijo Carolina Aubanel Riedel, cuya familia es propietaria del Hospital del Prado. "Atendemos a todos los que llegan."
Traducción de Mirta Rosenberg
La Nación, 10-12-08